Esta es la historia de un hombre que sufrió de una cabeza
gigante. De bébe sus tías le decían que
iba a ser muy inteligente con ese artefacto craneal. A ministro llegará seguro
clamaban en sus corrillos. Pero luego cuchicheaban entre dientes que en la
frutería había sandias más pequeñas y que aquello a lo que llegaría sería al
circo de los horrores. De niño le decía a su madre: “Mama en el colegio me llaman cabezón” y “¿Tu
no les persigues?”: le reprendía la madre”. “Si, pero se meten por calles
estrechas”: le respondía el muchacho avergonzado. En su juventud siempre sufría
de piojos. Aquello era una gran llanura por descubrir para aquellos pequeños
insectos. Manolo, el dependiente de la droguería siempre tenía preparada un
jocoso comentario dedicado a tan descomunal cabeza. ¿En que kilometro tiene su
hijo el piojo? Su hijo tiene tres piojos y en dos meses todavía no se han
encontrado. El joven no podía más que mirar al suelo y enrojecer sus mejillas
avergonzado. Pero el tiempo fue pasando y el cuerpo del hombre se fue adaptando
a la cabeza. Y esa cabeza tan grande había guardado todos los recuerdos. Sus
manos de niño se convirtieron en extremidades fuertes y rugosas como los
hombres de campo. Apretaba sin parar sus grandes dedos cuyas tabas estruendosas
generaban una banda sonora de venganza. El rencor acumulado salió hacia fuera
en forma de una frondosa barba. La rabia ante las burlas se manifestó por el
canalillo de su camisa emergiendo de su pecho una generosa mata de pelo. Sus
piernas en forma de pajitas de refresco se transformaron en robles altos y
frondosos. Buenos días Manolo, venía a
ver si le quedaba pomada para golpes, creo que le va a hacer falta. ¡Gulliver,
cuanto tiempo sin verte, conozco a tus padres desde pequeño, no me hagas daño
por favor!
Esta era la historia de una cabeza gigante que sufrió de un
cuerpo de hombre minúsculo. La cabeza intento llevar una vida normal, pero
siempre echaba de menos un brazo lo suficientemente largo que llegara a
cualquier kilómetro de su cuero cabelludo. Siempre era capaz de ver su
minúsculo cuerpo en el espejo, pero no existía cristal que reflejara todo su
cráneo. Nunca encontró un peluquero que le quisiera cortar el pelo y siempre
tuvo que tirar de un amigo jardinero que le rasuraba al uno con su cortacésped.
Siempre quiso visitar mundo, pero no había puertas de autobuses que podría
pasar, ni control de seguridad de aeropuertos que podría superar. Siempre
intento llegar a los sitios caminando, pero sus pequeños piececitos no podían
aguantar tanto peso, sus zapatillas se derretían sobre el asfalto y solo le
quedaba retirarse como soldado herido a su guarida. Vislumbrar el mundo desde
su sofá. Pero llego el día en el que se pinchó el globo
y aquella cabeza se hizo pequeña. El cuerpo minúsculo perdió su faro craneal y
fue sustituido por una pequeña canica. El decidió poner sus cartas en juego.
Pero nadie se fijaba en él. Se convirtió en el hombre transparente. Se lanzó a
una escapada hacia delante y viajó por el mundo en el hueco de los ceniceros en
desuso de los aviones. Después de varias vueltas al planeta terráqueo,
aburrido, decidió parar unos meses en un pequeño pueblo llamado Lilliputh.
Y esta es la historia circular en la que lo pequeño se hace
grande y lo grande se hace pequeño y en la que la cabeza gigante se junta con
el cuerpo pequeño para ser contado a los niños.