Estoy
tumbado en la cama de la habitación número 17 del piso tercero del Hotel
Majestic. Siempre la misma habitación a la misma hora. Rutina furtiva. Momentos
furtivos. Amantes furtivos en busca de olvidar la rutina. Hoy es el día. Miércoles.
No es martes, ni lunes. Es nuestro miércoles y hoy la volveré a ver. Es la ilusión de mi semana, un oasis en un
desierto que me ahoga, la luz que me hace levantarme cada mañana y avanzar en
una vida de penumbra que no me interesa. Estoy nervioso como el quinceañero que
espera en su primera cita. Las manos me sudan y una cierta sensación de
inseguridad no me deja pensar con claridad. Es la cuarta semana que quedo con ella. La conocí de forma ocasional en una
convención. El flirteo, paso a caricias y las caricias se convirtieron en un
encuentro brutal en el asiento trasero de mi BMW familiar. Me quede prendado.
La monotonía me había asfixiado y aquella melena rubia había sido como un soplo de aire fresco en mi vida.
No nos
llamamos. No nos conocemos. No nos saludamos. Somos agentes secretos, Tenemos
una misión todas las semanas a la misma hora y en el mismo sitio. Nuestra zona
franca. Allí podemos ser nosotros mismos. Las cuatro paredes de la habitación
nos protegen. Nadie se puede interponer en nuestro camino.
Espero al
acecho como si de un depredador que espera a su presa me tratase. Afilo mis
garras a la espera de mi comida. Llevo hambriento toda la semana y mis tripas rugen en busca de algo que llevarme a la boca. No he comido nada y necesito carne
cruda. Te necesito aquí y ahora. Un espíritu salvaje me posee y cuando entra
por la puerta me abalanzó sobre ella. Busco desesperado su piel y
encuentro sus labios calientes que me besan con pasión. Su olor me embriaga, me
vuelve loco y la excitación no me deja pensar. Noto como su mano recorre mi
espalda y me acelero. Me turbo y mis pulsaciones comienzan a subir de forma
descontrolada. Le quito la falda sin pensarlo y la tiro contra la cama. No nos
hemos dirigido una palabra. Conectamos, hay química y los dos sabemos lo que queremos. Le arranco
la blusa, sin tener en cuenta que tiene botones, su sujetador vuela, y solo
queda su ropa interior, la hago trizas a
base de dentelladas, y ya tengo lo que quería, mi presa esta ahí indefensa, mirándome satisfecha con sus grandes ojos azules.
Estoy en el sitio adecuado y en el momento adecuado para ser feliz. Las sabanas
vuelan, los muebles se mueven, nuestras pieles sudorosas resbalan y los gemidos
se oyen tres pisos mas arriba. Me siento bien. Solo quiero estar dentro de
ella. Una y otra vez. ¡Que la maquinaria no pare! Tú arriba. Yo abajo. Tu
abajo. Yo arriba. Más deprisa. Más y Más. Respiraciones cortadas. Sonidos huecos. Sofocos. Gritos. La cama se mueve. Nuestros
músculos crujen. Los jadeos se multiplican. Nuestros cuerpos se rozan sin
control. Nuestras mentes conectan. Hay que follarse a las mentes. Hasta que un
grito final sincronizado pone fin a nuestra misión.
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