viernes, 28 de mayo de 2010

UN HOMBRE TRANQUILO

amor, historia, relato, sueños, violencia
UN HOMBRE TRANQUILO.
Version Definitiva 
Abro los ojos. No se donde estoy. La cabeza me duele. Prácticamente le falta poco para estallar. Un dolor como un taladro atraviesa mi sien. No recuerdo nada. Noto como el frío suelo toca mi piel. Intento incorporarme. Pero al moverme me duelen todos los músculos. Intento recordar. Lo veo todo oscuro. Chasqueo la lengua .Tengo la garganta seca., como una lija. Un regusto  agrio recorre mi garganta. Creo que ayer bebí algo más que agua. ¿Qué es lo que he hecho?  Tengo un mal presentimiento. Noto como las pulsaciones me van subiendo. Mi corazón rebota contra el suelo. Un sudor frío comienza a recorrer mi espalda.
Intento incorporarme, pero mi propio ímpetu me puede. He chocado contra la esquina de lo que parece un mueble. Me encuentro en territorio hostil. Un territorio que no conozco. Grito con fuerza desesperado y pruebo otra vez a levantarme., pero tengo tal mareo por el golpe que caigo de nuevo. Me toco la cabeza y noto que la sangre fluye a borbotones. Respiro hondo y trato de tranquilizarme. El dolor del golpe parece haber apaciguado el resto de dolencias. La sangre sigue fluyendo y comienza a llegar a mis agrietados labios. Noto el sabor salado en mi lengua. Es una sensación extraña pero alivia mi boca reseca.
La penumbra no me deja ver bien, aunque vislumbro que enfrente de mi hay una persiana. La luz atraviesa tímidamente sus rendijas, creando en la habitación un mosaico de luces y sombras. Parece que por lo menos es de día. Me arrastro por el suelo. Me da miedo incorporarme por miedo a volver a caer. Llego a la persiana. Me levanto apoyándome en una rugosa pared de gotéele que marca mis manos. Parece que esta vez mi cuerpo supera la ley de la gravedad. Hago un sobreesfuerzo y consigo tirar de la cuerda de la persiana. Una luz cegadora entra por la ventana. Me cubro la cara, pero no soy capaz de ver nada. Doy la espalda a la luz  y mis ojos se van adecuando a la luminosidad. De repente veo que un reguero de sangre recorre la habitación. Un camino rojo intenso recorre un parqué marrón carcomido por el tiempo.
La estancia se me hace más y mas conocida, un chispazo eléctrico llega a mi cerebro. Es la casa de mis suegros. En ese mismo instante me reflejo en un espejo y veo que toda mi ropa está destrozada. Mi camiseta es un mar de jirones. Manchas pegajosas y secas recorren mi pantalón y mi camisa. Mi aspecto es terrorífico. Algo he hecho y creo que no puede ser bueno. Las piernas me tiemblan. Abrumado por todo, estoy a punto de caer de nuevo. Pongo mi rodilla en tierra. Me cubro la cara con la mano y un gruñido de desesperación sale de mi boca. Esto no puedo ser verdad. Vuelvo a levantar la cabeza e inspecciono de nuevo la habitación. Observo un desastre total. Los muebles están rotos,  las paredes  rasgadas. Todo a juego con los múltiples moratones que tengo en el cuerpo.
En una esquina se vislumbran unos objetos brillantes. Me acerco y veo dos cuchillos de carnicero. Como mi ropa tienen pegados restos de sangre seca. Me palpo, me toco el vientre y la espalda. No veo que tenga ninguna herida. Esa sangre no es mía. Yo no soy la víctima. Ruego por no ser el verdugo. Un sentimiento de culpa inunda mi mente.
Parece como si un cuerpo hubiera sido arrastrado por el suelo. El rastro termina y se detiene en la puerta. Me aproximo temeroso e intento abrir la puerta. Esta bloqueada. Intento abrirla pero soy incapaz. Doy un paso atrás y la golpeo con el hombro. Ha sido como chocar contra un muro. Mis huesos vuelven a crujir. Siempre he sido un poco enclenque. Cambio el golpe de hombro por una certera patada y la puerta se viene abajo. Veo como el reguero sigue por todo el pasillo. Lo recorro como si fuera un reo antes de la pena de muerte y llego hasta la cocina.
Asomo mi cabeza y me encuentro con la peor estampa que podría imaginar: una sartén chisporretea vacía sobre un aceite negro como el carbón, e inunda la estancia de un humo negro y tétrico. Mi mujer yace tumbada en el suelo. Su cuerpo esta atravesado por decenas de cuchilladas. La escena me produce tal desasosiego que una arcada esta a punto de provocar que vomite contra el suelo. Trago una ácida saliva, me quedo petrificado y no se que hacer. Quiero gritar pero tengo las cuerdas vocales paralizadas. Me arrodillo y le levanto la cabeza. Pongo la palma de mi mano sobre su pecho y noto que su corazón ha dejado de latir. Veo que sus ojos fijos sin vida me miran. Me estremezco. Con suavidad cierro sus parpados y le doy un beso en la mejilla. Su piel esta caliente todavía. Una bola en mi garganta no me deja respirar. Los ojos me brillan. Una fina lágrima recorre mi mejilla. Me desespero, la aprieto con fuerza y las lágrimas recorren a borbotones mi cara. De nuevo el sabor salado llega a mis labios como el de la sangre en la caída. Grito desesperado una y otra vez. Me quito los restos que quedan de mi camisa. La tiro al suelo. La pisoteo y saco toda la rabia contenida del momento. Pasados diez minutos mis ojos rojos ya no pueden llorar más y un tremendo escozor recorre mi cara.
No he podido ser yo. Nunca he sido violento. Soy un tipo tranquilo. No llego a comprender como he llegado a esta situación. Las secuelas físicas y mentales me están agotando. Mi cerebro no sabe como actuar. Mis fuerzas comienzan a flaquear. La culpa me asfixia. El pecho me aprieta como si tuviera un ataque al corazón. Caigo rendido junto al cuerpo de mi mujer. Me siento indefenso como una tortuga sin caparazón. Veo que mi vida se ha acabado para siempre. Los parpados me comienzan a pesar más y más hasta que caigo en un profundo sueño.

Rubén se acaba de despertar. Hay un total silencio en la casa. Prácticamente no entra luz por las rendijas de la persiana. Mira la hora esperando que todavía queden unas horas hasta que tenga que levantarse, pero la tranquilidad se interrumpe…..empieza a sonar la radio. El despertador se ilumina y puede ver que son las siete. Mira al techo y se desespera. Le da la sensación de haber dormido cinco minutos. Su cuerpo parece querer hundirse en el colchón y esconderse de esta vida. Se oye la voz seca de un locutor dando las noticias del día. Parece que, como a él, la desgana se ha apoderado su espíritu. Sus palabras le entran por los oídos, pero no llegan a ser procesadas por su cerebro. Al final todo queda reducido a un murmullo inteligible que se pierde entre las cuatro paredes de la habitación.
Abre los ojos de forma dubitativa. Se despereza con vagancia y finalmente se sienta en el borde la cama. Se rasga los ojos con las yemas de los dedos en un intento de que su cuerpo empiece a despertarse. Insiste como si el hecho de intentar sacarse los ojos fuera la primera tarea del día. Otro día igual con las mismas noticias deprimentes. Se tira con fuerza de sus lacios pelos de la cabeza. Se mira la mano y ve que entre sus dedos se han quedado unos mechones castaños. Se retuerce por dentro. Piensa en volver a meterse en la cama y que sus sabanas le protejan de esta vida que no le aporta nada.
En la oscuridad de su habitación un fogonazo golpea su cerebro. Recuerda la imagen de su mujer que yace en el suelo desangrada. El recuerdo esta borroso. No puede ser verdad. Se intenta convencer que todo es producto de su imaginación. Se confunde con alguna escena que ha visto en la tele, seguro. La secuencia se va enfocando. La confusión se convierte en nitidez y una mueca de pavor aparece en su cara. Se estremece. No puede ser posible. Un sudor frió comienza a recorrerle la espalda. Su corazón se acelera. Parece que quiere salir de su pecho. Comienza a sudar. Más y más. Era verdad. Ha matado a su mujer. Quiere morir. La angustia le invade y el stress acelera por el carril central de su vida. Un sentimiento de culpa recorre todo su cuerpo. No ha podido ser el. Últimamente las cosas no les iban bien. Ella pasaba mucho tiempo con Adrian su jefe. Muchas veces los celos le destrozaban por dentro, pero su confianza en ella le hacía superar los problemas. Eso si, el camino hacia la reconciliación tenia muchas paradas, discusiones y suspiros en silencio. Las cosas no podían ser tan complicadas. Las sabanas que le protegían comienzan a asfixiarle. Comienza a hundirse en una profunda depresión. La sensación de tristeza comienza a convertirse en pavor. Tiene todas las papeletas para ser el asesino.
Piensa en sus hijos. No podrá nunca volver a mirarles a la cara. Imagina como se clava sobre su nuca la mirada de su madre cuando va camino de la cárcel. Ve la cara de desaprobación y vergüenza de su padre, su mentor, el que le enseñó como actuar ante los problemas. Siempre que escuchaba una noticia de violencia sobre las mujeres, se dirigía imaginariamente al agresor y espetaba en voz alta: “Dispárate primero a ti y deja a tu mujer que viva su vida”. El solía asentir con la cabeza con un sentimiento de total aprobación. Ha traicionado todos sus principios.
Su vida estalla en mil pedazos. Se queda en blanco. Una gota recorre lentamente su frente., se ve como cae a cámara lenta e intenta interceptarla torpemente con sus manos. Pero se escurre entre sus dedos, se le escapa y se deshace contra el suelo. Como su vida.
No oye nada. Es como si le hubieran perforado los tímpanos. De repente el silencio se corta. Escucha un pitido fino y constante.  Parece oírse un ruido en el baño. Se abre el grifo de la ducha. Oye cantar una voz que le suena conocida. Es Marta.
Sus oídos se abren como una presa que suelta todo su caudal. Puede oír silaba a silaba cada palabra que canta Marta. Cada nota libera la presión que notaba en su pecho. Respira profundamente y recibe los restos de perfume de su mujer impregnados en la sabana que le cubre. Un gran peso desaparece de su cuerpo. Está viva. Todo ha sido un sueño. El sudor que antes hervía su piel, le proporciona un grato calor. Se siente bien. Se siente feliz. La serenidad vuelve a su cuerpo.
Marta te cuidaré. Nunca te haré daño. Nunca.
Entra en una dulce calma. El latido de su corazón se ralentiza. Todo va a ir bien. Su vida es un trasatlántico que camina a velocidad de crucero hacia la felicidad. De repente ese iceberg a la deriva se ha deshecho en un mar tranquilidad. Piensa en volver a meterse en la cama y que sus sabanas le protejan. Que no le vuelva a pasar nada malo. Su tranquilidad dura poco. El móvil de Marta vibra sobre la mesilla y se oye el tono de entrada de un sms. La curiosidad que mato al gato le acecha.
Piensa, hoy he tenido suficientes sobresaltos, no seas masoca. No lo leas. Respeta su privacidad.
Pero la tentación le puede. Coge el móvil y pulsa dos veces el botón central. El contenido del sms cae como un jarro de agua fría.
“Hola, Marta! Te espero en la habitación del hotel después de comer. Te necesito. Quiero verte de nuevo y siempre. Adrian”
Relee el mensaje, cada letra es una estaca que se clava directamente en su corazón. Clava su mirada en la frase “verte de nuevo”. Se retuerce. Su cerebro es un carrusel de sensaciones. La ira se apodera de el. Se incorpora. Reflexiona. Todo es incertidumbre en este momento., pero el siempre ha sido un tipo tranquilo.

3 comentarios:

  1. Hola!

    me ha gustado mucho la historia, creo que es verdad que nuestra mente piensa muchas veces cosas que nos negamos a admitir. En mi opinión los sentimientos son tan variables y erráticos que uno puede no llegar a controlar el pensar o sentir cosas que negaría siempre.

    Solo una cosa, he echado de menos alguna frase larga, menos sentencias cerradas a base de punto y seguido. En cualquier caso chapó.

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  2. Ah se me olvidaba: La confianza traicionada no se recupera jamás, se sincero con tu pareja y contigo mismo y "never ever" necesitarás ver ni su diario ni sus mensajes ni su intimidad, porque ella te la acercará a ti.

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  3. De no ser por un para de palabras repetidas demasiado seguidas (persiana, por ejemplo), me ha gustado el ritmo y sobre todo la idea.

    Salu2

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