viernes, 27 de diciembre de 2013

Cuando Ricardo encontró a María… de nuevo




María se despierta de forma diferente a otros días. No está cansada, no parece que le haya arrollado un tren  como ocurre todas las mañanas y su cuerpo consigue zafarse de esa cárcel de sabanas en la que se convierte su cama. Mira la hora y da un respingo por el susto: “¡Las 8:30!!!”. Alguien se ha olvidado de despertarle. ¿Maldito Ricardo donde estarás?

Un fuego que no quema. Una brisa que no mueve tu pelo. Una canción sin estribillo.

Ricardo tras dar un salto mortal con tirabuzón desde su cama deposita sus pies sobre el frío suelo del baño, abre el grifo de la ducha y espera paciente que el agua se caliente. Una vez superado el escalofrío inicial, recibe el calor deseado y se siente mejor. Alarga la mano en busca del champú y el bote está vació. Alguien se ha olvidado de hacer la compra. ¿Maldita María donde estarás?

Una luz que no da calor. Un abismo que no da vértigo. Una carta que no tiene sello.

María unta la tostada medio quemada de mantequilla como si de un manjar prohibido se tratara.  Pero al levantar la mirada, nadie le dice que es malo para la salud tanta grasa. Mira el frutero lleno de polvo en la esquina de la cocina y solo ve un plátano negro que pide a gritos un exilio de aquel lugar.

Un folio en blanco. Una piedra que nunca se convertirá en estatua. Una señal que no apunta a ningún sitio.


Ricardo cocina su plato estrella de patatas con verduras y en el momento crítico en el que tiene que echar la cantidad exacta de sal a la cazuela, chasquea la lengua y suelta entre dientes:

-“¿Así está bien…?”

No recibe ninguna respuesta y su mirada se pierde entre las baldosas sucias de la cocina, mientras suena de fondo el plop plop de la cazuela.

Llaves que no cierran y que solo abren una prisión. Sabanas que llevan a calabozos blancos. Los triunfos que consisten en sumar dos derrotas.


Ricardo sin María. María sin Ricardo.  Hombre que pierde el sentido sin esa Mujer. Mujer perdida por la sentida pérdida de ese hombre. Sentidos perdidos. Perdidos en los sentidos. Perdida sin sentido. Hombre y mujer en busca de sentimientos que llenen su vació.

Todo es posible en nuestra vida. Ese era su lema. Ricardo hijo en argentina tenía un billete de avión que se hacía mas y mas grande  cada día que pasaba. Su vuelta era inminente. Eran felices. Felicidad sin matices. Felicidad nunca vivida. Pero el espejismo se convirtió en realidad. Tras dos meses rodados en el que todo era una sonrisa continuada, la convivencia se fue haciendo más difícil, los engranajes comenzaron a chirriar y  las grietas aparecieron en el suelo. Las facturas eran más grandes que las sonrisas, los dobles turnos no dejaban respirar y  las ojeras no les dejaban ver y disfrutar los que les estaba viviendo.

Dos meses estacionarios en el que los enfermos languidecen. Dos meses en lo que hubiera sido mejor bajarse de ese tren. Escapada hacia delante. Si quedaba la esperanza de ser amigos, se perdió. Sus palabras gruesas rompieron todos los puentes. Sus gritos cortaron toda posibilidad de dialogo. Dos meses y gracias. Ricardo hizo la maleta y se fue a vivir a casa de un amigo. Aquella tarde María abrió la cerradura de casa y se dio cuenta que Ricardo ya no estaba. Sus cajones estaban vacíos. Se había llevado todo. Nunca algo tan deseado, le produjo tanta tristeza. Nunca la soledad fue un problema para ella. Pero ese día noto lo que era estar realmente sola. 

          
Dos meses sin  “RicardoyMaria”. Dos meses desde que todo se había ido al traste. Dos meses de dos  barcos a la deriva.   

María recorre la calle cabizbaja mirando las baldosas, esperando chocarse con todo transeúnte que discurra en sentido contrario, solo busca una frutería o chino en su defecto con el que pueda rellenar ese frutero mohoso que siempre llenaba Ricardo.

Ricardo harto de que el sofá le absorba en la monotonía diaria, recuerda que necesita por un día ducharse con jabón. Con el viejo chándal que llevaba puesto sale corriendo de su portal en busca de un supermercado y va saltando las baldosas de dos en dos.

Cuando María se encontró a  Ricardo. Cuando Ricardo se llevo por delante a María. María cayó al suelo y Ricardo la levanto dócilmente entre sus brazos.

-       ¡¡¡Ricardo!!!
-       ¡¡¡María!!!!!
-       Cuanto tiempo...
-       Pues si mucho tiempo.
-       ¿Qué tal?
-       Bien, María, como siempre – le miente Ricardo- ¿y tú?
-       Yo también bien.

Silencio. Silencio. Maldito silencio.

            -Pues bien...
            -Bueno…

 Están a punto de despedirse con un “hola y adiós”, como esos viejos amigos  que se encuentran por la calle  y se despiden con un “Tenemos que quedar. Te llamo fijo.” Pero Ricardo reacciona a tiempo y le dice:

-       María tienes un rato para tomar un café, yo no tengo nada que hacer ahora.
-       ….bueno…-le dice María mirándole a los ojos por primera vez.

Ricardo está nervioso. No para de mover las manos. Le dice a María nos ponemos allí o allí o allí…, apuntando a todas las mesas. María sonríe por unos segundos, le agarra las manos y le dirige a la esquina del fondo del bar.

-       ¿Qué tal el día? – Le dice Ricardo intentando romper el hielo.
-       Bien- Le dice lacónica María
-       ¿Qué has hecho hoy?
-       Nada

…Silencio…

-       María, te acuerdas cuando todo era fácil. Cuando lo difícil era no sonreír. Cuando los silencios nos gustaban.
-       Sí que me acuerdo.
-       He vuelto a escuchar nuestra canción.
-       ¿Qué canción?
-       La canción con la que nos conocimos ¿No te acuerdas?-  dice Ricardo apuntando los cascos que cuelgan de su cuello.
-       Eran otros tiempos Ricardo.
-       Éramos felices.
-       Éramos, tú lo has dicho…
-        ¡Éramos felices, joder! ¿Qué nos pasó?
-       Tu sabrás Ricardo yo sigo igual.
-        
-       ¿Igual? – Le suelta Ricardo con los ojos brillantes.- ¿Dónde está lo que fuimos? ¿Dónde están nuestros sueños por descubrir?
-        
-       ¿Estas loco Ricardo? ¿Y mi trabajo? ¿Y mi Ricardo que está en Argentina?
-       ¿Por qué no? ¿Por qué no podemos volver a ser como antes? Volver a empezar.
-       ¿En tienda de campaña, sin ducharnos y con una caja de san migueles como menú diario? ¿Eso quieres Ricardo?
-       Sí- le responde Ricardo sin pensar
-       Hemos pasado una edad- le replica María- Madura un poco. Hay que dar un paso adelante. Ya no todo se arregla con alcohol.
-       ¿Y eso quien lo dice?- Suelta indignado Ricardo
-       Lo dicen las facturas de todos los meses. Lo dice Iberia con sus vuelos a Argentina a 1000 euros.
-       Queríamos vivir libres y estamos atados de pies y manos- reniega Ricardo
-       Ahora me vas a saltar tu discurso de siempre, CARPE DIEM, TEMPUS FUGIT, Hay que vivir la vida, dejar un bonito cadáver……-suspira María
-       ¿Y por qué no?
-       Porque tienes 30 años Ricardo y no tienes ni puta idea de qué hacer con tu vida
-       ¿Cómo? Yo sé lo que quiero hacer. Yo quiero ser el padre de tu hijo. Yo quiero estar contigo.  Pero hay una vida más allá de tener hijos y cuidarlos. Se puede ser feliz. Se pueden hacer cosas. Se puede ser feliz, aunque lo pasemos mal…
-       Ricardo madura, Peter Pan se ha hecho mayor, ahora tienes obligaciones. Se vivía muy bien en casa de tus padres. Pero ahora estas en la vida real. Sigue así que te vas  a pagar una buena ostia.
-       Seguiré como yo quiera.
-       Pues sigue pero lejos de mi por favor.- le suelta con odio María.

Ricardo se levanta.

-       Ricardo….-le dice arrepentida María.


Ricardo atraviesa  la puerta del bar. María hace un amago de seguir su camino, pero interrumpe su persecución y da media vuelta.

La llave ha cerrado la puerta. Cada uno da un paso alejándose del otro. La carta ya tiene sello. María piensa que todo se acabo. La hoja está escrita. Ricardo piensa en aquella frase que no debía haber dicho. La señal apunta a su destino. María duda si mirar atrás. Las canciones ya tienen estribillo. Ricardo llora al entrar a la boca del metro. La brisa entre los vagones  mueve su flequillo. María espera con la mirada perdida el autobús en la parada. El fuego vuelve a quemar. Ricardo encuentra un asiento libre y coloca su cabeza entre las piernas. La puerta de la prisión está abierta.  

Cada uno  vuela a una nueva vida donde no sea importante ni Ricardo ni María, donde los importantes sean ellos mismos, aunque ellos no lo saben la luz volverá  a dar calor y los abismos volverán a dar vértigo.







jueves, 5 de diciembre de 2013

Agarrate fuerte a mi Maria


Maria. Mirada perdida. Mallas. Botas altas y un jersey de lana de cuello alto que le llega a las rodillas. Tres semanas pensando cómo volver a hablar con Ricardo.  Tres minutos para que el metro llegue a la estación y un mensaje en la pantalla de su móvil pendiente de enviar.  El vagón pita al pasar a su lado. El aire levanta su flequillo. Cierra los ojos como si desearía caerse en las vías. Un hombre con un maletín golpea su hombro al intentar rodearla y Maria al abrir de nuevo los ojos ve en su pantalla: “Mensaje enviado”. Enviado por el destino. Maria sonríe con su mirada triste. Un niño que juega con su madre le señala con el dedo. Maria se pone roja y ve como las puertas del metro se cierran ante sus ojos. Una puerta se cierra, pero otra se abre.

Ricardo. Barba de tres dias. Pantalones vaqueros. Botas de cuero desgastadas con una cremallera lateral a media asta. Cascos en los oídos y el mp3 apagado. Tres semanas esperando noticias de Maria. Tres semanas vacías de música y contenido. Justo cuando está a punto de echar el sobre de azúcar sobre el primer café de la mañana, su móvil vibra y en su pantalla aparece: “Necesito hablar contigo”. Ojos brillantes. Ojos ilusionados. Ilusiones que brillan tanto que le deslumbran. Miedo a responder. Nunca fue un tipo valiente. Nunca quiso ser el protagonista de esta historia. Mentirse a uno mismo. Mentiras piadosas. Mentiras hermosas como camaleones que fingen el color de la verdad. Nervioso, buscando algo que distraiga esa marabunta que  retumba en su cabeza, comienza a remover el azúcar de su café a toda velocidad.

María siempre fue tímida. Su verborrea adolescente escondía una mujer introvertida a la que le costaba salir de su cascarón. El papel de chica loca siempre le había venido bien. Pero había comenzado a cansarse. Ricardo le permitía ser como era ella realmente. Muchas veces no aguantaba su parsimonia y su excesiva tranquilidad, pero al final de cada día  lo necesitaba como si fuera un oasis, un espejismo en este desierto de asfalto en el que vivía. Maria mira una vez el móvil. Lo guarda en su bolso. Tres segundos y Maria vuelve a mirar la pantalla. Nada. No hay respuesta. Otra parada de metro y sin noticias de Ricardo. Revisa el mensaje de nuevo. Ha llegado. Una rayita y dos rayitas. Maldito Double Check, que infelices nos has hecho. En un último instante desesperado vuelve a mirar y  cero absoluto de nuevo. Una señora que le observa detrás de un libro, levanta la mirada y le dice:

-“Chiquita, en el metro no hay cobertura...”

Maria se pone de nuevo muy roja y asiente con la cabeza como si ya lo sabría de toda la vida.

A Ricardo siempre le costaba arrancar. Era un viejo motor diesel, que hace mucho ruido, que tarda unos kilómetros en entrar en calor, pero que luego aguanta con lealtad todos los viajes que hagan falta. El hombre que siempre estaba ahí. Cuenta conmigo. El hombre tranquilo. Hoy sin embargo le temblaba el pulso y el corazón se le salía de la boca. Manejaba torpemente el móvil entre sus manos, los pensamientos se acumulaban a borbotones en su cerebro y era incapaz de teclear las palabras exactas que su corazón quería expresar. Nunca fue un tipo de frases redondas, de decir las cosas en su momento. Era de los que a la media hora tenía la respuesta perfecta delante del espejo, de los que  vivían la vida en diferido y recibían los golpes en directo. Su mensaje queda reducido  finalmente a  un: “YO también”, con el YO en mayúsculas como queriendo gritar en dos letras todo lo que sentía.

Maria sale de la boca del metro. Ricardo da el último sorbo al café. Maria recorre la calle sin pisar las líneas de las baldosas. Ricardo se atusa el pelo pensando que hoy no se ha peinado. Maria corre sin control y antes justo de llegar al número 29 de la calle, junto al café de su cita, apoya la espalda en la pared. Respira profundamente, mira al suelo y coge fuerzas como ese soldado que le mandan al frente. Ricardo disimula cuando ve entrar a Maria, mira hacia otro lado y justo cuando nota su presencia se gira:


-       ¡Hola! – Le dice Ricardo asustado sin poder levantarse de la silla
-       ¡Hola! – Le responde Maria mirándole a los ojos

Silencio. Un segundo, dos segundos, tres segundos. Ricardo paralizado no puede parar de mirar los ojos brillantes de Maria, hasta que suelta:


-       Siéntate, Maria

 Maria se quita su pañuelo, lo deja encima de una silla y  toma asiento. Pone primero las manos sobre el borde de la mesa y las desplaza hasta que se sitúan encima de las de Ricardo. Este se encoge y no acaba de entender esa muestra de cariño.

-       Ricardo, necesitaba hablar contigo. No me he portado bien. Pero todo tiene una razón y una causa
-      

Ricardo bloqueado asiente con la cabeza.

-       Ya te he contado muchas veces que mi madre murió cuando yo nací, lo recuerdas, ¿no?
-       Si
-       ¿Sabes cómo me llamaban en el colegio?
-       No- dice Ricardo, sin saber a dónde irá la conversación
-       Bambi
-       ¿Bambi?, no me jodas Maria, que niños más cabrones.
-       Nooo – Le corta Maria- Me gustaba, me lo decían con cariño. Eran mis amigos. Era un apodo cariñoso. No tenía ninguna malicia. Llámame Bambi no me importa.- Le dice Maria  intentando sonreír nerviosa.
-       ¿Bambi?
-       Si, así me llamaban.

-      

Silencio incomodo

-      

-       ¿Pero bueno me imagino esto no es lo que me querías contar, no?- le dice Ricardo con una mueca nerviosa

Maria se muerde las uñas y mira a la calle a través del gran ventanal del café.

-        Hay más. Últimamente no soy yo. Los problemas me ahogan.
-       Yo estoy aquí para lo que quieras.- le responde raudo Ricardo.
-       Ya lo sé. Pero hay algo más. Hay algo del pasado que está volviendo. Hay una cosa que tú no sabes…- le dice Maria, parándose unos segundos a respirar.

Ricardo se encoge en su silla y esta vez agarra de la mano a Maria.

-        Llevo unos dias horribles.  Es difícil de contar – le vuelve a decir Maria, al mismo tiempo que sus ojos están a punto de estallar.- Tengo un pasado y el pasado siempre vuelve. Me lleve en una maleta hace 5 años todo lo que tenía en argentina. Pero me deje algo. Algo que no sabe nadie. Algo que no he contado. Algo que escondo y algo en el que no puedo parar de pensar.

-       ¿El qué?-le dice nervioso Ricardo.

Silencio. Una respiracion. Silencio. Un suspiro. Silencio.

-       ¿El qué?- Repite Ricardo.

-       Un hijo. Un hijo que recuerdo cada dia. Un hijo que esta con mi abuela. Se llama Ricardo como tú. Me gustaste la primera vez que te vi solo por tu nombre.  Hay algo de mí que se quedo en Argentina y necesito que vuelva, pero la vida no me lo pone fácil. No quiero que crezca como crecí yo, sin una madre. No sé porque, pero solo lo he pagado contigo. Lo siento. Lo siento. Ricardo, lo siento…

Ricardo superado por el momento, piensa en abrazarla, en darle cariño físico, en estrujarla y decirle que no pasa nada, pero después de una tarde en la que niebla no dejaba ver el horizonte, comienza a hablar como lo solía  hacer solo delante del espejo.


-       Maria… – Ricardo traga saliva y chasquea la lengua para seguir con su discurso- Nunca es tarde para empezar de nuevo. Para quemar los barcos. Nunca es tarde para cortar la cuerda que no nos deja caminar. Nunca es tarde para dejar de ser una mujer que no pueda permitirse un pasado. Nunca es tarde. La vida no comienza cuando naces, sino cuando tú quieras empezar a recordar. Es nuestro momento. Yo te ayudo. Yo estoy contigo. No pasa nada, todo se va a solucionar. Todo lo vamos a solucionar.

Maria explota y sus lágrimas recorren sus mejillas sin que pueda dejar de mirar a Ricardo  fijamente a los ojos.

Y Ricardo le responde con la canción de sus domingos tristes, la canción melancólica que le hacía pensar en Maria. La canción secreta que escuchaba en su mp3 apagado.

-       “Agárrate fuerte a mí, Maria. Agárrate fuerte a mi”.









viernes, 29 de noviembre de 2013

Resurrección y caída de María Koppman


Ricardo me lleva en sus brazos. Vamos recorriendo el pasillo sobrevolando las baldosas unos centímetros por encima del suelo. Como fantasmas. Las sabanas vuelan, los muebles se mueven, nuestras pieles sudorosas resbalan y los gemidos se oyen tres pisos más arriba. Me siento bien. Una y otra vez. Tú arriba. Yo abajo. Tu abajo. Yo arriba.  Más deprisa. Más y Más. Respiraciones cortadas. Sonidos  huecos. Sofocos. Gritos. La cama se mueve. Nuestros músculos crujen. Los jadeos se multiplican. Nuestros cuerpos se rozan sin control. Nuestras mentes conectan. Hasta que un grito final sincronizado pone fin a nuestro concierto.

Y después del estruendo llega el silencio. Momento interior. No hay nadie más. Mirada fija al techo. Estoy lobotomizada. Feliz. Observando esa vieja viga que me hipnotiza. Nada me importa. Todos los problemas han desaparecido. Mente en blanco. Mente en constante estado de inactividad. Blanco mental constante hasta que mi universo paralelo vuelve a cruzarse con la realidad y mi cuerpo vuelvo a pensar.

-       Ricardo, ¿Qué dia es hoy?
-      
-       ¡Ricardo…!- repito subiendo el tono de voz.
-      
-       Ricardo, ¿estás ahí? – digo con tono burlón dándome la vuelta

Una fina respiración sale de su nariz. Parece que está vivo, pero no responde. Poso mi mano sobre su pelo sin tocarle. Simulo que le acaricio. Siento ternura viendo su cara de no haber roto un plato. Todo es un mar de tranquilidad. El momento de clímax se esfuma cuando el despertador empieza a sonar y las olas sonoras comienzan a llegar a mis oídos. Una marejada en forma de estruendoso sonido  no promete nada bueno. Recuerdos adormecidos. Recuerdos latentes a la espera de explotar resuenan en mi cabeza como si fueran el eco de ese maldito despertador. La rutina llama a mi puerta, aporrea con fuerza y yo no quiero que entre.  Doy un respingo, apago esa maldita sirena vital y los recuerdos angustiosos dejan de revolotear por mi mente.

Silencio de nuevo. Son las 18:00. Ricardo ha soltado un par de palabras ininteligibles, se ha dado media vuelta y ha cambiado su gracioso silbido por un concierto de ronquidos.

-Ya no me caes tan bien Ricardo.- reprocho a ese cuerpo inerte que yace sobre la cama.

Intento mantener la calma. Respiro una y otra vez profundamente, pero solo consigo que uno de mis ojos comience a parpadear sin control. Maldito tic nervioso. No pasa nada piensa en algo positivo.

- “¡Soy una nube! Nada me afecta. ¡Soy una nube!”.

Pero el tic pasa de un ojo a otro como en un partido de tenis. Justo cuando creo que me voy a volver loca, el despertador vuelve a sonar y todo explota por los aires. Noto como mi corazón  palpita a toda velocidad. La piel se me eriza y el estomago se me revuelve. Caigo por un agujero mental de lucidez y me doy de bruces con ese cachito de vida que me estaba esperando. Entro a trabajar a las 19:00. Solo quedan 50 minutos para empezar un turno de 10 horas en La Recoba.

Me levanto como un resorte. Como si fuera un autómata, recorro el pasillo, entro al baño y enciendo el aplique colocado encima  del espejo. Una luz blanca me apunta a la cara. Durante unos segundos no me deja ver, pero pasados unos instantes comienzo a vislumbrar un cadáver en vida delante del espejo. Ojos hinchados. El rímel corrido. Ojeras. Restos de maquillaje. Pelo alborotado y sucio. Patas de gallo. Arrugas descontroladas por mi rostro. Cara de cansancio absoluta. Canas que me hacen más vieja. Todo esto aliñado por la cuarta resaca en tres dí

as. Tengo 28 años y da la impresión de que tengo 40. Ojos brillantes. Ojos depresivos. Ojos que quieren salir de sus cuencas y salir volando. Ojos que van de la tristeza a la furia en un segundo.

-¡Yo no me merezco esto! - Grito sin que nadie me haga caso.

Tengo que pagarlo con alguien. Me doy la vuelta y veo a Ricardo.  Ni se ha movido. Un hilillo de baba cuelga de su boca y choca contra la almohada dejando un pequeño ronchón sobre la sabana azul.

-       ¡Levántate! – Le grito a Ricardo dándole un empujón en la espalda.
-       ¿Qué pasa…? – me responde aturdido Ricardo.
-       ¿Qué que pasa, pues tu me lo diras..?- le reprocho con cara de pocos amigos
-       No entiendo nada, ¿Qué he hecho?
-       Será más bien, ¿Qué no has hecho Ricardo? Son las 6 y sigues ahí dormido.
-       ¿María que te pasa?
-       ¿Qué que me pasa…? La pregunta es que no me pasa. Estoy harta de esta vida. Estoy harta de todo. Estoy harta de subir y bajar. De sufrir y no llegar a ningún sitio. Estoy harta de ti.
-       María…- me dice Ricardo mirándome  a los ojos e incorporándose de la cama.
-       María, ¿qué? – le corto- todo el dia corriendo sin parar, dejándome los cuernos, ¿para qué? Para despertarme y ver qué tengo que seguir corriendo. Quiero parar. Quiero que esta mierda de vida me dé un descanso.  Quiero respirar. Solo pido eso.

-       ¡María tranquila, todo en esta vida tiene solución! – Me dice Ricardo poniendo su brazo sobre mi hombro.

-       No me toques Ricardo – Le digo- No quiero que me toques. No quiero que me toque nadie. ¡Déjame en paz!!!- Grito con todas mis fuerzas.

-       María estas nerviosa y cansada, todo lo ves muy negro, pero confía en mí, siempre hay luz al final del túnel- me responde intentando abrazarme.

-       ¡Que no me toques, te he dicho!- le respondo dándole un manotazo- Las palabras ya no valen. No todo se arregla con tus frases hechas y prefabricadas. Esto no funciona. No hay ninguna luz al final del túnel. Mi vida no funciona. Porque no soy valiente, pero la solución más rápida la pienso cada dia y mira que me daría tranquilidad. No soy valiente ni para eso.-le suelto con los ojos brillantes

-       ¡María no digas tonterías! – me grita Ricardo agarrándome fuerte por los hombros y rodeándome con sus brazos.


Por unos segundos noto su calor, me siento bien entre sus brazos, pero soy como el barco que se hunde y por mucha agua que se achique estoy abocado inevitablemente a ser una naufraga en esta mierda de océano. Respiro uno, dos, tres segundos, coloco las palmas de mis pequeñas manos sobre el pecho de Ricardo y empujo con todas mis fuerzas.

-       Ricardo, vete, por favor, Ricardo, vete….-le grito
-       María no hay quien te entienda- Me responde Ricardo plantándose delante de mí.
-       No te lo voy a volver a repetir, Ricardo, vete!!!!
-       Estas jodida María, yo solo te quiero ayudar.
-       Si me quieres ayudar, vete!
-       No entiendo nada, eres bipolar María, esto no es normal….- me reprende Ricardo cambiando el tono de voz.

La furia me posee, fuera de mí,  levanto mi mano y mi cuerpo de uno sesenta le da un sonoro tortazo en la mejilla a Ricardo. Cojo su ropa, recorro el pasillo, abro la puerta de la casa y tiro al descansillo todas sus cosas.

-       ¡Que te vayas joder!- le grito con la mirada puesta en el suelo.


Noto como el  pasa a mi lado:


-“¡Jodete, María!”- me suelta enervado y cierra la puerta con virulencia.

Me quedo ahí sola. Con la espalda pegada a la puerta. Poco a poco mi  cuerpo va resbalando, como si las piernas no me respondieran, hasta que acabo sentada en el suelo con la cabeza entre las piernas. Las lágrimas chocan contra la fría baldosa gris y mis brazos inmóviles dejan que sigan su recorrido. Solo queda estrellarse contra el suelo.




martes, 19 de noviembre de 2013

Descubriendo a Maria Koppman



Abro los ojos. La cabeza me duele. Chasqueo la lengua. Tengo la garganta seca. Como una lija. Creo que ayer bebí algo más que agua. Esta cama no es la mía. A medida que mi cuerpo se despereza los clarososcuros se convierten en grises y los recuerdos escondidos aparecen como fotos en mi cerebro. Maria. “MiMaria”. Estoy en su cama. Ella duerme. Me acurruco como un ovillo y en silencio oigo un fino silbido que sale de su nariz. Ternura inmensa. Inmensa Felicidad. Felicidad descontrolada.
Te observo dormida. La cabeza sobre la almohada ladeada hacia la ventana. El sol del mediodía te besa los labios. Tu cuello me llama. Tu pecho baila acompasado al son de la vida y con mi mano lo sigo, sin tocarte, no quiero despertarte. Hueles a perfume y humo. Sabor a noche con toques dulces. Dulce Noche. Noche con sabor a ti. La mano izquierda sobre el ombligo, la otra cuelga del lado derecho del colchón. La sábana cubre sólo tu pierna derecha y parte del muslo de la izquierda. Piel blanca de terciopelo. La suave curva de tu cintura pone al descubierto mi debilidad. Suspiras. Yo me encojo pensando que vas a despertar y cambias de postura lentamente. El tatuaje de tu cintura queda al descubierto y mi mirada queda clavada a fuego en ti. De nuevo el fino silbido vuelve como hilo musical de la habitación y ya no puedo parar de sonreír.

Lagunas. Grandes lagunas en la noche. No recuerdo como comenzó todo. Solo recuerdo verte por casualidad. No recuerdo que me dijiste. Solo recuerdo chupitos de tequila y apuestas socarronas de quien podía beber mas. No recuerdo tu barrio...Solo recuerdo conversaciones agiles y carcajadas sonoras. No recuerdo tu calle. Solo recuerdo besos húmedos y tu piel caliente. No recuerdo tu portal. Solo recuerdo volar contigo encima de esta cama.

La habitación es un rectángulo de unos 10 metros cuadrados. Techos altos y vigas de madera. Solo hay una espartana bombilla que hace de lámpara. Dos paredes están pintadas de un azul celeste y las otras de blanco crudo. Reminiscencias de la bandera argentina pienso. La pared de la derecha tiene una inclinación de unos 45 grados, lo que me hace intuir que estamos en un ático. Unas ventanas tragaluz  en el techo dejan pasar los rayos del sol y creo que son la causa de que me haya despertado.

De frente veo una estantería de IKEA llena de cosas de Maria. Me incorporo desnudo y ojeo las baldas. En la primera libros de periodismo llenos de polvo. Libros en desuso. Libros usados. Usos en desuso. En la segunda una pila de CDs: Loquillo, Calamaro, Jaime Urrutia, Quique Gonzalez, Ariel Roth, Leiva, Andy Chango….Ni uno es original. Bueno miento, solo uno, Estadio Azteca en directo desde Luna Park. No hay ningún disco en inglés, pero me gustan todos. Debajo de la música viene la colección de DVDs. Balda tres, sección Clásicos Argentinos: Martinh, Nueve Reinas, Historias Mínimas, El mismo amor la misma lluvia, Tiempo de Revancha, Kamchatka, Esperando a la carroza, Caballos Salvajes… Barbará colección pienso. Se me está pegando el acento argentino y eso que soy de Moratalaz. No quiero mirar la balda 4 ni la 5 que están repletas de cajas de CDs. Solo espero que no le gusten las películas de Jennifer Aniston ni las películas de Van Damme. Prefiero mantener la imagen idílica de mi Maria. Aunque no me importaría ver los clichés románticos y los golpes sin sentido.  A la izquierda hay una colección de fotos pegadas a la pared. Fotos de muchos tamaños. Pegadas sin ningún orden. De forma aleatoria pero con estilo. Un cuadro vital en construcción. Construcción de momentos vitales. Veo su cara sonriente en todas ellas. Buenos momentos. Momentos para recordar. Recordar y no olvidar. Había visto muchas veces a Maria llorar discretamente en la esquina del restaurante donde trabajábamos. Yo me acercaba a ella e intentaba animarla, hacerla sonreír, que las lagrimas no fueran tan amargas. Disfruto viendo sus carcajadas sonoras grabadas en aquellas fotos estáticas.


Sobre la alfombra junto a la cama esta mi pantalón, un metro más allí mi camiseta. Veo mis zapatillas junto a la puerta. Cruzo la puerta y mas allí junto a la tele esta mi ropa interior. No lo entiendo muy bien, pero parece que dimos un par de tumbos por la casa. De la cama al sofá. Del sofá a la cama. El resto de la casa es una sala de estar con cocina más pequeña que la habitación. En la pared hay un cartel del Che. Como podía faltar en la casa de mi María la revolucionaria. Junto a él hay un pequeño cartel electoral de Esperanza Aguirre que pone “Centrados en ti” con un pequeño tunning, el ti esta tachado por un mí y ella tiene unos bonitos cuernos al estilo diablesa, un diente negro y alrededor de su cara una diana que deja claro que esta en el punto de mira. Mi sonrisa se desata en carcajada.

El suelo esta pegajosa .Junto al sofá viejo y rayado hay una mesa baja llena de botellas y vasos. Un cenicero lleno de colillas parece que sigue humeando junto a una bolsita de marihuana y filtros de tabaco. En la otra pared hay un viejo frigorífico. Abro la puerta curioso y cuando veo que solo hay dos limones resecos en la última balda, una voz interrumpe mi investigación:

-       ¿Tienes hambre, Ricardo?- me dice melosa Maria.
-       …..- me quedo en silencio asustado como si me hubieran pillado robado un banco.
-       ¿Ricardo??- me vuelve a decir Maria
-       …..-mis cuerdas vocales están paralizadas por el miedo y no consigo decir nada
-       ¡Vuelve a la cama, tonto! – me replica Maria
-       Si- Le digo mirándole a la cara  con una sonrisa de oreja a oreja
-       “¿Estas contento, Ricardo?- Me dice Maria sonriendo con una mueca burlona.

-       “Si” - le respondo agarrándole la cintura y lanzándole contra la cama.