miércoles, 10 de noviembre de 2010

Mama. Futbol. Hombre.Pelo en pecho.



Son las dos de la madrugada. No tengo sueño. Sufro un fuerte dolor de cabeza. El típico efecto después de una fuerte y rápida subida de adrenalina. Hoy era el día en el que tenía que tomar una decisión, bueno más bien realizar una declaración, pero todavía no asimilo lo que ha ocurrido.

De pequeño siempre se te plantean diferentes caminos. No sabes muy bien como, pero al final decides. A quien quieres más a papa o mama. Te gusta el fútbol o las muñecas. Eres un hombre o un cobarde ratoncillo. Tienes pelos en el pecho o eres suave. Ríes o lloras. Golpes o caricias. Yo siempre dudaba. Miraba a mi madre. Ella torcía la mirada. Y yo decía.

Mama. Fútbol. Hombre. Pelo en pecho. Risas. Golpes. Y todo de carrerilla. Sin pensar.

Yo era su hombrecito. Su único hombrecito. Digo esto porque mi padre nunca estuvo. Bueno como ella nos contó. Un día salio a por tabaco y no volvió. Como en las películas. Ella era así. Siempre ponía coraza a todo. Creo que lo paso tan mal, que su mente lo olvido. Pero con ello también se llevo sus sentimientos. El hielo emanaba calor a su lado. Y yo sin embargo brotaba sentimientos sin control como una fuente en invierno. Pero ese brote se fue secando. Bueno mi madre puso un tapón en la boquilla de la fuente y me volví frío como ella

El día ha sido muy duro. Un carrusel de sensaciones. He subido y bajado. Mi corazón ha dado vueltas y de poco se sale del pecho. Mi vida después de dar muchas vueltas al final es estable. Pero no siempre ha sido así.

Nunca me falto de nada. Nada físico quiero decir. Lo sentimental era todo caréncias. Mi madre se dedico en cuerpo y en alma en mí. Pero como si de un general se tratara. Vida castrense. Yo era un soldadito que estaba en la guerra de la vida. La vida que es muy mala. Como decía ella. Tenía que Comer bien, Estudiar mucho y Dormir bien. Todo BIEN en abundancia para ser un buen cristiano. Lo de ser cristiano. Lo más importante. El papa Juan Pablo creo que pago medio vaticano con los cuadros que poblaban mi casa. Creo que si no hubiera estado yo. Mi madre habría sido monja. Pero bueno lo de los ideales de mi madre no los quiero ni contar. Rouco Varela es un hombre de izquierdas a su lado. Las palabras aborto, eutanasia, homosexualidad eran palabras prohibidas. Si un día escuchaba una noticia con alguna palabra de estas, había crisis en casa. Ella no podía evitar esconder su cabeza entre sus rodillas y lloraba y lloraba. Pero el colmo es que lloraba aunque la noticia fuera a su favor. El solo hecho de pensar en ello le carcomía la cabeza. Su religiosidad era enfermiza. Pues así fue mi infancia. Me fui inmunizando. Me metí en la rueda. La rueda que siguen todos. Bueno lo que para mi madre eran “todos”. Todos los cristianos de buena familia.

Bautizo. Comunión. Confirmación. Carrera de empresariales. Empresa de importación/exportación boda por la iglesia con mi novia de toda la vida.

El día que nació Cintia fue la primera vez que vi sonreír a mi madre. Su hombrecito había sido padre. Pero aquello no duro. Aquella linda muchacha, se convirtió en un ogro. Todas las caricias se convirtieron en rozaduras. Todo se hizo insostenible. Y aquella relación paso a convertirse en una pesadilla. El día que se lo dije a mi madre, creo que su rostro envejeció 3 años de golpe. Una arruga en su frente, me recuerda siempre a Rosa. Mi primera mujer. La cara de mi madre comenzó a mostrarme el mapa de mi vida.

Intento incorporarme de la cama. Pero veo como mi pareja se abalanza sobre mí. Me mesa los cabellos. Me tranquiliza. Y me dice susurrándome: “Jose Luis, tranquilo, necesitas descansar...”


No lo pase nada bien tras mi divorcio. Deje el chalet familiar. Compre un duplex. Mi nivel de vida no bajo. Mi empresa iba bien. Pero mi vida interior estaba resquebrajada. Mi castillo se hundió. Sinceramente sus cimientos eran de arcilla. Así que tampoco me sorprendió. Mi madre fue agradecida y sensible como siempre. Me ayudo a su estilo. Me hizo el vació. Directamente decidió dejar de hablarme.
Ella decidió juzgarme sin la justa presunción de inocencia. Yo era el culpable del fracaso de mi matrimonio. Yo fui el que hizo que todo fuera mal. Yo fui el que hizo que mi mujer engordara 20 kilos. El que le hizo cambiar de humor. El que hizo que mi hija fuera una rebelde. Lo más triste fue que me lo creí. El sentimiento de culpa pesaba como una losa. Y mi madre había dado su dictamen. CULPABLE.

Imaginar a un hombre desesperado e infeliz que cuelga de un precipicio. Solo se mantiene agarrado frágilmente con una mano a la tierra. Ese hombre espera una ayuda. Alguien que te eche un cable. Pues tu ser más querido te pisa la mano y deja que caigas lentamente.

Intente volver a construir mi vida. Y me centre en lo que se me daba bien. Mi trabajo. No es que me centrara. Me obsesione. Llegue a dormir una semana entera junto a mi escritorio. Mi colchoneta hinchable curaba mis heridas. Comer siempre entre las 4 paredes de mi oficina. Fuera de allí me sentía vacío. Y siempre a mi lado estaba ella. Maria. Mi secretaria. Ella me despertaba por las mañanas con un café. Ella se quedaba a repasar las cuentas. Ella me escuchaba. Ella era como yo. No tenía vida. Y como no pudo ser de otra manera. Entre informe e informe. Entre balance negativo y positivo. Surgió el amor. Y nos casamos. Realmente nuestra vida no cambio. Todo seguía siendo igual. La base era el trabajo. Había cariño. Pero cariño también tengo a mi perro. Lo digo todo con eso. Yo creo que todo fue una excusa. Una excusa para volver a hablar con mi madre. Me costo. Le llame 10 veces. Y las diez veces me rechazo. El odio era algo que guardaba sin necesidad de conservantes. Yo le había fallado. Le había fallado gravemente. Me había divorciado. Recuerdo como si fuera ayer. Cuando a la decimoquinta vez que le llame, me cogió y me dijo:

- “Espero que lo que me quieras decir es que te has muerto, sino te cuelgo ya”
- “Mama, NOOO, tengo que contarte algo importante!
- ¿Te has muerto o no?
- Mama, me caso y ella se llama Maria.

Durante 15 largos y duros segundos no dijo nada. Y finalmente espeto:

- Mañana voy a tu casa, que tenemos muchas cosas que preparar, hijo.

Aquello comenzó a funcionar de nuevo. Yo era “feliz”. Tenía mi trabajo. Tenía a mi mujer. Y tenía de nuevo a mi madre. Que aunque fuera un ogro. Era mi madre. Y mi única familia. Todo discurría como un reloj suizo. Trabajar y trabajar. Y un domingo al mes íbamos a la casa de la sierra los 3. Monotonía pura y dura.

Pero todo se trunco. Un DIA Maria dijo la palabra fatídica: HIJOS.

Era como querer ganar la lotería sin comprar un décimo. Mi única opción es que se repitiera el milagro de la Biblia. Pero yo no era Jose ni ella la virgen Maria. Así que ella se quedo con la empresa. Todo mi dinero. Y lo mas importante mi vida. A mi querida madre le salieron patas de gallo. El pelo se le quedo blanco. Y volvió de nuevo el voto de silencio.

Me mude a un loft compartido en un polígono industrial. Fue lo más barato que encontré. Estaba arruinado por dentro y por fuera. Pero no hay mal que por bien no venga. Conocí a Rebeca. Ella era la propietaria. Artista multifuncional. Hacia un poco de todo. Escultura. Pintura. Perfomances. Moderneces. Lo que siempre odie. O más bien lo que hicieron que odiara. Vendí todo lo que tenia. Y me dedique a vivir la vida. A salir de fiesta. A ser feliz. Los amigos de Rebeca eran mis amigos. Gente abierta. Bohemia. Sin tapujos. Que estrujaban la vida. Y en este ambiente. Conocí a mi pareja actual.

Y esa es la base y la causa de la decisión que he tomado esta noche. He quedado con mi madre para cenar. Ella se creerá que le voy a decir que me caso. Si, tengo que contarle que tengo nueva pareja. Pero ella no sabe que es un hombre. De momento no me caso. Y se llama David.

Estaba nervioso como un flan. Me había vestido lo más masculino que había podido. Me temblaban las canillas. Las manos me sudaban. Una sequedad aguda en la garganta me hacia rellenar la copa de vino de forma convulsiva.

Finalmente mi madre llego. Ella. Impasible. Vestida de negro y gris. Sin una mínima muestra de color. Toda sobriedad. Me soltó toda una serie de retahílas casi sin sentarse.

- Estas delgado. Tienes ojeras. Tienes que comer más. Tienes que vestir más elegante. Pareces un veinteañero. Tienes que sentar la cabeza. No se que vas a hacer en la vida. Sollozos. Cuéntame lo que tengas que contarme. Pero que sea bueno, por favor...

En total estado de colapso, solo pude decir lo siguiente:

- Papa. Muñecas. Cobarde ratonzuelo. Suavidad. Llorar. Caricias.

Todo seguido y de golpe. Lo que siempre soñé y quise decir de pequeño. Y después de la hombría declaración de mis sentimientos, me desmaye vilmente como una damisela.

Una ambulancia vino al restaurante. Y aquí estoy tumbado en la cama de un hospital con mi querido David. Mi madre cree que estoy loco. Pero algo se huele. No he conseguido salir del armario, pero he abierto un cajón de la cómoda. No se gana la guerra en un día. Y más en una guerra como la mía. Lo mas parecido a la III Guerra Mundial y con mi madre en el rol del nuevo Hitler.

- ¿A que si David? - Le pregunto con cara de bueno.
- Claro mi amor – dice con dulzura.

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