martes, 30 de octubre de 2018

Luciernagas



Al verse en el espejo, Barbara dijo: “Esa gorda soy yo”. “Si soy yo”: repitió. “¿Pasa algo?” Apretó su cintura y una capa de sebo salio a relucir con hermosura. “No me volverás a tocar. No aguantare mas humillaciones.” Es hora de tirar la piedra sobre el enjambre de avispas. De mover los cimientos. No esconderse. Atravesaré las paredes transparentes que me tienen maniatada. No taparse. Blanquearé mis cicatrices. No guarecerse. Los tonos morados no son de este tiempo. No encerrarse. Una falsa sonrisa intenta esconder esa mueca de espanto constante con la que convive. No silenciarse. Pero las marcas profundas siempre sacaban la cabeza del agua.

Tomas cruzo la calle con los ojos brillantes. Mezcla de tristeza e ira. Se arrepentía de esa comentario a destiempo. En su bolsillo derecho guardaba huraño, un secreto, dentro de una bolsa de supermercado verde. “No me merezco esto. No he dicho la ultima palabra” Las manos le sudaban. Un carraspeo constante retumbaba de su laringe. Como un motor que no termina de arrancar. La garganta seca rozaba con su lengua y las palabras salían huecas ,sin sonido, de su boca. Como su corazón. Vacío de resonancia. Vacío de movimientos. El sístole-diastole había pasado a una aplasia disimulada. Un latido nulo que no hacia circular la sangre por su cuerpo. No había vida en ese autómata inanimado. La luz del callejón centelleaba entre negros nubarrones. El frio de la soledad hacía erizar su piel. Dio tres vueltas a la manzana. Tenia que entrar en ese portal. Apoyo su cabeza contra el cristal. Inerte. Estático. Sin mover un musculo. Noto como su corazón ahora sí palpitaba.

Barbara eligió el vestido que a él no le gustaba. Demasiado escote. Demasiado para ti. Tu tiempo se acabo. No tengo miedo. El tiempo de las luciérnagas ha llegado. Mi luz se ve de noche. Nadie soplará mis velas. Nadie pulsa el interruptor de apagado. Otras luciérnagas me han enseñado su alquimia. Una combinación de oxígeno, calcio y trifosfato de adenosina se mezcla dentro de mi, entre mi estomago y mi corazón. Sucede una reacción química, un arrebato mágico que genera una luz fastuosa. Se llama excarcelación. Redención. Se llama: “Esa soy yo”. Tiempo de hadas. Hadas gritonas a las que le quitaron las alas.



Tomas duda. Maldita incertidumbre. Siempre fue un tipo tranquilo. No era la solución. Era su decisión. La suerte estaba echada. Titubeos que te hacen tropezar. Siempre caer dos veces sobre la misma piedra. Avanzar dos pasos y retroceder 3. Maldecir la mala suerte. Cuando el único culpable es otro. Cuando el único culpable eres tu. Cuando no sabes quien es el culpable. Dispara a discrección. Lanza el tablero por los aires. Vehemencia sin sentido. Ojos hinchados de tanto llorar. Cerebro sin cobertura busca antena que le de tono. Respiración profunda que llenan unos pulmones exhaustos. Camino sin retorno. Vuelve a tocar su bolsillo y nota el frio metal entre sus dedos.

Barbara cierra la puerta con llave. Tomas entra en el portal. Ella baja los escalones de dos en dos. El mira en el buzón. Ella canturrea esa canción de Maluma que no le gusta. El nota un sudor frio en la espalda. Ella saluda a una vecina que viene de hacer la compra. El se cruza con el vecino del tercero y su perro le huela la espinilla. En el descansillo del cuarto piso se cruzan. Barbara da un respingo. Tomas balbucea algo parecido a un hola. Barbara no duda y sigue su camino. Tomas echa la mano al bolsillo. Barbara acelera el paso. Tomas revuelve el contenido de la bolsa verde con torpeza. Barbara le señala con el dedo indice: “Fuera de mi camino”.Tomas responde: “Espera”. Barbara se da la vuelta. Tomas le apunta. Ella cierra los ojos. Tomas grita: “No me lo merezco”. Barbara intenta respirar . Tomas vacila. Barbara piensa en su madre. Tomas titubea. Nunca fue un tipo impávido. Barbara sonríe. Surge la luz. Luz de luciérnaga. Fuerte. Violenta. Capaz. Tomas cae al suelo aturdido. Barbara abre los ojos. Tomas solloza. Barbara sonríe de nuevo. Tomas gime: “No te vayas”. Barbara, liberada de aquel lastre, se eleva gloriosamente hacia el lugar del que proceden los rayos. Hacia la luz.

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