Alberto como todos los días del último mes durmió poco esa noche. De doce
a una yació profundamente. A la una un clic mental encendio su motor de combustión.
Una mezcolanza de problemas vitales, sueños no realizados y un trabajo alienador
hacían de gasolina que activaba la mecha. En la oscuridad una rueda en su
cerebro no paraba de girar. Como un ratoncillo blanco en su jaula sus neuronas
hacían voltear el circulo metálico de su mente. Todos los caminos le llevaban
constantemente a una carretera cortada.
El proceso cíclico se repetía toda la noche. El resultado era un
cuerpo escombro en el desayuno. Un traje arrugado abriendo la puerta de casa
por las escaleras. Un pelo alborotado y sucio esperando al autobús. Una sonrisa
de payaso triste dando la bienvenida al
conductor que le llevaba a su rutina.
Alberto era el ejemplo de un hombre atrapado en una vida que no quería.
Un trabajo aburrido, unos amigos inmovilizados en vidas más tediosas aún y ningún
aliciente más allá de ver su serie favorita al llegar a casa. No tenía grandes
problemas. No era feliz. Pero tampoco estaba triste. Carecía de pequeños alicientes
que crearan los deseados contratiempos y sus respectivas soluciones que hacían de
la vida un lugar emocionante. Vivía en ese instante justo en el que no pasa
nada. Solo la vida pasar.
Su mirada perdida se quedó observando el paisaje a través del cristal
del autobús. Su cuerpo detectaba el terciopelo áspero del cabecero y le provocaba
una rápida narco lexía. Su cabeza se torcía como si no tuviera sustento en su
cuello y chocaba repetidas veces contra la luna sin que ello provocara que Alberto
despertara.
-
Perdona, es la ultima parada.
-
¿Queee? – Responde sorprendido Alberto atusándose
el pelo.
La vida a cámara lenta cuando te acabas de despertar. Él ve como la
chica que le hablaba está bajando del autobús y no queda nadie más dentro.
Alberto coge su mochila y baja las escaleras de dos en dos. La rutina
le activa de nuevo. Ese cerebro autómata trabaja solo. Da 3 pasos en búsqueda del
camino que le lleva a su mina particular, pero algo no cuadra en el esquema de
partida. Este sitio no le suena. Esta no es su calle. Esa no es su ciudad. Se
da la vuelta y grita:
-“Este no es mi autobús, mierdaaaa!!!”
Son las 9. A esta hora sus compañeros deben estar entrando en la sala
para la reunión matinal. Esto debería crear una ligera angustia en Alberto,
pero los efectos no son los esperados. El musculo depresor de la boca siempre
apalizaba al musculo orbicular del ojo y el resultado era un perfecto rictus de
tristeza. Pero esta vez el guion no estaba escrito. Alberto sonreía. Una sonrisa
relajada que dejaba a la vista dientes que nunca habían observado la luz. Decide
sin titubear entrar al primer bar que ve abierto.
-
“Buenos días, me pone una cerveza por favor”
-
“Son las 9 y cuarto, ¿está seguro?” - le
responde una señora limpiándose las manos en el delantal.
-
“No he estado más seguro en mi vida”.
Alberto coge su copa, respira y absorbe su
contenido de un trago.
Deposita la copa en la barra y levanta de
nuevo la mano:
-
¿Me pone otra, por favor?