Con
la mente en blanco y sin poder pensar. Mi cerebro se va a negro. Una
hoja en blanco me mira y mis dedos son incapaces de moverse.
Incapaces de teclear. Incapaces de expresarse. Un oleo en blanco
incapaz de ser manchado. Una lente defectuosa. Un rollo de película
rayada.
Negros
nubarrones revolotean en mi cabeza y una pereza inútil me provoca
una ceguera literaria que maniata mi imaginación. Mi personaje
siempre muere en la primera página. La tinta se desliza por la hoja
sin afianzarse, rápidamente se desmorona y un borrón blanco mancha
cada uno de los folios. Mi historia viaja siempre por caminos
secundarios. Justo en el momento que encuentro la entrada a la
autopista me topo con ese maldito peaje que no me deja pasar.
Mi
cerebro no quiere arrancar. Pause pulsado y el botón de avance
estropeado. Los cabezales de mi viejo vídeo Beta chirrían
intentando reproducir esa cinta que hay en el videoclub de mi
cabeza. No
hay nada, solo puro egocentrismo. Solo yo. Nada más. Nada que
contar. Nada en blanco. Todo en negro.
Me
incorporo, abandono mi escritorio vació de palabras y me miro al
espejo. Pelo alborotado, mirada cansada, barba raída que sale sin
fuerza y profundas ojeras marcan mi rostro. Ni estado de gracia, ni
coraje ni inocencia. Solo estado de sitio y cobardía.
Escribe.
Vamos escribe. Tú puedes. Lo has hecho antes. Ha llegado la hora. Lo
necesitas. Te lo mereces
Tengo
ganas de escribir. Mi mente está clara. No hay nada que me moleste.
Lo tengo todo. Pero la pantalla sigue en blanco. Me levanto, recorro
el pasillo. Me vuelvo a sentar. Quiero contar todo lo que me pasa. Me
doy ánimos. Golpeo mi frente con las manos. Mis nudillos chocan
contra la mesa. Estoy a punto de empezar. Pero la página sigue en
blanco.
Pasar
pagina es uno de los mejores finales felices posibles.
Si
no haces mucho ruido, te dejo esconderte conmigo.
Mi
querido negro.
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