martes, 25 de febrero de 2014

Atrapado por la Blanca Navidad





24 de Diciembre. Víspera de Navidad. Las caras tristes se conviertes en falsas sonrisas. Las familias se juntan. Las dagas se guardan debajo de la mesa. Todo parece estar en falsa calma. Pero solo hace falta el aleteo de una mariposa para que la estabilidad familiar, que tiene su base  sobre cuatro frágiles palillos, vuele por los aires. Tu tío comienza a sacar las riñas de límites de tierras de hace veinte años. Tu prima te dice la frase de todas las celebraciones: ¡Que raro que no te cases ya, mira lo bien que estamos nosotros!, señalando la cara de su marido que no para de rellenar su copa con las pupilas dilatadas. Tu tía recuerda que ellos cuidaron al abuelo los últimos años y se merecían quedarse la casa del pueblo. El cuñado de turno comienza a ser el personaje idiota que tiene que opinar y saber de todo más que nadie en la mesa. Tu abuela  en una esquina se atragante, se pone azul y nadie le hace caso. Y en medio de toda aquella marabunta de gritos, improperios y reproches, tu pobre madre pregunta si esta bueno el cordero y nadie le responde. Rutina navideña.  Que bonito es ver a la familia por navidad y despellejarse comiendo unos langostinos baratos y un cava peleón.
Hace cinco años que me aleje de esa maldita rutina. Los momentos de felicidad se habían reducido a pequeñas excepciones, pequeños oasis en una tierra seca y yerma. Llegó un momento en el que el futuro y pasado dejaron de ser distinguibles: “mañana fue igual que ayer, ayer será igual que mañana” Ese era mi lema de vida.
Salve el match-ball vital y escape de aquel final de muerte. Pero ahora estoy en el siguiente nivel y a veces hace ilusión mirar atrás y ver como le va a ese monstruo llamada rutina.
Salgo de Madrid con tiempo. Son las 15:00 y confío en llegar a Vitoria en 4 horas, justo para tomar unos vinos con los viejos amigos y volver un poco tocado a casa para aguantar a la familia. Viajo solo, ya que he decidido que María no se merece pasar por este particular vía crucis familiar. Tengo preparado mi listado particular de música que me va a acompañar en este paseo hasta los orígenes.
Salida de Madrid con cielo despejado y rayos de sol que limitan mi visibilidad. Tarareo una canción de Loquillo sin pudor: “Yo para ser feliz quiero un camión”
Alcobendas. El cielo comienza a poblarse de nubes negras. El sol se ha escondido. Bajo las ventanillas y destrozo una canción de Coque malla: “Adios Papa, adiós papa, consíguenos un poco de dinero mas”
Somosierra. Unos nubarrones me hacen parecer que estoy llegando a Mordor. Pero a mí no me importa nada. Gabinete Caligari  a todo volumen y mi camino Soria se oye por donde paso.
Aranda de Duero. Una lluvia fina no puede conmigo ni con mi gramola musical de recuerdos. Calamaro y su salmón me provoca una luz húmeda sobre los ojos. Siempre seguí la misma dirección, la difícil la que usa el salmón.
Lerma. Ya solo queda hora y media para mi destino y nadie me puede parar.  La lluvia fina se ha convertido en tormenta y entre rayos y truenos la máquina de música continua. Pereza sonando. Pienso en aquella tarde cuando me arrepentí de todo.
Y entonces llego el choque con la pura realidad. El mp3 se apaga. Ya no hay música. El ritmo se ralentiza y la velocidad de crucero comienza a disminuir hasta que me veo inmerso en lo que parece un kilométrico atasco a la altura de burgos.
Noto como mis manos se ponen rosas por el frio y las gotas de lluvia comienzan a convertirse en generosos copos de nieve. Me apresuro a poner la calefacción y después de unos minutos sin avanzar un metro, comienzo a asustarme.
Pasan los minutos y esto no parece que avance. La gente sale de sus coches para poner la mano sobre su frente e intentar divisar donde está el fin de la cola. De repente el atasco parece disolverse y la maquinaria comienza a rodar. Todo el mundo vuelve a sus coches. 20 por hora en el velocímetro. A este paso llegare para los postres. Como me arrepiento que no hubiera venido María. Después de una hora al tran tran, llegamos al cuello de botella. Ya sé porque mi madre me decía “no mires”, cuando veíamos un accidente. Visualizo como unos bomberos están abriendo con una rotaflex el techo de un coche. Más adelante, sin cambiar la mirada, veo otro coche y dos mantas térmicas amarillas sobre el suelo que cubren dos cuerpos. Un nudo en la garganta me ahoga y estoy a punto de darme con el coche que va delante. Volvemos a la velocidad crucero, pero mi mente no puede parar de pensar en lo que acababa de ver. Veo mi rostro blanco por el retrovisor que no se recupera. La nieve se vuelve más copiosa y los limpiaparabrisas trabajan a toda velocidad. Aminoro la velocidad y decido viajar sin prisa. Lo importante es llegar.
Cuando llego a Briviesca mi visibilidad es nula. Parece que soy de los pocos que ha decido circular con su coche esta noche. Solo veo dos rodaduras sobre el asfalto que se van estrechando, hasta que solo veo blanco. Voy abriendo camino como un quitanieves. Aminoro aun más la velocidad. Las manos me sudan y me siento solo ante el peligro. Fuera hace mucho frio, pero la ansiedad me provoca mucho calor. Aprieto fuerte el volante con mis manos y comienzo a rezar por ese dios en el que nunca he creído. Si salgo de esta, te juro que vuelvo a ir a misa los domingos. Me hace un extraño el coche, patino y justo en un último instante consigo salvar el quitamiedos y vuelvo a enderezarlo sobre la mitad de los dos carriles. Circulo sobre una pista de hielo y no hay ningún quitanieves a la vista. Dudo si parar o seguir hacia delante, pero hago como en la vida siempre escapada hacia delante. Veo un cartel que pone Vitoria 95 kilómetros y suelto una carcajada nerviosa.

- “95 kilómetros no son nada”

 Mientras rio, una nueva placa se interpone en mi camino y las ruedas de verano de mi utilitario no responden y cojo recto la pequeña curva que pretendía traspasar. Mi coche cae por un pequeño terraplén. Cierro los ojos. Aprieto las piernas contra el suelo y recibe un golpe seco. El cinturón me sujeta y me golpea como un escorpión produciéndome un fuerte dolor en las costillas. Me quedo sin aire y pierdo el conocimiento durante unos segundos. Al rato  despierto aturdido con el sonido del claxon sobre el que tengo la cabeza. Estoy bien. Estoy vivo. Suspiro. Resoplo. Grito. Voy moviendo temeroso los dedos de los  pies, los tobillos, piernas, manos, muñecas  y brazos. Me duele todo, pero no tengo nada grave. Creo que me he roto algo en la pierna izquierda, pero el miedo no me hace sentir el dolor. Parece que lo podre contar. Intento abrir la puerta, pero está bloqueada. Pasan los minutos y no puedo hacer nada. Golpea las puertas con fuerza y solo consigo unas ronchas rojas en las manos por el dolor.  Gimoteo. Los ojos húmedos. Gritos. Pataleos. Me cago en todos sus muertos. Vuelvo a patalear. Vuelvo a gritar. Noto un dolor fuerte en la garganta. Golpeo con mi brazo el cristal, hasta que noto que mis manos se entumecen y se quedan moradas.  Intento pasar a los asientos traseros en busca de una salida, pero un  grito de dolor me lo impide, algo en mi pierna no va bien. Cada vez que intento moverme una punzada como un arpón me hace gritar de dolor. Enfurecido como un loco comienzo a golpear el techo del coche sin control. Solo consigo dolor. Dolor placentero. Dolor impasible. Dolor sin solución. Muerto de cansancio, caigo derrotado y me desmayo.
Noto un zumbido en la pierna. Zuuuuu.Zuuuuu. Zuuuu. Es mi móvil. Abro los ojos. Sigo vivo, pero mis dientes castañean, tengo las manos entumecidas, me miro en el espejo y tengo los labios morados. Intento sacar el teléfono del bolsillo del pantalón, pero mis dedos son como lanzas que no se doblan. Torpe  golpeo con mis nudillos las teclas  a través del pantalón y 
consigo descolgar, es mi madre:


- Tomas, ¿Dónde estás? ¡Que vamos a cenar ya!
- ...
- ¿Tomas?
-...
- Tomas, ¿estas ahí?.
- ...











jueves, 13 de febrero de 2014

Amor, drogas y café con leche





Lunes. La incertidumbre gira lentamente en mi cabeza igual que las aspas de un ventilador. Las manos me sudan y noto como mi garganta seca no se alivia tras unos continuos carraspeos. Abro mi cajón mágico y cojo un optalidon y un citalopram que apaciguan la ansiedad furiosa que me acecha todas las mañanas.

Hoy  estreno uniforme de recluso en esta singular prisión de cafés y copas. Chaleco negro brillante, pajarita blanca y una camisa gris jaspeada con tonos amarillos. Clasicismo rancio para clientela variada. Señoras con permanente. Modernos que buscan ser más modernos. Momias con abrigo de visón. Trabajadores que buscan un respiro. Y gente en tránsito que simplemente pasa por allí.

Los grandes ventanales de la cafetería dejan entrar los rayos de sol. El cielo está despejado y  no hay nubes. Parece que el maldito lunes se apiada de nosotros y nos recibe con un cálido abrazo. Son las once y Marta está a punto de llegar para tomar su café con leche matutino.

-“¡Qué guapo!, estas, Tomas, ¿traje nuevo?” – Me dice Marta con una sonrisa.

Raudo y veloz acudo a su mesa con un café en el que previamente  había dibujado un  trébol de cuatro hojas.

- “¡Para que tengas suerte!”- Le replico con una frase totalmente calculada.

-“¡Eres un encanto!”- me responde

Sonrío de oreja a oreja y vuelvo a la barra levitando unos centímetros por encima el suelo. Le observo furtivamente y veo como  su mirada se para en la cartelera del periódico. Saco mi libreta azul y apunto “Le gusta el cine. Invitarle a ver una película puede ser una buena idea para una primera cita. .Después de dos semanas Marta parece que al fin se ha fijado en mí. Esto es el principio de una bonita amistad.”

Martes. Hoy puedo ser un buen día. Un sol brillante entra por la ventana y las señoras han dejado su abrigo de visón en casa. La temperatura es perfecta, como mi estado de ánimo. Hoy me siento extrañamente alegre. La pastilla de Xanax combinada con Lorazepan parece que ha surtido efecto. Marta entra a la cafetería hablando por el móvil acaloradamente. Lleva una camiseta de tirantes que deja ver su espalda. No me dice “Hola” y se sienta en su mesa directamente. Salgo de la barra ninguneando a una señora que me llama desde el fondo del bar y le llevo su café. Le  recito la frase que había estado ensayando hace una hora en la intimidad del baño con un falso tono de frescura.

-          “ Un  café de película para la cliente mas cinéfila del bar”

Había conseguido realizar una silueta de Batman  sobre la espuma de la leche y esperaba ansioso cual sería la respuesta.
Marta sorprendida no me devuelve su caricia diaria en forma de gratas palabras y con una cara mezcla de extrañada y aturdida me suelta un lacónico: “Gracias” y vuelve la mirada a la pantalla de su móvil que parece proteger su intimidad.

Soldado herido vuelve a su base. Desde mi trinchera veo como mi creación es aniquilada por un azucarillo y como una malvada cucharilla lo hunde en la profundidad de la taza. Cojo mi libreta azul y apunto. “No le gusta el cine de Superhéroes o por lo menos Batman. Nuestros gustos son diferentes, pero los polos opuestos se atraen. Hay que ser positivo. Marta se merece un esfuerzo. Esos hombros descubiertos poblados de pecas necesitan unos brazos que los arropen”


Miércoles. El tiempo ha cambiado, una borrasca ha dado paso al anticiclón que siempre se coloca en las azores y las señoras entran al bar con sus guantes y bufanda de lana. Parece que va a llover y no me gusta.  Los días que llueve Marta no viene a tomarse el café y se queda en la oficina. Salgo a la calle y veo unos grandes nubarrones en el cielo. Pongo mi mano sobre la frente e intento vislumbrar la cantidad de agua que llevan las nubes. El clonazepan mezclado con la trazodona siempre me hacen ser muy perspicaz y agudizan mi ingenio, hasta tal punto, que mi imaginación me hace subir a las nubes.

-¿Qué miras con tanto interés Tomas? ¿Buscas a Batman? – me dice sonriendo  Marta, que se ha parado delante de mí.

Me quedo mirándola abobado y no puedo parar de sonreír. Lleva un pañuelo gris que da un par de vueltas a su cuello y le protege del frio. Su aroma llega a mis fosas nasales inundándome de una placidez que no me había proporcionado ningún fármaco. Le gusto Batman. Pienso. Nota para mi cuaderno azul. Se acuerda de Batman. Grito de júbilo mudo.

-          ¿Bueno que Tomas me dejas pasar? Es que estas siempre en la luna.

Vuelvo de golpe a esta vida y corro veloz a la cafetera. Esta vez elijo la figura estándar de esa luna que me amparaba e improviso mi discurso cuadrado de todos los días.

      - “Un café para compartir mi luna con la señora”

-“Ay Tomas que ocurrente eres” - me responde

La observo detrás de una copa preparada de ginebra y observo cómo sus dedos teclean su móvil. Este suena a los pocos segundos, pego un respingo y entre las cabezas de los clientes, veo como se ríe y lanza una sonora carcajada. Cojo mi cuaderno azul y apunto. “Hemos superado nuestro primer bache en nuestra relación. Estaba equivocado puede que Batman no le disguste. Parece que le caigo bien. Le gusta que le hagan reír. Posible regalo para su cumpleaños: un fular nuevo.”


Jueves. La borrasca se ha quedado anclado en las azores y la suerte que tuve ayer hoy es esquiva. Una lluvia fina me ha acompañado en el trayecto al trabajo y de momento una pequeña tregua mantiene seco el asfalto.  Hoy me he levantado con un mal presentimiento. Marta no me quiere. Seguro que le gusta otro. Habla mucho con el que vende los cupones y le suelo ver conversar animadamente con el vendedor de revistas. El pesimismo me está hundiendo en un pozo de tristeza. Hoy mi mezcla de los jueves de Zoloft, Citalopran, Prozac y una pizca de sertralina no  parece hacer efecto. Ojos brillantes. Miro por la ventana y veo como mis lágrimas caen de las nubes. Una luz húmeda aparece en mis ojos. Salgo a la calle impasible y noto como las gotas de lluvia caen sobre mi cuerpo.  En vez de nadar y seguir hacia delante, hoy  decido hacerme el muerto. El viento golpea mi cara. Espero ,como ese perro fiel a que llegue su amo, pero no recibo ninguna respuesta. Cuando noto que el frio llega a mis huesos, vuelvo a mi caseta a lamerme las heridas.

Cojo mi cuaderno azul y escribo.” Odio a Marta. Odio a Marta. Odio a Marta”. Pasados unos minutos parece que al fin la medicación me hace efecto. Tacho enérgicamente  con el boli la línea escrita y traspaso varias hojas del cuaderno. Borrón y cuenta nueva. Dudo unos segundos y escribo: “Hoy iba a tener una bonita conversación con Marta, pero ella no ha aparecido. Somos como las parejas que viven juntas, pero realmente están solas. Vivimos alegres nuestra soledad. Somos un triangulo imperfecto. Mañana será nuestro dia.”


Viernes.  Se esperan subidas generales de la temperatura y nuestro amigo el anticiclón de los azores vuelve a estar de mi lado. El sol radiante luce a través de los cristales del bar y hoy Marta ya no tiene excusa para faltar a nuestra cita. Hoy me siento con fuerzas. No quiero ni clonazepan, ni diazepan, ni lorazepan, ni nada que termine en pan. Hoy voy a ser yo mismo. Hoy marta vas a conocer a Tomas. Un temblor en mi mano izquierda comienza a combinarse con un tembleque en mi rodilla. Estoy tentado en tomar un poco de Celexa que me da confianza, pero doy un respingo y me digo una y otra vez “Tomas eres el mejor” “Tomas eres el mejor” “Tomas, coño, eres el mejor”.
Llega el momento deseado.

-“¿Que buen dia hace Tomas, no?” – me dice Marta entrando por la puerta del bar.

Ejecuto mi obra maestra y dibujo un bonito corazón en medio de la taza de café. Salgo de la barra seguro de mi mismo y atravieso varias mesas hasta llegar a Marta.

-          “Un café romántico para una persona especial” – Le suelto sin miedo.

Me doy la vuelta y busco en el bolsillo de mi chaleco una rosa blanca que había elegido cuidadosamente esta mañana en el mercado del barrio. Con los ojos cerrados me doy la vuelta y alargo mi mano a la espera de que ella recoja mi flor. Pero pasan unos segundos y no noto sus manos contra las mías, ni su olor en mi nariz. Abro los ojos y un chico rubio alto la esta abrazando y me está apuntando con el dedo:

-          Marta, ¿este colgado quién es?

Tiemblo, mis pupilas brillan, la flor se escurre entre mis manos, caigo al suelo,  mis ojos se vuelven a blanco y comienza mi ritual: “Gritos, pataleos, golpes, puñetazos al suelo, ruido de ambulancia, enfermeros y tranquilidad final en una sala blanca de hospital”


Lunes. Ha pasado un mes desde mi cita fallida con Marta. Estreno traje de nuevo. Esta vez chaleco marron, camisa amarilla con pajarita a juego. Hoy  me he tomado el Citalopram y para evitar errores le he añadido un poco de Zoloft.  Rebeca entra por la puerta y me saluda:

-          Tomas, buenos dias.
-          Buenos dias Rebeca, ¿lo de siempre, no?