martes, 19 de diciembre de 2017

CAMBIO DE VELOCIDAD


Cambio de Velocidad

Nunca un fui un tipo valiente. Siempre dando la cara. La otra mejilla ya no. Adalid de los perdedores. Rozaduras en el alma. Caricias de acero en la sien. Correr es de cobardes. Parar es para gente sin entretelas. Agujeros de Gruyer en el corazón. El corazón me pide vacaciones, dice que no aguanta más mentiras. Tiene agujetas de tanto tirar y recoger la toalla. Cenizas que solo arden. Maratoniano de salón. Esprintando hacia ningún destino. Pocas palabras. Tu silencio hace juego con el mío. Cobardía vestida de falso héroe. Ponerse a tiro de ti. Daño colateral no identificado.

Escapada hacia delante. Cansado de correr en la dirección equivocada. Cuando perseguir el objetivo te vuelve perezoso, solo queda atormentarse baja tierra con tu manta en una tarde domingo. Comer comida basura como si no hubiera mañana. Ver películas malas. Comida aún más grasienta. Los domingos me suelo jurar qué cambiaré de vida. Olvidar lo que bebiste ayer y esperar impaciente que empiece ese maldito lunes. Vida a cámara lenta. Un caracol en su travesía por el desierto. Los lunes al sol. Sacar los cuernos de mi caracola. O permanecer dentro de ella. Sinceramente nada importa.

Pero algo cambio ese detestable domingo. Los cabellos rubios de la onubense con sonrisa contagiosa se cruzaron en tu camino. Y los rayos violetas apuntaron a tu cara. Se acabó soñar despierto. Era el momento de aletear. Despertar de este maldito sueño. De salir ahí fuera, de sacar tus cartas a pasear y asaltar la banca. Tus zapatillas voladoras te llevarían al séptimo piso de aquel viejo edificio en el que nunca pudiste entrar: EL EMPIREO. Eres luz, nadie puede hacerte sombra. Las puertas cerradas se hacen transparentes. El bosque de tormentas escampa. Los vientos huracanados amainan en brisa. La misma lluvia no moja tanto, el mismo amor ya parece otro.

Escapada hacia delante. Mis pies no tienen dueño. Saltar las baldosas de tres en tres. Siempre viajar por el camino de baldosas amarillas. Las caricias son egoístas y los roces generosos. Besos sin fin y finales a besos. Las cicatrices se cierran. La piel olvida. Dispuestos a empezar de nuevo. A llenar el saco de la vida. A reponer ese hueco que se quedó vacío. Ni medio lleno. Ni con un poco de ti. Vacío. A vacilar al destino. A cerrar todos los bares. A cargar tu revolver. A besar sin control. A no tener miedo a nada. Nada. Justo lo que había en mi corazón. Había.



Hacia la luz





RecorDanDo momentos de pasión
DeseoS OScuros que apaciguan el hambre
Enredando   DOlores  EnlatadOs en mi corazon
DE  placER DE hEDor a podredumbre

EnCerrado en las miradas de acERO  DRenadas por el miedo
DOnde SE Notan las vibraciones de la gran Ola de dOlor
El pudOr OlvidadO Es abduciDO por el querer
Donde   DEjamos nuestros    DOlos
NO  HaBRa   Caidas   De nuevo
RESucitar, Renacer, COntando  DE nuevo los segunDOS
SEguro, levemente HEriDO, pero dispuesto a saltar

miércoles, 22 de noviembre de 2017

V DE VICTORIA

Andrew Wyeth - “El mundo de Christina” (1948, témpera al huevo sobre tabla, 82 x 121 cm, MOMA, Nueva York)

V De VICTORIA

Hoy iba a ser un buen día. Volver a sonreír. El  ayer estaba olvidado. La tristeza miraba para otro lado. Esta mañana no caería de nuevo. Levantarse y volverse a levantar. Resbalar de felicidad. Anoche sentí de nuevo que todo iba a desparecer. Tropezar con tu sonrisa. La piedra no puede volver a caer en el charco cristalino. Trastabillarse en el alambre de la fortuna. Es el momento adecuado. Los abismos ya no me asustan. Las tormentas estas lejos. Solo escucho el susurro de la lluvia tumbada en mi habitación. Es la hora de los valientes. Es  el día de la victoria. V de Victoria.

Sudor y lágrimas. Vestido rosa ajustando a mi cintura. Las algas se nos enredan en los pies. El cinturón con falsos brillantes brillantes me aprieta el abdomen. Las algas mueren. Mi peinado con moño y alfileres de la tienda de ultramarinos. Las algas se pudren pegadas a nosotros. Mis zapatos de ante grises que compre en el mercado de la primavera. Algas que mueren al mismo tiempo que yo. Mis calcetines cortos con estrellas. Estrellas soñadoras. Un quiero y no puedo. Yo no respondo. Inmutable. Quieta. Inmóvil. Mis manos rojas ya no tienen replicas para  tanto dolor. La pulsera de cuero rojo me roza la muñeca. Suspiro. Resoplo. Grito. El anillo que me dejo Madre lanza reflejos rojizos que me recuerdan su mirada. Mi cerebro manda impulsos a mis brazos, pero estos me han dejado de querer.  Cada vez que intento moverme una punzada como un arpón me hace gritar de dolor. Las medias de verano se rasgan arrastradas por la maleza. Solo consigo dolor. Dolor impasible. Dolor sin solución. Muerta de cansancio, caigo derrotada y me desmayo.

Solo queda volver a respirar. Volver a vivir. El aire atraviesa mis pulmones como una daga y una luz se enciende en mi iris. He vuelto. Visibles y lejanas permanecen intactas las afueras. Estoy tan cerca y tan lejos. Tan fuera de mi que creo verme desde aquella nube quebradiza. Tan dentro de ti que nadie puede entrar en la cueva de mis negros nubarrones. Mi hogar esta ahí. Alargo mis huesudos brazos. Siento que  puedo tocarte. Que te puedo sentir. La vida esta a un paso. Un paso en falso que me hace caer.

Esa soy yo. Una naufraga en una tierra de malas hierbas. Hierbas que serán devoradas por los animales. Animales nocturnos que devoran mi cabeza. La velocidad crucero de nuestro barco adormece los sentimientos. Escaleras que no llevan a ningún sitio. Llaves que no cierran y que solo abren una prisión. Sabanas que llevan a calabozos blancos. Los triunfos que consisten en sumar dos derrotas. Mi abismo da vértigo. Mucho vértigo. Dos pasos hacia delante y tres hacia atrás. Como los cangrejos. No avanzo. La luz del túnel se ve más lejos. Todo permanece en el silencio de una canción antes de que la siguiente empiece a sonar. Se me encoge el  corazón, que cobarde él,  se intenta escapar de mi pecho. Algo en mi interior esta roto. Una herida interior que no para de emanar líquido de color rojo. Luces apagadas que no permiten ver en la oscuridad. Siempre de camino a nuestra casa cerca del cielo.


*Visibles y lejanas permanecen intactas las afueras.  Frase disparadora del relato sacada de un poema "Las Afueras" de Gil de Biedma.

miércoles, 10 de mayo de 2017

Hombre pegado a una cabeza



Esta es la historia de un hombre que sufrió de una cabeza gigante.  De bébe sus tías le decían que iba a ser muy inteligente con ese artefacto craneal. A ministro llegará seguro clamaban en sus corrillos. Pero luego cuchicheaban entre dientes que en la frutería había sandias más pequeñas y que aquello a lo que llegaría sería al circo de los horrores. De niño le decía a su madre:  “Mama en el colegio me llaman cabezón” y “¿Tu no les persigues?”: le reprendía la madre”. “Si, pero se meten por calles estrechas”: le respondía el muchacho avergonzado. En su juventud siempre sufría de piojos. Aquello era una gran llanura por descubrir para aquellos pequeños insectos. Manolo, el dependiente de la droguería siempre tenía preparada un jocoso comentario dedicado a tan descomunal cabeza. ¿En que kilometro tiene su hijo el piojo? Su hijo tiene tres piojos y en dos meses todavía no se han encontrado. El joven no podía más que mirar al suelo y enrojecer sus mejillas avergonzado. Pero el tiempo fue pasando y el cuerpo del hombre se fue adaptando a la cabeza. Y esa cabeza tan grande había guardado todos los recuerdos. Sus manos de niño se convirtieron en extremidades fuertes y rugosas como los hombres de campo. Apretaba sin parar sus grandes dedos cuyas tabas estruendosas generaban una banda sonora de venganza. El rencor acumulado salió hacia fuera en forma de una frondosa barba. La rabia ante las burlas se manifestó por el canalillo de su camisa emergiendo de su pecho una generosa mata de pelo. Sus piernas en forma de pajitas de refresco se transformaron en robles altos y frondosos.  Buenos días Manolo, venía a ver si le quedaba pomada para golpes, creo que le va a hacer falta. ¡Gulliver, cuanto tiempo sin verte, conozco a tus padres desde pequeño, no me hagas daño por favor!

Esta era la historia de una cabeza gigante que sufrió de un cuerpo de hombre minúsculo. La cabeza intento llevar una vida normal, pero siempre echaba de menos un brazo lo suficientemente largo que llegara a cualquier kilómetro de su cuero cabelludo. Siempre era capaz de ver su minúsculo cuerpo en el espejo, pero no existía cristal que reflejara todo su cráneo. Nunca encontró un peluquero que le quisiera cortar el pelo y siempre tuvo que tirar de un amigo jardinero que le rasuraba al uno con su cortacésped. Siempre quiso visitar mundo, pero no había puertas de autobuses que podría pasar, ni control de seguridad de aeropuertos que podría superar. Siempre intento llegar a los sitios caminando, pero sus pequeños piececitos no podían aguantar tanto peso, sus zapatillas se derretían sobre el asfalto y solo le quedaba retirarse como soldado herido a su guarida. Vislumbrar el mundo desde su sofá. Pero llego el día en el que se pinchó el globo y aquella cabeza se hizo pequeña. El cuerpo minúsculo perdió su faro craneal y fue sustituido por una pequeña canica. El decidió poner sus cartas en juego. Pero nadie se fijaba en él. Se convirtió en el hombre transparente. Se lanzó a una escapada hacia delante y viajó por el mundo en el hueco de los ceniceros en desuso de los aviones. Después de varias vueltas al planeta terráqueo, aburrido, decidió parar unos meses en un pequeño pueblo llamado Lilliputh.


Y esta es la historia circular en la que lo pequeño se hace grande y lo grande se hace pequeño y en la que la cabeza gigante se junta con el cuerpo pequeño para ser contado a los niños.

lunes, 13 de febrero de 2017

Hoy es tu dia de suerte

“Se busca persona tranquila. Buen compañero, activo, inteligente y deportista, pero que no sufra con la derrota”. Nada más.  Malditos anuncios de empleo. Parece más bien un anuncio de chico busca chica. Pero no tenía nada mejor que hacer y estaba harto de los trabajos de comercial a comisión. Eso sí que era una derrota constante y sufrida.

Llegue a aquel edificio acristalado  y una señorita me indico que esperara en un sofá de eskay. A los pocos segundos apareció Jesús, mi mentor, me estrecho la mano y en cinco minutos era uno más de la empresa.

En tiempos de crisis solo queda como herramienta de lucha una sonrisa. Solo queremos momentos felices. La gente tiene que olvidar sus problemas. Yo soy feliz el día que gano algo. No por el premio. Solo por el mero hecho de ganar. No te das cuenta, que la gente sonríe cuando le llega una carta al buzón en la que pone: “Has sido premiado”. No importa cual sea el maldito premio. Pero yo he ganado y tu no.  Incluso sonríen cuando les llega un email a su correo con la palabra sorteo. Ha entrado en el sorteo de un viaje a ninguna sitio interesante con nada que hacer. Pero yo  quiero ir. Y si me toca a mí, voy a ser más feliz que tú. No te das cuenta que tu hermano dormía feliz cuando te comía esa ficha en el parchis o te ganaba al mus con un ordago en la última partida. La gente quiere olvidar a su jefe, su hipoteca, los gritos de su mujer, los ronquidos de su marido, los deberes de sus hijos, los dolores de cabeza, no llegar a fin de mes. Todos buscan una vía de escape, disfrutar de una sonrisa con la victoria aleatoria al juego menos interesante ante el rival que menos importe. Pero ese día miraran al techo de su habitación y dirán: “!He ganado!”.

No entendí nada lo que me dijo Jesús. Pero el discurso me entusiasmo. Estaba harto de intentar verdes bikinis a esquimales y abrigos de vison a veganos en verano. Cuando Jesús me puso el contrato delante de mí y me dijo:  ¡Salta! Yo respondi: “¿Hasta donde?”  Sin pensar. La suerte estaba echada. No había marcha atrás.

Empecé con trabajos esporádicos por horas. Solo tenía que presentarme los martes y jueves en las pistas de tenis y jugar contra rivales que no conocía. Me lo podía haber tomado como el resto de trabajos de mi vida. Con plena apatía. Pero me gustaban las películas épicas. Siempre empezaba fuerte. Tiraba mis mejores reveses. Grandes mates. Dejadas a la red. Notaba la cara de desesperación del rival. Pero poco a poco me iba deshaciendo como un azucarillo en el café. Mis errores aumentaban. La sonrisa del rival iba en aumento. No era un sparring que se dejaba ganar. Era un ganador que sabía que punto fallar  para que ese deportista de sofá se viniera arriba. La tensión siempre estaba asegurada. El rival ganaba, pero sudando la gota gorda y notando que había tenido un enemigo que le había podido vencer. La victoria sufrida es más victoria.

Las mujeres de mis rivales llamaban a la empresa y preguntaban que había pasado ese día, que su marido no había hablado de trabajo y estaba encantador.  Jesús me programaba más y más partidos y yo veía la luz con mi trabajo. Nunca sentí una derrota tan sabrosa. Nunca saboree como en este trabajo los fallos. Nunca ser un perdedor nato en la vida me había servido para triunfar como ahora.
Pasado un  mes ascendí a la sección de juegos de equipo. Y como siempre cuando no todo depende de ti, la derrota se hacía más complicada. Siempre me encontraba con compañeros de empresa que no sabían perder y que no acompañaban con sus instrumentos en nuestra sinfonía de fallos. Siempre tenía que ir como un bombero apagar el fuego de la victoria para hacer ese penalti absurdo en el último segundo. Para cometer esa falta técnica en la bombilla del campo de baloncesto que incitaba  la remontada del equipo rival. Siempre mandaba repetidas veces la pelota contra el cristal en la pista de padel cuando veía que mi compañero se venía arriba contra su antiguo amigo que le quito una novia. Siempre surgía un problema que se interponía hacia la derrota y siempre aparecía yo y lo solucionaba para perder. La leyenda empezó a crecer. Yo era el perdedor ideal que siempre llevaba a su victoria.

Pero todo cambio cuando llegue a la última planta de la empresa. La que daba dinero de verdad. La que estaba cerca de las personas que manejaban billetes. El primer mes te llevan a partidas de ajedrez, parchis, monopoly  y yo seguí con mi estela de perdedor luciendo en mi cielo estrellado de derrotas. Pero mi ascenso meteórico se encontró con el peor de mis rivales. Los juegos de azar. Solo tenía que conseguir que mis rivales en los casinos ganaran una partida para que no se hundieran y siguieran jugando. En un principio todo iba bien. La derrota parecía pegada a mi sombra. Pero llegó un largo mes de victorias. Siempre ganaba al negro en la ruleta. Y si cambiaba al rojo, lo que veía negro era mi futuro en la empresa. No había salero que derramar. Siempre me llegaba la maldita 7 y 1\2 cuando me jugaba todo a una carta. No había escalera por la que pasar por debajo.  Siempre aparecía  otra escalera, pero esta vez de color que ganaba al full en el  póker.  No había gato negro que me parara.  Siempre conseguía ese maldito 21 al blackjack. No había paraguas abierto bajo techo que me detuviera. La suerte me visitaba cada día en este trabajo de perdición.

Jesus me ha dado un ultimátum. Ya no cree en mí. Hoy es mi última oportunidad. La buena suerte me acecha. He pasado a la sección de actividades de alta riesgo. Me ha dicho que solo los valientes aceptan estos trabajos. Mi cuenta de ingresos esta en rojo. Noto un sudor frio en la espalda. Ha llegado mi turno. Solo tengo que confiar en mi mala suerte. Un ucraniano sudoroso acaba de mostrar la suya y ha pegado un grito liberador. Solo tengo que perder y mi leyenda resurgirá de nuevo. Coger el revólver y apretar el gatillo. Pasados unos segundos decidiré si he tenido buena o mala suerte.