Alberto como todos los días del último mes durmió poco esa noche. De doce a una yació profundamente. A la una un clic mental encendio su motor de combustión. Una mezcolanza de problemas vitales, sueños no realizados y un trabajo alienador hacían de gasolina que activaba la mecha. En la oscuridad una rueda en su cerebro no paraba de girar. Como un ratoncillo blanco en su jaula sus neuronas hacían voltear el circulo metálico de su mente. Todos los caminos le llevaban constantemente a una carretera cortada.
-
Perdona, es la ultima parada.
- ¿Queee? – Responde sorprendido Alberto atusándose el pelo.
La vida a cámara lenta cuando te acabas de despertar. Él ve como la
chica que le hablaba está bajando del autobús y no queda nadie más dentro.
Alberto coge su mochila y baja las escaleras de dos en dos. La rutina le activa de nuevo. Ese cerebro autómata trabaja solo. Da 3 pasos en búsqueda del camino que le lleva a su mina particular, pero algo no cuadra en el esquema de partida. Este sitio no le suena. Esta no es su calle. Esa no es su ciudad. Se da la vuelta y grita:
-“Este no es mi autobús, mierdaaaa!!!”
Son las 9. A esta hora sus compañeros deben estar entrando en la sala para la reunión matinal. Esto debería crear una ligera angustia en Alberto, pero los efectos no son los esperados. El musculo depresor de la boca siempre apalizaba al musculo orbicular del ojo y el resultado era un perfecto rictus de tristeza. Pero esta vez el guion no estaba escrito. Alberto sonreía. Una sonrisa relajada que dejaba a la vista dientes que nunca habían observado la luz. Decide sin titubear entrar al primer bar que ve abierto.
-
“Buenos días, me pone una cerveza por favor”
-
“Son las 9 y cuarto, ¿está seguro?” - le
responde una señora limpiándose las manos en el delantal.
- “No he estado más seguro en mi vida”.
Alberto coge su copa, respira y absorbe su contenido de un trago.
Deposita la copa en la barra y levanta de nuevo la mano:
-
¿Me pone otra, por favor?
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