Un fuego que no quema.
Una brisa que no mueve tu pelo. Una canción sin estribillo.
Ricardo tras dar un
salto mortal con tirabuzón desde su cama deposita sus pies sobre el frío suelo
del baño, abre el grifo de la ducha y espera paciente que el agua se caliente.
Una vez superado el escalofrío inicial, recibe el calor deseado y se siente mejor.
Alarga la mano en busca del champú y el bote está vació. Alguien se ha olvidado
de hacer la compra. ¿Maldita María donde estarás?
Una luz que no da
calor. Un abismo que no da vértigo. Una carta que no tiene sello.
María unta la tostada
medio quemada de mantequilla como si de un manjar prohibido se tratara. Pero al levantar la mirada, nadie le dice que
es malo para la salud tanta grasa. Mira el frutero lleno de polvo en la esquina
de la cocina y solo ve un plátano negro que pide a gritos un exilio de aquel
lugar.
Un folio en blanco.
Una piedra que nunca se convertirá en estatua. Una señal que no apunta a ningún
sitio.
Ricardo cocina su
plato estrella de patatas con verduras y en el momento crítico en el que tiene que
echar la cantidad exacta de sal a la cazuela, chasquea la lengua y suelta entre
dientes:
-“¿Así está bien…?”
No recibe ninguna
respuesta y su mirada se pierde entre las baldosas sucias de la cocina,
mientras suena de fondo el plop plop de la cazuela.
Llaves que no cierran
y que solo abren una prisión. Sabanas
que llevan a calabozos blancos. Los triunfos que consisten en sumar dos derrotas.
Ricardo sin María. María
sin Ricardo. Hombre que pierde el
sentido sin esa Mujer. Mujer perdida por la sentida pérdida de ese hombre.
Sentidos perdidos. Perdidos en los sentidos. Perdida sin sentido. Hombre y
mujer en busca de sentimientos que llenen su vació.
Todo es posible en
nuestra vida. Ese era su lema. Ricardo hijo en argentina tenía un billete de avión
que se hacía mas y mas grande cada día
que pasaba. Su vuelta era inminente. Eran felices. Felicidad sin matices. Felicidad
nunca vivida. Pero el espejismo se convirtió en realidad. Tras dos meses
rodados en el que todo era una sonrisa continuada, la convivencia se fue
haciendo más difícil, los engranajes comenzaron a chirriar y las grietas aparecieron en el suelo. Las
facturas eran más grandes que las sonrisas, los dobles turnos no dejaban
respirar y las ojeras no les dejaban ver
y disfrutar los que les estaba viviendo.
Dos meses
estacionarios en el que los enfermos languidecen. Dos meses en lo que hubiera
sido mejor bajarse de ese tren. Escapada hacia delante. Si quedaba la esperanza
de ser amigos, se perdió. Sus palabras gruesas rompieron todos los puentes. Sus
gritos cortaron toda posibilidad de dialogo. Dos meses y gracias. Ricardo hizo
la maleta y se fue a vivir a casa de un amigo. Aquella tarde María abrió la
cerradura de casa y se dio cuenta que Ricardo ya no estaba. Sus cajones estaban
vacíos. Se había llevado todo. Nunca algo tan deseado, le produjo tanta
tristeza. Nunca la soledad fue un problema para ella. Pero ese día noto lo que
era estar realmente sola.
Dos meses sin “RicardoyMaria”. Dos meses desde que todo se
había ido al traste. Dos meses de dos barcos a la deriva.
María
recorre la calle cabizbaja mirando las baldosas, esperando chocarse con todo
transeúnte que discurra en sentido contrario, solo busca una frutería o chino
en su defecto con el que pueda rellenar ese frutero mohoso que siempre llenaba
Ricardo.
Ricardo
harto de que el sofá le absorba en la monotonía diaria, recuerda que necesita
por un día ducharse con jabón. Con el viejo chándal que llevaba puesto sale
corriendo de su portal en busca de un supermercado y va saltando las baldosas
de dos en dos.
Cuando María
se encontró a Ricardo. Cuando Ricardo se
llevo por delante a María. María cayó al suelo y Ricardo la levanto dócilmente
entre sus brazos.
-
¡¡¡Ricardo!!!
-
¡¡¡María!!!!!
-
Cuanto
tiempo...
-
Pues si
mucho tiempo.
-
¿Qué tal?
-
Bien, María,
como siempre – le miente Ricardo- ¿y tú?
-
Yo también
bien.
Silencio.
Silencio. Maldito silencio.
-Pues bien...
-Bueno…
Están a punto de despedirse con un “hola y adiós”,
como esos viejos amigos que se
encuentran por la calle y se despiden
con un “Tenemos que quedar. Te llamo fijo.” Pero Ricardo reacciona a tiempo y
le dice:
-
María
tienes un rato para tomar un café, yo no tengo nada que hacer ahora.
-
….bueno…-le
dice María mirándole a los ojos por primera vez.
Ricardo está
nervioso. No para de mover las manos. Le dice a María nos ponemos allí o allí o
allí…, apuntando a todas las mesas. María sonríe por unos segundos, le agarra
las manos y le dirige a la esquina del fondo del bar.
-
¿Qué tal el día? – Le dice Ricardo intentando
romper el hielo.
-
Bien- Le dice lacónica María
-
¿Qué has hecho hoy?
-
Nada
…Silencio…
-
María, te acuerdas cuando todo era fácil.
Cuando lo difícil era no sonreír. Cuando los silencios nos gustaban.
-
Sí que me acuerdo.
-
He vuelto a escuchar nuestra canción.
-
¿Qué canción?
-
La canción con la que nos conocimos ¿No te
acuerdas?- dice Ricardo apuntando los
cascos que cuelgan de su cuello.
-
Eran otros tiempos Ricardo.
-
Éramos felices.
-
Éramos, tú lo has dicho…
-
¡Éramos
felices, joder! ¿Qué nos pasó?
-
Tu sabrás Ricardo yo sigo igual.
-
-
¿Igual? – Le suelta Ricardo con los ojos
brillantes.- ¿Dónde está lo que fuimos? ¿Dónde están nuestros sueños por
descubrir?
-
-
¿Estas loco Ricardo? ¿Y mi trabajo? ¿Y mi
Ricardo que está en Argentina?
-
¿Por qué no? ¿Por qué no podemos volver a ser
como antes? Volver a empezar.
-
¿En tienda de campaña, sin ducharnos y con
una caja de san migueles como menú diario? ¿Eso quieres Ricardo?
-
Sí- le responde Ricardo sin pensar
-
Hemos pasado una edad- le replica María-
Madura un poco. Hay que dar un paso adelante. Ya no todo se arregla con
alcohol.
-
¿Y eso quien lo dice?- Suelta indignado
Ricardo
-
Lo dicen las facturas de todos los meses. Lo
dice Iberia con sus vuelos a Argentina a 1000 euros.
-
Queríamos vivir libres y estamos atados de
pies y manos- reniega Ricardo
-
Ahora me vas a saltar tu discurso de siempre,
CARPE DIEM, TEMPUS FUGIT, Hay que vivir la vida, dejar un bonito
cadáver……-suspira María
-
¿Y por qué no?
-
Porque tienes 30 años Ricardo y no tienes ni
puta idea de qué hacer con tu vida
-
¿Cómo? Yo sé lo que quiero hacer. Yo quiero
ser el padre de tu hijo. Yo quiero estar contigo. Pero hay una vida más allá de tener hijos y
cuidarlos. Se puede ser feliz. Se pueden hacer cosas. Se puede ser feliz,
aunque lo pasemos mal…
-
Ricardo madura, Peter Pan se ha hecho mayor,
ahora tienes obligaciones. Se vivía muy bien en casa de tus padres. Pero ahora
estas en la vida real. Sigue así que te vas a pagar una buena ostia.
-
Seguiré como yo quiera.
-
Pues sigue pero lejos de mi por favor.- le
suelta con odio María.
Ricardo se levanta.
-
Ricardo….-le dice arrepentida María.
Ricardo
atraviesa la puerta del bar. María hace un
amago de seguir su camino, pero interrumpe su persecución y da media vuelta.
La llave
ha cerrado la puerta. Cada uno da un paso alejándose del otro. La carta ya
tiene sello. María piensa que todo se acabo. La hoja está escrita. Ricardo
piensa en aquella frase que no debía haber dicho. La señal apunta a su destino.
María duda si mirar atrás. Las canciones ya tienen estribillo. Ricardo llora al
entrar a la boca del metro. La brisa entre los vagones mueve su flequillo. María espera con la mirada
perdida el autobús en la parada. El fuego vuelve a quemar. Ricardo encuentra un
asiento libre y coloca su cabeza entre las piernas. La puerta de la prisión está
abierta.
Cada
uno vuela a una nueva vida donde no sea
importante ni Ricardo ni María, donde los importantes sean ellos mismos, aunque
ellos no lo saben la luz volverá a dar
calor y los abismos volverán a dar vértigo.