Largos silencios. Caricias incomodas. Momentos
que ya no eran como antes. La relación entre Teresa y él se había ido
deteriorando. Mas bien el uso la había dejado plana, lisa, sin carácter
ni personalidad. Se habían eliminado aristas, perfiles, toda forma reconocida,
todo había sido superado por ese virus llamado rutina. Los momentos de
felicidad se habían reducido a pequeñas excepciones, pequeños oasis en una
tierra seca y yerma. Llegó un momento en el que el futuro y pasado dejaron de
ser distinguibles: mañana fue igual que ayer, ayer será igual que mañana.
La soledad se había convertido en ese monstruo
que te espera detrás de ese largo pasillo llamado vida. Ese tesoro que intentaba atrapar al estilo
Indiana Jones era la felicidad. Su
látigo eran sus ganas de sobrevivir, pero veía que justo cuando tenía el Santo
Grial entre sus manos, todo se desmoronaba, todo se venia abajo.
Se despierta en la medianoche, asustado, con
miedo, no recordaba que había soñado pero no se sentía bien. Ese runrún que
recorría su cabeza antes de dormirse había seguido su trayecto durante toda la
noche. Su cuerpo estaba dormido, pero sus anhelos, preocupaciones y suspiros
habían seguido dando vueltas por su
carne inerte. Por sus entrañas, por su cerebro, sentimientos en un cuerpo que
no siente. Todos ellos girando como una noria, un carrusel de sensaciones que
le hacían daño una y otra vez. Un martilleo constante, introduciéndose como una
plaga de insectos por cada recoveco de
su cuerpo, por cada orificio, buscando una entrada para manifestarse, buscando
una salida a tanta decepción
Solo recuerda que algo fallaba, la historia
con final feliz no llega a materializarse y la escalera por las que escapaba se
derrumbaba como un castillo de naipes. Cada escalón que pisaba se iba
resquebrajando, en uno ponía, Matrimonio, en otro Rutina, en otro
Infelicidad y al llegar al final de la
escalera, una baldosa debajo de sus pies con las letras FIN se pulverizaba en
mil pedazos y comenzaba a caer. Grita, el miedo le paraliza, pero la caída no
acaba. Espera el golpe, pero no llega. Segundos y segundos. Una agonía que no
termina. Ve los ojos de Teresa. Necesita despedirse de ella. Ve el final del
túnel, una luz le espera y cuando cierra
los ojos antes del inminente impacto despierta en su cama entre un mar de sudores.
Noto mi frente mojada. Una gota discurre lentamente por mi frente. Mi
instinto me hace intentar mover la mano para interceptar el torrente de sudor.
Pero algo me lo impide. Me siento indefenso, inmóvil, sin fuerzas. Noto un
dolor, un dolor intenso que no había vivido nunca. Hago fuerza con mis brazos
en un intento de mover mi mano, pero el dolor sube sus decibelios. Veo que no
es la solución a mi libertad. Intento patalear en un intento de salir de
aquella trampa, pero mis tobillos también están pegados a la cama. Algo no va
bien, mis pulsaciones se disparan y mi espalda resbala entre unas sabanas aún
mas mojadas. Grito desesperado, me revuelvo, lucho contra mi, lucho contra ese
enemigo imaginario, pero sigo clavado a la cama. No puedo mover ninguna
extremidad y cuantos más esfuerzos hago más dolor recibo como respuesta. Grito
cobarde, grito y grito hasta que mi voz se rompe. Los gritos se convierten en
sonidos sordos, inteligibles lamentos, luego gruñidos, para finalmente acabar en sollozos. Sollozos desesperados por
estar atrapado, por no poder moverme. Cada intento por superar esta situación
deriva en un momento aun más doloroso. Una vez
pasado el momento visceral, el momento animal por intentar buscar la
libertad, la mente empieza a buscar una solución y con la cabeza que no con el cerebro
engancho la sabana y empiezo a realizar movimientos pendulares hasta que consigo lanzarla al suelo y mi
cuerpo queda desnudo.
4 surcos de sangre, 2 en mis
muñecas, 2 en mis tobillos decoran la cama. 4 clavos como 4 estacas me tienen
secuestrado, atrapado, más que a la cama creo que están clavados al suelo que
hay debajo de ella. La sangre sale a borbotones, 4 fuentes de líquido rojo, 4
caños que manan del interior de mi cuerpo de forma ininterrumpida. Voy
perdiendo fuerzas, las hemorragias van minando mi cuerpo y la vista se me
nubla. Esto es el fin. Pienso en Teresa. ¿Por que tanta sangre derramada? Lo
hubiera dado todo por ti. Mi corazón como en nuestra relación bombea con
fuerza, pero no sirve para nada, solo
para que yo me desangre.
-No es verdad, Ramón, no te engañes, yo no tengo la culpa de que te
estés desangrando, te lo has hecho tu solo.
Esas palabras caen como bombas sobre mis oídos. La voz es conocida, intento enfocar en medio de
la penumbra y creo vislumbrar la imagen de Teresa que esta sentada en una silla
delante de mi cama.
-Teresa, ayúdame- le grito desesperado
-Ramón, no te puedo ayudar, lo nuestro se acabó hace tiempo. Tienes que
dejar que la sangre brote. Es por tu bien
-Teresa, por favor, ten piedad de mí.
-Ramón, tú y yo sabemos que esto tiene que acabar.
-Teresa tu no eres así
-Ramón, tu has hecho que esto acabe de esta forma.
Veo entonces como Sony, nuestro
perro Sony, nuestro sustitutivo de hijo se acerca a la cama. Pero este no es mi
Sony cariñoso y juguetón, este Sony
parece hambriento, me ladra y le cae una baba blanca rabiosa del hocico. Yo
indefenso en mi tumba de clavos veo como sus dientes se van acercando. Comienza
a dar dentelladas contra mi piel, en un principio superficiales, sin
discreción, sin un objetivo claro, pero después Sony comienza a cebarse sobre
mi abdomen y luego sobre mi costado izquierdo. Con sus patas va escarbando en
busca del tesoro. Yo contraigo mis extremidades, en un intento por protegerme,
pero los clavos se hunden con más fuerza sobre mi piel, aumentando el dolor y
provocando que un alarido salga de mis labios. Noto como sus colmillos rozan
contra mis huesos desprovistos de carne.
No sé por qué pero sigo consciente viendo aquella carnicería. El umbral de dolor es tan alto que me desmayo un par de veces. Pero como si no me
quisiera perder el espectáculo vuelvo a recuperar el conocimiento una y otra
vez. Pierdo la noción del movimiento, del tiempo y los sentidos no me
responden. Mi cuerpo está en un estado comatoso y mi cerebro solo es capaz de
captar fotogramas del momento.
Sony tiene la cabeza totalmente roja.
Sony devora toda la carne y grasa acumulada en mi estomago.
Sony tiene metido el hocico en mi barriga.
Negro. Lo veo todo negro..
-Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.........................piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii...............piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.........
En un estado de semiinconsciencia ese pitido
le suena al final de la vida, al principio de la muerte, a la señal de que todo se ha acabado, al
sonido de despedida de la máquina que mantiene vivo en el hospital a los
enfermos terminales. Pero no es así, es
su despertador. Abre lentamente los
ojos, con miedo, con precaución, como el explorador que ha llegado a una tierra
inhóspita y no sabe lo que se va encontrar, como el recién nacido indefenso que
para él todo es nuevo, como el presidiario en su primer día en el penal. No se
quiere mover, no quiere volver a sentir la angustia de estar atrapado, no
quiere notar esas estacas en su cuerpo que le han producido tanto dolor, no quiere ser la primera pieza de
dominó que cae y que provoca una reacción en cadena. Respira lentamente, nota como su nariz se
abre y se cierra,nota como el aire va llegando a sus pulmones y como sale libre
por su boca. Sus sentidos se van acomodando a la estancia, su olfato nota un fino olor a suavizante en las sábanas que le cubren, sus oídos escuchan un
fino pitido como si hubieran comenzado a escuchar en ese momento por primera
vez y sus manos notan el tacto suave de
su edredón. Su corazón deja de rebotar contra su pecho y sus pulsaciones se
alejan de esa velocidad que le llevaba inexorablemente hacia un ataque al
corazón. Agazapado bajo sus sábanas, atrincherado bajo su cama, duda si moverse
o no. Los recuerdos dolorosos son demasiado recientes, demasiado reales. Cierra
los ojos, reza por ese Dios en el que nunca creyó y desplaza unos milímetros su
mano. No ha pasado nada, pero no se fía, es como la calma antes de la
tempestad. Sabe que el enemigo se esconde y espera el momento mas adecuado para
atacar. Continúa su lento movimiento,
precisión de cirujano, un paso en falso puede desencadenar la tragedia, su
bisturí no puede pasar las líneas rojas. Avanza y avanza, pero no pasa nada, nada le sujeta, nada le
retiene, no siente ningún dolor.
Mueve sus manos, mueve sus piernas, comienza a
mover todo su cuerpo, comienza a
sentirse vivo, sentirse libre, sentirse feliz.
Comienza a sonreír, reír, a lanzar carcajadas, a gritar.... Todo ha
pasado y el sigue vivo. Nunca el mero hecho de estar vivo le había
proporcionado tanta felicidad.
Pero los momentos buenos siempre duran poco,
con sus movimientos espasmódicos, sus manos chocan contra un marco lleno de
polvo que se encuentra en la mesilla que hay junto a su cama y una imagen
atraviesa los cristales quedándose clavada en su mente: Teresa.
El momento mas vital que había tenido en mucho
tiempo le lleva paradójicamente a su
vida terminal, la de siempre, la que
esta conectada por un fino hilo a esta vida, a su relación sentimental
que esta en un tratamiento de quimioterapia de la que no sabe si va a poder
salir.
La puerta de la habitación se abre y allí esta
la cara bonita de la foto.
-Vamos Ramón, no me hagas como todos los días,
apaga el despertador y levántate ya.
Tengo prisa y me voy ya al trabajo.
Ni unos buenos días. Ni un, ¿como has dormido
cariño? Ni un simple, ¿como estas? Ni un
beso de despedida. ¡Hay te quedas!
Portazo en la puerta. Y allí se queda sólo,
Ramón.
Seguidamente entra Sony moviendo la cola en la
habitación, esperando los cariños mañaneros, esperando que Ramón le dejara
subir a la cama.
Él se anticipa a sus movimientos, se levanta
rápidamente y le dice: ¡fueraaaaa!, al
mismo tiempo que le suelta un manotazo.
Sony no entiende la respuesta, sale corriendo,
soltando un pequeño alarido.
Ramón se arrepiente al instante, le duele
haberlo pagado con él.
-Sony ven cariño, Sony ven...!
Sony no viene. Ramón se acurruca en la cama.
Está solo. Ni su perro le quiere. Tal vez no debería haber intentado mover su
mano al despertarse. Debería haberse mantenido inmóvil , sin vida, sin sentir
lo duro que es la vuelta a la realidad.