viernes, 29 de noviembre de 2013

Resurrección y caída de María Koppman


Ricardo me lleva en sus brazos. Vamos recorriendo el pasillo sobrevolando las baldosas unos centímetros por encima del suelo. Como fantasmas. Las sabanas vuelan, los muebles se mueven, nuestras pieles sudorosas resbalan y los gemidos se oyen tres pisos más arriba. Me siento bien. Una y otra vez. Tú arriba. Yo abajo. Tu abajo. Yo arriba.  Más deprisa. Más y Más. Respiraciones cortadas. Sonidos  huecos. Sofocos. Gritos. La cama se mueve. Nuestros músculos crujen. Los jadeos se multiplican. Nuestros cuerpos se rozan sin control. Nuestras mentes conectan. Hasta que un grito final sincronizado pone fin a nuestro concierto.

Y después del estruendo llega el silencio. Momento interior. No hay nadie más. Mirada fija al techo. Estoy lobotomizada. Feliz. Observando esa vieja viga que me hipnotiza. Nada me importa. Todos los problemas han desaparecido. Mente en blanco. Mente en constante estado de inactividad. Blanco mental constante hasta que mi universo paralelo vuelve a cruzarse con la realidad y mi cuerpo vuelvo a pensar.

-       Ricardo, ¿Qué dia es hoy?
-      
-       ¡Ricardo…!- repito subiendo el tono de voz.
-      
-       Ricardo, ¿estás ahí? – digo con tono burlón dándome la vuelta

Una fina respiración sale de su nariz. Parece que está vivo, pero no responde. Poso mi mano sobre su pelo sin tocarle. Simulo que le acaricio. Siento ternura viendo su cara de no haber roto un plato. Todo es un mar de tranquilidad. El momento de clímax se esfuma cuando el despertador empieza a sonar y las olas sonoras comienzan a llegar a mis oídos. Una marejada en forma de estruendoso sonido  no promete nada bueno. Recuerdos adormecidos. Recuerdos latentes a la espera de explotar resuenan en mi cabeza como si fueran el eco de ese maldito despertador. La rutina llama a mi puerta, aporrea con fuerza y yo no quiero que entre.  Doy un respingo, apago esa maldita sirena vital y los recuerdos angustiosos dejan de revolotear por mi mente.

Silencio de nuevo. Son las 18:00. Ricardo ha soltado un par de palabras ininteligibles, se ha dado media vuelta y ha cambiado su gracioso silbido por un concierto de ronquidos.

-Ya no me caes tan bien Ricardo.- reprocho a ese cuerpo inerte que yace sobre la cama.

Intento mantener la calma. Respiro una y otra vez profundamente, pero solo consigo que uno de mis ojos comience a parpadear sin control. Maldito tic nervioso. No pasa nada piensa en algo positivo.

- “¡Soy una nube! Nada me afecta. ¡Soy una nube!”.

Pero el tic pasa de un ojo a otro como en un partido de tenis. Justo cuando creo que me voy a volver loca, el despertador vuelve a sonar y todo explota por los aires. Noto como mi corazón  palpita a toda velocidad. La piel se me eriza y el estomago se me revuelve. Caigo por un agujero mental de lucidez y me doy de bruces con ese cachito de vida que me estaba esperando. Entro a trabajar a las 19:00. Solo quedan 50 minutos para empezar un turno de 10 horas en La Recoba.

Me levanto como un resorte. Como si fuera un autómata, recorro el pasillo, entro al baño y enciendo el aplique colocado encima  del espejo. Una luz blanca me apunta a la cara. Durante unos segundos no me deja ver, pero pasados unos instantes comienzo a vislumbrar un cadáver en vida delante del espejo. Ojos hinchados. El rímel corrido. Ojeras. Restos de maquillaje. Pelo alborotado y sucio. Patas de gallo. Arrugas descontroladas por mi rostro. Cara de cansancio absoluta. Canas que me hacen más vieja. Todo esto aliñado por la cuarta resaca en tres dí

as. Tengo 28 años y da la impresión de que tengo 40. Ojos brillantes. Ojos depresivos. Ojos que quieren salir de sus cuencas y salir volando. Ojos que van de la tristeza a la furia en un segundo.

-¡Yo no me merezco esto! - Grito sin que nadie me haga caso.

Tengo que pagarlo con alguien. Me doy la vuelta y veo a Ricardo.  Ni se ha movido. Un hilillo de baba cuelga de su boca y choca contra la almohada dejando un pequeño ronchón sobre la sabana azul.

-       ¡Levántate! – Le grito a Ricardo dándole un empujón en la espalda.
-       ¿Qué pasa…? – me responde aturdido Ricardo.
-       ¿Qué que pasa, pues tu me lo diras..?- le reprocho con cara de pocos amigos
-       No entiendo nada, ¿Qué he hecho?
-       Será más bien, ¿Qué no has hecho Ricardo? Son las 6 y sigues ahí dormido.
-       ¿María que te pasa?
-       ¿Qué que me pasa…? La pregunta es que no me pasa. Estoy harta de esta vida. Estoy harta de todo. Estoy harta de subir y bajar. De sufrir y no llegar a ningún sitio. Estoy harta de ti.
-       María…- me dice Ricardo mirándome  a los ojos e incorporándose de la cama.
-       María, ¿qué? – le corto- todo el dia corriendo sin parar, dejándome los cuernos, ¿para qué? Para despertarme y ver qué tengo que seguir corriendo. Quiero parar. Quiero que esta mierda de vida me dé un descanso.  Quiero respirar. Solo pido eso.

-       ¡María tranquila, todo en esta vida tiene solución! – Me dice Ricardo poniendo su brazo sobre mi hombro.

-       No me toques Ricardo – Le digo- No quiero que me toques. No quiero que me toque nadie. ¡Déjame en paz!!!- Grito con todas mis fuerzas.

-       María estas nerviosa y cansada, todo lo ves muy negro, pero confía en mí, siempre hay luz al final del túnel- me responde intentando abrazarme.

-       ¡Que no me toques, te he dicho!- le respondo dándole un manotazo- Las palabras ya no valen. No todo se arregla con tus frases hechas y prefabricadas. Esto no funciona. No hay ninguna luz al final del túnel. Mi vida no funciona. Porque no soy valiente, pero la solución más rápida la pienso cada dia y mira que me daría tranquilidad. No soy valiente ni para eso.-le suelto con los ojos brillantes

-       ¡María no digas tonterías! – me grita Ricardo agarrándome fuerte por los hombros y rodeándome con sus brazos.


Por unos segundos noto su calor, me siento bien entre sus brazos, pero soy como el barco que se hunde y por mucha agua que se achique estoy abocado inevitablemente a ser una naufraga en esta mierda de océano. Respiro uno, dos, tres segundos, coloco las palmas de mis pequeñas manos sobre el pecho de Ricardo y empujo con todas mis fuerzas.

-       Ricardo, vete, por favor, Ricardo, vete….-le grito
-       María no hay quien te entienda- Me responde Ricardo plantándose delante de mí.
-       No te lo voy a volver a repetir, Ricardo, vete!!!!
-       Estas jodida María, yo solo te quiero ayudar.
-       Si me quieres ayudar, vete!
-       No entiendo nada, eres bipolar María, esto no es normal….- me reprende Ricardo cambiando el tono de voz.

La furia me posee, fuera de mí,  levanto mi mano y mi cuerpo de uno sesenta le da un sonoro tortazo en la mejilla a Ricardo. Cojo su ropa, recorro el pasillo, abro la puerta de la casa y tiro al descansillo todas sus cosas.

-       ¡Que te vayas joder!- le grito con la mirada puesta en el suelo.


Noto como el  pasa a mi lado:


-“¡Jodete, María!”- me suelta enervado y cierra la puerta con virulencia.

Me quedo ahí sola. Con la espalda pegada a la puerta. Poco a poco mi  cuerpo va resbalando, como si las piernas no me respondieran, hasta que acabo sentada en el suelo con la cabeza entre las piernas. Las lágrimas chocan contra la fría baldosa gris y mis brazos inmóviles dejan que sigan su recorrido. Solo queda estrellarse contra el suelo.




martes, 19 de noviembre de 2013

Descubriendo a Maria Koppman



Abro los ojos. La cabeza me duele. Chasqueo la lengua. Tengo la garganta seca. Como una lija. Creo que ayer bebí algo más que agua. Esta cama no es la mía. A medida que mi cuerpo se despereza los clarososcuros se convierten en grises y los recuerdos escondidos aparecen como fotos en mi cerebro. Maria. “MiMaria”. Estoy en su cama. Ella duerme. Me acurruco como un ovillo y en silencio oigo un fino silbido que sale de su nariz. Ternura inmensa. Inmensa Felicidad. Felicidad descontrolada.
Te observo dormida. La cabeza sobre la almohada ladeada hacia la ventana. El sol del mediodía te besa los labios. Tu cuello me llama. Tu pecho baila acompasado al son de la vida y con mi mano lo sigo, sin tocarte, no quiero despertarte. Hueles a perfume y humo. Sabor a noche con toques dulces. Dulce Noche. Noche con sabor a ti. La mano izquierda sobre el ombligo, la otra cuelga del lado derecho del colchón. La sábana cubre sólo tu pierna derecha y parte del muslo de la izquierda. Piel blanca de terciopelo. La suave curva de tu cintura pone al descubierto mi debilidad. Suspiras. Yo me encojo pensando que vas a despertar y cambias de postura lentamente. El tatuaje de tu cintura queda al descubierto y mi mirada queda clavada a fuego en ti. De nuevo el fino silbido vuelve como hilo musical de la habitación y ya no puedo parar de sonreír.

Lagunas. Grandes lagunas en la noche. No recuerdo como comenzó todo. Solo recuerdo verte por casualidad. No recuerdo que me dijiste. Solo recuerdo chupitos de tequila y apuestas socarronas de quien podía beber mas. No recuerdo tu barrio...Solo recuerdo conversaciones agiles y carcajadas sonoras. No recuerdo tu calle. Solo recuerdo besos húmedos y tu piel caliente. No recuerdo tu portal. Solo recuerdo volar contigo encima de esta cama.

La habitación es un rectángulo de unos 10 metros cuadrados. Techos altos y vigas de madera. Solo hay una espartana bombilla que hace de lámpara. Dos paredes están pintadas de un azul celeste y las otras de blanco crudo. Reminiscencias de la bandera argentina pienso. La pared de la derecha tiene una inclinación de unos 45 grados, lo que me hace intuir que estamos en un ático. Unas ventanas tragaluz  en el techo dejan pasar los rayos del sol y creo que son la causa de que me haya despertado.

De frente veo una estantería de IKEA llena de cosas de Maria. Me incorporo desnudo y ojeo las baldas. En la primera libros de periodismo llenos de polvo. Libros en desuso. Libros usados. Usos en desuso. En la segunda una pila de CDs: Loquillo, Calamaro, Jaime Urrutia, Quique Gonzalez, Ariel Roth, Leiva, Andy Chango….Ni uno es original. Bueno miento, solo uno, Estadio Azteca en directo desde Luna Park. No hay ningún disco en inglés, pero me gustan todos. Debajo de la música viene la colección de DVDs. Balda tres, sección Clásicos Argentinos: Martinh, Nueve Reinas, Historias Mínimas, El mismo amor la misma lluvia, Tiempo de Revancha, Kamchatka, Esperando a la carroza, Caballos Salvajes… Barbará colección pienso. Se me está pegando el acento argentino y eso que soy de Moratalaz. No quiero mirar la balda 4 ni la 5 que están repletas de cajas de CDs. Solo espero que no le gusten las películas de Jennifer Aniston ni las películas de Van Damme. Prefiero mantener la imagen idílica de mi Maria. Aunque no me importaría ver los clichés románticos y los golpes sin sentido.  A la izquierda hay una colección de fotos pegadas a la pared. Fotos de muchos tamaños. Pegadas sin ningún orden. De forma aleatoria pero con estilo. Un cuadro vital en construcción. Construcción de momentos vitales. Veo su cara sonriente en todas ellas. Buenos momentos. Momentos para recordar. Recordar y no olvidar. Había visto muchas veces a Maria llorar discretamente en la esquina del restaurante donde trabajábamos. Yo me acercaba a ella e intentaba animarla, hacerla sonreír, que las lagrimas no fueran tan amargas. Disfruto viendo sus carcajadas sonoras grabadas en aquellas fotos estáticas.


Sobre la alfombra junto a la cama esta mi pantalón, un metro más allí mi camiseta. Veo mis zapatillas junto a la puerta. Cruzo la puerta y mas allí junto a la tele esta mi ropa interior. No lo entiendo muy bien, pero parece que dimos un par de tumbos por la casa. De la cama al sofá. Del sofá a la cama. El resto de la casa es una sala de estar con cocina más pequeña que la habitación. En la pared hay un cartel del Che. Como podía faltar en la casa de mi María la revolucionaria. Junto a él hay un pequeño cartel electoral de Esperanza Aguirre que pone “Centrados en ti” con un pequeño tunning, el ti esta tachado por un mí y ella tiene unos bonitos cuernos al estilo diablesa, un diente negro y alrededor de su cara una diana que deja claro que esta en el punto de mira. Mi sonrisa se desata en carcajada.

El suelo esta pegajosa .Junto al sofá viejo y rayado hay una mesa baja llena de botellas y vasos. Un cenicero lleno de colillas parece que sigue humeando junto a una bolsita de marihuana y filtros de tabaco. En la otra pared hay un viejo frigorífico. Abro la puerta curioso y cuando veo que solo hay dos limones resecos en la última balda, una voz interrumpe mi investigación:

-       ¿Tienes hambre, Ricardo?- me dice melosa Maria.
-       …..- me quedo en silencio asustado como si me hubieran pillado robado un banco.
-       ¿Ricardo??- me vuelve a decir Maria
-       …..-mis cuerdas vocales están paralizadas por el miedo y no consigo decir nada
-       ¡Vuelve a la cama, tonto! – me replica Maria
-       Si- Le digo mirándole a la cara  con una sonrisa de oreja a oreja
-       “¿Estas contento, Ricardo?- Me dice Maria sonriendo con una mueca burlona.

-       “Si” - le respondo agarrándole la cintura y lanzándole contra la cama.

martes, 12 de noviembre de 2013

Viacrucis Vital por Lavapies




María Koppman Gutiérrez. 28 años. Madre Argentina. Padre Alemán.  Emigre en busca de nuevas posibilidades. Un corralito asfixiante no nos dejaba respirar. El pájaro necesitaba salir del nido y voló,  pero se dio de frente con un bonito cristal llamado realidad. Hace cinco años llegue como turista ocasional con ilusión y ganas de comerme el mundo. Pero el mundo poco a poco se hizo más grande y yo mas chiquita. La turista ocasional se convirtió en inmigrante ilegal en busca de papeles. Las ocasiones no llegaban y la ocasionalidad se convirtió en una losa de perpetuidad. Pasado un tiempo me hice invisible para terminar siendo trasparente a este mundo. Ni existo. Ni se me espera. Siempre fui cabezona y guerrera. Y tengo que decir en mi contra que un poco dispersa. Pase por todas las secciones, subsecciones, divisiones y escisiones de la izquierda. Socialista. Marxista. Comunista. Leninista Trotskista. Ecologista radical. Toda escisión de la escisión del grupo al que había pertenecido era mi destino. Todo se podía debatir, de todos se podía hablar, discutir hasta perder el aliento. Siempre hacia delante. Siempre intentando cambiarlo todo. Siempre luchando por cambiar. Cambias de país pensando que todo va a ir mejor. Pero  te encuentras que hay un muro con una pintada que pone “Ley de Extranjería”. Intestas saltarlo. Intentas rodearlo. Pero siempre te falta un último impulso. Y  la oportunidad de ser feliz no llega. No pido la felicidad. Solo pido una oportunidad. Esta vida ha arrugado mi personalidad. Ha pasado por encima. Ha acabado con mi natural  arrogancia y la ha convertido en una artificial obediencia. Me han cortado las alas. No quiero ser siempre una superviviente. No quiero vivir en un estado de constante emergencia. No quiero sobrevivir. Solo quiero intentar vivir.

Calle Salitre. Veo el cartel desde el portal de mi casa. Una última mirada al espejo. Botas troteras marrones, minifalda vaquera, un pañuelo al cuello y una cazadora sobada de cuero marron a juego con las botas. Abulto poco. Un sesenta raspado. Eso si contamos mi flequillo que apunta al cielo. Unas profundas ojeras no dejan ver con facilidad mis ojos azules. Suspiro por dormir unas horas más. Me paso la mano por la cabeza. Rozo mi pelo rubio recien cortado al uno y me recoloco el flequillo. Toco con mi dedo indice los dos  pendientes de aro que cuelgan de mis orejas. Chasqueo la lengua y me digo: “Lista!”.
Calle Salitre de frente. Giro a la derecha. Calle De la Fe. Giro otra vez  a la derecha y llego a la Plaza de Lavapiés. Marroquíes, amas de casas, hippies, gente trajeada, estudiantes, negros, gente normal y gente no tan normal conviven sin problemas y viven con muchos problemas. Un chico de color sentado en un taburete me ofrece un gramo de cocaína a 40 euros. Habré pasado por allí más de 30 veces este mes y siempre me dice lo mismo. Creo que es un autómata. Así es Lavapiés junto a un kebab, te encuentras la mejor librería, junto a la mercería de los años 50, te encuentras el restaurante de plato cuadrado más moderno, junto a la frutería regentada por chinos esta la UNED. Barrio en tránsito. Lo que antes era un barrio de la inmigración, ahora se camufla de modernismo, “buenrollo” y le llaman barrio multicultural. Barrió en construcción constante. Construcción constaste de historias.

Cruzo la esquina y veo mi pintada. Fue lo primero que vi al llegar a este barrio. “Escribir es darle caza, escribiendo, a una idea siempre fugitiva”. Escribir un futuro incierto. Un futuro fugitivo que se te escapa de los dedos. Escribir algo al fin y al cabo. Dejar tu huella. Aunque te hayan amputado dos dedos de tu mano y tu huella quede mutilada. Hay que dejar la firma. Como decía Dante en Martin H: “Hay que vivir la vida, aunque sea solo por la curiosidad de lo que te va a pasar”. Mi máster en Periodismo en esta ciudad no sirve para nada. Olvide escribir o tal vez me obligaron a olvidar como escribía. Cambie la pluma por un trapo. Limpio y recojo mesas en un restaurante. Sin contrato y cobrando en negro. Deseando ser un numero en la seguridad social y con ganas de dejar el lado oscuro. Cruzo la Calle Ave María y llego a mi destino Calle Magdalena.

Todos los días el mismo vía crucis vital por Lavapiés. Salitre. Sal en mis heridas era lo que me echaba cada mañana. Masoquismo inmigrante en mis venas. De la Fe. Algo que siempre me había faltado. "¿Fe en qué?": me preguntaba cada dia. Ave María. Esa mujer pájaro argentina que había emigrado en busca de tierras cálidas y que no encontraba su nido. Esa era yo. Y finalmente Magdalena. María Magdalena. La pecadora. Esa era yo de nuevo. Todas las calles apuntaban a mi vida. Todos los focos de este barrio apuntaban a mi nombre. En la calle Magdalena estaba mi particular lugar del pecado.

LA RECOBA.  Paradojas de la vida. Me voy de mi país para acabar trabajando en una pizzería argentina. Pizzería bohemia con la cocina abierta hasta las cuatro de la mañana y centro de reunión de golfos, bohemios, vividores y gente que simplemente pasaba por allí.

Los ojos me brillaban al escuchar los tangos en directo. La piel se me erizaba al oír el acento de compatriotas. Pero con el paso del tiempo solo me provocaba indiferencia. Una se va haciendo inmune a sus recuerdos. Tal vez porque ya no me sentía argentina. Tal vez porque  tampoco me dejaban ser española. Con el paso del tiempo el recuerdo se convirtió en resquemor. Ni unos ni otros me lo habían puesto fácil. Los cabrones solo me ponían palos en el camino.


-       ¡Hola, María!, ¿como estas vos?- me dice con un marcado acento porteño, Marcos, el cocinero.
-       Tirando como siempre- le contesto rápido y sin mirarle a la cara voy a cambiarme.
-       Esos ojitos azules que no estén tristes- me replica.

-       …-dudo unos segundo, levanto la cabeza le miro a la cara y le sonrió. Una sonrisa triste. Tristeza sonreída.