Andrew Wyeth - “El mundo de Christina” (1948, témpera al huevo sobre tabla, 82 x 121 cm, MOMA, Nueva York)
V
De VICTORIA
Hoy iba a ser un buen día. Volver a sonreír. El ayer estaba olvidado. La tristeza miraba para
otro lado. Esta mañana no caería de nuevo. Levantarse y volverse a levantar.
Resbalar de felicidad. Anoche sentí de nuevo que todo iba a desparecer.
Tropezar con tu sonrisa. La piedra no puede volver a caer en el charco
cristalino. Trastabillarse en el alambre de la fortuna. Es el momento adecuado.
Los abismos ya no me asustan. Las tormentas estas lejos. Solo escucho el
susurro de la lluvia tumbada en mi habitación. Es la hora de los valientes.
Es el día de la victoria. V de Victoria.
Sudor y lágrimas. Vestido rosa ajustando a mi cintura. Las
algas se nos enredan en los pies. El cinturón con falsos brillantes brillantes
me aprieta el abdomen. Las algas mueren. Mi peinado con moño y alfileres de la
tienda de ultramarinos. Las algas se pudren pegadas a nosotros. Mis zapatos de
ante grises que compre en el mercado de la primavera. Algas que mueren al mismo
tiempo que yo. Mis calcetines cortos con estrellas. Estrellas soñadoras. Un
quiero y no puedo. Yo no respondo. Inmutable. Quieta. Inmóvil. Mis manos rojas
ya no tienen replicas para tanto dolor.
La pulsera de cuero rojo me roza la muñeca. Suspiro. Resoplo. Grito. El anillo
que me dejo Madre lanza reflejos rojizos que me recuerdan su mirada. Mi cerebro
manda impulsos a mis brazos, pero estos me han dejado de querer. Cada vez que
intento moverme una punzada como un arpón me hace gritar de dolor. Las medias
de verano se rasgan arrastradas por la maleza. Solo consigo dolor. Dolor
impasible. Dolor sin solución. Muerta de cansancio, caigo derrotada y me
desmayo.
Solo queda volver a respirar. Volver a vivir.
El aire atraviesa mis pulmones como una daga y una luz se enciende en mi iris.
He vuelto. Visibles y lejanas permanecen intactas las afueras. Estoy tan
cerca y tan lejos. Tan fuera de mi que creo verme desde aquella nube
quebradiza. Tan dentro de ti que nadie puede entrar en la cueva de mis negros
nubarrones. Mi hogar esta ahí. Alargo mis huesudos brazos. Siento que puedo tocarte. Que te puedo sentir. La vida
esta a un paso. Un paso en falso que me hace caer.
Esa soy yo. Una naufraga en una tierra de
malas hierbas. Hierbas que serán devoradas por los animales. Animales nocturnos
que devoran mi cabeza. La velocidad crucero de nuestro barco adormece los sentimientos.
Escaleras que no llevan a ningún sitio. Llaves que no cierran y que solo abren
una prisión. Sabanas que llevan a calabozos blancos. Los triunfos que consisten
en sumar dos derrotas. Mi abismo da vértigo. Mucho vértigo. Dos pasos hacia
delante y tres hacia atrás. Como los cangrejos. No avanzo. La luz del túnel se
ve más lejos. Todo permanece en el silencio de una canción antes de que la
siguiente empiece a sonar. Se me encoge el
corazón, que cobarde él, se
intenta escapar de mi pecho. Algo en mi interior esta roto. Una herida interior
que no para de emanar líquido de color rojo. Luces apagadas que no permiten ver
en la oscuridad. Siempre de camino a nuestra casa cerca del cielo.
*Visibles y lejanas permanecen intactas las afueras. Frase disparadora del relato sacada de un poema "Las Afueras" de Gil de Biedma.