lunes, 2 de marzo de 2020

Vértigo y pretéritos



Todo eran vértigo y pretéritos. ¿Saltar? Dime hasta donde. Funambulistas sin red. Noches eléctricas de color cobalto. Los dos dedos en el enchufe. Los dos enchufados. Tu y yo. Regusto continuo a rueda quemada y alquitrán. Las curvas se cogen rectas. Dos cerebros cabalgan juntos sobre piernas sin muscular. Dando pasos de dos en dos. No hay tiempo para especular. La meta está fijada. Ser feliz. Rápido y ahora. Negligencia en las neuronas que no ven el peligro. Las manos finas del poeta rozan las paredes rugosas de la vida.

Nos conocimos en los bares. Los falsos desconocidos. “Me suena tu cara, pero no sé de qué”. Silenciosos. Precavidos. Nos observábamos desde nuestras madrigueras. Yo miraba. Tú te escondías.  Yo disimulaba. Tu acechabas. Yo era la diana. Tu apuntabas. Yo rechazaba el proyectil. Tu escondías el arma.  Y como siempre yo me lamentaba de nuevo. Una punzada directa se clavaba cada noche en ese musculo que pedía auxilio a gritos entre mis costillas. 

No perder el optimismo es indiscutiblemente heroico. Cuando ya llevamos el corazón remendado, las ganas cansadas. Es entonces cuando el optimismo supone un acto de obstinada rebeldía. Hoy va a ser un buen día. El mudito se quita los miedos. Asalta la barra. Solo quedan vasos vacíos. Un “¿cómo te llamas?”, fue seguido por un aluvión de palabras sin fin. Un beso en las mejillas paso a tocar el cielo de tus labios. Recorrimos los 500 metros de tu calle en un baile sincronizado de caricias y apretones. El ascensor se paró en cada uno de los pisos. La alarma sonó como las trompetas que saludan a su reina. La cerradura de tu casa dio vueltas furiosas como el percutor del revolver antes de disparar. Por el pasillo fuimos perdiendo nuestras pertenencias hasta que solo quedamos tu y yo. Piel contra la piel. Las sabanas volaron, los muebles se movieron, nuestras dermis sudorosas resbalaron y los gemidos se oyeron tres pisos más arriba.

Todo va bien. El barco sigue su velocidad crucero. Tú dices “¿qué? “y yo tengo la solución. Yo digo “¿Donde?” y tu respondes: “Sobre mi”. Tú gritas: “¿Cuándo?” y yo te replico “Aquí y ahora”. Las piezas encajan. La maquinaria esta engrasada. No tenemos miedo a nada. Somos invencibles.

La precipitación del saltador. Levantarse y seguir corriendo. Los 400 golpes. Insurrección indolente del que todavía no tiene cicatrices. Solo queda apatía y presente.

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