Ricardo me lleva en
sus brazos. Vamos recorriendo el pasillo sobrevolando las baldosas unos
centímetros por encima del suelo. Como fantasmas. Las sabanas vuelan, los muebles se mueven, nuestras pieles
sudorosas resbalan y los gemidos se oyen tres pisos más arriba. Me siento bien.
Una y otra vez. Tú arriba. Yo abajo. Tu abajo. Yo arriba. Más deprisa. Más y Más. Respiraciones
cortadas. Sonidos huecos. Sofocos.
Gritos. La cama se mueve. Nuestros músculos crujen. Los jadeos se multiplican.
Nuestros cuerpos se rozan sin control. Nuestras mentes conectan. Hasta que un
grito final sincronizado pone fin a nuestro concierto.
Y después
del estruendo llega el silencio. Momento interior. No hay nadie más. Mirada
fija al techo. Estoy lobotomizada. Feliz. Observando esa vieja viga que me hipnotiza.
Nada me importa. Todos los problemas han desaparecido. Mente en blanco. Mente
en constante estado de inactividad. Blanco mental constante hasta que mi
universo paralelo vuelve a cruzarse con la realidad y mi cuerpo vuelvo a
pensar.
-
Ricardo,
¿Qué dia es hoy?
-
…
-
¡Ricardo…!-
repito subiendo el tono de voz.
-
…
-
Ricardo, ¿estás
ahí? – digo con tono burlón dándome la vuelta
Una fina
respiración sale de su nariz. Parece que está vivo, pero no responde. Poso mi
mano sobre su pelo sin tocarle. Simulo que le acaricio. Siento ternura viendo
su cara de no haber roto un plato. Todo es un mar de tranquilidad. El momento
de clímax se esfuma cuando el despertador empieza a sonar y las olas sonoras
comienzan a llegar a mis oídos. Una marejada en forma de estruendoso
sonido no promete nada bueno. Recuerdos
adormecidos. Recuerdos latentes a la espera de explotar resuenan en mi cabeza
como si fueran el eco de ese maldito despertador. La rutina llama a mi puerta,
aporrea con fuerza y yo no quiero que entre.
Doy un respingo, apago esa maldita sirena vital y los recuerdos
angustiosos dejan de revolotear por mi mente.
Silencio
de nuevo. Son las 18:00. Ricardo ha soltado un par de palabras ininteligibles,
se ha dado media vuelta y ha cambiado su gracioso silbido por un concierto de
ronquidos.
-Ya no me
caes tan bien Ricardo.- reprocho a ese cuerpo inerte que yace sobre la cama.
Intento
mantener la calma. Respiro una y otra vez profundamente, pero solo consigo que
uno de mis ojos comience a parpadear sin control. Maldito tic nervioso. No pasa
nada piensa en algo positivo.
- “¡Soy
una nube! Nada me afecta. ¡Soy una nube!”.
Pero el
tic pasa de un ojo a otro como en un partido de tenis. Justo cuando creo que me
voy a volver loca, el despertador vuelve a sonar y todo explota por los aires.
Noto como mi corazón palpita a toda
velocidad. La piel se me eriza y el estomago se me revuelve. Caigo por un agujero
mental de lucidez y me doy de bruces con ese cachito de vida que me estaba
esperando. Entro a trabajar a las 19:00. Solo quedan 50 minutos para empezar un
turno de 10 horas en La Recoba.
Me levanto
como un resorte. Como si fuera un autómata, recorro el pasillo, entro al baño y
enciendo el aplique colocado encima del
espejo. Una luz blanca me apunta a la cara. Durante unos segundos no me deja
ver, pero pasados unos instantes comienzo a vislumbrar un cadáver en vida
delante del espejo. Ojos hinchados. El rímel corrido. Ojeras. Restos de
maquillaje. Pelo alborotado y sucio. Patas de gallo. Arrugas descontroladas por
mi rostro. Cara de cansancio absoluta. Canas que me hacen más vieja. Todo esto
aliñado por la cuarta resaca en tres dí
-¡Yo no me
merezco esto! - Grito sin que nadie me haga caso.
Tengo que
pagarlo con alguien. Me doy la vuelta y veo a Ricardo. Ni se ha movido. Un hilillo de baba cuelga de
su boca y choca contra la almohada dejando un pequeño ronchón sobre la sabana
azul.
-
¡Levántate!
– Le grito a Ricardo dándole un empujón en la espalda.
-
¿Qué
pasa…? – me responde aturdido Ricardo.
-
¿Qué que
pasa, pues tu me lo diras..?- le reprocho con cara de pocos amigos
-
No
entiendo nada, ¿Qué he hecho?
-
Será más
bien, ¿Qué no has hecho Ricardo? Son las 6 y sigues ahí dormido.
-
¿María que
te pasa?
-
¿Qué que
me pasa…? La pregunta es que no me pasa. Estoy harta de esta vida. Estoy harta de todo. Estoy harta de subir y bajar. De sufrir y no llegar a ningún sitio.
Estoy harta de ti.
-
María…- me
dice Ricardo mirándome a los ojos e
incorporándose de la cama.
-
María,
¿qué? – le corto- todo el dia corriendo sin parar, dejándome los cuernos, ¿para
qué? Para despertarme y ver qué tengo que seguir corriendo. Quiero parar.
Quiero que esta mierda de vida me dé un descanso. Quiero respirar. Solo pido eso.
-
¡María
tranquila, todo en esta vida tiene solución! – Me dice Ricardo poniendo su
brazo sobre mi hombro.
-
No me
toques Ricardo – Le digo- No quiero que me toques. No quiero que me toque
nadie. ¡Déjame en paz!!!- Grito con todas mis fuerzas.
-
María
estas nerviosa y cansada, todo lo ves muy negro, pero confía en mí, siempre hay
luz al final del túnel- me responde intentando abrazarme.
-
¡Que no me
toques, te he dicho!- le respondo dándole un manotazo- Las palabras ya no
valen. No todo se arregla con tus frases hechas y prefabricadas. Esto no
funciona. No hay ninguna luz al final del túnel. Mi vida no funciona. Porque no
soy valiente, pero la solución más rápida la pienso cada dia y mira que me
daría tranquilidad. No soy valiente ni para eso.-le suelto con los ojos
brillantes
-
¡María no
digas tonterías! – me grita Ricardo agarrándome fuerte por los hombros y
rodeándome con sus brazos.
Por unos
segundos noto su calor, me siento bien entre sus brazos, pero soy como el barco
que se hunde y por mucha agua que se achique estoy abocado inevitablemente a
ser una naufraga en esta mierda de océano. Respiro uno, dos, tres segundos,
coloco las palmas de mis pequeñas manos sobre el pecho de Ricardo y empujo con
todas mis fuerzas.
-
Ricardo,
vete, por favor, Ricardo, vete….-le grito
-
María no
hay quien te entienda- Me responde Ricardo plantándose delante de mí.
-
No te lo
voy a volver a repetir, Ricardo, vete!!!!
-
Estas
jodida María, yo solo te quiero ayudar.
-
Si me
quieres ayudar, vete!
-
No
entiendo nada, eres bipolar María, esto no es normal….- me reprende Ricardo
cambiando el tono de voz.
La furia
me posee, fuera de mí, levanto mi mano y
mi cuerpo de uno sesenta le da un sonoro tortazo en la mejilla a Ricardo. Cojo
su ropa, recorro el pasillo, abro la puerta de la casa y tiro al descansillo
todas sus cosas.
-
¡Que te
vayas joder!- le grito con la mirada puesta en el suelo.
Noto como
el pasa a mi lado:
-“¡Jodete,
María!”- me suelta enervado y cierra la puerta con virulencia.
Me quedo
ahí sola. Con la espalda pegada a la puerta. Poco a poco mi cuerpo va resbalando, como si las piernas no
me respondieran, hasta que acabo sentada en el suelo con la cabeza entre las
piernas. Las lágrimas chocan contra la fría baldosa gris y mis brazos inmóviles
dejan que sigan su recorrido. Solo queda estrellarse contra el suelo.