Todo eran vértigo y pretéritos. ¿Saltar? Dime hasta donde.
Funambulistas sin red. Noches eléctricas de color cobalto. Los dos dedos en el
enchufe. Los dos enchufados. Tu y yo. Regusto continuo a rueda quemada y
alquitrán. Las curvas se cogen rectas. Dos cerebros cabalgan juntos sobre
piernas sin muscular. Dando pasos de dos en dos. No hay tiempo para especular.
La meta está fijada. Ser feliz. Rápido y ahora. Negligencia en las neuronas que
no ven el peligro. Las manos finas del poeta rozan las paredes rugosas de la
vida.
Nos conocimos en los bares. Los falsos desconocidos. “Me suena tu
cara, pero no sé de qué”. Silenciosos. Precavidos. Nos observábamos desde
nuestras madrigueras. Yo miraba. Tú te escondías. Yo disimulaba. Tu acechabas. Yo era la diana.
Tu apuntabas. Yo rechazaba el proyectil. Tu escondías el arma. Y como siempre yo me lamentaba de nuevo. Una
punzada directa se clavaba cada noche en ese musculo que pedía auxilio a gritos
entre mis costillas.
No perder el optimismo es indiscutiblemente heroico. Cuando ya
llevamos el corazón remendado, las ganas cansadas. Es entonces cuando el
optimismo supone un acto de obstinada rebeldía. Hoy va a ser un buen día. El
mudito se quita los miedos. Asalta la barra. Solo quedan vasos vacíos. Un “¿cómo
te llamas?”, fue seguido por un aluvión de palabras sin fin. Un beso en las
mejillas paso a tocar el cielo de tus labios. Recorrimos los 500 metros de tu
calle en un baile sincronizado de caricias y apretones. El ascensor se paró en
cada uno de los pisos. La alarma sonó como las trompetas que saludan a su
reina. La cerradura de tu casa dio vueltas furiosas como el percutor del
revolver antes de disparar. Por el pasillo fuimos perdiendo nuestras
pertenencias hasta que solo quedamos tu y yo. Piel contra la piel. Las sabanas
volaron, los muebles se movieron, nuestras dermis sudorosas resbalaron y los
gemidos se oyeron tres pisos más arriba.
Todo va bien. El barco sigue su velocidad crucero. Tú
dices “¿qué? “y yo tengo la solución. Yo digo “¿Donde?” y tu respondes: “Sobre
mi”. Tú gritas: “¿Cuándo?” y yo te replico “Aquí y ahora”. Las piezas encajan.
La maquinaria esta engrasada. No tenemos miedo a nada. Somos invencibles.
La precipitación del saltador. Levantarse y seguir corriendo. Los 400
golpes. Insurrección indolente del que todavía no tiene cicatrices. Solo queda
apatía y presente.