L
Me llaman L.
Desconozco cual fue la causa. Pero mi nombre se fue acortando a medida que me
hacia mayor. Como Benjamin Button mi tamaño iba menguando y las letras se iban
escapando, como las gotas de agua que se escurren entre los dedos y caen
inexorablemente contra el suelo. En un ataque de atrevimiento perdí la primera
A, por un ataque de rabia perdí la R y la gente comenzó a conocerme como Lau. Tras un bonito periodo en el que me
gustaba mi nombre, perdí mi ubicación en el GPS y con ello perdí la U. Durante
un tiempo mi nombre de pila era igual que un articulo determinado femenino singular. Me
gustaba mucho lo de ser singular, ser femenina y al mismo tiempo ser
determinada. Me sentía orgullosa de llamarme LA. Pero un suceso trágico paso en
mi vida. Estaba en una fiesta con unos amigos y mi nombre comenzó a repetirse en un bucle
infinito dentro de la canción con la que Massiel gano Eurovision: LA LA LA
LA LA…. Ante la mirada incrédula de todos, puse una rodilla en tierra y me
ampute la última letra de mi nombre, y este quedo reducido a L.
En realidad todo esto
es palabrería barata que cuento siempre a desconocidos, cuando no tengo nada
que decir. Disfruto con la cara de incredulidad de la gente. La verborrea me
pierde o tal vez no aguante los momentos en silencio. Pero es como una adicción
lo de inventar historias y contarlas a desconocidos desde el fondo de la barra
de un bar. Mi nombre verdadero es Laura y sí que es verdad que me llaman L,
pero no como consecuencia de un viaje onírico que me hizo verme por dentro y
levitar como Juana de Arco, sino por una causa mucho más mundana. Mi padre era
incapaz de pronunciar la R. De pequeña
me acuerdo de la mirada de mi progenitor cuando se enfadaba y me decía “Lauga”
ven aquí. Yo no podía reprimir una sonora carcajada al oír mi nombre en sus
labios. Mi padre,que en el fondo era un pedazo de pan, era incapaz de esconder
una sonrisa y se veía arrolladlo por un torrente de risas mutuo. Toda bronca se
convertía en un chiste y lo que parecía el preludio de una discusión terminaba
en un abrazo cariñoso. Viendo que aquello no era serio, paso a llamarme primero
Lau y finalmente con el paso de los años y la acumulación de cansancio en sus
huesos se redujo a L.
Esto de tener un
nombre corto marca y da carácter. Mi nombre es L, sin vocales, sin silabas sin
nada, solo L. Abierto a combinar con
todo. L de lectora insaciable. L de saltar todos los limites, L de cruzar las
líneas rojas. L de látigo de ideas que contar. L de líneas que pensar. L de
líneas que soñar. L de líneas que escribir. L de luchadora en busca de
libertad. L de conductora de la vida en prácticas. L de 50 en números romanos, 50
recuerdos, 50 besos, 50 “te quieros”.
L soy yo y aquí estoy
en el borde de la cama para empezar el dia. Escojo mis zapatos preferidos para
afrontar esta vida que me ha tocado, esos que tienen unos soles tatuados, con
sus rayos agujereados y que me hacen sentir el frescor de la mañana. La
vendedora me dijo que eran de piel de marmota, pero yo le cuento a la gente que
son de piel de gato. Gatos que vivieron siete vidas. Gatos que vivieron la
vida. Gatos que conocieron la muerte y la buena vida. Piel desgastada por el
uso que acabo recubriendo mi vida en uso y que me dan fuerza para seguir
adelante, aunque yo no tenga 7 vidas.
Bajo las escaleras de
mi casa y solo piensa en que hoy puede ser un buen dia. Pero nada más cruzar el
umbral del portal veo un todoterreno, de esos monstruosos que se ven por lar
ciudad, parado junto al contenedor de papel. Tiene un diabólico 666 en la matricula. Junto al coche
hay una mujer de unos cuarenta años, delgada, esbelta, diría que estirada, con
sus gafas de sol sobre la frente y con una melena larga y sedosa de color rubio. Me fijo
en sus pies y veo unas brillantes botas negras. Parecen de montar a caballo,
aunque seguramente nunca han pisado el campo. Miro hacia abajo y solo veo mis
humildes zapatillas de piel de gato. David contra Goliat. Esta mujer está en
otra división. Junto a ella hay dos niños que parecen sus hijos. Dudo por unos
segundos. Pero me digo: “¡No puede ser verdad!”. Están montando una cadena y se
están pasando libros de uno a otro, hasta que estos llegan al niño más pequeño,
que está junto al contenedor. Este alegre, diría que hasta sonriendo y
carcajeando va tirando cada uno de los
libros que le llegan como si de una canasta de baloncesto se tratara. Me acerco
disimuladamente y veo que la zorra pija
se ha debido dar cuenta que la estantería que tenía para los libros ya no iba a
juego con sus muebles de diseño. Tiene como 6 cajas gigantes de libros en el capó
del coche. La L visceral comienza a hervir. La vena que tengo en la frente
comienza a palpitar y me dan ganas de coger a esa mujer por la pechera y
decirle 4 cosas. Mis zapatos de gato con la puntera reforzada son perfectos
para darle un puntapié en ese culo libre de celulitis.
Se me agolpan los
pensamientos en la cabeza y todos comienzan por un insulto.
-“Subnormal, esos
libros no son basura que tengas que reciclar.”
-“Idiota, esos libros
los puedes donar, regalar, vender o lo que quieras, pero no los tires”
-“Gilipollas, deshazte
de los libros, pero no metas a tus hijos en ello y peor aún, no lo conviertas
en un juego”
- “Hija de puta,
porque no haces lo mismo con tus zapatos de marca. Seguro que para eso si que
tienes sitio en casa”
Respiro una vez. Relajación.
Respiro dos veces. Cierro los ojos. Respiro por tercera vez. Pero la mala ostia
no se va. El momento de rabia se ve cortado cuando comienzo a sonar la melodía
de mi móvil. Miro la pantalla y veo el nombre de mi jefe. Por tercer dia
consecutivo llego tarde a trabajar. Mis zapatos de gato empiezan a correr sin
control, mi rabia se esfuma y la rubia pija sigue inmutable en su insidiosa
tarea de liberar espacio en su casa. El héroe con pies de gato huye del lugar y
se convierte en un cobarde. Pies en polvorosa y la rabia se diluye, convirtiéndose en una pesado sentimiento de culpa.
Paso todo el dia
pensando en aquella mujer y sus hijos. Me culpo a mi misma de no haber hecho
algo por evitarlo. Algo tan simple como algo que empezara por, “Señora….” Seguro
que a esa mujer le jodería que le
llamaran señora como a una vieja con
permanente. Repito en mi cerebro: “Señora, no tire esos libros, démelos a mí,
que yo me encargo de que no acaben en la basura…” Ella me respondería con una
sonrisa, no hay ningún problema y esos
libros acabarían en algún lugar mejor. Todo muy americano con un final feliz al
uso.
Pasados unos segundos
imagino el plan b a la vía diplomática. Me veo con un bate de beisbol, y gritando amenazante le suelto a la rubia: “¿Señora,
está segura que quiere tirar estos libros???” La pija se arrodilla y le obligo
a meterse en el contenedor y todos los libros vuelven a la estantería fea que
no pegaba con sus muebles.
Doy vueltas y vueltas
a todo en el camino de vuelta a casa y solo pienso en rescatar esos pobres
libros. Bajo del autobús que me deja en mi barrio después de una horrible
jornada laboral y me topo de frente con el todoterreno gigante de la rubia
pija. Esa matricula diabólica con el 666 es imposible de olvidar. Solo pienso
en una cosa: venganza. Cruzo la calle, entro en el bazar chino, saludo amablemente
a Li, cojo mi compra, le pago y me despido
con una sonrisa de oreja a oreja.
Vuelvo a cruzar la
carretera y L deja su mensaje sobre la pintura metalizada de esa bestia con
ruedas.
EL SABER NO OCUPA
LUGAR, ZORRA.
Fdo.
L
¡¡Bravo!! me lo llevo para mi colección de "textos sobre Laura". ;)
ResponderEliminarUn abrazo.