viernes, 12 de julio de 2013

La parte de los angeles




Cuando el whisky se pone en la barrica hay una parte que se evapora: al whisky que se evapora se le llama "la parte de los ángeles". Mi cabeza da vueltas. Caigo embriagado por los aromas de la botella  donde está escrita esa frase.  Destripo cada una de esas letras, repaso la frase, me quedo prendado por estas 5 palabras. La parte de los ángeles. Nunca fui creyente. Una época ateo. Pero un amigo me explico un día regado por bebidas espirituosas que lo que yo era es: agnóstico.  Desde entonces le hago caso, aunque sinceramente no lo acabe de entender. Espero que cuando llegue mi día, venga Dios y me lo explique.  Pero hoy he decidido creer en los ángeles. Pienso en la de pequeñas cosas, momentos, decisiones que se evaporan en la vida. Esa parte de los ángeles vital de cada persona que no se sabe a dónde va a parar.

La primera vez que bajaste la cabeza cuando tu jefe te echo la culpa de algo de lo que no eras responsable. Esa vez que dijiste sí cuando tu cerebro decía no. Esa vez que dijiste no cuando tu estomago te decía sí. Esa caricia que decidiste no dar. Ese beso que se te escapo de las manos. Esa vez que aceptaste la derrota como costumbre. Esa palabra de afecto que se quedo muda en tus labios. Esa lagrima que escondiste a la vista de la gente. Ese no mirar atrás cuando pisaste y destrozaste todo lo que había a tu alrededor. Esa entrevista a la que no quisiste ir. Esa tercera cita a la que nunca llegamos. Ese ya quedaremos que dices siempre a tus “amigos”. Ese falso saludo que no diste.  Ese no pasa nada, cuando tu corazón roto se desangra en la soledad. ¿Qué hubiera sido de mí?

Cierro los ojos y me imagino como Tom Hanks en BIG delante de la máquina de los deseos. Introduzco una moneda y Zoltar da su resultado en forma de tarjeta: Deseo Concedido.

Abro los ojos. Mi viejo sofá destartalado ha desaparecido.  Un sofá de cuero blanco decora un habitación extremadamente moderna y minimalista. Todo en tonos grises y negros. Como el traje de línea diplomática que llevo puesto.  Miro a un espejo y veo a mi cara. Reconozco  mi cara, pero esta tatuada con un falso bronceado color naranja. Mi pelo sedoso brilla y un tupe de niño pijo me da un toque diferente. Descubro poco a poco el cuerpo extraño en el que me encuentro.  Tengo un puro habano en una mano y en la otra un vaso con un líquido de color marrón. Me acerco el puro y fumo como un autómata. Parece que todavía  no controlo este cuerpo extraño.  Toso como un quinceañero con su primer cigarro. Para apagar la tos, pruebo el líquido del vaso y una arcada está a punto de hacerme vomitar.

Me vibra la pierna. Meto con miedo la mano en el bolsillo y saco un móvil. En la pantalla una foto de mi jefe. Me recorre un sudor por la espalda:

      -Si dígame- Respondo de forma dubitativa, esperando un grito o una palabra malsonante...
      -Esto, que soy yo, que te llamo desde la oficina...-Miro el reloj y son las 10 y media de la noche- …nada que lo siento mucho, que ya está el informe que me habías pedido y mañana lunes lo tienes en tu mesa.
  
      Me apiado de esa pobre persona. Me veo reflejado. Yo he sido una rata de oficina como él. Voy a responderle con un gracias, buen trabajo, tomate mañana el dia libre. Pero el autómata se adelanta.

-OK – y cierra la tapa del teléfono, cortando las palabras que se oían al otro lado.

Vuelvo a probar una calada del puro y esta vez parece que me sienta bien. El humo penetra en mi garganta, pasa por mi laringe y noto como se expande por los pulmones. Un mareo leve me hace perder por unos segundos la cabeza.  Me encuentro a gusto, relajado, hasta la estatua de un caballo gris metalizado a tamaño real ,que tengo en frente de mi, me parece agradable.
Vibra de nuevo el móvil. Pienso que será otra vez mi jefe al que el autómata ha cortado.
Miro de nuevo la pantalla y  sale la foto de José. Mi amigo del alma. Mi amigo de toda la vida.  Mi confidente de momentos buenos y malos. Sonrió desde el interior de este cuerpo extraño y estoy deseando decirla hola y comentarle como le va la vida. Pero de nuevo este cuerpo no me hace caso.
El autómata pulsa rechazar, lanza el móvil a la esquina del sofá y suelta “

-Este cabrón de José ya sé lo que quiere, pedirme más dinero. ¡José que te den por culo!”

En entonces cuando se oye un taconeo acelerado por el pasillo de la casa. Aparece ella. María. Mi María. Con 10 años más. Con sus ojos azules, con su melena rubia  y con un minivestido que se ajusta a su cuerpo como un guante.  Es la misma María. La que me abandono un mes antes de casarnos al darse cuenta que su jefe le hacía más feliz que yo. La veo radiante. Más guapa que  nunca. Deseo levantarme y abrazarla. Estrujarla entre mis brazos. Frotarme contra ella. Pero el capitán que dirige este cuerpo, le dice:

-          -¡Joder, María para eso espero una hora! ¡Si estabas más guapa antes!

Este cuerpo mío se levanta y deja atrás a María. Veo por el retrovisor del autómata, como el semblante feliz de Maria se transforma en rabia. Noto como sus ojos se humedecen y un rictus de decepción se apodera de su rostro.  Deseo dar la vuelta, acariciarle la mejilla. Tocarle. Decirle con palabras gruesas lo guapa que esta. Quitarle la ropa y desatar nuestras pasiones. Pero el autómata tiene el control. Abre la puerta de casa y María le sigue sin rechistar como un perrito faldero.

En el garaje cogemos un mercedes  descapotable  y el autómata comienzo a conducir a toda velocidad por la ciudad.

-Hijo Puta quítate de en medio!
-Pero dónde vas con esa mierda de coche!
- ¡Joder, me vas a comer la poya!
- ¡Cabron, pero que haces!

Ni una sola frase con sujeto, verbo y predicado. Cuando ha repetido tres veces toda la gama de insultos, gira su cuello, le mira a María, guiña un ojo y le da un pellizco en la mejilla. De esos fanfarrones. De esos de machito de playa.
María  asiente su gesto con una falsa sonrisa.

-¿Pero María que te pasaaaaa? - Grito desde esta jaula de músculos. ¿Donde esta aquella chica rebelde? ¿Donde esta aquello que decias de nadie me va a pisar?

Paramos en un semáforo y un pobre hombre se acerca a vender pañuelos. En el  momento justo que llega a nuestra altura, el autómata le da al botón de cerrar la ventanilla:

-         - Buscate un trabajo de verdad- le suelta y lo acompaña con una carcajada socarrona mirando a los ojos a María.

Este cuerpo no me gusta. Siento vergüenza ajena. Siento rabia. Siento dolor. Siento puto asco. Quiero acabar con este personaje que comparte mi cuerpo. Este pedazo hijo de puta no merece vivir. Esta ha sido la gente que me ha jodido toda la vida. La que me ha hecho llorar. La que me ha hecho la vida imposible. El coche entra en un tú túnel y como idiota que es el autómata acelera. Me concentro  con todas mis fuerzas. Sus manos se mueven, el coche gira a la derecha y se estrella bruscamente contra un muro. Lo siento Maria. Adios autómata. Adios.

Me despierto entre sudores en mi viejo sofá rajado. No hay minimalismo. Solo muebles de IKEA. Los puros habanos, son sustituidos por un paquete de Fortuna. No hay rastro de María, ni de su vestido ajustado. La sustituyen unos cogollos de la susodicha en un chivato de tabaco. Dudo unos segundos que ha pasado. Mi corazón revolotea cerca del techo a 120 pulsaciones. Todo ha sido un mal sueño.
 Por si acaso creo que voy a quedar con mi amigo que me dijo que yo era agnóstico. A ver si es compatible con creer en los ángeles. O por lo menos con la parte de los ángeles.