Momentos dulces. Momentos deliciosos. Me gusta cuando estoy bien contigo. Cuando
tenemos una relación fluida. Cuando cada sentimiento se ve reflejado. Cuando
cada idea queda plasmada. Cuando cada reflejo de luz se convierte en una
secuencia, en un momento, en un sentimiento.
Yo pienso y tú me das todo lo que yo quiero. Yo reflexiono
y los folios corren. El contrato es temporal y cada tres meses vamos firmando
una renovación. Tu y yo sabemos que tiene una fecha de defunción marcada en el
calendario. El amor se va graduando. Los sentimientos se acentúan y justo
cuando parece que vamos a llegar al clímax, llega el maldito verano. El sol aparece, resplandece,
la luz nos llena, pero las teclas del ordenador dejan de sonar. El chisporroteo
de mis dedos sobre las letras deja de oírse y nos separamos. Al caer el verano
todo se viene abajo. Cada ladrillo que hemos montado en esta casa de historias,
cada línea que hemos escrito se derrumba y todo se viene abajo como un castillo
de naipes. Somos lo contrario que los romances veraniegos. Somos amantes
comunes. Amantes en los momentos de frío, en los momentos de guantes y abrigo, momentos oscuros con la luz del portátil como única vela. Pero tú y yo sabíamos
que cada otoño nos volveríamos a ver.
Este último año un señor de barbas con gafas muy “popular” quiso que no nos
quisiéramos volver a ver. Superfluo nos llamaron. “Superfluo eres tú”, dije yo.
Pero el destino nos ha marcado. Un mismo camino. Parece que los sentimientos
rebrotan. Y hoy al fin te he vuelto a ver.
No hay comentarios:
Publicar un comentario