Esta es la segunda vez que vuelvo al hospital. Urgencias.
Siempre la sala abarrotada. Es sentarse en aquellas sillas de plástico y mi
cerebro se bloquea observando a toda la
gente que ha sido depositada en aquel funesto lugar. Miro la cara de
aquellas personas. Imagino que les
ocurre. Que les ha podido pasar. Maldito olor a hospital. Malditos
recuerdos. Cada uno con su historia a
cuestas. Cada uno con su problema esperando una solución. Esa cara de
preocupación. Esa mirada perdida esperando que las agujas del reloj avancen. Esa
caricia a tiempo en busca de apaciguar esa lagrima latente. Esa mirada al suelo.
Ese suspiro que sale del pulmón y resuena en el silencio de la sala de espera.
Me siento indefenso. Me siento sin fuerzas en aquel lugar. Es una mezcla de miedo, ternura, y ganas de
escapar de aquel sitio pintado de un verde que no da mucha esperanza.
Es la segunda vez que
vuelvo al hospital contigo. Yo no soy el protagonista. Soy el actor secundario
que intenta hacer un buen papel. El guion no está muy preparado. Todo se basa
en la improvisación. Después de
preguntar 5 veces, “¿Te
duele?”, 3 veces “¿Estas bien?” y 6
veces “¿Como estas?” Veo como te cambia
el rictus y noto una punzada telepática que me dice: “¡Subnormal, cállate!”. Pillo el mensaje y empiezo a calcular mis
palabras. Intento buscar temas superfluos. Temas sin importancia. Temas con que
los minutos se conviertan en segundos. Pero un vacio enorme retumba en mi
cabeza y decido
mantenerme callado. Te cojo la mano y acaricio suavemente con mis dedos tu
muñeca.
Es la segunda vez que vuelvo al hospital contigo y no soy el
enfermo. Siempre de acompañante. Siempre intentando poner buena cara. Siempre
deseando que salga cara. Pero por segunda vez sale cruz. Pruebas preliminares y la apuesta doble de
dormir en casa se pierde. La ruleta nos da la espalda. La banca siempre gana y
de nuevo estamos en ese box de urgencias con sabanas blancas por paredes. El
destino es cruel y estamos en la misma cama que hace un año y medio. Mismo lugar. Deseo que no te acuerdes. Hay
que ser positivo. Hay que intentar ser optimista. Pero como bobo acompañante
que soy, tras unos minutos de silencio, mi verborrea nerviosa lo suelta:
-“Es la misma cama que la última vez que estuviste” – te
digo con una media sonrisa.
-“Si…”- Me respondes lacónica, suspirando, como diciéndome,
que te crees que no me acuerdo, no hace falta que me lo recuerdes…
Y de nuevo silencio. Le miro a los ojos. Ella me mira a los
ojos. Yo le pongo mi cara más tierna. Le vuelvo a mirar los ojos. Ella me
vuelve a mirar. Le paso la mano por la frente. Y le vuelvo a mirar los ojos.
Entramos en un bucle infinito. Intento romperlo, pero solo se me ocurren 3
preguntas. “¿Te duele?”“¿Estas bien?” “¿Como estas?” ¡No las digas, por favor!
No aguanto más y dirijo mi mirada al suelo. Suspiro fuerte y mi cara de alegría comienza a derivar en un
tic nervioso. El nerviosismo se convierte en preocupación y no puedo esconder
que nadie nos diga nada. No te descompongas. Se valiente. Sonrisa falsa. Salgo
fuera del box y como en las teleseries americanas hago un amago de coger a una
enfermera por la pechera y pedirle explicaciones. Pero siempre fui un tipo
cobarde y vuelvo a entrar en esta maldita habitación de circunstancias.
-¿Te he contado alguna vez, la historia que me paso una vez
con mi familia en estas mismas urgencias? - Te lo pregunto sabiendo que ya
conoces la historia y esperando un sí de
confirmación que me deje continuar.
- “Creo que sí, pero cuéntame...”- Me dices haciendo un
esfuerzo por sonreir.
Un día de verano de estos que pegan fuerte. Volvía de la
universidad a las 15:00 de la tarde y solo quería llegar a casa, comer y
echarme la siesta. Pulso el botón del portero. No me digas por qué, pero ese día
no tenía llaves. Pulso otra vez y el silencio por repuesta. ¿Pero, qué pasa? Es
imposible que mis padres no estén. Busco la cámara oculta. Pienso: “Este es mi hermano que me está gastando una
broma”. Vuelvo a llamar al portero. Otra
vez. Y otra vez. Harto, dejo pulsado el dedo y cuando el piiiiiiiii me retumba
en la cabeza retiro mi dedo. Algo pasa. Mundo sin móviles. Que felices éramos
incomunicados, pero lo que hubiera dado por estar conectado aquel dia. Me
siento en el banco de debajo de mi casa y solo me queda esperar. Un fogonazo
después de un cuarto de hora de espera me hace acercarme a una cabina de teléfono
y llamo al móvil de mi hermano que casualmente tenia apuntado.
“Alberto, tranquilo, no pasa nada….”-3 segundos de silencio
que me erizan la piel –“Estamos en Txagorritxu, la mama está ingresada, pero está
bien, ven para aquí y hablamos”.
-“¿Pero está bien seguro?-Le respondo rápido con el corazón
encogido.
-Si – Me dice sereno mi hermano. Nunca fue nada nervioso, así
que no esperaba menos de él. Colgué y un sudor frio recorrió mi espalda. ¡Mierdaaaaaaa!!
Cogí un taxi y me dirigí al hospital. Comunicado y adaptado
al siglo XX que estaba yo hace unos años. Sin móvil y sin carnet.
-¿Ves como he mejorado?- te digo y veo como después de
varias horas sonríes de verdad con ganas.
-Sigue me dices- Sabiendo
seguro como acaba la historia.
En esas que el taxi llega a las puertas de urgencias y veo
que mi hermano esta fuera. No sé porque pero no me dice nada. Seguí recto y recorrí
ese largo pasillo que va de la recepción hasta las camas de urgencias. Aquel
pasillo me pareció en su momento kilométrico. Como cuando quieres llegar a un lugar pero el
miedo te hace dar dos pasos hacia atrás y uno hacia delante. Finalmente llego a
la cama donde estaba mi madre. Veo que está bien. Que me habla. Le doy la mano.
Me aprieta fuerte como es ella y noto que esa vida no se va a apagar. Sabe que no está bien, pero aguanta
ahí como una leona. Esa es mi madre. No pasa nada. Después de un primer momento
de emoción, llega el momento de silencio y calma. La situación es grave, pero
las perspectivas son positivas.
¿Y me pregunto una cosa? ¿Donde esta mi padre y mi otro
hermano? Y es entonces cuando viene la causa de que te cuente esta historia. A
mi padre le llamaron a casa diciéndole que mi madre estaba ingresada. Al llegar
al hospital cuando la vio en la cama, le dio un mareo y le ingresaron en otra
planta. Cuando llego mi hermano el mediano, venia directo del trabajo y en el momento de ver a mi madre otro que cayó en el mundo de
los mareos y en una silla de ruedas le sacaron a la calle que tomara el aire. Así
que me contaba mi hermano que él estaba allí en urgencias. Mi madre en urgencias, mi padre otra en
planta y mi hermano fuera en una silla de ruedas. Se nota que somos una familia
solidaria y si uno se pone enfermo, todos nos ponemos enfermos. Y no solo
solidaria, sensible. Muy sensible a las enfermedades. Fue entonces cuando entendí
que la enfermera me dijera al llegar.
-“¿Estas bien?¿Seguro? Entra tranquilo, poco a poco, no
tengas prisa, no entres rápido”:
Y yo que le mire con cara de: “Esta tía está loca”.
Veo como tu cara se ha olvidado de donde estas y ríes a
pierna suelta. Durante unos minutos me siento útil. El actor secundario ha
seguido las directrices correctas del director y ha conseguido su objetivo,
hacer más suave aquel aterrizaje en aquella cama de hospital. Carcajadas negras teñidas de batas de
colores. Carcajada de urgencia.
Urgencias menos negras.
Han pasado unas horas. Estoy en la habitación del hospital
sentado en ese butacón horrible que ponen al lado de las camas. Estas
durmiendo. Me gusta verte con tus ojos cerrados. Con esa cara de buena. Con esa
cara de no haber roto un plato. Me he puesto la radio y entre canción y canción
oigo esta letra:
“Me enfado con tu risa.
Te ríes otra vez.
Me muerdo los nudillos.
Tú muerdes la pared.
Ahora no me arrepiento.
Ahora ya sé porque.
Me quedo siempre junto a ti.
Me quedo siempre junto a ti.
Me quedo siempre junto a ti.
Me quedo siempre junto a ti.”
Ojos brillantes. Brillantes de emoción. Emociones Urgentes. Brillantes en Urgencias. Brillantes por
vivir. Brillantes. Solo Brillantes.
Cancion: Coque Malla feat Rebeca Jimenez - Siempre junto a ti