viernes, 27 de diciembre de 2013

Cuando Ricardo encontró a María… de nuevo




María se despierta de forma diferente a otros días. No está cansada, no parece que le haya arrollado un tren  como ocurre todas las mañanas y su cuerpo consigue zafarse de esa cárcel de sabanas en la que se convierte su cama. Mira la hora y da un respingo por el susto: “¡Las 8:30!!!”. Alguien se ha olvidado de despertarle. ¿Maldito Ricardo donde estarás?

Un fuego que no quema. Una brisa que no mueve tu pelo. Una canción sin estribillo.

Ricardo tras dar un salto mortal con tirabuzón desde su cama deposita sus pies sobre el frío suelo del baño, abre el grifo de la ducha y espera paciente que el agua se caliente. Una vez superado el escalofrío inicial, recibe el calor deseado y se siente mejor. Alarga la mano en busca del champú y el bote está vació. Alguien se ha olvidado de hacer la compra. ¿Maldita María donde estarás?

Una luz que no da calor. Un abismo que no da vértigo. Una carta que no tiene sello.

María unta la tostada medio quemada de mantequilla como si de un manjar prohibido se tratara.  Pero al levantar la mirada, nadie le dice que es malo para la salud tanta grasa. Mira el frutero lleno de polvo en la esquina de la cocina y solo ve un plátano negro que pide a gritos un exilio de aquel lugar.

Un folio en blanco. Una piedra que nunca se convertirá en estatua. Una señal que no apunta a ningún sitio.


Ricardo cocina su plato estrella de patatas con verduras y en el momento crítico en el que tiene que echar la cantidad exacta de sal a la cazuela, chasquea la lengua y suelta entre dientes:

-“¿Así está bien…?”

No recibe ninguna respuesta y su mirada se pierde entre las baldosas sucias de la cocina, mientras suena de fondo el plop plop de la cazuela.

Llaves que no cierran y que solo abren una prisión. Sabanas que llevan a calabozos blancos. Los triunfos que consisten en sumar dos derrotas.


Ricardo sin María. María sin Ricardo.  Hombre que pierde el sentido sin esa Mujer. Mujer perdida por la sentida pérdida de ese hombre. Sentidos perdidos. Perdidos en los sentidos. Perdida sin sentido. Hombre y mujer en busca de sentimientos que llenen su vació.

Todo es posible en nuestra vida. Ese era su lema. Ricardo hijo en argentina tenía un billete de avión que se hacía mas y mas grande  cada día que pasaba. Su vuelta era inminente. Eran felices. Felicidad sin matices. Felicidad nunca vivida. Pero el espejismo se convirtió en realidad. Tras dos meses rodados en el que todo era una sonrisa continuada, la convivencia se fue haciendo más difícil, los engranajes comenzaron a chirriar y  las grietas aparecieron en el suelo. Las facturas eran más grandes que las sonrisas, los dobles turnos no dejaban respirar y  las ojeras no les dejaban ver y disfrutar los que les estaba viviendo.

Dos meses estacionarios en el que los enfermos languidecen. Dos meses en lo que hubiera sido mejor bajarse de ese tren. Escapada hacia delante. Si quedaba la esperanza de ser amigos, se perdió. Sus palabras gruesas rompieron todos los puentes. Sus gritos cortaron toda posibilidad de dialogo. Dos meses y gracias. Ricardo hizo la maleta y se fue a vivir a casa de un amigo. Aquella tarde María abrió la cerradura de casa y se dio cuenta que Ricardo ya no estaba. Sus cajones estaban vacíos. Se había llevado todo. Nunca algo tan deseado, le produjo tanta tristeza. Nunca la soledad fue un problema para ella. Pero ese día noto lo que era estar realmente sola. 

          
Dos meses sin  “RicardoyMaria”. Dos meses desde que todo se había ido al traste. Dos meses de dos  barcos a la deriva.   

María recorre la calle cabizbaja mirando las baldosas, esperando chocarse con todo transeúnte que discurra en sentido contrario, solo busca una frutería o chino en su defecto con el que pueda rellenar ese frutero mohoso que siempre llenaba Ricardo.

Ricardo harto de que el sofá le absorba en la monotonía diaria, recuerda que necesita por un día ducharse con jabón. Con el viejo chándal que llevaba puesto sale corriendo de su portal en busca de un supermercado y va saltando las baldosas de dos en dos.

Cuando María se encontró a  Ricardo. Cuando Ricardo se llevo por delante a María. María cayó al suelo y Ricardo la levanto dócilmente entre sus brazos.

-       ¡¡¡Ricardo!!!
-       ¡¡¡María!!!!!
-       Cuanto tiempo...
-       Pues si mucho tiempo.
-       ¿Qué tal?
-       Bien, María, como siempre – le miente Ricardo- ¿y tú?
-       Yo también bien.

Silencio. Silencio. Maldito silencio.

            -Pues bien...
            -Bueno…

 Están a punto de despedirse con un “hola y adiós”, como esos viejos amigos  que se encuentran por la calle  y se despiden con un “Tenemos que quedar. Te llamo fijo.” Pero Ricardo reacciona a tiempo y le dice:

-       María tienes un rato para tomar un café, yo no tengo nada que hacer ahora.
-       ….bueno…-le dice María mirándole a los ojos por primera vez.

Ricardo está nervioso. No para de mover las manos. Le dice a María nos ponemos allí o allí o allí…, apuntando a todas las mesas. María sonríe por unos segundos, le agarra las manos y le dirige a la esquina del fondo del bar.

-       ¿Qué tal el día? – Le dice Ricardo intentando romper el hielo.
-       Bien- Le dice lacónica María
-       ¿Qué has hecho hoy?
-       Nada

…Silencio…

-       María, te acuerdas cuando todo era fácil. Cuando lo difícil era no sonreír. Cuando los silencios nos gustaban.
-       Sí que me acuerdo.
-       He vuelto a escuchar nuestra canción.
-       ¿Qué canción?
-       La canción con la que nos conocimos ¿No te acuerdas?-  dice Ricardo apuntando los cascos que cuelgan de su cuello.
-       Eran otros tiempos Ricardo.
-       Éramos felices.
-       Éramos, tú lo has dicho…
-        ¡Éramos felices, joder! ¿Qué nos pasó?
-       Tu sabrás Ricardo yo sigo igual.
-        
-       ¿Igual? – Le suelta Ricardo con los ojos brillantes.- ¿Dónde está lo que fuimos? ¿Dónde están nuestros sueños por descubrir?
-        
-       ¿Estas loco Ricardo? ¿Y mi trabajo? ¿Y mi Ricardo que está en Argentina?
-       ¿Por qué no? ¿Por qué no podemos volver a ser como antes? Volver a empezar.
-       ¿En tienda de campaña, sin ducharnos y con una caja de san migueles como menú diario? ¿Eso quieres Ricardo?
-       Sí- le responde Ricardo sin pensar
-       Hemos pasado una edad- le replica María- Madura un poco. Hay que dar un paso adelante. Ya no todo se arregla con alcohol.
-       ¿Y eso quien lo dice?- Suelta indignado Ricardo
-       Lo dicen las facturas de todos los meses. Lo dice Iberia con sus vuelos a Argentina a 1000 euros.
-       Queríamos vivir libres y estamos atados de pies y manos- reniega Ricardo
-       Ahora me vas a saltar tu discurso de siempre, CARPE DIEM, TEMPUS FUGIT, Hay que vivir la vida, dejar un bonito cadáver……-suspira María
-       ¿Y por qué no?
-       Porque tienes 30 años Ricardo y no tienes ni puta idea de qué hacer con tu vida
-       ¿Cómo? Yo sé lo que quiero hacer. Yo quiero ser el padre de tu hijo. Yo quiero estar contigo.  Pero hay una vida más allá de tener hijos y cuidarlos. Se puede ser feliz. Se pueden hacer cosas. Se puede ser feliz, aunque lo pasemos mal…
-       Ricardo madura, Peter Pan se ha hecho mayor, ahora tienes obligaciones. Se vivía muy bien en casa de tus padres. Pero ahora estas en la vida real. Sigue así que te vas  a pagar una buena ostia.
-       Seguiré como yo quiera.
-       Pues sigue pero lejos de mi por favor.- le suelta con odio María.

Ricardo se levanta.

-       Ricardo….-le dice arrepentida María.


Ricardo atraviesa  la puerta del bar. María hace un amago de seguir su camino, pero interrumpe su persecución y da media vuelta.

La llave ha cerrado la puerta. Cada uno da un paso alejándose del otro. La carta ya tiene sello. María piensa que todo se acabo. La hoja está escrita. Ricardo piensa en aquella frase que no debía haber dicho. La señal apunta a su destino. María duda si mirar atrás. Las canciones ya tienen estribillo. Ricardo llora al entrar a la boca del metro. La brisa entre los vagones  mueve su flequillo. María espera con la mirada perdida el autobús en la parada. El fuego vuelve a quemar. Ricardo encuentra un asiento libre y coloca su cabeza entre las piernas. La puerta de la prisión está abierta.  

Cada uno  vuela a una nueva vida donde no sea importante ni Ricardo ni María, donde los importantes sean ellos mismos, aunque ellos no lo saben la luz volverá  a dar calor y los abismos volverán a dar vértigo.







jueves, 5 de diciembre de 2013

Agarrate fuerte a mi Maria


Maria. Mirada perdida. Mallas. Botas altas y un jersey de lana de cuello alto que le llega a las rodillas. Tres semanas pensando cómo volver a hablar con Ricardo.  Tres minutos para que el metro llegue a la estación y un mensaje en la pantalla de su móvil pendiente de enviar.  El vagón pita al pasar a su lado. El aire levanta su flequillo. Cierra los ojos como si desearía caerse en las vías. Un hombre con un maletín golpea su hombro al intentar rodearla y Maria al abrir de nuevo los ojos ve en su pantalla: “Mensaje enviado”. Enviado por el destino. Maria sonríe con su mirada triste. Un niño que juega con su madre le señala con el dedo. Maria se pone roja y ve como las puertas del metro se cierran ante sus ojos. Una puerta se cierra, pero otra se abre.

Ricardo. Barba de tres dias. Pantalones vaqueros. Botas de cuero desgastadas con una cremallera lateral a media asta. Cascos en los oídos y el mp3 apagado. Tres semanas esperando noticias de Maria. Tres semanas vacías de música y contenido. Justo cuando está a punto de echar el sobre de azúcar sobre el primer café de la mañana, su móvil vibra y en su pantalla aparece: “Necesito hablar contigo”. Ojos brillantes. Ojos ilusionados. Ilusiones que brillan tanto que le deslumbran. Miedo a responder. Nunca fue un tipo valiente. Nunca quiso ser el protagonista de esta historia. Mentirse a uno mismo. Mentiras piadosas. Mentiras hermosas como camaleones que fingen el color de la verdad. Nervioso, buscando algo que distraiga esa marabunta que  retumba en su cabeza, comienza a remover el azúcar de su café a toda velocidad.

María siempre fue tímida. Su verborrea adolescente escondía una mujer introvertida a la que le costaba salir de su cascarón. El papel de chica loca siempre le había venido bien. Pero había comenzado a cansarse. Ricardo le permitía ser como era ella realmente. Muchas veces no aguantaba su parsimonia y su excesiva tranquilidad, pero al final de cada día  lo necesitaba como si fuera un oasis, un espejismo en este desierto de asfalto en el que vivía. Maria mira una vez el móvil. Lo guarda en su bolso. Tres segundos y Maria vuelve a mirar la pantalla. Nada. No hay respuesta. Otra parada de metro y sin noticias de Ricardo. Revisa el mensaje de nuevo. Ha llegado. Una rayita y dos rayitas. Maldito Double Check, que infelices nos has hecho. En un último instante desesperado vuelve a mirar y  cero absoluto de nuevo. Una señora que le observa detrás de un libro, levanta la mirada y le dice:

-“Chiquita, en el metro no hay cobertura...”

Maria se pone de nuevo muy roja y asiente con la cabeza como si ya lo sabría de toda la vida.

A Ricardo siempre le costaba arrancar. Era un viejo motor diesel, que hace mucho ruido, que tarda unos kilómetros en entrar en calor, pero que luego aguanta con lealtad todos los viajes que hagan falta. El hombre que siempre estaba ahí. Cuenta conmigo. El hombre tranquilo. Hoy sin embargo le temblaba el pulso y el corazón se le salía de la boca. Manejaba torpemente el móvil entre sus manos, los pensamientos se acumulaban a borbotones en su cerebro y era incapaz de teclear las palabras exactas que su corazón quería expresar. Nunca fue un tipo de frases redondas, de decir las cosas en su momento. Era de los que a la media hora tenía la respuesta perfecta delante del espejo, de los que  vivían la vida en diferido y recibían los golpes en directo. Su mensaje queda reducido  finalmente a  un: “YO también”, con el YO en mayúsculas como queriendo gritar en dos letras todo lo que sentía.

Maria sale de la boca del metro. Ricardo da el último sorbo al café. Maria recorre la calle sin pisar las líneas de las baldosas. Ricardo se atusa el pelo pensando que hoy no se ha peinado. Maria corre sin control y antes justo de llegar al número 29 de la calle, junto al café de su cita, apoya la espalda en la pared. Respira profundamente, mira al suelo y coge fuerzas como ese soldado que le mandan al frente. Ricardo disimula cuando ve entrar a Maria, mira hacia otro lado y justo cuando nota su presencia se gira:


-       ¡Hola! – Le dice Ricardo asustado sin poder levantarse de la silla
-       ¡Hola! – Le responde Maria mirándole a los ojos

Silencio. Un segundo, dos segundos, tres segundos. Ricardo paralizado no puede parar de mirar los ojos brillantes de Maria, hasta que suelta:


-       Siéntate, Maria

 Maria se quita su pañuelo, lo deja encima de una silla y  toma asiento. Pone primero las manos sobre el borde de la mesa y las desplaza hasta que se sitúan encima de las de Ricardo. Este se encoge y no acaba de entender esa muestra de cariño.

-       Ricardo, necesitaba hablar contigo. No me he portado bien. Pero todo tiene una razón y una causa
-      

Ricardo bloqueado asiente con la cabeza.

-       Ya te he contado muchas veces que mi madre murió cuando yo nací, lo recuerdas, ¿no?
-       Si
-       ¿Sabes cómo me llamaban en el colegio?
-       No- dice Ricardo, sin saber a dónde irá la conversación
-       Bambi
-       ¿Bambi?, no me jodas Maria, que niños más cabrones.
-       Nooo – Le corta Maria- Me gustaba, me lo decían con cariño. Eran mis amigos. Era un apodo cariñoso. No tenía ninguna malicia. Llámame Bambi no me importa.- Le dice Maria  intentando sonreír nerviosa.
-       ¿Bambi?
-       Si, así me llamaban.

-      

Silencio incomodo

-      

-       ¿Pero bueno me imagino esto no es lo que me querías contar, no?- le dice Ricardo con una mueca nerviosa

Maria se muerde las uñas y mira a la calle a través del gran ventanal del café.

-        Hay más. Últimamente no soy yo. Los problemas me ahogan.
-       Yo estoy aquí para lo que quieras.- le responde raudo Ricardo.
-       Ya lo sé. Pero hay algo más. Hay algo del pasado que está volviendo. Hay una cosa que tú no sabes…- le dice Maria, parándose unos segundos a respirar.

Ricardo se encoge en su silla y esta vez agarra de la mano a Maria.

-        Llevo unos dias horribles.  Es difícil de contar – le vuelve a decir Maria, al mismo tiempo que sus ojos están a punto de estallar.- Tengo un pasado y el pasado siempre vuelve. Me lleve en una maleta hace 5 años todo lo que tenía en argentina. Pero me deje algo. Algo que no sabe nadie. Algo que no he contado. Algo que escondo y algo en el que no puedo parar de pensar.

-       ¿El qué?-le dice nervioso Ricardo.

Silencio. Una respiracion. Silencio. Un suspiro. Silencio.

-       ¿El qué?- Repite Ricardo.

-       Un hijo. Un hijo que recuerdo cada dia. Un hijo que esta con mi abuela. Se llama Ricardo como tú. Me gustaste la primera vez que te vi solo por tu nombre.  Hay algo de mí que se quedo en Argentina y necesito que vuelva, pero la vida no me lo pone fácil. No quiero que crezca como crecí yo, sin una madre. No sé porque, pero solo lo he pagado contigo. Lo siento. Lo siento. Ricardo, lo siento…

Ricardo superado por el momento, piensa en abrazarla, en darle cariño físico, en estrujarla y decirle que no pasa nada, pero después de una tarde en la que niebla no dejaba ver el horizonte, comienza a hablar como lo solía  hacer solo delante del espejo.


-       Maria… – Ricardo traga saliva y chasquea la lengua para seguir con su discurso- Nunca es tarde para empezar de nuevo. Para quemar los barcos. Nunca es tarde para cortar la cuerda que no nos deja caminar. Nunca es tarde para dejar de ser una mujer que no pueda permitirse un pasado. Nunca es tarde. La vida no comienza cuando naces, sino cuando tú quieras empezar a recordar. Es nuestro momento. Yo te ayudo. Yo estoy contigo. No pasa nada, todo se va a solucionar. Todo lo vamos a solucionar.

Maria explota y sus lágrimas recorren sus mejillas sin que pueda dejar de mirar a Ricardo  fijamente a los ojos.

Y Ricardo le responde con la canción de sus domingos tristes, la canción melancólica que le hacía pensar en Maria. La canción secreta que escuchaba en su mp3 apagado.

-       “Agárrate fuerte a mí, Maria. Agárrate fuerte a mi”.