viernes, 23 de marzo de 2012

CIUDAD DEL VICIO




Llevaba un tiempo pensándolo y era el mejor final para mi monótona historia. Una ciudad de luces de neón para despedirme de este mundo. Una ciudad de personas en transito, personas que no se conocen y solo quieran dejar de pensar.
La autopista de acceso estaba abarrotada de coches. Todos pasados de revoluciones, todos a una marcha más de lo recomendado, como el piloto en la ultima vuelta de la carrera con la adrenalina a tope, queriendo pasar por encima de su rival, deseando llegar al lugar que les iba a proporcionar la solución que estaban buscando. Una vez tomado el desvío 666, ya no había vuelta atrás, era un punto de no retorno,  solo quedaban unos veinte kilómetros para llegar a la frontera.  La autopista de seis carriles se encajonaba entre dos muros de hormigón de cinco metros y se entraba en una terapia de choque de luces y sonido. Cada dos kilómetros encima de nuestras cabezas aparecían unos paneles luminosos, que no daban ninguna indicación de trafico, solo lanzaban imágenes que hipnotizaban a los conductores. Era la lectura de la carta que te hace el metre en un restaurante de lujo, cada mensaje era una escapada hacia delante, una via de escape a una vida de opresión y una salida a lo nunca imaginable.

80 por hora marca el velocímetro y encima mío leo el primer plato.

Majestuoso Concierto en Casino Palace Hotel. Michael Jackson y Amy Winehouse cantando duetos mientras usted juega a la ruleta. Juego y diversión asegurado. El Cartel de Medellín le da la Bienvenida a la ciudad.

100 por hora. No puede ser verdad. Es cierto lo que me habían contado. Mis pulsaciones comienzan a acelerarse. Noto el latido de mi corazón que va a salirse del pecho.

Segundo cartel: Partido de las estrellas en el Estadio Olímpico. Brasil del 70 vs. Barcelona del 2012. Pele vs. Messi. El partido nunca visto. Barra libre sin límites. Alcohol, drogas y rockandroll viendo su deporte preferido. La mafia siciliana le desea una buena estancia en la ciudad.

120 por hora. Sonrió, una sonrisa de oreja a oreja, tengo ganas de gritar, muevo la cabeza adelante y atrás. Estoy feliz, tengo ganas de vivir, de asaltar la banca, de apostar todo al tres rojo. Sin control, sin orden, sin nada que me retenga.

Tercer Cartel: Juan Pablo II y Osaba Bin Laden bendecirán a dúo la Nueva Catedral/Mezquita construida en honor a nuestro Dios. Última hora: Elvis cantara los coros. Novedad: Reserve un palco privado para insultarles si es usted Ateo. La Yakuza japonesa espera que la ciudad sea de su agrado.

140 por hora. La sonrisa deriva en carcajadas descontroladas. ¿Pero esto que es? ¿Esto no puede ser verdad? Esto es el puto cielo.


Tercer cartel. Club Elegance. El mayor Club del mundo. Chicas y chicos de todos los continentes. Los límites los pone usted. Reserve mesa en nuestro exclusivo  restaurante. Comandos albano-kosovares le desean que todos sus deseos se cumplan en la ciudad.

160 por hora. Los pelos de punta. Cuando llego al cartel que asalta la banca.

Concierto Aniversario 50 años de la ciudad. Exclusiva mundial.  Los beatles unidos de nuevo. Único concierto. Teloneros: Frank Sinatra, Bob Marley. Barra libre de marisco y champán. La mafia rusa le desea una feliz llegada a la ciudad.

Cuando el velocímetro ya marca 180 y mi coche ruge tan fuerte con mi corazón  me encuentro una curva  a la derecha y  los muros que me dirigían y aislaban desaparecen para descubrir la mayor contaminación lumínica y sonora que he visto nunca.
El skyline de edificios te recibe mostrando la majestuosidad del ladrillo, las luces te deslumbran dejando al conductor paralizado y ciego como si estuviera delante de Sodoma y Gomorra y un ruido feroz delata que algo se está moviendo en esa ciudad.

Paso sin problemas la aduana. Un maletin llenos de billetes es mi pasaporte a la libertad. Ni una pregunta, ni una traba, ni un problema en cuanto abrí mi corazón lleno de euros a aquellos funcionarios.

A cambio me dieron una llave electrónica que era el salvoconducto que me daría acceso a las entrañas de esta ciudad. Esa llave abrió primero la puerta de la suite que habia contratado, donde me encontré el kit que iba a hacer más fácil mi adaptación a esta tierra hostil.

Un fajo de billetes del monopoly. Una botella de whisky de la que pego un largo trago. Pastillas, cocaína, crack, heroína... Esto no es lo mío, pero me aprovisiono por lo que pueda surgir. Una pistola y una escopeta. Elijo la pistola y la coloco en mi espalda junto a mi cinturón como en las películas. No hago caso a los consoladores, juguetes eróticos y lencería. Cojo un chaleco antibalas y me veo ya preparado para comenzar a dar dentelladas a esta ciudad.

8 de la tarde. Salgo del hall del hotel. Tengo demasiados sitios que visitar y muy poco tiempo entre mis manos.  Mi primera visita el casino. Saco mi fajo billetes y comienzo con el black jack. No tengo suerte. Paso a la ruleta y la diosa fortuna visita acaricia suavemente mis mejillas rojas. Asalto la banca. Las chicas revolotean a mí alrededor. Soy el rey del mambo. Michael Jackson canta BAD en el escenario y me digo ese soy yo: “El chico malo”. Es el momento de otro whisky.

10 de la noche.  Llego en limusina al estadio olímpico. Lo veo todo borroso, pero me siento eufórico. Me apetece hablar y hablar. No conozco a nadie, pero eso no es problema. Voy devorando copas. Las botellas se acaban. La conversación va subiendo de tono. Gritamos. Y gritamos. No nos importan los goles de Pele, solo queremos acabar con todo. Somos hoollygans desatados. Lanzamos botellas al campo y la policia nos desaloja del estadio.

1 de la mañana. El estomago ruge y un metre nos cuenta exquisiteces francesas con títulos tan largos que la carta tiene varios tomos. Pruebo 7 platos. Todos igual de pequeños. Lo más selecto. Langosta. Ostras. Salmón. Caviar. Carne de canguro. Solomillo de avestruz. Le pregunto al chef donde se han dejado el chuletón con patatas fritas. Me da unos golpecitos en la espalda felicitándome por la broma y no me queda otra que seguir dando sorbos al Moet Chandom.

3 de la mañana.  Risas descontroladas. Flirteo con una chica. Le cuento chistes que no recuerdo ni recordare. Ella sonríe. Ella suelta carcajadas. Ella se va. Otra chica. Esta vez me pide que le acompañe a su habitación. Me pide 20 billetes de los verdes. No me importa. Hoy es mi día.

5 de la madrugada. La noche se va esfumando en mis manos. Todo se va complicando. Me siento indefenso. De momento me acuerdo de todo. Pero una profunda bruma comienza a cubrir mi noche. Estoy confundido. Voy viendo todo por una mirilla que se hace más y más pequeña. Discuto por algo que no recuerdo. Oigo de fondo Yellow submarine. Un mexicano me apunta con una pistola. Es mi última imagen. Llega el negro absoluto.

Abro los ojos. No sé qué hora es. No recuerdo lo que hice ayer, pero el ruido de la muchedumbre  en la calle me hace entender que la ciudad esta despierta y estoy perdiendo el tiempo en la cama. Chasqueo la lengua, tengo la garganta seca y un regusto a agrio recorre mi boca. Un espejo en el techo me muestra mi rostro lleno de moratones y restos de sangre, unas bonitas ojeras delatan que no he dormido mucho. Me incorporo y me digo a mi mismo: “hay que seguir viviendo”.

La tele encendida a todo volumen es mi hilo musical. Creo que ayer llegue cariñoso al hotel porque deje sintonizado el canal para adultos. Una película porno hace más amena mi despertar. Los gemidos se oyen 5 pisos más arriba.
Al vecino no parece molestarle y grita dando golpes en el suelo.

-“Dale fuerte...., ¡campeón!” -Todo ello seguido de una atronadora carcajada.

Cambio de canal.
Apueste es muy fácil. Solo tiene que mandar 1777 número de caballo ganador y en cinco minutos sabrá si es millonario.
Cambio de canal.
Dios existe. Dios es tu salvador. Vayamos todos juntos a  conocer la verdad.
Cambio más rápido de canal.

Un presentador de telediario me señala con el dedo, ¿Alfredo? ¿Es usted Alfredo Fernandez?
- “Si ese mismo”- le respondo vacilón, esperando una nueva sorpresa.
- Señor Alfredo, tengo un poco de prisa así que seré rápido. Revisando su expediente de entrada, accedió a la ciudad usted hace dos días con un pase turista, ¿sabe que su tarjeta ha caducado?
-Esto....-intento atrasar la noticia que ya sabía que iba a suceder, pero no se me ocurre nada, tengo el cerebro atrofiado por tantos excesos y no consiga elaborar ninguna excusa.
-Hemos revisado su tarjeta de crédito y ya no tiene más fondos.

Respiro lentamente, intento recordar los momentos vividos en esta ciudad, cierro los ojos y espero tranquilo mi fin.



lunes, 12 de marzo de 2012

NO TE MUEVAS





Largos silencios. Caricias incomodas. Momentos que ya no eran como antes. La relación entre Teresa y él se había ido deteriorando. Mas bien el uso la había dejado plana, lisa, sin carácter ni personalidad. Se habían eliminado aristas, perfiles, toda forma reconocida, todo había sido superado por ese virus llamado rutina. Los momentos de felicidad se habían reducido a pequeñas excepciones, pequeños oasis en una tierra seca y yerma. Llegó un momento en el que el futuro y pasado dejaron de ser distinguibles: mañana fue igual que ayer, ayer será igual que mañana.

La soledad se había convertido en ese monstruo que te espera detrás de ese largo pasillo llamado vida.  Ese tesoro que intentaba atrapar al estilo Indiana Jones era la felicidad.  Su látigo eran sus ganas de sobrevivir, pero veía que justo cuando tenía el Santo Grial entre sus manos, todo se desmoronaba, todo se venia abajo.

Se despierta en la medianoche, asustado, con miedo, no recordaba que había soñado pero no se sentía bien. Ese runrún que recorría su cabeza antes de dormirse había seguido su trayecto durante toda la noche. Su cuerpo estaba dormido, pero sus anhelos, preocupaciones y suspiros habían  seguido dando vueltas por su carne inerte. Por sus entrañas, por su cerebro, sentimientos en un cuerpo que no siente. Todos ellos girando como una noria, un carrusel de sensaciones que le hacían daño una y otra vez. Un martilleo constante, introduciéndose como una plaga de insectos  por cada recoveco de su cuerpo, por cada orificio, buscando una entrada para manifestarse, buscando una salida a tanta decepción

Solo recuerda que algo fallaba, la historia con final feliz no llega a materializarse y la escalera por las que escapaba se derrumbaba como un castillo de naipes. Cada escalón que pisaba se iba resquebrajando, en uno ponía, Matrimonio, en otro Rutina, en otro Infelicidad  y al llegar al final de la escalera, una baldosa debajo de sus pies con las letras FIN se pulverizaba en mil pedazos y comenzaba a caer. Grita, el miedo le paraliza, pero la caída no acaba. Espera el golpe, pero no llega. Segundos y segundos. Una agonía que no termina. Ve los ojos de Teresa. Necesita despedirse de ella. Ve el final del túnel, una luz le espera  y cuando cierra los ojos antes del inminente impacto despierta en  su cama entre un mar de sudores.


Noto mi frente mojada. Una gota discurre lentamente por mi frente. Mi instinto me hace intentar mover la mano para interceptar el torrente de sudor. Pero algo me lo impide. Me siento indefenso, inmóvil, sin fuerzas. Noto un dolor, un dolor intenso que no había vivido nunca. Hago fuerza con mis brazos en un intento de mover mi mano, pero el dolor sube sus decibelios. Veo que no es la solución a mi libertad. Intento patalear en un intento de salir de aquella trampa, pero mis tobillos también están pegados a la cama. Algo no va bien, mis pulsaciones se disparan y mi espalda resbala entre unas sabanas aún mas mojadas. Grito desesperado, me revuelvo, lucho contra mi, lucho contra ese enemigo imaginario, pero sigo clavado a la cama. No puedo mover ninguna extremidad y cuantos más esfuerzos hago más dolor recibo como respuesta. Grito cobarde, grito y grito hasta que mi voz se rompe. Los gritos se convierten en sonidos sordos, inteligibles lamentos, luego gruñidos, para finalmente  acabar en sollozos. Sollozos desesperados por estar atrapado, por no poder moverme. Cada intento por superar esta situación deriva en un momento aun más doloroso. Una vez  pasado el momento visceral, el momento animal por intentar buscar la libertad, la mente empieza a buscar una solución  y con la cabeza que no con el cerebro engancho la sabana y empiezo a realizar movimientos pendulares  hasta que consigo lanzarla al suelo y mi cuerpo queda desnudo.

 4 surcos de sangre, 2 en mis muñecas, 2 en mis tobillos decoran la cama. 4 clavos como 4 estacas me tienen secuestrado, atrapado, más que a la cama creo que están clavados al suelo que hay debajo de ella. La sangre sale a borbotones, 4 fuentes de líquido rojo, 4 caños que manan del interior de mi cuerpo de forma ininterrumpida. Voy perdiendo fuerzas, las hemorragias van minando mi cuerpo y la vista se me nubla. Esto es el fin. Pienso en Teresa. ¿Por que tanta sangre derramada? Lo hubiera dado todo por ti. Mi corazón como en nuestra relación bombea con fuerza, pero no sirve para nada, solo  para que yo me desangre.


-No es verdad, Ramón, no te engañes, yo no tengo la culpa de que te estés desangrando, te lo has hecho tu solo.

Esas palabras caen como bombas sobre mis oídos. La  voz es conocida, intento enfocar en medio de la penumbra y creo vislumbrar la imagen de Teresa que esta sentada en una silla delante de mi cama.

-Teresa, ayúdame- le grito desesperado

-Ramón, no te puedo ayudar, lo nuestro se acabó hace tiempo. Tienes que dejar que la sangre brote. Es por tu bien

-Teresa, por favor, ten piedad de mí.

-Ramón, tú y yo sabemos que esto tiene que acabar.

-Teresa tu no eres así

-Ramón, tu has hecho que esto acabe de esta forma.

Veo entonces como Sony,  nuestro perro Sony, nuestro sustitutivo de hijo se acerca a la cama. Pero este no es mi Sony cariñoso y juguetón, este  Sony parece  hambriento, me ladra y  le cae una baba blanca rabiosa del hocico. Yo indefenso en mi tumba de clavos veo como sus dientes se van acercando. Comienza a dar dentelladas contra mi piel, en un principio superficiales, sin discreción, sin un objetivo claro, pero después Sony comienza a cebarse sobre mi abdomen y luego sobre mi costado izquierdo. Con sus patas va escarbando en busca del tesoro. Yo contraigo mis extremidades, en un intento por protegerme, pero los clavos se hunden con más fuerza sobre mi piel, aumentando el dolor y provocando que un alarido salga de mis labios. Noto como sus colmillos rozan contra mis huesos desprovistos de carne.  No sé por qué pero sigo consciente viendo aquella carnicería.  El umbral de dolor es tan alto que  me desmayo un par de veces. Pero como si no me quisiera perder el espectáculo vuelvo a recuperar el conocimiento una y otra vez. Pierdo la noción del movimiento, del tiempo y los sentidos no me responden. Mi cuerpo está en un estado comatoso y mi cerebro solo es capaz de captar fotogramas del momento.

Sony tiene la cabeza totalmente roja.
Sony devora toda la carne y grasa acumulada en mi estomago.
Sony tiene metido el hocico en mi barriga.
Negro. Lo veo todo negro..


 -Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.........................piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii...............piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.........

En un estado de semiinconsciencia ese pitido le suena al final de la vida, al principio de la muerte,  a la señal de que todo se ha acabado, al sonido de  despedida de la máquina que  mantiene vivo en el hospital a los enfermos  terminales. Pero no es así, es su despertador.  Abre lentamente los ojos, con miedo, con precaución, como el explorador que ha llegado a una tierra inhóspita y no sabe lo que se va encontrar, como el recién nacido indefenso que para él todo es nuevo, como el presidiario en su primer día en el penal. No se quiere mover, no quiere volver a sentir la angustia de estar atrapado, no quiere notar esas estacas en su cuerpo que le han producido  tanto dolor, no quiere ser la primera pieza de dominó que cae y que provoca una reacción en cadena.  Respira lentamente, nota como su nariz se abre y se cierra,nota como el aire va llegando a sus pulmones y como sale libre por su boca. Sus sentidos se van acomodando a la estancia, su olfato nota un fino olor a suavizante en las sábanas que le cubren, sus oídos escuchan un fino pitido como si hubieran comenzado a escuchar en ese momento por primera vez  y sus manos notan el tacto suave de su edredón. Su corazón deja de rebotar contra su pecho y sus pulsaciones se alejan de esa velocidad que le llevaba inexorablemente hacia un ataque al corazón. Agazapado bajo sus sábanas, atrincherado bajo su cama, duda si moverse o no. Los recuerdos dolorosos son demasiado recientes, demasiado reales. Cierra los ojos, reza por ese Dios en el que nunca creyó y desplaza unos milímetros su mano. No ha pasado nada, pero no se fía, es como la calma antes de la tempestad. Sabe que el enemigo se esconde y espera el momento mas adecuado para atacar.  Continúa su lento movimiento, precisión de cirujano, un paso en falso puede desencadenar la tragedia, su bisturí no puede pasar las líneas rojas. Avanza y avanza, pero  no pasa nada, nada le sujeta, nada le retiene, no siente ningún dolor.
Mueve sus manos, mueve sus piernas, comienza a mover todo su cuerpo, comienza  a sentirse vivo, sentirse libre, sentirse feliz.  Comienza a sonreír, reír, a lanzar carcajadas, a gritar.... Todo ha pasado y el sigue vivo. Nunca el mero hecho de estar vivo le había proporcionado tanta felicidad.
Pero los momentos buenos siempre duran poco, con sus movimientos espasmódicos, sus manos chocan contra un marco lleno de polvo que se encuentra en la mesilla que hay junto a su cama y una imagen atraviesa los cristales quedándose clavada en su mente: Teresa.

El momento mas vital que había tenido en mucho tiempo le lleva paradójicamente  a su vida terminal, la de siempre, la que  esta conectada por un fino hilo a esta vida, a su relación sentimental que esta en un tratamiento de quimioterapia de la que no sabe si va a poder salir.

La puerta de la habitación se abre y allí esta la cara bonita de la foto. 

-Vamos Ramón, no me hagas como todos los días, apaga el despertador y levántate ya.  Tengo prisa y me voy ya al trabajo.

Ni unos buenos días. Ni un, ¿como has dormido cariño? Ni un simple,  ¿como estas? Ni un beso de despedida. ¡Hay te quedas!
Portazo en la puerta. Y allí se queda sólo, Ramón.

Seguidamente entra Sony moviendo la cola en la habitación, esperando los cariños mañaneros, esperando que Ramón le dejara subir a la cama.

Él se anticipa a sus movimientos, se levanta rápidamente  y le dice: ¡fueraaaaa!, al mismo tiempo que le suelta un manotazo.

Sony no entiende la respuesta, sale corriendo, soltando un pequeño alarido.
Ramón se arrepiente al instante, le duele haberlo pagado con él.

-Sony ven cariño, Sony ven...!

Sony no viene. Ramón se acurruca en la cama. Está solo. Ni su perro le quiere. Tal vez no debería haber intentado mover su mano al despertarse. Debería haberse mantenido inmóvil , sin vida, sin sentir lo duro que es la vuelta a la realidad.