martes, 19 de febrero de 2019

Doppelganger



En cualquier otra circunstancia hubiera disfrutado de un largo paseo y me hubiera alejado de aquella marabunta de gente. No me gustan las fiestas, pero hoy necesitaba la protección de la muchedumbre que tanto odiaba. Mezclarme entre la mochufa. Ser una oveja mas del rebaño. Espero ser la negra por lo menos. Bajar la mirada y convertirme en un habitante furtivo de mi propio cerebro. Modular mis pensamientos y silenciar las angustias. Ser una mas en un cuerpo gris con la gabardina siempre puesta.

Un dos tres al escondiste ingles.
Doy un sorbo al café, entre página y página del periódico, levanto la mirada y ella en el fondo del plano mueve la cabeza y deja de observarme.

Un dos tres al escondiste ingles.
Abro los ojos en busca de una bocanada de aire después de hacer tres brazadas seguidas en la piscina olímpica y en una esquina apoyada en el cemento de la pileta veo unos ojos que me retiran su vigilancia.

Un dos tres al escondiste ingles.
Espero a que salgan los billetes de la ranura del cajero, y en el instante que aparece el mensaje “Recoja su dinero”, veo el reflejo de su sonrisa en el espejo, seguida por su nuca. Nada mas.

No tenía escapatoria. El juego del gato y el ratón. La puerta de salida estaba delante de mis ojos, pero una macula vital ensombrecía mis movimientos. Laberinto de espejos en el que siempre veía reflejado mis ojos azules. Miradas convexas que me atrapaban.
Un conejo burlón me decía. Despierta Alicia llegas tarde. ¡Estoy despierta, ostia!: respondía enfadada. Desde hace unas días tenia la sensación que alguien me seguía. Que alguien me vigilaba siempre a mi espalda. Un fallo en Matrix me hacía repensar mis dudas existenciales. Pastilla roja o Pastilla azul. Es inútil escapar de uno mismo, tarde o temprano nos topamos con nuestro propio ser, nos guste o no.

Escapo a trompicones. Torpemente abro la puerta de aquel local. Refugio oscuro de bebedores que no quieren ver la luz del día. Me tiemblan tanto las manos que el camarero me reconoce como un parroquiano mas en busca de su dosis diaria. ¿Te pongo algo, cariño? Me tomo de golpe el brebaje que me pone ese desconocido. Noto como me arde la garganta. Estoy a punto de vomitar. Pero al llegar al estomago, noto un calor agradable que me tranquiliza. Cierro los ojos. Respiro profundamente. Solo se oyen los ruidos de la maquina de petacos del fondo del local.

Kling. Klong. Estoy bien. Estoy tranquila. Kling. Klong. Bola Extra. No me va a pasar nada. Kling Klong. Tranquilidad. Serenidad. Kling Klong. Mi momento vital de mayor sosiego que recuerdo en muchos dias. Kling Klong. El sonido me hipnotiza. Kling Klong. Nada me perturba. Kling Klong. Nada me puede molestar. La bola deja de sonar. Una mano se posa sobre mi hombro. Me doy la vuelta y oigo:

-”Tenia ganas de conocerte”.

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