Gris. El de la policía franquista que da palos
en tu corazón.
Dorado. El de la ciudad que perseguían los
conquistadores españoles en busca de ese
oro que recuperará latidos perdidos.
La estupidez
rezuma a borbotones por tú boca y no dejas escapar ocasión para
destrozar oportunidades. Encadenar un fallo tras otro como ese ludopata que
apuesta sus últimos cincuenta euros con la esperanza de que pueda pagar la
hipoteca. El que se bebe la ultima copa con la ilusión de no llegar a casa. El
que llama a sus amigos y recibe un fin de llamada por respuesta. Los escendidos
vasos, las largas colas del que busca un calor que se escapa. Engañarte a ti
mismo. Escapada hacia delante con las lunas tintadas. Vasos vacíos y luces
apagadas. Rol de perdedor grabado en la piel. Gorra de kamikaze que circula por
el carril equivocado.
Pero llega un día en el que las cartas ya no
están marcadas. Los grises dejan de dar palos. Las velas no se rompen. El
viento sopla en el lado adecuado. El grumete subido al palo mas alto grita
tierra entre sollozos.
No mas lagrimas. Las lagrimas a partir de ahora
serán solo de limpieza. Un procedimiento frio y automatizado que los humanos
necesitaremos para poder seguir viviendo. Para depurar y poder seguir adelante.
Sin dolor. Sin sufrimiento.
Todo se ve desde otro prisma. No estas ni mejor
ni peor. Eres el mismo de antes. Pero esta vez los dados suman 11 y la banca no se lleva todo por
delante. El crupier te guiñara el ojo. No te molerán a palos. Estimado cliente
en esa ventanilla le retornaran sus ganancias. Te has puesto esas gafas de sol
con orejeras que literalmente hace que todo sea algo secundario. Sabes que
llegarás a casa. Abrirás la puerta y oirás esa voz al fondo del pasillo que te
tranquiliza. Que te da calor. Los problemas son menos graves. Las dolencias
retumban menos y los ruidos son modulados. No serás más afortunado. No serás
más rico. Serás tu mismo. Serás mas feliz. Adiós derrota. Hola Victoria. Has
llegado al dorado. Ese dorado lo tienes delante de tus ojos. Eres Tu.