miércoles, 15 de diciembre de 2010

Rosa con Espinas


Rabia. Impotencia. Desesperación. Indignación. Sentimientos olvidados. El ascensor sube muy, muy despacio del primer al segundo piso. Miro al techo. Abro la puerta, pego un portazo y un grito de impotencia sale por mi garganta. Le doy una patada a la pared y tengo tan mala suerte que un tacón salta por los aires. Otro grito seco y la garganta me comienza a doler. Me siento en el último peldaño de la escalera, junto a la puerta de mi casa y respiro profundamente. Cuento ciento uno, ciento dos, ciento tres, ciento cuatro...pero la sangre me hierve y un nuevo un gruñido sale de mi boca. Me comienza a doler la cabeza y por pura impotencia una lágrima recorre mi mejilla. Lloro amargamente hasta notar que un sabor salado llega a mi boca. Parezco una quinceañera a la que le han quitado su piruleta. Hacia tiempo que no me sentía tan vulnerable y todo por una insignificante discusión de escalera. Yo no soy así, yo siempre fui una chica dura. En otros tiempos habría dado un bofetón a ese niñato y no le habría dejado ni pestañear. Las lágrimas se hacen más abundantes. Rebusco en mi bolso en busca de un pañuelo y lo único que encuentro es la carta que el abogado me acaba de dar. No tengo nada. Tengo los bolsillos vacíos. Una vida vacía. Un mundo inexistente. Meto la cabeza entre las piernas y de nuevo el gruñido de impotencia.

- ¡Puto crío de mierdaaaaaaaaaaa! – grito desesperada durante unos segundos

Mis gritos parecen atravesar las finas paredes del edificio y la cabeza de mi madre aparece tras la puerta de nuestra casa

- ¿Que te pasa Sara?- me dice con cara de preocupación.

- ¡Déjame en paz, quiero estar sola!

- Pero Sara...

- ¡He dicho que me dejes en paz!, ostia, ¿estas sorda o que? - digo golpeando la barandilla de la escalera bruscamente.

- ¿Pero que ha pasado?

- Un puto crío que me ha sacado de los nervios...

- ¿Quien? ¿El chavalito del primero? Pero si es un pedazo de p...

- Cállate – le ordeno a mi madre sin dejarle terminar la frase.

- Pero que ha pasado – vuelve a repetir mi madre

- Nada que le he visto subiendo unos altavoces a casa y le he dicho educadamente que no quería ruidos en este edificio. Y va el niñato y me dice que estoy amargada, que soy una estirada y me cierra la puerta en mis narices

- No será para tanto..

- Mama, no me vengas con tu rollo compresivo, ¡que no te aguanto!

- Ese chico me ayuda cada día a subir la compra y hasta un día me estuvo ayudando a programar el video VHS viejo que tengo en la sala de estar...

- Mama, ¡cállate de una vez! -digo viendo una sonrisa burlona en la cara de mi madre

Le miro con ojos enfurecidos, toda la rabia contenida la voy a pagar con ella y levanto la mano. Estoy a punto de darle una torta a mi madre por pura impotencia. Pero veo una cara de pavor que no había visto nunca hasta ahora. Mi madre se tapa la cara con las manos esperando el golpe. Pero el golpe no llega. La rabia se convierte en vergüenza, la furia se viene abajo y caigo de rodillas al suelo. Apoyo la cabeza en las viejas baldosas del pasillo y noto como mi madre me abraza. Ella siempre igual. Ella siempre esta ahí. Ella es la mujer admirable que siempre ayuda. Y eso me indignaba, me repatea. La rabia vuelve, intento incorporarme y empujo a mi madre. Un poco inconciente, pero con saña y de forma deliberada le golpeo con mis manos y ella retrocede unos pasos. No consigo derribarla y como un guerrero numantino se mantiene de pie.

- Sara, ¿no te reconozco? - dice mi madre acercándose

- ¿No reconoces el que?

- No reconozco a mi hija

- ¡Tu hija está acabada! - grito lo mas fuerte que puedo.

- No estas acabada- me responde rápidamente mi madre.

- Estoy tan acabada como tu, ¿no te has mirado en el espejo últimamente o que?

- Yo no estoy acabada y tu menos.

- ¿Pero te has visto la cara?

- ¿Que le pasa a mi cara?

- Es vieja.

- Perdona es la misma cara que tendrás que tendrás tu a los setenta años.

- Mama, no te das cuenta que tu tiempo ha pasado. Pues el mió también, pero con 30 años menos. No tengo casa, no tengo trabajo. No tengo nada. Mi único sustento es una V-I-E-J-A-A-A – Digo deletreando cada letra e intentando ser lo mas desagradable posible.

Mi madre se acerca de nuevo y pienso que me va a dar otro abrazo. Me desespero. Esto no es una madre, es una santa. Cierro los ojos para no verla, me tapo la cara con la mano y cuando me dispongo de nuevo a levantar la mirada recibo la torta que nunca me dieron. Una mano áspera y seca choca contra mi mejilla. Noto como mi cara se calienta. Me tambaleo. Esto no era lo esperado. Todo el mundo tiene un límite y yo a mis 40 años he encontrado el de mi madre.

- ¡Eres una niñata!- me dice con los ojos rojos- en tu vida has valorado nada, en tu vida has dicho un gracias, en tu vida has sido lo suficiente mujer para venir un día y pedir perdón por como me has tratado.

- Yo siempre he estado ahí.- Veo como una lagrima cae por su mejilla

- Te he perdonado todos tus delirios de grandeza. Tus olvidos. Que te fueras y nos olvidaras para siempre. Pero no voy a permitir que vengas a mi casa y me pises lo poco que tengo. Mi vida no es maravillosa, pero es mi vida y no me avergüenzo.

Mi madre me aparta de un empujón y me cierra la puerta de casa de un portazo. Me quedo sola en la entrada. Es la segunda vez que me cierran una puerta en mis narices en menos de un cuarto de hora. Pero esta vez la sensación es otra. Me siento horrible. Me siento como lo que soy. Una zorra consentida.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Rosa sin espinas








Soy Sara. 45 años en la vida y estoy aquí paralizada. Delante de mi, una puerta. El marco esta corroido por la humedad y trocitos de madera están a punto de caer. Seguramente le haría falta una mano de pintura, pero ya se sabe, hay otras urgencias que cubrir. Lo que se llama CLASE MEDIA SUFRIDORA, siempre en las trincheras, siempre con economía de guerra, pero siempre con una sonrisa en la boca. Hasta el felpudo es optimista, miro a mis pies y leo un efusivo “bienvenido” en letras rojas. Lo leo una y otra vez, pero solo me produce escalofrios.Solo tengo que pulsar el timbre y ella me abrirá la puerta de par en par. Me dará un par de besos y pegara un grito de abuela al ver a Tania su nieta quinceañera.
Siempre ha sido la típica madre compresiva. La que lo entendía todo. La de veces que le habre fallado, unas inconscientemente, pero otras veces de forma deliberada y muy premeditada. He perdido muchas amigas por mucho menos. Pero mi madre, Rosa, siempre estaba atenta para poner la otra mejilla, para alargar la mano y sea como fuera intentar solucionar los problemas. Y al otro lado estaba yo, caprichosa, impulsiva y con ganas de comerme el mundo, pasando por encima de quien tuviera que pasar. El fin justifica los medios. Esa era mi premisa en la vida. Solo quería salir de aquel barrio a todo costa. La pirueta que escogí para mi cambio de vida fue un triple tirabuzón sin red. Triple porqueuno me lleve por delante un matrimonio, dos mi nuevo marido era mi jefe y tres rompí con mi novio de toda la vida.
La caída fue de los mas dulce y comence a vivir una vida que no conocía, pero que continuamente soñaba.
Duplex en pleno centro. Chalet en la sierra. 3 chachas. 2 jardineros. 5 cocineros. 3 perros. 4 coches y dos motos. Multitud de gente que me agasajaba. No me daba tiempo a vaciar cada copa que llenaba. Un telón de acero cayo y me separo de mi antigua vida. Traicione mi pasado. Me daba vergüenza acercarme a mi barrio, a mis raices. El color rojo en mis mejillas saltaba al entrar en la casa de mi madre y la distancia se hizo enorme. Tania la conoce como esa mujer que le da arrumacos en navidad. Conoce mas de la vida de su asistenta peruana que la de su propia abuela. Mi madre saco las espinas de su nombre. Su color rojo paso a blanco y algo se marchito dentro de ella, pero siempre se mantuvo ahi, en un discreto segundo plano.
Es muy importante recordar que el salto fue sin red, la causa un contrato de separación de bienes, que es la consecuencia por la cual me encuentro en esta situación. Bueno eso y una secretaria corta de mente y con una falda mas corta todavía.

Sigo de pie como una estatua con todas mis maletas. Avergonzada intento esconder el logo de Louis Vuitton que tanto me gustaba mostrar a mis antiguas amistades. Todo me echa para atrás. Tengo ganas de salir corriendo. Las manos las tengo sudorosas, mi maquillaje no consigue esconder mis acentuadas ojeras y directamente me están entrando ganas de vomitar. Tania me mira con cara perpleja preguntándose a que esperamos.

Muchas veces había soñado una situación parecida. Yo aparecía con mi coche en una carretera solitaria y perdida en la que no parecía existir nadie más. Estaba parada delante de un semáforo en rojo y el disco no cambiaba de color. Yo no tenía el valor de saltarmelo y esperaba y esperaba. La de noches que tuve esta pesadilla y me despertaba hundida en sudor. Una barrerra imaginaria me impedía avanzar y yo no era capaz de seguir hacia delante. Siempre he sido un mar de dudas e influenciable, muy influenciable. Me costaba dar los pasos en la vida y creo que siempre los he dado con prisas y a la carrera.

El hecho de volver a casa de mi madre conllevaba dar un paso atrás. Volver al lugar de donde escape. El triple mortal ha acabado en aterrizaje forzoso. Ya no puedo mas. Llamo al timbre. Se oye una voz canturreando una canción, se abre la puerta y veo a mi madre. Lleva un pañuelo en la cabeza, chandal de algodón, y una camiseta agujereada. Esta mas vieja, no la reconozco. La ultima vez que la vi tendría 10 kilos mas. Los cuatro pelos que salen del pañuelo muestran unas canas blancas y un pelo descuidado que pocas veces habrán pasado por la peluqueria. Su imagen me evoca ternura al mismo tiempo que un sentimiento de lastima.

“Estoy limpiando, bienvenidas mis mujercitas”- nos dice dandonos un efusivo abrazo a las dos.

Noto un olor a lejia al acercarme a ella y mi primera sensacion es de rechazo. Todas las ventanas estan abiertas y el frio de la calle golpea directo en la piel. Ambiente espartano. Nada de lujos. Veo desde la distancia como mi madre abraza una y otra vez a Tania. Ella sorpresivamente sonrie y recibe con gratitud las muestras de afecto.
Me miro y me averguenzo de mi vestimenta. Por momentos el tono rojo vuelve a mis mejillas. Llevo tacones altos, medias de rejilla, falda con foulard a juego y tres cuartos gris roto. Solo enumerarlo me cuesta.

Me quito el abrigo. Miro a mi madre y le digo: “Mama, estoy contenta de volver a verte”.
Solo me sale eso. Me quedo callada. Petrificada. Avergonzada.

Ella me mira y me dice “Yo tambien, hija, yo tambien”

martes, 16 de noviembre de 2010

Una tarde con don....


Una tarde con don..

Mi mujer me estaba esperando en casa. Yo había salido tarde de trabajar. Y lo peor es que no me había dado tiempo a cambiarme. Entre directo al baño. Me quite los 3 pelos rizados que tenia en la cabeza y solté los restos de liquido que todavía llevaba cima. Creía que ya estaba más o menos decente, pero no, llevaba un poco de lubricante en la suela del zapato. Hacia un ñic ñic al andar. Me limpie con un trapo y ya estaba listo para la vida familiar.

Lo siento dije al entrar en la cocina. Un tío pesado no quería usarme. He esperado diez minutos en un cajón. Estas esperas me ponen nervioso. He oído las típicas excusas.

-“Que no es lo mismo” “Fíate de mi” “No pasa nada”

Pero la chica ha sido dura y le ha soltado un contundente:

-“Pues conmigo no cuentes”. “Que no quiero sorpresas”.

Hoy tenía ganas de trabajar. Yo he permanecido tranquilo y lubricado en mi puesto. Me he dado una loción de fresa y todo. No soy de muchos artificios y moderneces como esas, pero es que el cliente es el que manda. El mercado se está llenando de universitarios con master. Ves su currículum y que si master en superficie estriada, curso para conseguir un grosor mas fino, maestría en máxima lubricación, doctorado en total sensibilidad…. A un cincuentón como yo no le queda más que reciclarse. Pero siempre he sido un buen profesional. Solo he tenido una rotura y fue porque fui a trabajar un día sin dormir después de una boda. No lo vuelvo a repetir. Estos jóvenes de hoy en día solo hacen chapuzas.

Finalmente al chico tras tantos intentos fallidos, le han podido las ganas. No había otro camino para el placer y he visto la luz. Un joven con acne ha abierto el cajón. Sus manos sudorosas casi hacen que caiga al suelo. Era como estar en una pista de hielo. Finalmente me ha cogido con la boca y pedazo mordisco me ha pegado para sacarme del envoltorio. Esto no es normal. Me voy a quejar al sindicato. Las condiciones de trabajo cada vez son peores. Esta juventud no sabe que me puedo romper o que? Y luego tengo que dar parte al seguro! Ha tenido suerte que haya esquivado sus dientes. Bueno y yo con él también. Ha sido un trabajo fácil. 50 segundos de reloj y para casa. La que no estaba tan contenta era ella. Su respuesta ha sido un incredulo“¿Ya esta?”. El hecho un ovillo no podía mirarla a la cara. Estos no se si repiten.

Me gustan estos trabajos fáciles. Pero el otro día tuve que hacer horas extras. Me salió un trabajo para un actor porno que nadie quería. Pero que se le va a hacer. Hay que pagar las facturas. Estuve ahí en el acto del amor por lo menos unas tres horas. Me salieron agujetas por todo el cuerpo y los gritos de ella casi me provocan una sordera. Que mala suerte que se me olvidaran los tapones en casa. Aparte el reuma cada vez es mas molesto. Una vida trabajando entre humedades es lo que tiene. Pero ahí estamos aguantando el tirón.

Uno comienza a no estar para muchos trotes. Tengo ganas ya de coger la jubilación. Mi sueño dorado es que me reciclen en una figurita de látex. Vivir mis últimos días en una balda de una sala de estar. Sin ningún stress. Para mas inri el trabajo últimamente escasea con tanta pildorita de antes y después. Y ya de la iglesia ni os voy a hablar. Mejor les vendría a los curas usarme y ser menos inquisidores. Cualquier día me veo olvidado en la balda de una farmacia. O lo que es peor en un supermercado aguantando esa musiquilla repetitiva todo el día. Mi primo no aguantó más e hizo las Americas. Pero los clubs de castidad le han hecho polvo. Malditos Jonás Brothers. Y en África ni te cuento. Allí trabajan 3. Ya le he dicho a mi hijo que ni se le ocurra seguir mis pasos. Nada de estudiar para condón, que sea vaselina como su abuelo, que la sequedad anal no pasa nunca de moda.

Menos mal que mi mujer es DIU, trabaja en el mismo ramo y me comprende.


miércoles, 10 de noviembre de 2010

Mama. Futbol. Hombre.Pelo en pecho.



Son las dos de la madrugada. No tengo sueño. Sufro un fuerte dolor de cabeza. El típico efecto después de una fuerte y rápida subida de adrenalina. Hoy era el día en el que tenía que tomar una decisión, bueno más bien realizar una declaración, pero todavía no asimilo lo que ha ocurrido.

De pequeño siempre se te plantean diferentes caminos. No sabes muy bien como, pero al final decides. A quien quieres más a papa o mama. Te gusta el fútbol o las muñecas. Eres un hombre o un cobarde ratoncillo. Tienes pelos en el pecho o eres suave. Ríes o lloras. Golpes o caricias. Yo siempre dudaba. Miraba a mi madre. Ella torcía la mirada. Y yo decía.

Mama. Fútbol. Hombre. Pelo en pecho. Risas. Golpes. Y todo de carrerilla. Sin pensar.

Yo era su hombrecito. Su único hombrecito. Digo esto porque mi padre nunca estuvo. Bueno como ella nos contó. Un día salio a por tabaco y no volvió. Como en las películas. Ella era así. Siempre ponía coraza a todo. Creo que lo paso tan mal, que su mente lo olvido. Pero con ello también se llevo sus sentimientos. El hielo emanaba calor a su lado. Y yo sin embargo brotaba sentimientos sin control como una fuente en invierno. Pero ese brote se fue secando. Bueno mi madre puso un tapón en la boquilla de la fuente y me volví frío como ella

El día ha sido muy duro. Un carrusel de sensaciones. He subido y bajado. Mi corazón ha dado vueltas y de poco se sale del pecho. Mi vida después de dar muchas vueltas al final es estable. Pero no siempre ha sido así.

Nunca me falto de nada. Nada físico quiero decir. Lo sentimental era todo caréncias. Mi madre se dedico en cuerpo y en alma en mí. Pero como si de un general se tratara. Vida castrense. Yo era un soldadito que estaba en la guerra de la vida. La vida que es muy mala. Como decía ella. Tenía que Comer bien, Estudiar mucho y Dormir bien. Todo BIEN en abundancia para ser un buen cristiano. Lo de ser cristiano. Lo más importante. El papa Juan Pablo creo que pago medio vaticano con los cuadros que poblaban mi casa. Creo que si no hubiera estado yo. Mi madre habría sido monja. Pero bueno lo de los ideales de mi madre no los quiero ni contar. Rouco Varela es un hombre de izquierdas a su lado. Las palabras aborto, eutanasia, homosexualidad eran palabras prohibidas. Si un día escuchaba una noticia con alguna palabra de estas, había crisis en casa. Ella no podía evitar esconder su cabeza entre sus rodillas y lloraba y lloraba. Pero el colmo es que lloraba aunque la noticia fuera a su favor. El solo hecho de pensar en ello le carcomía la cabeza. Su religiosidad era enfermiza. Pues así fue mi infancia. Me fui inmunizando. Me metí en la rueda. La rueda que siguen todos. Bueno lo que para mi madre eran “todos”. Todos los cristianos de buena familia.

Bautizo. Comunión. Confirmación. Carrera de empresariales. Empresa de importación/exportación boda por la iglesia con mi novia de toda la vida.

El día que nació Cintia fue la primera vez que vi sonreír a mi madre. Su hombrecito había sido padre. Pero aquello no duro. Aquella linda muchacha, se convirtió en un ogro. Todas las caricias se convirtieron en rozaduras. Todo se hizo insostenible. Y aquella relación paso a convertirse en una pesadilla. El día que se lo dije a mi madre, creo que su rostro envejeció 3 años de golpe. Una arruga en su frente, me recuerda siempre a Rosa. Mi primera mujer. La cara de mi madre comenzó a mostrarme el mapa de mi vida.

Intento incorporarme de la cama. Pero veo como mi pareja se abalanza sobre mí. Me mesa los cabellos. Me tranquiliza. Y me dice susurrándome: “Jose Luis, tranquilo, necesitas descansar...”


No lo pase nada bien tras mi divorcio. Deje el chalet familiar. Compre un duplex. Mi nivel de vida no bajo. Mi empresa iba bien. Pero mi vida interior estaba resquebrajada. Mi castillo se hundió. Sinceramente sus cimientos eran de arcilla. Así que tampoco me sorprendió. Mi madre fue agradecida y sensible como siempre. Me ayudo a su estilo. Me hizo el vació. Directamente decidió dejar de hablarme.
Ella decidió juzgarme sin la justa presunción de inocencia. Yo era el culpable del fracaso de mi matrimonio. Yo fui el que hizo que todo fuera mal. Yo fui el que hizo que mi mujer engordara 20 kilos. El que le hizo cambiar de humor. El que hizo que mi hija fuera una rebelde. Lo más triste fue que me lo creí. El sentimiento de culpa pesaba como una losa. Y mi madre había dado su dictamen. CULPABLE.

Imaginar a un hombre desesperado e infeliz que cuelga de un precipicio. Solo se mantiene agarrado frágilmente con una mano a la tierra. Ese hombre espera una ayuda. Alguien que te eche un cable. Pues tu ser más querido te pisa la mano y deja que caigas lentamente.

Intente volver a construir mi vida. Y me centre en lo que se me daba bien. Mi trabajo. No es que me centrara. Me obsesione. Llegue a dormir una semana entera junto a mi escritorio. Mi colchoneta hinchable curaba mis heridas. Comer siempre entre las 4 paredes de mi oficina. Fuera de allí me sentía vacío. Y siempre a mi lado estaba ella. Maria. Mi secretaria. Ella me despertaba por las mañanas con un café. Ella se quedaba a repasar las cuentas. Ella me escuchaba. Ella era como yo. No tenía vida. Y como no pudo ser de otra manera. Entre informe e informe. Entre balance negativo y positivo. Surgió el amor. Y nos casamos. Realmente nuestra vida no cambio. Todo seguía siendo igual. La base era el trabajo. Había cariño. Pero cariño también tengo a mi perro. Lo digo todo con eso. Yo creo que todo fue una excusa. Una excusa para volver a hablar con mi madre. Me costo. Le llame 10 veces. Y las diez veces me rechazo. El odio era algo que guardaba sin necesidad de conservantes. Yo le había fallado. Le había fallado gravemente. Me había divorciado. Recuerdo como si fuera ayer. Cuando a la decimoquinta vez que le llame, me cogió y me dijo:

- “Espero que lo que me quieras decir es que te has muerto, sino te cuelgo ya”
- “Mama, NOOO, tengo que contarte algo importante!
- ¿Te has muerto o no?
- Mama, me caso y ella se llama Maria.

Durante 15 largos y duros segundos no dijo nada. Y finalmente espeto:

- Mañana voy a tu casa, que tenemos muchas cosas que preparar, hijo.

Aquello comenzó a funcionar de nuevo. Yo era “feliz”. Tenía mi trabajo. Tenía a mi mujer. Y tenía de nuevo a mi madre. Que aunque fuera un ogro. Era mi madre. Y mi única familia. Todo discurría como un reloj suizo. Trabajar y trabajar. Y un domingo al mes íbamos a la casa de la sierra los 3. Monotonía pura y dura.

Pero todo se trunco. Un DIA Maria dijo la palabra fatídica: HIJOS.

Era como querer ganar la lotería sin comprar un décimo. Mi única opción es que se repitiera el milagro de la Biblia. Pero yo no era Jose ni ella la virgen Maria. Así que ella se quedo con la empresa. Todo mi dinero. Y lo mas importante mi vida. A mi querida madre le salieron patas de gallo. El pelo se le quedo blanco. Y volvió de nuevo el voto de silencio.

Me mude a un loft compartido en un polígono industrial. Fue lo más barato que encontré. Estaba arruinado por dentro y por fuera. Pero no hay mal que por bien no venga. Conocí a Rebeca. Ella era la propietaria. Artista multifuncional. Hacia un poco de todo. Escultura. Pintura. Perfomances. Moderneces. Lo que siempre odie. O más bien lo que hicieron que odiara. Vendí todo lo que tenia. Y me dedique a vivir la vida. A salir de fiesta. A ser feliz. Los amigos de Rebeca eran mis amigos. Gente abierta. Bohemia. Sin tapujos. Que estrujaban la vida. Y en este ambiente. Conocí a mi pareja actual.

Y esa es la base y la causa de la decisión que he tomado esta noche. He quedado con mi madre para cenar. Ella se creerá que le voy a decir que me caso. Si, tengo que contarle que tengo nueva pareja. Pero ella no sabe que es un hombre. De momento no me caso. Y se llama David.

Estaba nervioso como un flan. Me había vestido lo más masculino que había podido. Me temblaban las canillas. Las manos me sudaban. Una sequedad aguda en la garganta me hacia rellenar la copa de vino de forma convulsiva.

Finalmente mi madre llego. Ella. Impasible. Vestida de negro y gris. Sin una mínima muestra de color. Toda sobriedad. Me soltó toda una serie de retahílas casi sin sentarse.

- Estas delgado. Tienes ojeras. Tienes que comer más. Tienes que vestir más elegante. Pareces un veinteañero. Tienes que sentar la cabeza. No se que vas a hacer en la vida. Sollozos. Cuéntame lo que tengas que contarme. Pero que sea bueno, por favor...

En total estado de colapso, solo pude decir lo siguiente:

- Papa. Muñecas. Cobarde ratonzuelo. Suavidad. Llorar. Caricias.

Todo seguido y de golpe. Lo que siempre soñé y quise decir de pequeño. Y después de la hombría declaración de mis sentimientos, me desmaye vilmente como una damisela.

Una ambulancia vino al restaurante. Y aquí estoy tumbado en la cama de un hospital con mi querido David. Mi madre cree que estoy loco. Pero algo se huele. No he conseguido salir del armario, pero he abierto un cajón de la cómoda. No se gana la guerra en un día. Y más en una guerra como la mía. Lo mas parecido a la III Guerra Mundial y con mi madre en el rol del nuevo Hitler.

- ¿A que si David? - Le pregunto con cara de bueno.
- Claro mi amor – dice con dulzura.

viernes, 29 de octubre de 2010

La Rueda



Viernes.5 de la tarde.

El ruido del aire acondicionado resuena de fondo. Posiblemente es lo mas gratificante que he oido en todo la tarde. Las voces de la gente en la oficina rebotan en mis oidos. Las agujas del reloj se mueven lentamente. Parece que aprovechan para detenerse cada vez que no las miro. Mi traje desgastado va a tono con mis ganas de trabajar. Soy un autómata. Hago las cosas sin pensar. Me retoco la corbata que me esta ahogando. Suspiro largo. Vuelvo a mirar a la pantalla. Solo tengo un pensamiento. Salir de esta jaula oxidada.

7 de la tarde.

Apago el ordenador. Salgo como un relámpago hacia el ascensor. 7 y dos minutos. Estoy en mi coche. Pongo a tope la radio. El locutor justo grita “Empieza el fin de semana!”. Sonrió y acelero hacia mi casa. Tengo ganas de arrancarme el traje. Es como un sarpullido que me molesta.

9 de la tarde.

Estoy en la calle. Pantalones rotos, zapatiilas y camiseta. Me dirijo al bar de siempre. Al entrar Mirko, el camarero, me saluda. Parece como si fuera un amigo de toda la vida. Chasqueo la lengua y le digo un “¿Qué tal hermano?” Suena más falso que la honestidad de un político. El me alarga la mano y las chocamos. Esta parafernalia me hace gracia. Parecemos niggers de las películas del bronx. Tras un par de preguntas huecas, voy al grano. Bueno más bien al gramo. Intercambiamos billetes por mercancía y salgo con prisa del lugar. He quedado con unos amigos.


11 de la noche.


Atravieso el hall de la casa. Se oyen risas de fondo. Buen ambiente asegurado. Me reciben como Papa Noel. Yo reparto los regalos. Mientras ellos sacan una bandeja, yo saca un billete. Vuelvo a ser un autómata. Pero ahora estoy feliz. Noto como mi corazón se acelera. Me siento eufórico. Me apetece hablar y hablar. Voy devorando copas. Las botellas se acaban. La conversación va subiendo de tono. Gritamos. Y gritamos mas. La música se deja de oir .Mi amigo nos echa “amablemente” de su casa.

2 de la madrugada.

De un pub a otro. Copas y mas copas regados de conversaciones vacias. ¿Garrafon? !Que mas da! Viajes furtivos al baño. Risas descontroladas. Flirteo con una chica. Le cuento chistes que no recuerdo ni recordare. Ella sonrie. Ella suelta carcajadas. Ella se va. Solución a la tristeza: vuelta al baño.

5 de la madrugada

La noche se va esfumando en mis manos. Todo se va complicando. Me siento indefenso. De momento me acuerdo de todo. Pero alguien me pasa un cigarro de contenido no identificado. No lo rechazo. Una profunda bruma comienza a cubrir mi noche. Estoy confundido. Voy viendo todo por una mirilla que se hace mas y mas pequeña. Hasta que llega el negro absoluto.

Hora indeterminada

Me despierto. No se donde estoy. La cabeza me duele. Prácticamente le falta poco para estallar. Un dolor como un taladro atraviesa mi sien. No recuerdo nada aunque intento recordar. Chasqueo la lengua. Tengo la garganta seca. Como una lija. Un regusto a agrio recorre mi garganta. Creo que ayer bebí algo más que agua. Intento respirar. No puedo. Mis fosas nasales están atascadas. La noche ha sido dura.
Miro a mi izquierda y veo dos filas de una sustancia de un color que no reconozco. Por momentos me encojo del miedo. Miro a mi derecha. Una chica de pelo rubio esta tumbada a mi lado. La noche no ha ido tan mal, pienso. Levanto las sabanas. Veo que tengo los pantalones bajados. Pero llevo toda mi ropa. Hasta las zapatillas. Parezco un quinceañero. Levanto la sabana suavemente. Veo ante mis ojos un cuerpo escultural. Alargo la mirada y sorpresa. No es una chica. Me entra un sudor frio. Tengo ganas de desaparecer. Una bola en forma de angustia no me deja respirar. Dudo por unos segundos. Pero actuo al instante. Me tengo que ir de alli de forma inmediata. Me incorporo con fina delicadeza. Deseo que no se despierte. No quiero que me cuente nada. No quiero intercambiar una sola palabra con esa mujer. Quiero decir hombre. Cierro la puerta con precisión de cirujano. Una vez en el pasillo corro sin control. Abro la puerta del portal. Me paro. Me apoyo en la pared. Y respiro profundamente. Ya ha pasado.

12 de la mañana.

Ojeras. Olor a tabaco. Camiseta con lamparones de alcohol. Rastros de suciedad en las manos. Y sin un duro. Rastreo los bolsillos y me encuentro una santa moneda de dos euros. Entro en la primera boca de metro que encuentro. Directo para casa. No me acuerdo lo que he hecho. No me siento nada bien. Sentimiento de culpa total. No vuelvo a salir. Lo juro. Abro las sabanas de mi cama. Me meto en ellas. Espero que todo sea un sueño. Mi cama reparadora. Necesito olvidar. Me duermo rendido.

Lunes. Vuelta a la Rutina. Depresion. No vuelvo a salir en meses.
Martes. Informes. Aguantar la cara de mi jefe. No quiero fiestas.
Miércoles . Reuniones Monotonía. No me llameís.
Jueves. Mas informes. Desidia total. Me quedo en casa
Viernes. Presentaciones. Apatia.

Son las 8 y estoy en la barra del bar de Mirko. Le saludo con un falso choque de manos. La rueda vuelve a girar.

miércoles, 9 de junio de 2010

Relatos al Plato

Bueno el blog andaba un poco parado, pero todo tiene una explicacion. Tengo un par de relatos en proceso, pero no he podido dedicarle suficiente tiempo.
Todo se debe a que estamos preparando un pequeño acto cultural de lectura de Relatos.


RELATOS AL PLATO
9 de Junio
Sala de Exposiciones.
CC. EL Pilar


Todo al que le apetezca, sera bienvenido.


viernes, 28 de mayo de 2010

UN HOMBRE TRANQUILO

amor, historia, relato, sueños, violencia
UN HOMBRE TRANQUILO.
Version Definitiva 
Abro los ojos. No se donde estoy. La cabeza me duele. Prácticamente le falta poco para estallar. Un dolor como un taladro atraviesa mi sien. No recuerdo nada. Noto como el frío suelo toca mi piel. Intento incorporarme. Pero al moverme me duelen todos los músculos. Intento recordar. Lo veo todo oscuro. Chasqueo la lengua .Tengo la garganta seca., como una lija. Un regusto  agrio recorre mi garganta. Creo que ayer bebí algo más que agua. ¿Qué es lo que he hecho?  Tengo un mal presentimiento. Noto como las pulsaciones me van subiendo. Mi corazón rebota contra el suelo. Un sudor frío comienza a recorrer mi espalda.
Intento incorporarme, pero mi propio ímpetu me puede. He chocado contra la esquina de lo que parece un mueble. Me encuentro en territorio hostil. Un territorio que no conozco. Grito con fuerza desesperado y pruebo otra vez a levantarme., pero tengo tal mareo por el golpe que caigo de nuevo. Me toco la cabeza y noto que la sangre fluye a borbotones. Respiro hondo y trato de tranquilizarme. El dolor del golpe parece haber apaciguado el resto de dolencias. La sangre sigue fluyendo y comienza a llegar a mis agrietados labios. Noto el sabor salado en mi lengua. Es una sensación extraña pero alivia mi boca reseca.
La penumbra no me deja ver bien, aunque vislumbro que enfrente de mi hay una persiana. La luz atraviesa tímidamente sus rendijas, creando en la habitación un mosaico de luces y sombras. Parece que por lo menos es de día. Me arrastro por el suelo. Me da miedo incorporarme por miedo a volver a caer. Llego a la persiana. Me levanto apoyándome en una rugosa pared de gotéele que marca mis manos. Parece que esta vez mi cuerpo supera la ley de la gravedad. Hago un sobreesfuerzo y consigo tirar de la cuerda de la persiana. Una luz cegadora entra por la ventana. Me cubro la cara, pero no soy capaz de ver nada. Doy la espalda a la luz  y mis ojos se van adecuando a la luminosidad. De repente veo que un reguero de sangre recorre la habitación. Un camino rojo intenso recorre un parqué marrón carcomido por el tiempo.
La estancia se me hace más y mas conocida, un chispazo eléctrico llega a mi cerebro. Es la casa de mis suegros. En ese mismo instante me reflejo en un espejo y veo que toda mi ropa está destrozada. Mi camiseta es un mar de jirones. Manchas pegajosas y secas recorren mi pantalón y mi camisa. Mi aspecto es terrorífico. Algo he hecho y creo que no puede ser bueno. Las piernas me tiemblan. Abrumado por todo, estoy a punto de caer de nuevo. Pongo mi rodilla en tierra. Me cubro la cara con la mano y un gruñido de desesperación sale de mi boca. Esto no puedo ser verdad. Vuelvo a levantar la cabeza e inspecciono de nuevo la habitación. Observo un desastre total. Los muebles están rotos,  las paredes  rasgadas. Todo a juego con los múltiples moratones que tengo en el cuerpo.
En una esquina se vislumbran unos objetos brillantes. Me acerco y veo dos cuchillos de carnicero. Como mi ropa tienen pegados restos de sangre seca. Me palpo, me toco el vientre y la espalda. No veo que tenga ninguna herida. Esa sangre no es mía. Yo no soy la víctima. Ruego por no ser el verdugo. Un sentimiento de culpa inunda mi mente.
Parece como si un cuerpo hubiera sido arrastrado por el suelo. El rastro termina y se detiene en la puerta. Me aproximo temeroso e intento abrir la puerta. Esta bloqueada. Intento abrirla pero soy incapaz. Doy un paso atrás y la golpeo con el hombro. Ha sido como chocar contra un muro. Mis huesos vuelven a crujir. Siempre he sido un poco enclenque. Cambio el golpe de hombro por una certera patada y la puerta se viene abajo. Veo como el reguero sigue por todo el pasillo. Lo recorro como si fuera un reo antes de la pena de muerte y llego hasta la cocina.
Asomo mi cabeza y me encuentro con la peor estampa que podría imaginar: una sartén chisporretea vacía sobre un aceite negro como el carbón, e inunda la estancia de un humo negro y tétrico. Mi mujer yace tumbada en el suelo. Su cuerpo esta atravesado por decenas de cuchilladas. La escena me produce tal desasosiego que una arcada esta a punto de provocar que vomite contra el suelo. Trago una ácida saliva, me quedo petrificado y no se que hacer. Quiero gritar pero tengo las cuerdas vocales paralizadas. Me arrodillo y le levanto la cabeza. Pongo la palma de mi mano sobre su pecho y noto que su corazón ha dejado de latir. Veo que sus ojos fijos sin vida me miran. Me estremezco. Con suavidad cierro sus parpados y le doy un beso en la mejilla. Su piel esta caliente todavía. Una bola en mi garganta no me deja respirar. Los ojos me brillan. Una fina lágrima recorre mi mejilla. Me desespero, la aprieto con fuerza y las lágrimas recorren a borbotones mi cara. De nuevo el sabor salado llega a mis labios como el de la sangre en la caída. Grito desesperado una y otra vez. Me quito los restos que quedan de mi camisa. La tiro al suelo. La pisoteo y saco toda la rabia contenida del momento. Pasados diez minutos mis ojos rojos ya no pueden llorar más y un tremendo escozor recorre mi cara.
No he podido ser yo. Nunca he sido violento. Soy un tipo tranquilo. No llego a comprender como he llegado a esta situación. Las secuelas físicas y mentales me están agotando. Mi cerebro no sabe como actuar. Mis fuerzas comienzan a flaquear. La culpa me asfixia. El pecho me aprieta como si tuviera un ataque al corazón. Caigo rendido junto al cuerpo de mi mujer. Me siento indefenso como una tortuga sin caparazón. Veo que mi vida se ha acabado para siempre. Los parpados me comienzan a pesar más y más hasta que caigo en un profundo sueño.

Rubén se acaba de despertar. Hay un total silencio en la casa. Prácticamente no entra luz por las rendijas de la persiana. Mira la hora esperando que todavía queden unas horas hasta que tenga que levantarse, pero la tranquilidad se interrumpe…..empieza a sonar la radio. El despertador se ilumina y puede ver que son las siete. Mira al techo y se desespera. Le da la sensación de haber dormido cinco minutos. Su cuerpo parece querer hundirse en el colchón y esconderse de esta vida. Se oye la voz seca de un locutor dando las noticias del día. Parece que, como a él, la desgana se ha apoderado su espíritu. Sus palabras le entran por los oídos, pero no llegan a ser procesadas por su cerebro. Al final todo queda reducido a un murmullo inteligible que se pierde entre las cuatro paredes de la habitación.
Abre los ojos de forma dubitativa. Se despereza con vagancia y finalmente se sienta en el borde la cama. Se rasga los ojos con las yemas de los dedos en un intento de que su cuerpo empiece a despertarse. Insiste como si el hecho de intentar sacarse los ojos fuera la primera tarea del día. Otro día igual con las mismas noticias deprimentes. Se tira con fuerza de sus lacios pelos de la cabeza. Se mira la mano y ve que entre sus dedos se han quedado unos mechones castaños. Se retuerce por dentro. Piensa en volver a meterse en la cama y que sus sabanas le protejan de esta vida que no le aporta nada.
En la oscuridad de su habitación un fogonazo golpea su cerebro. Recuerda la imagen de su mujer que yace en el suelo desangrada. El recuerdo esta borroso. No puede ser verdad. Se intenta convencer que todo es producto de su imaginación. Se confunde con alguna escena que ha visto en la tele, seguro. La secuencia se va enfocando. La confusión se convierte en nitidez y una mueca de pavor aparece en su cara. Se estremece. No puede ser posible. Un sudor frió comienza a recorrerle la espalda. Su corazón se acelera. Parece que quiere salir de su pecho. Comienza a sudar. Más y más. Era verdad. Ha matado a su mujer. Quiere morir. La angustia le invade y el stress acelera por el carril central de su vida. Un sentimiento de culpa recorre todo su cuerpo. No ha podido ser el. Últimamente las cosas no les iban bien. Ella pasaba mucho tiempo con Adrian su jefe. Muchas veces los celos le destrozaban por dentro, pero su confianza en ella le hacía superar los problemas. Eso si, el camino hacia la reconciliación tenia muchas paradas, discusiones y suspiros en silencio. Las cosas no podían ser tan complicadas. Las sabanas que le protegían comienzan a asfixiarle. Comienza a hundirse en una profunda depresión. La sensación de tristeza comienza a convertirse en pavor. Tiene todas las papeletas para ser el asesino.
Piensa en sus hijos. No podrá nunca volver a mirarles a la cara. Imagina como se clava sobre su nuca la mirada de su madre cuando va camino de la cárcel. Ve la cara de desaprobación y vergüenza de su padre, su mentor, el que le enseñó como actuar ante los problemas. Siempre que escuchaba una noticia de violencia sobre las mujeres, se dirigía imaginariamente al agresor y espetaba en voz alta: “Dispárate primero a ti y deja a tu mujer que viva su vida”. El solía asentir con la cabeza con un sentimiento de total aprobación. Ha traicionado todos sus principios.
Su vida estalla en mil pedazos. Se queda en blanco. Una gota recorre lentamente su frente., se ve como cae a cámara lenta e intenta interceptarla torpemente con sus manos. Pero se escurre entre sus dedos, se le escapa y se deshace contra el suelo. Como su vida.
No oye nada. Es como si le hubieran perforado los tímpanos. De repente el silencio se corta. Escucha un pitido fino y constante.  Parece oírse un ruido en el baño. Se abre el grifo de la ducha. Oye cantar una voz que le suena conocida. Es Marta.
Sus oídos se abren como una presa que suelta todo su caudal. Puede oír silaba a silaba cada palabra que canta Marta. Cada nota libera la presión que notaba en su pecho. Respira profundamente y recibe los restos de perfume de su mujer impregnados en la sabana que le cubre. Un gran peso desaparece de su cuerpo. Está viva. Todo ha sido un sueño. El sudor que antes hervía su piel, le proporciona un grato calor. Se siente bien. Se siente feliz. La serenidad vuelve a su cuerpo.
Marta te cuidaré. Nunca te haré daño. Nunca.
Entra en una dulce calma. El latido de su corazón se ralentiza. Todo va a ir bien. Su vida es un trasatlántico que camina a velocidad de crucero hacia la felicidad. De repente ese iceberg a la deriva se ha deshecho en un mar tranquilidad. Piensa en volver a meterse en la cama y que sus sabanas le protejan. Que no le vuelva a pasar nada malo. Su tranquilidad dura poco. El móvil de Marta vibra sobre la mesilla y se oye el tono de entrada de un sms. La curiosidad que mato al gato le acecha.
Piensa, hoy he tenido suficientes sobresaltos, no seas masoca. No lo leas. Respeta su privacidad.
Pero la tentación le puede. Coge el móvil y pulsa dos veces el botón central. El contenido del sms cae como un jarro de agua fría.
“Hola, Marta! Te espero en la habitación del hotel después de comer. Te necesito. Quiero verte de nuevo y siempre. Adrian”
Relee el mensaje, cada letra es una estaca que se clava directamente en su corazón. Clava su mirada en la frase “verte de nuevo”. Se retuerce. Su cerebro es un carrusel de sensaciones. La ira se apodera de el. Se incorpora. Reflexiona. Todo es incertidumbre en este momento., pero el siempre ha sido un tipo tranquilo.

viernes, 23 de abril de 2010

UN HOMBRE TRANQUILO

UN HOMBRE TRANQUILO.
Version 1

Abro los ojos. No se donde estoy. La cabeza me duele. Prácticamente le falta poco para estallar. Un dolor como un taladro atraviesa mi sien. No recuerdo nada. Noto como el frío suelo toca mi piel. Intento incorporarme. Pero al moverme me crujen todos los músculos. Intento recordar. Lo veo todo oscuro. Chasqueo la lengua Y me pregunto: “¿Qué es lo que he hecho?”Tengo la garganta seca. Es como una lija. Un regusto a agrio recorre mi garganta. Creo que ayer bebí algo más que agua. Tengo un mal presentimiento. Noto como las pulsaciones me van subiendo. Mi corazón rebota contra el suelo. Un sudor frío comienza a recorrer mi espalda.
Intento incorporarme, pero mi propio ímpetu me puede. He chocado contra la esquina de lo que parece un mueble. Me encuentro en territorio hostil. Un territorio que no conozco. Grito con fuerza desesperado y pruebo otra vez a levantarme. Pero tengo tal mareo por el golpe que caigo de nuevo fulminado. Me toco la cabeza y noto que la sangre fluye a borbotones. Respiro hondo y trato de tranquilizarme. El dolor del golpe parece haber apaciguado el resto de dolencias. La sangre sigue fluyendo y me comienza a llegar a la boca. Noto el sabor salado en mi lengua. Es una sensación extraña pero alivia mi boca reseca.
La penumbra no me deja ver. Pero entreveo que enfrente de mi hay una persiana. De sus rendijas sale una fina luz. Parece por lo menos que es de día. Me arrastro por el suelo. Me da miedo que al incorporarme vuelva a caer. Llego a la persiana. Me levanto apoyándome en una rugosa pared de gotéele que marca mis manos. Parece que esta vez mi cuerpo supera la ley de la gravedad. Hago un sobreesfuerzo y consigo tirar de la cuerda de la persiana. Un luz cegadora entra en por la ventana. Me cubro la cara, pero no soy capaz de ver nada. Doy la espalda a la ventana y mis ojos se van adecuando a la luminosidad. De repente veo que un reguero de sangre recorre la habitación. Un camino rojo intenso recorre un parqué marrón carcomido por el tiempo.
La estancia se me hace más y mas conocida, Un chispazo eléctrico llega a mi cerebro. Es la casa de mis suegros. En ese mismo instante me reflejo en un espejo y veo que toda mi ropa esta deshilachada. Mi camiseta es un mar de jirones. Manchas pegajosas y secas recorren mi pantalón y mi camisa. Mi aspecto es terrorífico. Algo he hecho y creo que no puede ser bueno. Las piernas me tiemblan. Abrumado por todo, estoy a punto de caer de nuevo. Pongo mi rodilla en tierra. Cubro mi cara con mi mano y un gruñido de desesperación sale de mi boca. Esto no puedo ser verdad. Vuelvo a levantar la cabeza e inspecciono de nuevo la habitación. Observo un desastre total. Los muebles están rotos. Las paredes estas rasgadas. Todo va a juego con los múltiples moratones que tengo en el cuerpo. En una esquina se vislumbra unos objetos brillantes. Me acerco y veo dos cuchillos de carnicero. Como el suelo tienen pegados restos de sangre seca. Me palpo, me toco el vientre y la espalda. No veo que tenga ninguna herida. Esa sangre no es mía. Yo no soy la victima. Suspiro por no ser el verdugo. Un sentimiento de culpa inunda mi mente.
Parece como si un cuerpo hubiera sido arrastrado por el suelo. El rastro termina y se detiene en la puerta. Me aproximo temeroso e intento abrir la puerta. Esta bloqueada. Intento abrirla pero soy incapaz. Doy un paso atrás y la golpeo con el hombro. Ha sido como chocar contra un muro. Mis huesos vuelven a crujir. Siempre he sido un poco enclenque. Cambio el golpe de hombro por una certera patada y la puerta se viene abajo. Veo como el reguero sigue por todo el pasillo. Lo recorro como si fuera un reo antes de la pena de muerte y llego hasta la cocina.
Asomo mi cabeza y me encuentro con la peor estampa que podría imaginar. Una sartén chisporretea vacía sobre un aceite negro como el carbón, e inunda la estancia de un humo negro y tétrico. Mi mujer yace tumbada en el suelo. Su cuerpo esta atravesado por miles de cuchilladas. La escena es dantesca. Trago saliva, me quedo petrificado y no se que hacer. Quiero gritar pero tengo las cuerdas vocales paralizadas. Me arrodillo le levanto la cabeza. Pongo la palma de mi mano sobre su pecho y noto amargamente que su corazón ha dejado de latir. Veo que sus ojos fijos sin vida me miran. Me estremezco. Suavemente cierro sus parpados y le doy un beso en la mejilla. Esta caliente todavía y lloro amargamente. Una fina lágrima corre mi mejilla. Me desespero, la aprieto con fuerza y las lágrimas recorren a borbotones mi cara. De nuevo el sabor salado llega a mis labios como el de la sangre en la caída. Grito desesperado una y otra vez. Las cosas no pueden ser tan complicadas. Me comienzo a hundir en una profunda depresión. Me quito los restos que quedan de mi camisa. La tiro al suelo. La pisoteo y saco toda la rabia contenida del momento. Pasados diez minutos mis ojos rojos ya no pueden llorar más y un tremendo escozor recorre mi cara.
La sensación de tristeza comienza a convertirse en pavor. Tengo todas las papeletas para ser el asesino. No he podido ser. Últimamente las cosas no nos iban bien. Ella pasaba mucho tiempo con Adrian su jefe. Muchas veces los celos me destrozaban por dentro. Pero mi confianza en ella me hacia superar los problemas. Eso si el camino hacia la reconciliación tenia muchas paradas en discusiones y suspiros en silencio. Nunca he sido violento. Soy un tipo tranquilo. Siempre que escuchaba una noticia de violencia de genero, me dirigía imaginariamente al agresor y espetaba en voz alta: “Disparate primero a ti y deja a tu mujer que viva su vida”. No llegaba a comprender como había llegado a esta situación. Los golpes físicos y mentales me estaban agotando. Mi cerebro no sabe como actuar. Mis fuerzas comienzan a flaquear. La culpa me asfixia. El pecho me aprieta como si tuviera un ataque al corazón. Caigo rendido junto al cuerpo de mi mujer. Me siento indefenso como una tortuga sin caparazon. Veo que mi vida se ha acabado para siempre. Los parpados me comienzan a pesar más y más hasta que caigo en un profundo sueño.

Me despierto. Hay un total silencio en la casa. Prácticamente no entra luz por las rendijas de mi persiana. Miro la hora esperando que todavía queden unas horas hasta que tenga que levantarme. Pero upppss…..empieza a sonar la radio. Mi despertador se ilumina y puedo ver que son las 7. Miro al techo y me desespero. Me da la sensación de haber dormido cinco minutos. Mi cuerpo parece querer hundirse en el colchón y esconderse de esta vida. Oigo la voz seca de un locutor dando las noticias del día. Parece que como a mí, la desgana se ha apoderado su espíritu.

Sus palabras me entran por los oídos, pero no llegan a ser procesadas por mi cerebro. Al final todo queda reducido a un murmullo inteligible que se pierde entre las 4 paredes de la habitación. Abro los ojos de forma dubitativa. Me desperezo con vagancia y finalmente me siento en el borde la cama. Me rasgo los ojos con las yemas de los dedos en un intento de que mi cuerpo empiece a despertarse. Insisto como si el hecho de intentar sacarme los ojos fuera la primera tarea del día. Me pongo a pensar y digo otro día igual con las mismas noticias deprimentes. Me tiro con fuerza de mis lacios pelos de la cabeza. Me miro la mano y veo que entre mis dedos se han quedado unos mechones castaños. Me retuerzo por dentro. Pienso en volver a meterme en la cama y que mis sabanas me protejan de esta vida que no me aporta nada. En la oscuridad de mi habitación un fogonazo golpea mi cerebro. Recuerdo la imagen de mi mujer que yace en el suelo desangrada. Me estremezco. Era verdad. No puede ser posible. Comienza a recorrerme un sudor frió por la espalda. Mi corazón se acelera. Parece que quiere salir de mi pecho. Comienzo a sudar. Más y más. Quiero morir. La angustia me apodera y el stress acelera por el carril central de mi vida. Un sentimiento de culpa recorre todo mi cuerpo. Pienso en mis hijos. No podré nunca volver a mirarles a la cara. Imagino como se clava sobre mi nuca la mirada de mi madre cuando voy camino de la cárcel. Veo la cara de desaprobación y vergüenza de mi padre, mi mentor, el que me enseño como actuar ante los problemas. Mi vida estalla en mil pedazos. Me quedo en blanco. Una gota recorre lentamente por mi frente y cae lentamente al suelo. Veo como cae a cámara lenta. Intento interceptarla entre mis manos. Pero se escurre entre mis dedos. Se me escapa y se deshace contra el suelo. Como mi vida. No oigo nada. Es como si me hubieran perforado los tímpanos. Oigo un pitido fino y constante.
De repente el silencio se corta, me parece oir un ruido en el baño. Se abre el grifo de la ducha. Oigo cantar una voz que me suena conocida. Es Marta. Un gran peso se desaparece de mi cuerpo. Esta viva. Todo ha sido un sueño. El sudor que antes hervía mi piel, me proporciona un grato calor. Me siento bien. Me siento feliz. Marta te cuidare. Nunca te haré daño. Entro en una dulce calma. El latido de mi corazón se ralentiza. Todo va a ir bien. Mi vida es un trasatlántico que camina a velocidad de crucero hacia la felicidad. De repente ese iceberg a la deriva se convierte en una total tranquilidad. Pienso en volver a meterme en la cama y que mis sabanas me protejan. Que no me vuelva a pasar nada malo.
Mi tranquilidad dura poco, el móvil de Marta vibra sobre la mesilla y oigo el tono de entrada de un sms. La curiosidad que mato al gato me acecha. Pienso, hoy he tenido suficientes sobresaltos, no seas masoca. No lo leas. Respeta su privacidad. Pero la tentación me puede. Cojo el móvil y pulso dos veces el botón central. El contenido del sms cae como un jarro de agua fría.
“Hola, Marta! Te espero en la habitación del hotel después de comer. Te necesito. Quiero verte de nuevo y siempre. Adrian”
Releo el mensaje, cada letra es una estaca que se clava directamente en mi corazón. Clavo mi mirada en la frase verte de nuevo. Me retuerzo. Mi cerebro es un carrusel de sensaciones. La ira se apodera de mí. Me incorporo. Reflexiono. Todo es incertidumbre es este momento. Siempre he sido un tipo tranquilo.







miércoles, 14 de abril de 2010

CAMPAMENTO DE VERANO


CAMPAMENTO DE VERANO
Version1.Escrita en los 30 min del curso.

12 años. Tímido. Costaba sacarme las palabras. Siempre debajo de las faldas de mi madre. Un autentico aventurero de salón. Tal vez mis viajes imaginarios me conducían a tierras lejanas. Pero mis aventuras no iban más allí de las 3 calles de mi barrio. Era el personaje de aventuras que cualquier ávido lector desea para cuando esta falto de sueño. Pero mi tranquila vida iba a recibir un mortal golpe en su centro de sujección. Mi madre, mi sustento, mi paraguas ante las adversidades un día me dijo la palabra fatídica:CAMPAMENTOS DE VERANO.
Era toda una entelequia para mí.
¿Qué voy a hacer yo allí?¿Con quien me encontrare?¿Quien me atara los cordones de los zapatos?
Este era un dato muy importante y que no quiero olvidar. No sabía atarme los cordones de los zapatos. Era como mandar a un marinero a alta mar y que este no supiera nadar.
Por un momento me sentí indefenso y deseando que todo fuera un sueño. Creo que mi madre vio mi cara de pavor e intento tranquilizarme espetando la siguiente frase:

-“Tranquilo, todo el mundo se lo pasa bien en campamentos...”

Un frió sudor recorrió mi espalda.¿Todo el mundo?¿Perteneceré yo a ese mundo?¿Ese mundo es mejor que el jardín de mi barrio?
Como buen hombrecito valiente del siglo XX no dije que no quería ir y respondí con un lacónico pero ilusionante: "Bien, pues iré!".

Los días pasaban y se acercaba el día fatídico. El destino era Tortosa. Es gracioso porque ahora cuando hago un viaje paso meses preparándolo. Leo. Compro guías de viaje. Busco referencias. Restaurantes. Opiniones varias. Aquello fue enfrentarse al toro a pecho descubierto. Si me hubieran dicho tienes que ir a un bonito sitio en Polonia llamado Augstwich. Yo hubiera respondido con un convincente SI. Inconsciencia pura y dura.
El momento llego. Todavía recuerdo aquel instante. Yo subido en un autobús. Mi bolsa en el maletero. Mirando por el espejo y mis padres despidiéndose con la mano. El autobús arranca. Mi corazón se acelera. Mi paraguas se aleja. Más y más. Ya no lo veo y zas comienza la aventura. Es entonces cuando comienzo a plantearme. ¿Qué hago yo en este viaje? Miro a mi derecha y veo a un chico con la misma cara asustada que tengo yo. Eso me da seguridad. No soy el único que ha caído en la leonera. Intercambio lacónicas palabras con el y así el viaje va avanzado. Veo que el golpe es real. No tengo escapatoria. Esta noche no dormiré en mi cama. La angustia me apodera. Mi estado de ánimo comienza a subir y bajar como dientes de sierra. Estoy contento. Estoy triste. Estoy contento. Estoy triste. Eso si, mi nivel de angustia va a aumentando a medida que el autobús va devorando los kilómetros. Los ojos se me ponen rojos. Disimulo. Miro hacia arriba. Finalmente escondo mi angustia y cierro los ojos. Sueño que estoy en casa y me tranquilizo. Pero craso error, los vuelvo abrir y veo de nuevo la cruda realidad en la que me encuentro. Una pequeña lagrimita recorre mi mejilla. Me digo: "No seas así, se fuerte." Pero las canillas me tiemblan. Me cubro el rostro con las manos. Escondo mi ansiedad de volver a mi rutina. Consigo tranquilizarme. Poco a poco me abstraigo de este terrible viaje y consigo dormirme. Duermo profundamente. La tranquilidad de nuevo se establece.
Pas, pas….Noto unos golpes en mi hombro. Me desperezo y me veo solo en el bus. Un monitor me dice que hemos llegado. Bajo dubitativo y me uno al grupo. Reparto de literas. Me veo en una amplia habitacion llena de frías camas de dos pisos. Me asignan una. Me siento en ella con mi maleta. Empiezo a llorar. No puedo parar. Berreo. Los ojos se me ponen rojos. La angustia sale por mis poros. Lo recuerdo como si fuera ayer. De repente un chaval pecoso se ríe. Veo como me mira con cara burlona. Y de repente le grita a otro de forma socarrona.

-"Otro que echa de menos a su madre!!!!"

Me quedaban 15 días de sufrimiento.

martes, 30 de marzo de 2010

Microrrelato: RUTINA


RUTINA



El día que
cumplió 45 años, la señorita Ernestina decidió deshacerse de todos sus recuerdos. Por una vez en la vida tomó la férrea decisión de romper las correas que la tenían atada a su anodina y rutinaria vida. Antes de empezar, chasqueó la lengua y dudó por unos segundos que era lo primero de lo que se quería deshacer. Empezó por olvidar a sus padres. Aquellas personas que le cohibieron en su juventud, que no le dejaron vestirse a su manera, estudiar la carrera que quiso y salir aquel día que sus amigas celebraban una gran fiesta. A continuación tiro por la ventana el recuerdo de su marido. Aquel hombre soso y huraño con el que se casó porque no había otro y que no le hizo feliz. Y por ultimo borró de su mente a sus dos hijos. Dos personajes egoístas que solo pensaban en ella cuando necesitaban una canguro. Un gran peso que le ahogaba abandonó su cuerpo y comenzó a sonreír. Su sonrisa se fue haciendo más y más grande. La felicidad le saciaba. Sus dientes escondidos comenzaron a ver la luz tras muchos años de penumbra. A partir de ese momento comenzaría a tomar las riendas de su vida.
Es una pena que la señorita Ernestina sufriera de Alzheimer y todos sus esfuerzos por olvidar sus recuerdos cayeron en saco roto. Pasados 15 minutos volvió a sentirse infeliz y siguió con su rutina diaria de deshacerse de sus recuerdos.

viernes, 26 de marzo de 2010

Reseña pelicula ONCE

Once.”Una vez..”, By John Carney


Ficha Técnica

Once

Tí­tulo original: Once (una vez)
Dirección y guión: John Carney
Paí­s: Irlanda
Año: 2006; Duración: 85 min.
Género: Drama
Reparto: Alaistair Foley , Catherine Hansard, Glen Hansard, Kate Haugh, Senan Haugh, Darren Healy, Gerard Hendrick
Web: www.oncethemovie.com
Distribuidora: Avalon Productions
Productora: Summit Entertainment, Bórd Scannán na hÉireann, Samson Films


“Once”. Una vez. Una vez te vi. Una vez escuche una canción tuya. Una vez te mire. Una vez pase por tu vida. Una vez quede impregnado de ti. Una vez cante contigo. Una vez conectamos. Una vez me hiciste feliz. Una vez pudo ser. Una vez se fue….

“Once” es una pelí­cula que se puede analizar desde múltiples perspectivas. Es una historia de amor frustrada. Es una pelí­cula musicada (Me gusta más que musical). Es un reflejo multicultural del Dublí­n actual. Es una obra que desgrana la creación de un cantautor callejero. Es el rastro de un amor perdido. Es una historia en las que las canciones describen la trama al mismo tiempo que son creadas.

Esta es una pequeña pelí­cula irlandesa rodada con un limitado presupuesto que viene precedido por un premio que suele ser referente de buenas historias, el premio del público del festival de Sundance. Es la tí­pica pelí­cula sencilla que no va a ser publicitada, pero que por el boca a boca se mantendrá semanas en cartelera. Es el ejemplo claro de que una buena idea a pesar de las limitaciones técnicas y económicas puede desencadenar en una buena historia. La demostración plausible que existe vida más allá del cine comercial y de las historias repetitivas y agotadas. Este es un dato aún mas importante es esta producción que se podrí­a engrosar dentro de la temática de pelí­culas románticas, en las que contar algo digno y que no nos recuerde a otras historias es una tarea ardua y complicada.

El modo de filmación es acorde al presupuesto de la pelí­cula, estética de cámara en mano, fotografí­a rota y borrosa, escenas desencuadradas en muchos planos dan un tono sobrio y sencillo al film. Hay que destacar que en este caso la carestí­a de medios ha sido aprovechada por el director y ese toque casi aficionado le viene muy bien a la historia.

“Once” cuenta la historia de un músico callejero que toca sus canciones en las calles de Dublí­n a cambio de unas monedas. Desde un primer momento deja claro que solo lo hace para sobrevivir y se adapta a los cánones que la sociedad le marca. Durante el dí­a solo toca versiones de canciones conocidas que es lo que los viandantes quieren oí­r y por lo que están dispuestos a echar monedas. Solo toca sus propias canciones por la noche, cuando la soledad y la oscuridad le dan la libertad para expresar sus más desgarrados sentimientos.

Es precisamente en este momento más intimo cuando aparece la otra figura de la pelí­cula, una inmigrante checa que entre otros trabajos se dedica a la venta de rosas y revistas por la ciudad. Desde un primer momento se desata una conexión muy fuerte entre los dos personajes. Aunque esta claro que también dicha atracción se ve acentuada por la soledad de ambas personas y el hecho de que el destino no les habí­a colocado en la posición mas adecuada para ser felices. Se inicia una amistad que llega a su momento más algido en la escena más “naif” cuando tocan juntos en una tienda de música a la que ella suele a acudir a tocar el piano.

A partir de ese momento las canciones del protagonista comienzan a ser el motor mediante el cual se va descubriendo sus sentimientos, sus amores rotos y su pasado. Al mismo tiempo las nuevas canciones que van haciendo entre ambos son mecanismos de transmisión de la historia y de cómo va avanzando su relación. Aquí­ es donde es importante destacar la fuerza e integración de las canciones dentro del desarrollo de la pelí­cula, llenas de fuerza, mensaje, desgarro y sensibilidad.

Toda la historia recuerda un poco a la estética y el trasfondo de las pelí­culas de temática social inglesas. El director parece un fiel seguidor del sobrio estilo de Ken Loach y de la descripción de situaciones cotidianas en zonas deprimidas de Gran Bretaña. Pero a diferencia de este, en vez de aplicarlo para hacer pelí­culas denuncia, consigue emplazarlo en un drama romántico en el que las creaciones musicales del protagonista son el eje del que gira toda la trama. El director John Carney nos permite indagar como es la vida diaria y el entorno en el que se desarrolla la relación entre ambas personas. De esa forma el espectador puede entender mejor la forma de actuar de cada uno de los protagonistas ante esta oportunidad que cada uno brinda al otro. Es muy interesante como se intercala en el transcurso del romance, matices diarios de los inmigrantes en irlanda y la relación padre-hijo tras la desaparición de la figura materna.

En resumen “Once” es una de las últimas joyas que han llegado a las carteleras. Pelí­cula sobria, sencilla, de acción directa a los sentimientos del espectador, dirigida con una inusitada sensibilidad y una historia en la que unos actores en estado de gracia sobreviven a sus sentimientos y su destino entre canciones que con total seguridad perdurarán en la memoria del espectador.

Lo mejor: Las canciones de la pelí­cula, llenos de fuerza, mensaje, desgarro y melancolí­a que van desgranando el pasado y presente del protagonista. El actor principal, en estado de gracia como co-protagonista checa, que dotan a sus personajes de una gran cercaní­a, sentimiento y naturalidad en esta historia de amor frustrada.

Lo peor: El titulo del film confunde un poco al espectador “Once” (Una vez), induciéndole a su significado numérico en castellano. Ciertas secuencias tras la grabación del disco en el estudio en las que aparecen en la playa en plan ví­deo clip que desentona con el tono general de la pelí­cula.

La pelí­cula tiene su propio myspace desde donde se pueden volver a oí­r las canciones que seguro que vas a tararear por un par de dí­as tras ver este film en el cine.