Eres un calabacín insípido. Adalid de
la torpeza. No vas a ser nadie en la vida. Acabaras troceado con unas
verduras en cualquier callejón. Siempre ahí plantado y fijo. Estos
jóvenes solo esperan ser regados y pasar los lunes al sol. Siempre
se repetía, mi abuela, una berenjena de agricultura ecológica con
ínfulas de clase alta venida a menos.
Paladín de la impericia. Tu color
verde te delata. Estas sin hacer. Amateur diletante. Con un poco de
suerte acompañaras a un buen chuletón. Pero seguro que no
aprovechas la oportunidad. Te apartaran con el tenedor y morirás
lentamente por la sangre supurada de esa pieza de carne. Mi madre
siempre era muy agradable conmigo. Una Coliflor con dos carreras, un
master y tres empresas. No soportaba que su hijo hubiera estudiado
Bellas Artes. Siempre me animaba muy desagradablemente. Ella nunca
confío en mí. Notaba que me miraba con cara de pena. Con la cara de
un hijo que le había defraudado.
Yo era un calabacin de barrio, que
trabajaba en el Carrefour y era manoseado por niños y amas de casa.
Con suerte alguna vez llegaba a la casa de un vegano y era
agasajado con un trato exquisito. Hotel 5 estrellas. Donde conocía a
una calabaza simpática, a una lechuga muy graciosa que me abría su
corazón, o tomaba unas copas con un seitan con el que había hecho
buenas migas. Pero no nos engañemos lo normal era ser atrapado por
alguien que realmente no te quería. Que me metía en su cesta por el
remordimiento de conciencia que le producía comprar tanto azúcar y
grasa. Acababa mis días solo en el fondo del frigorífico junto a un
amigo limón con el siempre coincidía. Aprovechábamos a tomar las
cervezas de la ultima balda y la cebolla partida por la mitad
siempre nos decía que hacíamos mucho ruido.
Cada día cuando volvía de trabajar,
lo malo no era recordar que mañana sería aún peor, lo nefasto era
cruzarme con mi padre. Un pepino con un frondoso bigote que había
llegado a teniente coronel del Ministerio de Frutas y Verduras.
Notaba su rechinar de dientes cuando me cruzaba con el. Una arruga a
la altura de los ojos se le aparecía y se iba alargando al oír mis
pasos. Sus nudillos se tensaban y las semillas estaban a punto de
salirsele por la boca. Merodeador de pacotilla. Granuja a doble
turno. Sablista del futuro. El siempre muy elegante. Con su lenguaje
del siglo XiX, me agasajaba con sus piropos y lisonjas.
Superheroe de barra de bar, ¿a que te
vas dedicar hoy?
Esa ultima frase se me clavo en el
alma. Superheroe. SuperCalabacin. Ese eres tú. Estruje mi cerebro
para buscar un nombre. Pero al minuto me canse. Vi mi cara de falsa
concentración en el espejo y una luz vino a mi. Calabacin
Concentrado. Una mueca burlona apareció en el espejo. “CALABACIN
CONCENTRADO”: grite.
Nadie más se reirá de mí. Ayudare a
las ancianas a pasar los pasos de cebra. Subiré a los arboles a
rescatar gatos perdidos. Apoyare mi mano sobre todo hombro que lo
necesite. Dejare mi vida de cerrar bares y abriré mi corazón a
los necesitados. Las mañanas no serán para estar en la cama.
Volveré al gimnasio que nunca pise. Correré como sino hubiera un
mañana. Mi madre coliflor por fin podrá decir orgullosa a sus
amigas a que se dedica su hijo. Mi padre pepino llamara a su amiga la
acelga que trabaja en el ayuntamiento para que me den la llave de la
ciudad. Si usted tiene un problema, solo tiene que apuntar al cielo
con la calabaza-señal y raudo veloz apareceré en su ayuda.
Pasados unos segundos note como me
rugían las tripas y decidí que había sido un día demasiado
intenso para mi. Apoye mi piel verde sobre el sofá. Recordé esa
serie de Netflix que tenia a medías y decidí que iba a ser a lo que
salvaría hoy.
Desde el pasillo, oí la voz de mi
padre, Haragán Bergante, ¿ya estas otra vez tumbado?.
Si padre, la vida de superheroe es muy
dura. No lo sabe usted bien.
Cariño, llama al medico, que creo que
a nuestro misántropo zascandil se le ha ido la cabeza.
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