No había
solución las cuentas estaban a cero. La hipoteca sobre el crédito sobre el
préstamo ,que les había perdonado el banco tres veces, ya no daba más de sí. No
quedaban más puestos ficticios que crear. No quedaban más familiares que
enchufar. No había más partido que refundar de la escisión de la unión de
partidos de la que habían salido y fundado. No había ideología que se habría
reformado, refundado y aniquilado para renacer de nuevo. La nueva política era: “Mañana
pensare algo mejor a lo que decida hoy. Hoy planificare algo estupendo que
mañana será una plan que cambiar”.
No había calle que no habría sido reformada, levantada y rediseñada varias
veces. No había club de alterne que su inspector de sanidad no habría
visitado una, dos o tres veces incluso. No había cárceles que habrían podido
parar a los concejales de urbanismo. Siempre surgían nuevos actores para el vodevil del ladrillo. No
había ley medioambiental que no se habría saltado para poder construir mas y
mas alto, ni contrato amañado que no habría acordado con alguno de sus cuñados. El tres por ciento era una moda pasada. Los sobres habían dejado de
estar en boga. Suiza ya no era su patria. No quedaba nada. Tierra yerma en
la que no crecía nada. La vaca había sido exprimida. Solo quedaban los huesos.
Estos huesos se habían triturado, pasado por la túrmix, mezclado con restos de
aspirina y el camello de la esquina los estaba revendiendo como la nueva droga
Premium que levantaba el país. Ya no inauguraban autopistas, ahora solo quedaba cortar la cinta de mojones de
carreteras comarcales. Hasta el rabo todo es toro. Marca de nación. Que su
firma siempre quedara latente era causa y solución a todos los problemas. Todo
olía a podrido. Ambiente nauseabundo y putrefacto. Todo lo que tocaban se volvía
sucio. Estercolero en el que cada uno buscaba su agujero donde sobrevivir. Todo
estaba perdido. Hasta el alguacil tercero que se encargaba de llevar los cafés
había montado su negocio paralelo.
Servía cafes irlandeses con
whisky bajo manga al módico precio de tres euros. Se hacía de todo por beber
para poder aguantar la vida del parlamento.
Entre toda
esta fauna agazapado como una salamandra vive Carlos. Se despide de su chofer y baja de su coche de alta gama
con lunas tintadas:
- Mariano,
quédate dando vueltas a la manzana, que salgo en 10 minutos.
Zapatos
relucientes. Traje azul ceñido. Pelo grasiento engominado. Ojeras encubiertas
por unas gafas Rayban que le restan unos cuantos años. Entra en el Bar Manolo
dando un cachete en la mejilla a Kevin como el caudillo del lugar y le suelta
un campechano:
- Ponme lo de siempre, majo, y no te cortes en el chupito.
Se dirige a
su mesa reservada y aparece corriendo Kevin con el periódico debajo de la axila
y un cortado.
- Señor
Carlos, aquí tiene su café.
Kevin se
retira andando de espaldas y haciéndole un amago de reverencia.
Comienza por
la última página del periódico y ve un titular. La sangre de Churchill a
subasta.
Desde su
atalaya reservada, le grita al dueño:
- Manolo, mira, subastan la sangre de Churchill. Te imaginas lo que pagarían por la sangre de mi jefe. -Sin esperar respuesta, suelta una sonora y brusca carcajada.
Manolo le devuelve un inteligible comentario asintiendo la cabeza desde el fondo de la barra.
- Si, Manolo, si, siempre tienes razón, si es lo que digo yo siempre hay que escuchar al pueblo- Le responde Carlos sin haber podido oír nada y continua con su rutina de la mañana
Reunión de
partido. Edificio en el centro. Entrada acristalada con guardias de seguridad
en la puerta y manifestación de jubilados estafados como banda sonora. Una
secretaria con los labios pintados, y la falda ceñida recibe a Carlos y le coge
el abrigo. Solo están diez personas de la cúpula, tres están en la cárcel, dos están
huidos, uno de vacaciones y otro esta declarando su inocencia en los juzgados.
- Hay que buscar soluciones- Dice el portavoz con la voz nerviosa.
Tras unos
cuantos repetidos, “No se…”, un par “Podíamos
hacer un auditorio…”, cuatro “Podíamos
apoyar más a la construcción….” y cinco “La culpa de todo la tiene la oposición”,
todo el mundo fija su mirada en Carlos, el único que tenía una carrera.
Este se mesa
los cabellos y apoya la pata de sus gafas en el labio en un claro gesto ensayado.
Se tiene que notar su formación avanzada con
estudios en Harvard y su master en economía por Yale.
Se mantiene
en silencio unos segundos y todos los demás parecen empujarle para que suelte
ese secreto que mantiene en su interior. Es lo que hace un líder, mantener la ilusión
antes de que este frágil castillo de naipes se venga abajo. Todo es un falso
ensayo de superioridad aliñado con unas palabras que le enseñaron en el curso
de oratoria de Cambridge. Vamos era un predestigitador que hace mirar a la izquierda, luego a la derecha
y en unos segundos ese conejo blanco aparece entre sus manos en forma de
magistral master class de alquimista que convierte el agua en oro o tal vez en
ladrillo.
Pero esta vez
un leve rictus de nerviosismo en la cara de Carlos hace que el auditorio se encoja
y el aplauso preparado se congela.
Carlos tiene
la mente en blanco, el cerebro espeso y roído, y solo puede intentar mantenerse
despierto después de una noche sin dormir con unos empresarios en una larga
reunión en el Lolitas bar. No ve la luz al final del túnel y solo se le ocurre
enlazar su discurso con unos comentarios superfluos y vacios acerca de la
dificultad de la situación actual en la que vivimos.
Cuando una
gota de sudor comienza a recorrer su frente, recuerda la frase de Churchill que
había leído a la mañana con su carajillo matutino y encadena un calcado discurso.
-“No tengo
nada que ofrecer salvo sangre, esfuerzo, lagrimas y sudor”
Sus palabras resuenan en la lujosa sala de
reuniones con asientos de cuero y mesa de cedro importada de Canadá.
Todo ellos se
miran serios, asienten con la cabeza, se tocan la barbilla y algunos apuntan la
frase en su bloc de notas que se apoya sobre un portapapeles de Christian Dior.
Otros teclean el comentario en su Ipad de última generación. Tras unos segundos
de silencio todos posan su mirada en el cuadro de Joaquín Sorolla que un
constructor regalo al partido y
finalmente no pueden retener una sonora, común y estruendosa carcajada.