Maria.
Mirada perdida. Mallas. Botas altas y un jersey de lana de cuello alto que le
llega a las rodillas. Tres semanas pensando cómo volver a hablar con Ricardo. Tres minutos para que el metro llegue a la
estación y un mensaje en la pantalla de su móvil pendiente de enviar. El vagón pita al pasar a su lado. El aire
levanta su flequillo. Cierra los ojos como si desearía caerse en las vías. Un
hombre con un maletín golpea su hombro al intentar rodearla y Maria al abrir de
nuevo los ojos ve en su pantalla: “Mensaje enviado”. Enviado por el destino.
Maria sonríe con su mirada triste. Un niño que juega con su madre le señala con
el dedo. Maria se pone roja y ve como las puertas del metro se cierran ante sus
ojos. Una puerta se cierra, pero otra se abre.
Ricardo.
Barba de tres dias. Pantalones vaqueros. Botas de cuero desgastadas con una
cremallera lateral a media asta. Cascos en los oídos y el mp3 apagado. Tres
semanas esperando noticias de Maria. Tres semanas vacías de música y contenido.
Justo cuando está a punto de echar el sobre de azúcar sobre el primer café de
la mañana, su móvil vibra y en su pantalla aparece: “Necesito hablar contigo”.
Ojos brillantes. Ojos ilusionados. Ilusiones que brillan tanto que le deslumbran.
Miedo a responder. Nunca fue un tipo valiente. Nunca quiso ser el protagonista
de esta historia. Mentirse a uno mismo. Mentiras piadosas. Mentiras hermosas
como camaleones que fingen el color de la verdad. Nervioso, buscando algo que
distraiga esa marabunta que retumba en
su cabeza, comienza a remover el azúcar de su café a toda velocidad.
María
siempre fue tímida. Su verborrea adolescente escondía una mujer introvertida a
la que le costaba salir de su cascarón. El papel de chica loca siempre le había
venido bien. Pero había comenzado a cansarse. Ricardo le permitía ser como era
ella realmente. Muchas veces no aguantaba su parsimonia y su excesiva tranquilidad,
pero al final de cada día lo necesitaba como
si fuera un oasis, un espejismo en este desierto de asfalto en el que vivía.
Maria mira una vez el móvil. Lo guarda en su bolso. Tres segundos y Maria
vuelve a mirar la pantalla. Nada. No hay respuesta. Otra parada de metro y sin
noticias de Ricardo. Revisa el mensaje de nuevo. Ha llegado. Una rayita y dos
rayitas. Maldito Double Check, que infelices nos has hecho. En un último
instante desesperado vuelve a mirar y
cero absoluto de nuevo. Una señora que le observa detrás de un libro,
levanta la mirada y le dice:
-“Chiquita,
en el metro no hay cobertura...”
Maria se
pone de nuevo muy roja y asiente con la cabeza como si ya lo sabría de toda la
vida.
A Ricardo
siempre le costaba arrancar. Era un viejo motor diesel, que hace mucho ruido,
que tarda unos kilómetros en entrar en calor, pero que luego aguanta con
lealtad todos los viajes que hagan falta. El hombre que siempre estaba ahí.
Cuenta conmigo. El hombre tranquilo. Hoy sin embargo le temblaba el pulso y el
corazón se le salía de la boca. Manejaba torpemente el móvil entre sus manos,
los pensamientos se acumulaban a borbotones en su cerebro y era incapaz de
teclear las palabras exactas que su corazón quería expresar. Nunca fue un tipo
de frases redondas, de decir las cosas en su momento. Era de los que a la media
hora tenía la respuesta perfecta delante del espejo, de los que vivían la vida en diferido y recibían los
golpes en directo. Su mensaje queda reducido finalmente a
un: “YO también”, con el YO en mayúsculas como queriendo gritar en dos
letras todo lo que sentía.
Maria sale
de la boca del metro. Ricardo da el último sorbo al café. Maria recorre la
calle sin pisar las líneas de las baldosas. Ricardo se atusa el pelo pensando
que hoy no se ha peinado. Maria corre sin control y antes justo de llegar al número
29 de la calle, junto al café de su cita, apoya la espalda en la pared. Respira
profundamente, mira al suelo y coge fuerzas como ese soldado que le mandan al
frente. Ricardo disimula cuando ve entrar a Maria, mira hacia otro lado y justo
cuando nota su presencia se gira:
-
¡Hola! –
Le dice Ricardo asustado sin poder levantarse de la silla
-
¡Hola! –
Le responde Maria mirándole a los ojos
Silencio.
Un segundo, dos segundos, tres segundos. Ricardo paralizado no puede parar de
mirar los ojos brillantes de Maria, hasta que suelta:
-
Siéntate,
Maria
Maria se quita su pañuelo, lo deja encima de
una silla y toma asiento. Pone primero
las manos sobre el borde de la mesa y las desplaza hasta que se sitúan encima
de las de Ricardo. Este se encoge y no acaba de entender esa muestra de cariño.
-
Ricardo,
necesitaba hablar contigo. No me he portado bien. Pero todo tiene una razón y
una causa
-
…
Ricardo
bloqueado asiente con la cabeza.
-
Ya te he
contado muchas veces que mi madre murió cuando yo nací, lo recuerdas, ¿no?
-
Si
-
¿Sabes cómo
me llamaban en el colegio?
-
No- dice
Ricardo, sin saber a dónde irá la conversación
-
Bambi
-
¿Bambi?,
no me jodas Maria, que niños más cabrones.
-
Nooo – Le
corta Maria- Me gustaba, me lo decían con cariño. Eran mis amigos. Era un apodo
cariñoso. No tenía ninguna malicia. Llámame Bambi no me importa.- Le dice
Maria intentando sonreír nerviosa.
-
¿Bambi?
-
Si, así me
llamaban.
-
…
Silencio incomodo
-
…
-
¿Pero
bueno me imagino esto no es lo que me querías contar, no?- le dice Ricardo con una
mueca nerviosa
Maria se
muerde las uñas y mira a la calle a través del gran ventanal del café.
-
Hay más. Últimamente no soy yo. Los problemas
me ahogan.
-
Yo estoy
aquí para lo que quieras.- le responde raudo Ricardo.
-
Ya lo sé.
Pero hay algo más. Hay algo del pasado que está volviendo. Hay una cosa que tú
no sabes…- le dice Maria, parándose unos segundos a respirar.
Ricardo se
encoge en su silla y esta vez agarra de la mano a Maria.
-
Llevo unos dias horribles. Es difícil de contar – le vuelve a decir
Maria, al mismo tiempo que sus ojos están a punto de estallar.- Tengo un pasado
y el pasado siempre vuelve. Me lleve en una maleta hace 5 años todo lo que
tenía en argentina. Pero me deje algo. Algo que no sabe nadie. Algo que no he
contado. Algo que escondo y algo en el que no puedo parar de pensar.
-
¿El qué?-le
dice nervioso Ricardo.
Silencio.
Una respiracion. Silencio. Un suspiro. Silencio.
-
¿El qué?-
Repite Ricardo.
-
Un hijo.
Un hijo que recuerdo cada dia. Un hijo que esta con mi abuela. Se llama Ricardo
como tú. Me gustaste la primera vez que te vi solo por tu nombre. Hay algo de mí que se quedo en Argentina y
necesito que vuelva, pero la vida no me lo pone fácil. No quiero que crezca
como crecí yo, sin una madre. No sé porque, pero solo lo he pagado contigo. Lo
siento. Lo siento. Ricardo, lo siento…
Ricardo
superado por el momento, piensa en abrazarla, en darle cariño físico, en
estrujarla y decirle que no pasa nada, pero después de una tarde en la que
niebla no dejaba ver el horizonte, comienza a hablar como lo solía hacer solo delante del espejo.
-
Maria… –
Ricardo traga saliva y chasquea la lengua para seguir con su discurso- Nunca es
tarde para empezar de nuevo. Para quemar los barcos. Nunca es tarde para cortar
la cuerda que no nos deja caminar. Nunca es tarde para dejar de ser una mujer
que no pueda permitirse un pasado. Nunca es tarde. La vida no comienza cuando
naces, sino cuando tú quieras empezar a recordar. Es nuestro momento. Yo te
ayudo. Yo estoy contigo. No pasa nada, todo se va a solucionar. Todo lo vamos a
solucionar.
Maria
explota y sus lágrimas recorren sus mejillas sin que pueda dejar de mirar a
Ricardo fijamente a los ojos.
Y Ricardo
le responde con la canción de sus domingos tristes, la canción melancólica que
le hacía pensar en Maria. La canción secreta que escuchaba en su mp3 apagado.
-
“Agárrate
fuerte a mí, Maria. Agárrate fuerte a mi”.
Hola Alberto: He leído las tres entradas de María en el orden adecuado, o sea desde la primera a la última. No había disfrutado de ellas porque en el aula se oye mal y además mis oídos no están para muchas florituras. te felicito, me ha gustado mucho. Tiene frescura, pasión. En algunos párrafos parece un poema, con reiteraciones y ritmo violento.
ResponderEliminarQuiero leer tus otras entradas, pero voy a racionarme un poco, te seguiré haciendo comentarios en las entradas que lea.
Julio