miércoles, 26 de diciembre de 2012

ME GUSTAS TU




Me gusta cuando te levantas con ganas de comerte el mundo. Cuando faltan horas al día. Cuando el día no abarca todo lo que puedes hacer. Cuando nunca miras el reloj. Cuando nunca deseas que la palabra FIN salga por pantalla. Cuando a la semana le faltan los miércoles sin darte cuenta. No me gusta cuando languideces entre las sabanas esperando que la noche vuelva a oscurecer tu vida, cuando el “tal vez” supera al ser, el “no se” sustituye al SI y  cuando el quizás reemplaza al “contigo y ahora”.

Me gusta cuando tu mirada no apunta al suelo. Cuando vives y no sueñas. Cuando vuelas y no andas. Cuando actúas y no piensas. Dormir es de cobardes. Adiós monotonía. Cuando viajas y no es solo en tu imaginación. Todos los días son días de fiesta. No me gusta cuando tus ojos tristes vagan por las calles. Cuando tu vuelo es bajo. Cuando te han cortado las alas. Cuando arrastras tus zapatos. Cuando el paso es corto y el camino largo.

Me gusta cuando un problema lo conviertes en un punto y seguido. Cuando no miras hacia otro lado. Cuando  afrontas y no rehuyes. Cuando las soluciones salen por tu boca y no es tu lengua la que queda muda ante los problemas. Cuando atacas y no te defiendes. Cuando saltas y no te encoges. Cuando las palabras salen a borbotones por tu boca sin ningún control. No me gusta cuando te atascas. Cuando siempre buscas un problema para cada solución. Cuando el problema y la solución  eres tú y solo tú.

Me gusta cuando escribes. Cuando el sonido de las teclas no para de sonar. Cuando tus ideas fluyen.  Cuando no piensas: escribes. Ideas felices. Felices momentos. Momentos felices que plasman ideas. Momentos plasmados en felices ideas. Cuando las frases aparecen y desaparecen de tu cabeza  como un rayo sin que te de tiempo a apuntarlas. No me gusta cuando solo ves un folio en blanco. Cuando la mente esta nublada y solo se avecinan negros nubarrones en tu cerebro.

Me gusta cuando cambias llorar por amar. Cuando cambias callar por gritar. Cuando no se oyen tus suspiros. Cuando cambias las lágrimas por los hechos. Cuando solo lloras en la oscuridad de los cines. Cuando la vida es un carrusel de sonrisas. Cuando llorar es de cobardes. No me gusta cuando tu película es siempre un melodrama. Cuando solo te escucho sonidos entrecortados y hablar entre dientes. Cuando se te olvida dar  la réplica. Cuando olvidas el guión. Cuando vuelves al cine mudo.

Me gusta cuando cambias sufrir por luchar. Cuando cambias ser por estar. Cuando olvidas sin rencor. Cuando recuerdas con ternura. Cuando cambias dolor por caricias. Cuando sustituyes discutir por besar. Cuando olvidas todo lo que paso. Cuando  olvidas tu pasado y el futuro lo estás viviendo.  No me gusta tu revanchismo. Tu ojo por ojo. Tu diente por diente. El tu mas y ese “QUESEJODA “en tus labios.


Me gusta cuando  la viste por primera vez. Una vez la viste. Una vez perdiste la razón. Una vez pensaste que eras para siempre. Una vez la besaste. Una vez despertaste. Una vez te fuiste. Una vez volviste. Una vez se fue. Una vez. Una y otra vez.


Me gusta cuando llegas a casa y ves su sonrisa. Cuando su ojos verdes te turban y solo puedes mirar al suelo. Cuando sus curvas te vuelven loco. Me gusta cuando le despiertas suavemente. Cuando ves como se despereza cada mañana. Cuando ella lo primero que ve al abrir los ojos eres tú  y cuando entonces ella sonríe. Solo sonríe. No quieres nada más. No me gusta cuando sin ella el puzzle no te acaba de encajar. Cuando las piezas del tetris no cuadran y tienes que echar una moneda una y otra vez a la máquina para volver a jugar. No me gustan tus despertares fríos, cuando sales corriendo de casa sin un beso sincero, con algo revoloteando en tu estomago. Cuando  las horas se te hacen largas sin verla. 

Me gusta cuando te pasas horas sin mirar el reloj con ella. Cuando eres pasajero de un viaje en primera clase. Cuando su comodidad te hace viajar en bussines. Cuando tus problemas no importan si está ella. Cuando abres los ojos después de una pesadilla y tu miedo se ve calmado cuando oyes ese silbidito a tu lado de su respiración. No me gusta cuando comes solo con un plato vacío enfrente. No me gusta cuando tú esperas y ella no llega. Cuando llegas y ella no está. Cuando el tiempo te pasa y nada ocurre.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

ACTOR EN CRISIS BUSCA ESCENA DONDE COLOCAR SU VIDA


Cuando el amor se termina,  el telón del se abre de nuevo y las cámaras vuelven a grabar. El actor principal esta desentrenado, ojeroso, plomizo, fuera de forma. Los ojos vidriosos delatan que no puede dormir bien,  pero la vida le va dando papeles en lo que intentar sobrevivir.
 Bambi. Te sientes solo.  Ser indefenso en territorio hostil. Te han abandonado. Solo queda llorar por las esquinas. Dar pena. Un drama continúo. Todo me pasa a mí. ¿Qué he hecho yo para merecer esto? ¿Dónde está mi mama? Condenado a sufrir. Sufrir como un condenado.
Ramón San Pedro en  Mar Adentro. No sales de la cama. Tus piernas han dejado de funcionar. Prisionera de la apatía. De la cama al sofá y del sofá  a la cama. Solo quieres morir. No puedes salir de debajo de tus sabanas. De repente aparecen un grupo de amigos que ya no  aguantan más verte así. Tú les pides que sean valientes  y te den ese vaso de cianuro que deseas.  
La lista de Schindler.  Marcado por la sociedad nazi. Eres un soltero. Dejas de ser ese chico joven, simpático, con pareja y con una vida por delante para construir. Ahora eres ese desgarbado que algo habrá hecho para que le dejen. Seguro que algo esconde.  Seguro que no es de fiar. Igualito que un judío en Polonia. La vecina del cuarto te mira con cara de pena. Los amigos nazis ya no cuentan contigo para sus planes de dobles parejas. Persona sospechosa de no seguir la rueda de la vida. Si no eres como nosotros: ¡A la cámara de gas!
Sherlock Holmes. ¿Qué estará haciendo ella en este momento? Volver a lugares comunes. Preguntar a amigos no tan comunes. Casualidad pasaba por aquí. No te había visto. Estoy tan liado (buscandote).No me había dado cuenta que estabas aquí. Hay que seguir el rastro.  Con tu amigo  Watson comienzas a rebuscar en facebook, twitter y redes sociales varias el nombre de tu ex.  Revisas sus fotos, sus comentarios y cada frase.  Cada palabra que encuentras de ella, cada sonrisa sin ti te anula, cada recuerdo lleva a otro recuerdo. Bucle sin fin. Te vas haciendo más y más pequeñito hasta desaparecer  y comenzar un nuevo papel  con ella como único espectadora. El hombre Invisible.
Bill Murray en Atrapado en el tiempo. Todo se repite. Todos los días son iguales. Todos los días son días sin ella. Todo se parece a ella. Todo te recuerda a ella. El dia de la marmota. Haz lo que quieras que de repente ella siempre aparecerá en tu vida.
Woody Allen en Annie Hall. Dar vueltas y  más  vueltas a todo.  ¿Preguntarte por qué si? ¿Preguntarte por qué no? Aburrir a amigos. Aburrir a familia. Aburrir a desconocidos. Desconocer el límite del aburrimiento.  Aburrir  a los camareros en bares de mala muerte que nunca cierran sus puertas. Tu vida se ve analizada hasta al más mínimo detalle. Auditoría interna en marcha. Stop y rewind a todo lo que hiciste.  La culpa la tuvo esa camisa de cuadros. Esa sonrisa a destiempo. Ese dia que llegue tarde. Ese día tuvo la culpa. Esa culpa tiene que tener un culpable.
Resacon en las vegas. Las noches son demasiado cortas. Demasiado aturdidas mis neuronas para pensar. Todos los días son días de fiesta. Beber agua no es de hombres. No hay vasos suficientemente grandes para apagar mi sed. Los botellines desfilan como soldados por mi garganta. Operario de la juerga con teléfono de guardia las 24 horas. Noches de desenfreno. Mañanas de Ibuprofeno.
Aparecen entonces los actores secundarios. Los amigos que son de nuevo tus amigos.  Esa cosa olvidada al fondo del armario con un fuerte olor  a moho de repente se vuelve indispensable. La amistad. Todos para uno, uno para todos.  Un nuevo papel aparece. Dartagnan y los 3 mosqueteros.
Pero un dia inesperado el director de la película llama y te dice su rendimiento laboral ha disminuido progresivamente y hemos decidido prescindir de sus servicios.  Los lunes al sol. Adios chica. Adios trabajo.
A los pocos meses el productor te llama y te comenta que sus fondos han entrado en números rojos.  Le cortamos los ingresos. Adios chica. Adios trabajo. Adios dinero.
Hago una petición al gobierno para conseguir alguna subvención que me permita seguir con mi proyecto, pero me la deniegan. Solo ante el peligro. Adios chica. Adios trabajo. Adios dinero. Adios paro.
Los iluminadores dimiten. Todo se vuelve oscuro. El guionista se va a trabajar a una serie de televisión. Todo se vuelve anodino. Los músicos bajan sus trompetas. Solo nos queda el cine dogma. Improvisar siempre se me dio mal.  Lars von Trier que estas en los cielos ayudame. Adios chica. Adios trabajo. Adios dinero.  Adios paro.  ¡Hola cruda realidad!
Toda película necesita un final. En esta el presupuesto se ha agotado, la plantilla ha dimitido, las cámaras han sido embargadas por el banco y solo quedo yo.  Pienso en ese antihéroe. Ese personaje con barba de 7 dias, resacoso, al que todo le sale mal. Su mujer y sus amigos le han abandonado, pero resiste sin poner su rodilla en tierra. Un primer plano apunta a mi cara y es cuando tengo que soltar el discurso magistral que ponga la guinda final a esta historia. Pero no consigo articular palabra. Silencio absoluto. Absoluto silencio. No tengo nada que decir. ¿Final abierto? Abierta indiferencia por un final. Las letras de crédito comienzan a desfilar por la pantalla. Se oyen gritos desde la platea. Esto no puede acabar así. Los abucheos aumentan y la gente pide que le devuelvan su dinero.
La pantalla pasa del negro al blanco de nuevo y el público se calla. Veo a mi padre aparecer. Un seguidor de los morancos como mi progenitor no me puede sustituir en mi escena final. Es  como poner a Paco Martinez Soria a defender el mundo sustituyendo a Bruce Willis en Armageddon. Mi padre con la frente sudorosa duda unos segundos, mira a izquierda y derecha asegurándose que ha llegado su momento, y me muestra esa película de Garci que siempre me recomendó  y que nunca quise ver.

VOLVER A EMPEZAR

miércoles, 21 de noviembre de 2012

VIDAS BORRADAS


“La vida es un sufrimiento y estamos aquí  con el único objetivo de unirnos a Jesus en una vida  futura”  Esa frase se  quedo clavada a fuego en mi memoria.  Un señor con un alzacuello me la dijo acariciándome la mejilla cuando salía del funeral de mis dos hermanos pequeños.  En mi vida me había sentido tan indefensa y  tan triste hasta ese momento. Solo recordaba la cara de  Sofía cuando se despertaba de noche asustada por una pesadilla. “Tengo miedo”-me decía. Yo le abrazaba fuerte hasta que casi dolía y le decía “Estoy aquí, no pasa nada”.  Soy yo la que tenía miedo ahora. Solo recordaba a Alfonso el Bravucón. Ese niño dictador que quería todo ya y ahora. Ese niño que quería comerse el mundo. Cuando se ponía muy pesado, le hacia una llave, le inmovilizaba y no le soltaba hasta que le obligaba a decir. “Alfonso es una niña mimada”. Juegos de hermanos. Fonso se resistía a poner la rodilla en tierra y  como soldado que nunca se rinde, brazeaba, gritaba, gemía y se dejaba el alma por conseguir la libertad. Toda mi tristeza se convirtió en rabia. Como esa persona tiene derecho a decirme eso. Mis labios se llenaron de palabras gruesas.
-          “Con  Jesus estará su puta madre”- Le dije a ese cura-   asustado dio un respingo y quiso darme un cachete como castigo.
-          Adriana, por favor, pide perdón ahora mismo – me dijo mi padre agarrándome del brazo
-          La culpa de todo la tienes tu- le respondí soltando su brazo y echando a correr grite con todas mis fuerzas- ¡Tu eres el que deberías estar muerto y no ellos!
No había destino. No había solución. La solución a mi destino no sé donde estaba.  Pero corrí sin mirar atrás. Solo quería escapar. Escapar de aquel lugar para olvidar. Olvidar ese lugar en el que nunca quise estar. Estar en otro lugar en el que el aire no me asfixiara.
 Corrí con mi traje de domingo y solo quise buscar los brazos de la única persona que me comprendía. Sofía. Mi confidente. Mi vida. Mi madre. Habitación 321. 3, 2,1 sorpresa  y estas de nuevo conmigo. Ella no pudo despedirse de Sofía y Alfonso. Llegue con el corazón latiendo a toda velocidad, me acurruque sobre su cama y le dije que le echaba de menos, que por favor no nos dejara. Que todo iba a salir bien. Que le esperábamos en casa, con la mesa puesta, con el mantel de flores que tanto le gustaba.  Comeríamos todos juntos y seriamos felices. Seriamos lo felices que podríamos ser.  Intentaríamos ser felices. Felices incompletos. Completar los huecos de felicidad de los que no habían dejado. En mi vida las lágrimas de mis ojos  dolieron tanto al recorrer mis mejillas.  Notaba como surcos de fuego recorrían mi cara,  y erosionaban más y más mi blanca piel. No me moví de allí. Como perro que esta junto a su amo. No abandone a mi madre.
Mi padre no estaba lejos una planta más arriba, tampoco pudo dormir aquella noche. Ni la siguiente, ni la siguiente. Y tal vez nunca más su conciencia pudo dormir tranquila. Estaba con Alfredo.  Su niño. Su preferido. El único hijo que le quedaba.
Su único hijo,  porque aquella noche decidí que yo dejaba de ser hija suya. Nunca te perdone que no bajaras a verme esa noche. No te quería ver, pero solo te tenía a ti. Nunca un abrazo tan deseado nunca ocurrió. Unos escalones nos separaban y no tuviste valor de atravesarlos.
Una pesadilla se repitió una y otra vez en mi cabeza esa noche. Ese coche con mis 3 hermanos y mis padres. Maldito cumpleaños. Maldito paso a nivel. Maldito Alfredo porque tuviste que nacer ese día.  Maldito tren. ¿Por qué no estuve yo y no ellos? ¿Por qué estaba yo allí para verlo?
La relación con mi padre a partir de aquel día se convirtió en una guerra fría constante. Misiles siempre preparados para ser lanzados. Cualquier palabra, cualquier momento, cualquier causa era buena razón para una atronadora guerra. Teléfono rojo siempre en línea para empezar la lucha. Guerra sin cuartel. Guerra que solo acababa en lagrimas, ruidos y tristeza.
Guerra de hospitales. Batalla de médicos. Guerra de lucha por vivir. Batalla por no llorar. Guerra por preguntar a los médicos. Batalla por no decaer. Guerra y nunca Paz. 
La primera batalla desencadeno una sonora derrota. Mi madre cayó en el frente, pero yo no caí en el mismo error de visitar aquella iglesia. Mi padre fue el único representante en la maldito recepción que le hizo ese maldito Jesus. Yo me quede con Alfredo.  Éramos los mayores. Siempre éramos los responsables. Los que cuidábamos la casa cuando nuestros padres no estaban. Hoy Alfredo voy a cuidar de ti.
Ese día Alfredo me dijo una frase desde su triste atalaya de sabanas verdes, cables y olor a hospital. Adriana, yo solo quiero llegar a cumplir 10 años. Maldita efeméride que nunca podremos celebrar igual de nuevo. Destino macabro. Deseo de celebrar la vida. Obligación de recordar la muerte.
Deseo obligado de seguir adelante. Obligación no deseada de recordar a los que se fueron. Una venda en los ojos para no ver que la vida sigue o  seguir con la vida  quitándonos toda venda que nos impide ver.
Alfredo resistió con todas sus fuerzas. Segunda batalla y segunda derrota en las trincheras. Golpe directo al corazón. Corazón que no late por el dolor. Dolor que no deja de latir. Sus órganos se pararon. Su cerebro siguió ahí, como un barco perdido en la niebla. 23 días conectados a una maquina y por fin llego su día. 21 de Junio. Meta conseguida  y solo nos queda un homenaje. Un homenaje a tu tesón y tus fuerzas.
Cuando sus pulmones dejaron de respirar, la inmensa tristeza me hizo envejecer súbitamente, el acné juvenil se convirtió en cicatrices imposibles de cerrar, el tono rosado de mis  mejillas se transformo en un tono blanco enfermizo y las arrugas  comenzaron a surcar mi cara por ese dolor contenido. Era una niña hecha mayor a marchas forzadas, inocencia rota por el dolor, dolor que no deja sentir. Sentimientos resquebrajados por el rencor. Rencor que solo me hacía odiar.
Te odio papa. No te quiero ver. No eres papa. No eres mi  Padre. No eres padre Eres  a secas Alfonso. No eres nada. Quiero borrarte de mi vida. Quiero borrar quien soy. Reset. Punto y aparte. No te quiero ver. No me llames. No me conoces. Ya no soy yo. Adriana Vélez Montalvo deja de existir. Nosotros dejamos de existir para siempre. Somos tú y yo. Siempre separados por un “y”.
Decidí exiliarme de esta vida, presa política en casa de la abuela. Brazos cercanos. Caricias. Calor. Vida normal para una niña. Solo recuerdo el día que me fui. Tu imagen en la puerta de casa entreabierta. Tus ojos brillantes. Tu mirada al suelo. Yo con mi maleta. Dude. Dar marcha atrás. Pero tú no hiciste nada para evitarlo.  Brazos caídos por el dolor. Castillo de Naipes que se derrumba. Gota de agua que se resbala entre tus manos.
Mis apellidos volaron, lo siento mama, pero necesitaba saltar. Necesitaba huir, escapar y tal vez desaparecer. Actor sin pasado busca otro futuro. Futuro te busco y no te encuentro. Pubertad habiendo vivido demasiado. Demasiadas cicatrices en el cuerpo. Un cuerpo en crecimiento que había vivido al límite de sus posibilidades.
Desde entonces las noticias de EL. Si EL solo EL. No se merece llamar por su nombre. No tiene nombre para mí. No tiene hueco en mi vida. Fueron pocas, a cuentagotas, por conocidos, por vecinos, pero nunca más  nos volvimos a ver. ¿Cómo está tu padre? Bien,  lacónico,  frio, sin explicaciones. Esa era mi respuesta siempre. Un muro de Berlín separo mi vida y la suya.
Pasado un tiempo, el Bien, fui sustituido por un ¿Alfonso, quien es Alfonso? Yo a esa persona no la conozco. Me miraban extrañada, pero la costumbre y la insistencia hacen mella y al final la gente dejo de preguntarme. Los recuerdos comenzaron a olvidarse. Olvido. Amnesia. Vidas borradas. No hay opción de  deshacer. No hay marcha atrás. Quinta marcha y motores a toda máquina. Tirar por la borda todos los recuerdos. Me llamo Adriana Iragua Manchón.  En un salvavidas abandonamos a ese polizón  llamado Alfonso y comenzamos a surcar aguas tranquilas. Velocidad crucero a 5 nudos y la vida va depurando esa agua turbia y marejada que vamos atravesando. Los posos se depositan en el fondo, el color marrón desaparece, las olas se convierten en una mar tranquila. Saco la cabeza por la borda y por fin veo el fondo de mi vida a través de una agua cristalina, trasparente  y clara.
Los sentimientos escondidos son como un boomerang. Parece que se alejan y ya no van a volver. Pero cuando menos te lo esperas vuelven. Un tsunami exploto en este mar tranquilo de recuerdos  en el que vivía y el agua se volvió marrón, turbia de nuevo. Todas las piezas del puzle que tanto tiempo me había costado montar volaron por los aires.  Un telegrama  con un  mensaje muy corto. “Alfonso ha muerto. Funeral 4 de Mayo en la Iglesia del Salvador. Lo siento.”
No hubo lágrimas. No hubo despedida. No hubo nada. Cero absoluto. Absoluto desprecio.  Telegrama a la basura. Vida normal. Vida doblemente normal. Vida anormalmente normal.
 Única superviviente de mi familia. Familia que no sobrevive a la vida. Vida que sigue sin la familia. Familia que muere y empieza. No quise nunca mirar atrás. Mirar adelante y avanzar. Pero algo fue muriendo en mi interior. La soledad y el recuerdo nunca me permitieron ser feliz. Falsa felicidad. Felicidad en una falsa vida. Vida de felicidad con falsos sentimientos. Nunca tuve pareja estable. Nunca fue estable mi vida y nunca quise poner las bases para ello. Las heridas nunca cicatrizaban y los recuerdos hacían que los puntos se abrieran de nuevo. Vida yerma de sentimientos. Tierra que nunca dará una nueva cosecha. Cactus en un desierto que sobrevive sin agua. Esa era yo. Un cactus olvidado en el desierto. Un desierto de sentimientos. Mis púas y pinchos hacían que cualquier intento de contacto vital escapara de aquel infierno. Infierno vivido en vida. Vida infernal.
Hoy mí vía crucis por fin se ha acabado y  a mis 70 años ha llegado mi día. No espero juntarme con Jesus, nunca fui creyente y nunca quise creer, siempre fui una incrédula.
Pero hoy me gustaría volver a verte  padre y solo querría decirte dos palabras:

 LO SIENTO.

viernes, 9 de noviembre de 2012

CONTRADICCIONES E HIATOS


Noche de bullicio, han abierto las puertas del manicomio y parece que todos los locos se cruzan conmigo. Solo quiero llegar a casa. 8 horas con el monstruo de mi jefe son suficientes y mis huesos solo piensan en caer sobre mi querido sofá de color calabaza. Hice una apuesta al estilo truco o trato de doble o nada con mi compañero y la perdí. Resultado: una hora más castigado limpiando la tienda. Consecuencia: perder el bus de vuelta y una hora de larga caminata hasta casa bajo una abundante lluvia.

-“¡Lluvia, que mas da eso!”- me dice una señora mojada hasta las cejas al mismo tiempo que me sonríe.  Yo le correspondo con mi más falsa sonrisa, al mismo tiempo que intento rodearla.

-“Existía en mi cuerpo una imparable necesidad de matar a la gente”-me reprende- la sonrisa se convierte en pavor.  “Sentada en este mismo lugar, viví mis mejores capturas”-suelta la señora al mismo tiempo que lanza  una sonora carcajada.

 Acelero el paso, primera base superada, solo quiero llegar a mi casa, pero un abuelo me bloquea de nuevo:

-“La fantasía y el destino vas unidos de la mano, hija,  la única edad que esconde su futuro es la tuya”- me dice el señor alargando la mano en busca de contacto vital.

La frase me parece de poeta, veo reflejado en su rostro a mi abuelo que me llevaba al parque y me entretenía con sus historias. Me veo engatusada por los recuerdos. Pero el momento mágico se ve interrumpido:

-Contradicciones e hiatos – Dice el señor cambiando el semblante de la cara.
-Contradicciones e hiatos- repite sucesivamente subiendo el tono de voz.
-Contradicciones e hiatos- grita rabioso

Este no es mi abuelo, rechazo su mano y cambio de acera, en busca de la tranquilidad, pero un nuevo personaje se interpone en mi camino. Esta vez una niña que parece perdida, me hace parar y mi sentimiento de protección me supera. Intento esbozar de nuevo una sonrisa y le digo:

      - ¿Qué haces aquí solita, ni….?
- El estado de bienestar es algo que tratan de mantener los débiles de espíritu, una vez  me he hecho vieja, comprendí  que el futuro está  en el liberalismo”- me responde cortando bruscamente mi frase.
Esto sí que me dio miedo y empiezo a correr despavorida, al mismo tiempo que me alejo veo  como la niña levanta  su mano derecha al cielo:

- El comunismo es un un engaño para con uno mismo, enfermedad  de juventud, los accidentes se pueden solucionar.

Algo no funciona. No tenía que haber tomado ese último café. Veo mi portal al fondo de la calle. Decido poner pies en polvorosa y me encuentro con mi vecina en la puerta. Y le digo

         - Buenas noches, ¿Qué pasa hoy? ¿No hay más que gente rara revoloteando?
     - Hoy hay un miedo que no había antes en la calle- me responde

Al fin alguien cuerdo pienso y suspiro aliviada.

         - El fin de la decencia como sentido en la vida se ha acabado, el fin de nuestras vidas esta cerca al  menos en el curso de destrucción que nos acecha, un culto vicioso me hacer ser mala – me reprende intentado coger mi cuello con sus manos.

El momento de tranquilidad se interrumpe de nuevo.
Continúo con mi escapada por las escaleras. Corro como pollo sin cabeza. Saco mis llaves. Intento introducirla en la cerradura. El sudor hace que resbale. Miro hacia atrás aterrada pensando en el siguiente personaje que puede aparecer. Al fin acierto.  Cruzo la puerta y pego un portazo. Por fin en casa. Apoyo mis manos sudorosas en la pared de la cocina. Levanto la cabeza y miro el calendario. 31 de Octubre. Dudo unos segundos. Es Halloween. ¡Como odio estas malditas fiestas yankis !

viernes, 2 de noviembre de 2012

HISTORIA BORROSA BUSCA MODULACIÓN


Días borrados. Ganas de borrar ciertos días. Días que deberían ser borrados del calendario. Calendario vital para olvidar. Pero hoy el día estaba marcado en rojo. Rojo festivo pintado a fuego en el calendario.  Querer recordar y no poder. Poder pensar sin recordar. Recuerdos borrosos, que no borrados, borrosos recuerdos que intentaba recuperar.

Observador de guerra en entorno hostil. Periodista  en zona de guerra que va viendo como las noticias transcurren a través de una mirilla. Recuerdos sin conexión. Conexión entre lagunas mentales.  Ambiente cargado por un denso humo. Aquí no ha llegado la ley anti-tabaco. Voces y carcajadas en medio de la penumbra. Los botellines desfilan como soldados en la guerra. Todos van al frente. Todos mueren agotados, exhaustos, vacíos en las gargantas de los presentes. La bola se va haciendo más y más grande, pero la  mirilla se hace más y más pequeña. Hasta que el momento llega.
Negro absoluto en mi vida. Vida venida a cero. Cero absoluto de vida. Vida sin sentido. Sentido perdido. Perdido en la noche. Noche divertida. Noche de Emociones. ¿Tal vez la mejor noche de mi vida? Pues no te lo puedo decir. La razón. Yo mismo. Amnesia parcial transitoria. Mi cerebro no quiere arrancar esta mañana. Pause pulsado y el botón de avance  estropeado. Los cabezales de mi viejo video Beta chirrían intentando reproducir la cinta que alquile ayer en el videoclub de la mala vida. Los soldados de mi mente están agazapados en sus trincheras, esperando una nueva embestida, soldados hundidos, soldados que solo quieren volver a su casa, esperando  pacientes un momento de calma para volver a vivir. Volver a pensar. Quizás me golpee mi  cabeza contra un bordillo o tal vez un portero mononeurona de discoteca  no alcanzo a entender mis comentarios sarcásticos de gafapasta.

Todo era posible. Incertidumbre supina como diagnostico. Diagnostico conocido por todos. El enfermo no sabe, no contesta. Yo no estuve allí. Ese no soy yo.

El soldado se despierta e intenta abrir perezoso los ojos. Primer parte de guerra.  Fuertes contusiones en brazos y piernas. Dolor punzante en la parte izquierda de mi cabeza. Manos negras como el carbón. Parece que la guerra de trincheras dejo poso en mi cuerpo.  Daños colaterales aparte estoy agusto, la estancia me parece conocida  así que me imagino que estoy en casa. Agarro fuerte mi edredón. Una suave fragancia a lavanda me hace olvidar mi intento por recordar. Retomo de nuevo con fuerza que mi memoria perdida encuentre algún dato de interés. Frunzo el ceño. Aprieto los dientes, pero no recuerdo nada. Levanto la sabana y veo mi cuerpo desnudo. Ese soy yo. Siempre me gusto el exhibicionismo.

Alargo la mano y abro el cajón de la mesilla en busca de algo conocido que me muestre la luz. A ciegas con los ojos cerrados abro el cajón y cojo lo primero que encuentro. Lo toco, retoco y aprieto. No  acabo de caer que tengo entre las manos. Abro los ojos y veo un consolador tan grande como un calabacín. Resbala de mis manos, pego un grito como una anciana indignada y rebota contra el suelo. El artificio pasa rozando mi nariz y me digo sonriendo siempre hay que tener un PLAN B para los días malos.  Me incorporo y rebusco en el cajón. Veo una caja de preservativos. Puede haber días malos, pero  los buenos tienen que ser seguros. Veo un logo XL sobre la caja y me hincho como un pavo.  Sigo el proceso de inspección y  un objeto brillante llama mi atención. Una alianza dorada. Como un cuervo en busca de sus joyas, la atrapo y  la poso sobre mis dedos. Se ajusta a la perfección. Marido ejemplar con vida sexual activa. Al pavo está a punto de explotarle el pecho de la emoción con el personaje que vislumbraba en su cerebro. Pero  la curiosidad  mato al gato. Encuentro una caja con pastillas azules. V-i-a-g-r-a…. El pecho comienza a convertirse en una prominente barriga. Analizo los pros y los contras. Bueno no hay que cerrarse a avances tecnológicos. Modifico la presentación anterior. Marido ejemplar con vida sexual que tiene días malos y días buenos.
Sigo en esa búsqueda de la verdad y encuentro un papel amarillo. Multa de la policía municipal por escándalo público.  El eslogan vuelve a cambiar. Marido no tan ejemplar con vida sexual con días malos y días buenos.
Me pongo de pie al ver que esta película tiene muchos matices ocultos, abro el segundo cajón de la mesilla y veo una navaja con un filo alargado de esas que si se merecen llamarse arma blanca.  El eslogan de campaña se va deformando. Opción 1 La seria y peliculera. Marido no tan ejemplar con vida sexual tiene días malos y días buenos vive con un arma blanca como mejor amiga.
Opción 2 La berlanguiana. Marido no tan ejemplar con vida sexual con días malos días y buenos tiene un primo de Albacete que le manda navajas.
Abro el tercer cajón. Esto parece una farmacia. Cajas de todos los colores. Cojo unas pastillas marrones. No sé lo que es.
Intento ojear las instrucciones de uso en busca de una respuesta, cuando una silueta rompe la oscuridad del momento, abriendo la puerta. 1,80. Caballera rubia. Largas piernas. La frase de presentación repunta como la bolsa. Marido no tan ejemplar con vida sexual con días malos y días buenos, espera a su mujer modelo  a que llegue de la pasarela cuidando la casa con una navaja entre los dientes.
Ella atraviesa la penumbra y es entonces cuando veo sus grandes manos, una pronunciada nuez y una gruesa  voz que me dice:
 -“Eso son estrógenos mi amor, no son para ti”
Tras este periodo transitorio de oscuridad se llega a la misiva final que acaba con este momento de búsqueda de la verdad...
Marido nada ejemplar con vida sexual desastrosa sale desnudo a la  calle corriendo con una navaja en las manos ante los gritos despavoridas de las vecinas.




miércoles, 24 de octubre de 2012

BARBARA y LEO


Caminos divergentes. Vasos comunicantes. En la universidad un profesor me explico una vez que en lo más pequeño de la materia se encuentran los electrones y los protones, unos con carga negativa y otros con positiva, polos opuestos que se atraen, fuerzas que les hacen mantenerse juntos. Nuestras vidas seguían un camino parecido. Vidas paralelas. Vidas separadas. Tu a la derecha, yo a la izquierda, nos juntamos en la siguiente parada, para despedirnos en una larga pausa de un par de años. Tú cogiste una carretera comarcal, yo la autopista hacia la gran ciudad. Todo era el comienzo de una despedida. Una bienvenida con sabor a adiós. Un adiós que siempre deseábamos que fuera un hasta luego. Un hasta luego que iba seguido por un ¿Qué haces tu por aquí?

La primera vez que tuve constancia de que te necesitaba fue con doce años. Bárbara y Leo. Leo y Bárbara. Leones con barba. Barbaros lectores. Nos hacían gracia nuestros nombres y en los momentos de tedio creábamos historias con ellos. Leo entraba al bar con una vara. Los leones con barba se comían a leo de forma bárbara. Es bárbaro aquello que leo sobre Bárbara.
Era el tercer año que nuestros padres, amigos de la infancia como comenzábamos a ser nosotros, compartían un sencillo bungalow en un camping de la costa levantina. Eran tres semanas de libertad. Libertad vigilada en un recinto de 1000 metros cuadrados, solo éramos esclavos de nuestra imaginación. Nos sentíamos pájaros libres lejos de nuestro nido y siempre volábamos juntos.
Ese septiembre volví a casa y sentí que algo me faltaba. Las luchas en la arena por ver quien llegaría a tocar antes las olas del mar. El despertarme por la mañana y ver como tus grandes ojos verdes me miraban y me decían: ¿Estas despierto? Yo me hacia el dormido, y tú insistente me hacías cosquillas hasta que ya no podía aguantar mas y una atronadora carcajada hacia que empezáramos felices el día. El pasar las horas con juegos en el que los únicos protagonistas éramos tu y yo. No nos hacía falta nada más. El mirarnos a los ojos fijamente para ver quien era el primero que desviaba la mirada. Siempre lo intentaba, pero mi infinita timidez me superaba, era yo siempre el que dirigía mis ojos al suelo, mi cara se ponía roja y tú te reías. ”Leo no aguantas las miradas bárbaras”: me decías al mismo tiempo que tu mano recorría mi cabello. Notaba como sus dedos iban rozando mi frente y pasaba entre mi pelo erizándome la piel.  Yo me quedaba quieto como una estatua esperando mi recompensa, nunca un perdedor fue más feliz, nunca la timidez tuvo tanta recompensa, nunca acciones tan insignificantes tuvieron tanta trascendencia en mis recuerdos. Ese verano fue especial. Bárbara dejo de ser Bárbara, paso a ser “MiBarbara”, todo junto y sin separaciones.


La vuelta a la rutina después del verano se hizo más dura de la habitual y no hice mas que contar los meses, devorar los días que faltaban, acelerar el tiempo para que volviera a ser verano. Necesitaba que las agujas del reloj fueran más rápido, que los minutos tendrían 30 segundos, que las semanas fueran de 5 días y todos los meses fueran tan cortos como febrero.
No volví a ver a Bárbara, fue la primera de una larga lista de separaciones. Nuestros padres discutieron y nosotros sufrimos el daño colateral de la incomunicación de nuestros progenitores.

Nuestros caminos comenzaron a separarse a medida que los años iban pasando. Yo ciencias. Ella letras. Un poco paradójico llamándome Leo. Yo cuadrado. Ella espíritu libre. Yo tímido. Ella la chica más popular. La grieta que separaba nuestras vidas se iba haciendo más y más grande. Nuestra relación quedo limitada a un hola y adiós. Hasta que un día al cruzarme contigo, no me dijiste ese lacónico hola al que estábamos acostumbrados  y me soltaste, ¿Que tal Leo?, ¿cómo va todo? Yo como hombre de costumbres respondí con el habitual hola y seguí mi camino. Creo que mi falsa indiferencia, que realmente era un miedo atroz a mirarte a los ojos, creó una atracción en ti y no hiciste desde entonces más que perseguirme. Era un juego para ti, el juego del gato y el ratón. Yo era tu ratón blanco de laboratorio al que hacías todo tipo de perrerías. Te hacia gracia mi inmensa timidez y disfrutabas conmigo poniéndome en aprietos. Jugueteando con la tira de tu sujetador mientras me hablabas me ponía más y más nervioso y solo pensaba en salir corriendo y dar patadas a las paredes de impotencia.  Siempre iba a ser un ratoncillo, nunca iba  ser ese león que ruge y que la gente se aparta al pasar.

Vivíamos en la misma ciudad. Teníamos  la misma edad. Estudiábamos en el mismo instituto. Pero creo que nuestras vidas no confluían, eran vidas paralelas que no se podían cruzar, vivíamos en mundos alternativos y raras veces parecían conectar. Todo siguió igual hasta que apareció el alcohol, bendito alcohol, que rompió esa barrera invisible que nos separaba. Fiesta de graduación. Yo solo pensaba en retirarme a mi casa, en abandonar ese lugar en el que me sentía fuera de lugar, sentado en un sofá con un vaso de algo parecido a alcohol aprovecho que mis amigos no me vigilan y abandono el ruidoso pub en el que agotábamos los últimos momentos de la noche. Es entonces cuando nuestras vidas vuelven a unirse. Bárbara. “MiBarbara” está sentada en un portal, más que sentada, dormida, creo que ella si que ha aprovechado la barra libre. Miro a izquierda y derecha y no veo a nadie, y me digo es el momento de que te conviertas en León. Me siento al lado suyo y le doy sutilmente con mi mano en el hombro. Ella ni se inmuta. Me digo tienes que rugir, deja ya de ser un pobre ratón. Poso mis dos manos sobre sus hombros y la zarandeo sin pensarlo, ella abre los ojos y hace un amago de arcada. Me veo de nuevo convertido en un ratón blanco y preparo mi huida, pero ese principio de ataque líquido se queda en un bostezo. Ella me mira extrañada dudando que hace ahí y me dice: “Leo, eres Leo”. “Lo bien que lo pasamos de pequeños”. Me abraza cariñosa y noto como sus labios chocan contra mi cuello. Yo sonrío. Bárbara que bien hueles, como me gusta tu calor, tus manos sobre mis hombros. Bárbara y Leo están de nuevo juntos. Pero el momento se ve cortado cuando un suave silbido sale de su nariz. Se ha dormido. Se ha dormido y no me ha dado tiempo a devolverle el beso, esta claro que los ratones no pueden rugir. El partido no tiene una segunda parte, una amiga de Bárbara viene  corriendo en su rescate y de repente vuelvo a ser ese actor secundario que tuvo ese momento de gloria. Me convierto en el hombre invisible. Hago aspavientos con los brazos. ¡Bárbara estoy aquí! Pero nadie me hace caso. El momento se acabo, mis 15 minutos de Gloria a lo Andy Warhol se difuminan y decido coger el bus nocturno en busca de mi querida cama en la que poder descargar mis lagrimas de cocodrilo

Yo seguí con mi vida de ratón. Ratón de laboratorio. Creo que mimetice mi papel y estudie biología. Hice mi tesis en un tratamiento experimental para eliminar la diabetes y  miles de ratoncillos blancos, como yo, sufrieron mis pruebas. Era una especie de terapia, me permitió por una vez en la vida experimentar el papel de verdugo y abandonar mi rol perpetuo de triste condenado a muerte.
Bárbara se quedo en la ciudad y creo que estudio Bellas Artes. Nada más supe de ella, un telón de acero separo nuestras vidas y la frialdad de la distancia congelo nuestros sentimientos. Hasta que un día de visita baje del autobús con mi maleta y me encontré de frente con unos ojos conocidos. En un primer momento dude, pero en seguida vi que era ella. ¿Bárbara? ¿Eres tu Bárbara? Sus ojos brillaban. Levantó su mirada aturdida y me dijo. ¿Leo? Esperaba una sonrisa, un ¿qué tal Leo?, un beso en la mejilla, pero ella rompió a llorar. Estremecido la abrace y note después de mucho tiempo de nuevo su olor. Note como sus manos me apretaban con fuerza y me decía entre sollozos: Mi padre, mi padre… Su padre acababa de morir y yo justo había aparecido en su vida. Suavemente le fui limpiando las lagrimas de la cara, le abrace con fuerza, y conseguí finalmente volver a ver su sonrisa. Esta vez sí que me dio tiempo a devolverle el beso. Diez años después ese beso en el cuello tuvo respuesta. Nunca un sentimiento tardo tanto en florecer. Pocas veces la vida da una segunda oportunidad y parece que el tren Bárbara volvía a pasar por mi puerta. Seguramente si le hubiera visto en otro cualquier día no hubiera pasado lo que paso. Diez años de madurez me dieron fuerzas para que ese beso en el cuello pasara a un beso en la boca y el estado de tristeza e indefensión que ella sufría tuvo como respuesta un beso más ardiente. Éramos quinceañeros en medio de la noche. Besos Barbaros. Era el principio de algo que tenía que haber empezado hace mucho tiempo. Era el final a tantos momentos en soledad.

  
Hoy era el día especial que Bárbara siempre había soñado. Yo dormí en casa y ella como toda novia se despertó en la suite del hotel donde se iba  a celebrar el banquete. Me desperté nervioso y me puse mi frac color negro que me esperaba colgado de la manilla de la puerta. Intente peinar mi flequillo a izquierda o derecha, pero un remolino bárbaro hacia mi pelo indomable, parecía un león con el pelo alborotado. Me detuve un momento y caí en la cuenta  que Bárbara y Leo, Leo y Bárbara estaban en todas partes, en todos los momentos que vivía. Todo lo que me pasaba siempre me recordaba a ella. Ella era el motor de mi vida y que me hacía seguir hacia delante. Recorrí el largo pasillo que llevaba hasta el altar. Solo se oía el run run impaciente de los invitados esperando la llegada de la novia. Comenzó a sonar  las notas de un órgano y vi como Bárbara entraba a la iglesia  con un impresionante vestido blanco arrastrando una larga cola. Mis ojos comenzaron a brillar y la piel se me erizo. Ella estaba más guapa que nunca, los invitados le sonreían y al llegar a mi altura ella me guiño un ojo cómplice. Todo era perfecto, era el momento que siempre había soñado. Era nuestro momento. Era el momento Bárbaro. Éramos Bárbara y Leo. Solo había un problema, yo no era el novio. El cura fue entonces cuando dijo las 6 palabras con las que el león cayó  noqueado a la lona y se convirtió de nuevo en un ratón:

“Hasta que la muerte os separe”

jueves, 11 de octubre de 2012

Ahora y contigo



Me gusta el no saber a dónde ir, los días improvisados, el mañana nunca cuenta, actuar sin pensar, pensar sin trabas, trabas para otros.

No me gusta las imposiciones obligadas, las obligadas tareas que no llevan a ningún lado, el girar y girar para acabar siempre en el mismo sitio.

Me gusta el vivir rápido, rápidos sentimientos, sentimientos a flor de piel, la piel erizada por la felicidad, la felicidad como droga rápida, adicciones que te hagan no querer soltar esta vida.

No me gustan los momentos estacionarios, las paradas de metro, los momentos de espera, el sentir que esto no tiene futuro, el no pasar ese semáforo en rojo vital que nos hace estar parados.

Me gusta la oscuridad de los cines, ver lentamente las letras finales discurrir por la  pantalla mientras nuestras manos se rozan esbozando una sonrisa.

No me gustan las melodías de móvil, las palomitas olorosas, los comentarios en voz alta y la luz que hace acabar los momentos felices contigo.

Me gusta la solidaridad sincera, los momentos de alegría con los amigos en los bares, los bares repletos de amigos, los amigos repletos de bares, todos para uno y uno para todos.

No me gusta la hipocresía, el yo primero y tu detrás, el tenemos que quedar algún día, el algún día quedaremos, con lo que nosotros fuimos, nosotros dejamos de ser.

Me gusta despertarte suavemente por la mañana, acariciar tus mejillas y ver como tus ojos se desperezan en busca de un nuevo día conmigo.

No me gusta los despertares fríos, las caricias incomodas,  el salir corriendo de casa sin ver tu sonrisa, las caras largas y las largas horas sin verte.

Me gusta llegar a casa, levantar la mirada, oír tus pasos corriendo por el pasillo, ese beso sincero que me hace sonreír y olvidar los problemas por ti.

No me gusta la soledad, los recuerdos al oler tu colonia sobre la almohada, recordar momentos buenos  cuando podía estar viviéndolos ahora.

 Me gusta ahora y contigo.

jueves, 4 de octubre de 2012

Volver o (re)cortar


Momentos dulces. Momentos deliciosos.  Me gusta cuando estoy bien contigo. Cuando tenemos una relación fluida. Cuando cada sentimiento se ve reflejado. Cuando cada idea queda plasmada. Cuando cada reflejo de luz se convierte en una secuencia, en un momento, en un sentimiento.
Yo pienso y tú me das todo lo que yo quiero. Yo reflexiono y los folios corren. El contrato es temporal y cada tres meses vamos firmando una renovación. Tu y yo sabemos que tiene una fecha de defunción marcada en el calendario. El amor se va graduando. Los sentimientos se acentúan y justo cuando parece que vamos a llegar al clímax,  llega el maldito verano. El sol aparece, resplandece, la luz nos llena, pero las teclas del ordenador dejan de sonar. El chisporroteo de mis dedos sobre las letras deja de oírse y nos separamos. Al caer el verano todo se viene abajo. Cada ladrillo que hemos montado en esta casa de historias, cada línea que hemos escrito se derrumba y todo se viene abajo como un castillo de naipes. Somos lo contrario que los romances veraniegos. Somos amantes comunes. Amantes en los momentos de frío, en los momentos de guantes y abrigo, momentos oscuros con la luz del portátil como única vela. Pero tú y yo sabíamos que cada otoño nos volveríamos a  ver. Este último año un señor de barbas con gafas muy “popular” quiso que no nos quisiéramos volver a ver. Superfluo nos llamaron. “Superfluo eres tú”, dije yo. Pero el destino nos ha marcado. Un mismo camino. Parece que los sentimientos rebrotan. Y hoy al fin te he vuelto a ver. 

viernes, 23 de marzo de 2012

CIUDAD DEL VICIO




Llevaba un tiempo pensándolo y era el mejor final para mi monótona historia. Una ciudad de luces de neón para despedirme de este mundo. Una ciudad de personas en transito, personas que no se conocen y solo quieran dejar de pensar.
La autopista de acceso estaba abarrotada de coches. Todos pasados de revoluciones, todos a una marcha más de lo recomendado, como el piloto en la ultima vuelta de la carrera con la adrenalina a tope, queriendo pasar por encima de su rival, deseando llegar al lugar que les iba a proporcionar la solución que estaban buscando. Una vez tomado el desvío 666, ya no había vuelta atrás, era un punto de no retorno,  solo quedaban unos veinte kilómetros para llegar a la frontera.  La autopista de seis carriles se encajonaba entre dos muros de hormigón de cinco metros y se entraba en una terapia de choque de luces y sonido. Cada dos kilómetros encima de nuestras cabezas aparecían unos paneles luminosos, que no daban ninguna indicación de trafico, solo lanzaban imágenes que hipnotizaban a los conductores. Era la lectura de la carta que te hace el metre en un restaurante de lujo, cada mensaje era una escapada hacia delante, una via de escape a una vida de opresión y una salida a lo nunca imaginable.

80 por hora marca el velocímetro y encima mío leo el primer plato.

Majestuoso Concierto en Casino Palace Hotel. Michael Jackson y Amy Winehouse cantando duetos mientras usted juega a la ruleta. Juego y diversión asegurado. El Cartel de Medellín le da la Bienvenida a la ciudad.

100 por hora. No puede ser verdad. Es cierto lo que me habían contado. Mis pulsaciones comienzan a acelerarse. Noto el latido de mi corazón que va a salirse del pecho.

Segundo cartel: Partido de las estrellas en el Estadio Olímpico. Brasil del 70 vs. Barcelona del 2012. Pele vs. Messi. El partido nunca visto. Barra libre sin límites. Alcohol, drogas y rockandroll viendo su deporte preferido. La mafia siciliana le desea una buena estancia en la ciudad.

120 por hora. Sonrió, una sonrisa de oreja a oreja, tengo ganas de gritar, muevo la cabeza adelante y atrás. Estoy feliz, tengo ganas de vivir, de asaltar la banca, de apostar todo al tres rojo. Sin control, sin orden, sin nada que me retenga.

Tercer Cartel: Juan Pablo II y Osaba Bin Laden bendecirán a dúo la Nueva Catedral/Mezquita construida en honor a nuestro Dios. Última hora: Elvis cantara los coros. Novedad: Reserve un palco privado para insultarles si es usted Ateo. La Yakuza japonesa espera que la ciudad sea de su agrado.

140 por hora. La sonrisa deriva en carcajadas descontroladas. ¿Pero esto que es? ¿Esto no puede ser verdad? Esto es el puto cielo.


Tercer cartel. Club Elegance. El mayor Club del mundo. Chicas y chicos de todos los continentes. Los límites los pone usted. Reserve mesa en nuestro exclusivo  restaurante. Comandos albano-kosovares le desean que todos sus deseos se cumplan en la ciudad.

160 por hora. Los pelos de punta. Cuando llego al cartel que asalta la banca.

Concierto Aniversario 50 años de la ciudad. Exclusiva mundial.  Los beatles unidos de nuevo. Único concierto. Teloneros: Frank Sinatra, Bob Marley. Barra libre de marisco y champán. La mafia rusa le desea una feliz llegada a la ciudad.

Cuando el velocímetro ya marca 180 y mi coche ruge tan fuerte con mi corazón  me encuentro una curva  a la derecha y  los muros que me dirigían y aislaban desaparecen para descubrir la mayor contaminación lumínica y sonora que he visto nunca.
El skyline de edificios te recibe mostrando la majestuosidad del ladrillo, las luces te deslumbran dejando al conductor paralizado y ciego como si estuviera delante de Sodoma y Gomorra y un ruido feroz delata que algo se está moviendo en esa ciudad.

Paso sin problemas la aduana. Un maletin llenos de billetes es mi pasaporte a la libertad. Ni una pregunta, ni una traba, ni un problema en cuanto abrí mi corazón lleno de euros a aquellos funcionarios.

A cambio me dieron una llave electrónica que era el salvoconducto que me daría acceso a las entrañas de esta ciudad. Esa llave abrió primero la puerta de la suite que habia contratado, donde me encontré el kit que iba a hacer más fácil mi adaptación a esta tierra hostil.

Un fajo de billetes del monopoly. Una botella de whisky de la que pego un largo trago. Pastillas, cocaína, crack, heroína... Esto no es lo mío, pero me aprovisiono por lo que pueda surgir. Una pistola y una escopeta. Elijo la pistola y la coloco en mi espalda junto a mi cinturón como en las películas. No hago caso a los consoladores, juguetes eróticos y lencería. Cojo un chaleco antibalas y me veo ya preparado para comenzar a dar dentelladas a esta ciudad.

8 de la tarde. Salgo del hall del hotel. Tengo demasiados sitios que visitar y muy poco tiempo entre mis manos.  Mi primera visita el casino. Saco mi fajo billetes y comienzo con el black jack. No tengo suerte. Paso a la ruleta y la diosa fortuna visita acaricia suavemente mis mejillas rojas. Asalto la banca. Las chicas revolotean a mí alrededor. Soy el rey del mambo. Michael Jackson canta BAD en el escenario y me digo ese soy yo: “El chico malo”. Es el momento de otro whisky.

10 de la noche.  Llego en limusina al estadio olímpico. Lo veo todo borroso, pero me siento eufórico. Me apetece hablar y hablar. No conozco a nadie, pero eso no es problema. Voy devorando copas. Las botellas se acaban. La conversación va subiendo de tono. Gritamos. Y gritamos. No nos importan los goles de Pele, solo queremos acabar con todo. Somos hoollygans desatados. Lanzamos botellas al campo y la policia nos desaloja del estadio.

1 de la mañana. El estomago ruge y un metre nos cuenta exquisiteces francesas con títulos tan largos que la carta tiene varios tomos. Pruebo 7 platos. Todos igual de pequeños. Lo más selecto. Langosta. Ostras. Salmón. Caviar. Carne de canguro. Solomillo de avestruz. Le pregunto al chef donde se han dejado el chuletón con patatas fritas. Me da unos golpecitos en la espalda felicitándome por la broma y no me queda otra que seguir dando sorbos al Moet Chandom.

3 de la mañana.  Risas descontroladas. Flirteo con una chica. Le cuento chistes que no recuerdo ni recordare. Ella sonríe. Ella suelta carcajadas. Ella se va. Otra chica. Esta vez me pide que le acompañe a su habitación. Me pide 20 billetes de los verdes. No me importa. Hoy es mi día.

5 de la madrugada. La noche se va esfumando en mis manos. Todo se va complicando. Me siento indefenso. De momento me acuerdo de todo. Pero una profunda bruma comienza a cubrir mi noche. Estoy confundido. Voy viendo todo por una mirilla que se hace más y más pequeña. Discuto por algo que no recuerdo. Oigo de fondo Yellow submarine. Un mexicano me apunta con una pistola. Es mi última imagen. Llega el negro absoluto.

Abro los ojos. No sé qué hora es. No recuerdo lo que hice ayer, pero el ruido de la muchedumbre  en la calle me hace entender que la ciudad esta despierta y estoy perdiendo el tiempo en la cama. Chasqueo la lengua, tengo la garganta seca y un regusto a agrio recorre mi boca. Un espejo en el techo me muestra mi rostro lleno de moratones y restos de sangre, unas bonitas ojeras delatan que no he dormido mucho. Me incorporo y me digo a mi mismo: “hay que seguir viviendo”.

La tele encendida a todo volumen es mi hilo musical. Creo que ayer llegue cariñoso al hotel porque deje sintonizado el canal para adultos. Una película porno hace más amena mi despertar. Los gemidos se oyen 5 pisos más arriba.
Al vecino no parece molestarle y grita dando golpes en el suelo.

-“Dale fuerte...., ¡campeón!” -Todo ello seguido de una atronadora carcajada.

Cambio de canal.
Apueste es muy fácil. Solo tiene que mandar 1777 número de caballo ganador y en cinco minutos sabrá si es millonario.
Cambio de canal.
Dios existe. Dios es tu salvador. Vayamos todos juntos a  conocer la verdad.
Cambio más rápido de canal.

Un presentador de telediario me señala con el dedo, ¿Alfredo? ¿Es usted Alfredo Fernandez?
- “Si ese mismo”- le respondo vacilón, esperando una nueva sorpresa.
- Señor Alfredo, tengo un poco de prisa así que seré rápido. Revisando su expediente de entrada, accedió a la ciudad usted hace dos días con un pase turista, ¿sabe que su tarjeta ha caducado?
-Esto....-intento atrasar la noticia que ya sabía que iba a suceder, pero no se me ocurre nada, tengo el cerebro atrofiado por tantos excesos y no consiga elaborar ninguna excusa.
-Hemos revisado su tarjeta de crédito y ya no tiene más fondos.

Respiro lentamente, intento recordar los momentos vividos en esta ciudad, cierro los ojos y espero tranquilo mi fin.



lunes, 12 de marzo de 2012

NO TE MUEVAS





Largos silencios. Caricias incomodas. Momentos que ya no eran como antes. La relación entre Teresa y él se había ido deteriorando. Mas bien el uso la había dejado plana, lisa, sin carácter ni personalidad. Se habían eliminado aristas, perfiles, toda forma reconocida, todo había sido superado por ese virus llamado rutina. Los momentos de felicidad se habían reducido a pequeñas excepciones, pequeños oasis en una tierra seca y yerma. Llegó un momento en el que el futuro y pasado dejaron de ser distinguibles: mañana fue igual que ayer, ayer será igual que mañana.

La soledad se había convertido en ese monstruo que te espera detrás de ese largo pasillo llamado vida.  Ese tesoro que intentaba atrapar al estilo Indiana Jones era la felicidad.  Su látigo eran sus ganas de sobrevivir, pero veía que justo cuando tenía el Santo Grial entre sus manos, todo se desmoronaba, todo se venia abajo.

Se despierta en la medianoche, asustado, con miedo, no recordaba que había soñado pero no se sentía bien. Ese runrún que recorría su cabeza antes de dormirse había seguido su trayecto durante toda la noche. Su cuerpo estaba dormido, pero sus anhelos, preocupaciones y suspiros habían  seguido dando vueltas por su carne inerte. Por sus entrañas, por su cerebro, sentimientos en un cuerpo que no siente. Todos ellos girando como una noria, un carrusel de sensaciones que le hacían daño una y otra vez. Un martilleo constante, introduciéndose como una plaga de insectos  por cada recoveco de su cuerpo, por cada orificio, buscando una entrada para manifestarse, buscando una salida a tanta decepción

Solo recuerda que algo fallaba, la historia con final feliz no llega a materializarse y la escalera por las que escapaba se derrumbaba como un castillo de naipes. Cada escalón que pisaba se iba resquebrajando, en uno ponía, Matrimonio, en otro Rutina, en otro Infelicidad  y al llegar al final de la escalera, una baldosa debajo de sus pies con las letras FIN se pulverizaba en mil pedazos y comenzaba a caer. Grita, el miedo le paraliza, pero la caída no acaba. Espera el golpe, pero no llega. Segundos y segundos. Una agonía que no termina. Ve los ojos de Teresa. Necesita despedirse de ella. Ve el final del túnel, una luz le espera  y cuando cierra los ojos antes del inminente impacto despierta en  su cama entre un mar de sudores.


Noto mi frente mojada. Una gota discurre lentamente por mi frente. Mi instinto me hace intentar mover la mano para interceptar el torrente de sudor. Pero algo me lo impide. Me siento indefenso, inmóvil, sin fuerzas. Noto un dolor, un dolor intenso que no había vivido nunca. Hago fuerza con mis brazos en un intento de mover mi mano, pero el dolor sube sus decibelios. Veo que no es la solución a mi libertad. Intento patalear en un intento de salir de aquella trampa, pero mis tobillos también están pegados a la cama. Algo no va bien, mis pulsaciones se disparan y mi espalda resbala entre unas sabanas aún mas mojadas. Grito desesperado, me revuelvo, lucho contra mi, lucho contra ese enemigo imaginario, pero sigo clavado a la cama. No puedo mover ninguna extremidad y cuantos más esfuerzos hago más dolor recibo como respuesta. Grito cobarde, grito y grito hasta que mi voz se rompe. Los gritos se convierten en sonidos sordos, inteligibles lamentos, luego gruñidos, para finalmente  acabar en sollozos. Sollozos desesperados por estar atrapado, por no poder moverme. Cada intento por superar esta situación deriva en un momento aun más doloroso. Una vez  pasado el momento visceral, el momento animal por intentar buscar la libertad, la mente empieza a buscar una solución  y con la cabeza que no con el cerebro engancho la sabana y empiezo a realizar movimientos pendulares  hasta que consigo lanzarla al suelo y mi cuerpo queda desnudo.

 4 surcos de sangre, 2 en mis muñecas, 2 en mis tobillos decoran la cama. 4 clavos como 4 estacas me tienen secuestrado, atrapado, más que a la cama creo que están clavados al suelo que hay debajo de ella. La sangre sale a borbotones, 4 fuentes de líquido rojo, 4 caños que manan del interior de mi cuerpo de forma ininterrumpida. Voy perdiendo fuerzas, las hemorragias van minando mi cuerpo y la vista se me nubla. Esto es el fin. Pienso en Teresa. ¿Por que tanta sangre derramada? Lo hubiera dado todo por ti. Mi corazón como en nuestra relación bombea con fuerza, pero no sirve para nada, solo  para que yo me desangre.


-No es verdad, Ramón, no te engañes, yo no tengo la culpa de que te estés desangrando, te lo has hecho tu solo.

Esas palabras caen como bombas sobre mis oídos. La  voz es conocida, intento enfocar en medio de la penumbra y creo vislumbrar la imagen de Teresa que esta sentada en una silla delante de mi cama.

-Teresa, ayúdame- le grito desesperado

-Ramón, no te puedo ayudar, lo nuestro se acabó hace tiempo. Tienes que dejar que la sangre brote. Es por tu bien

-Teresa, por favor, ten piedad de mí.

-Ramón, tú y yo sabemos que esto tiene que acabar.

-Teresa tu no eres así

-Ramón, tu has hecho que esto acabe de esta forma.

Veo entonces como Sony,  nuestro perro Sony, nuestro sustitutivo de hijo se acerca a la cama. Pero este no es mi Sony cariñoso y juguetón, este  Sony parece  hambriento, me ladra y  le cae una baba blanca rabiosa del hocico. Yo indefenso en mi tumba de clavos veo como sus dientes se van acercando. Comienza a dar dentelladas contra mi piel, en un principio superficiales, sin discreción, sin un objetivo claro, pero después Sony comienza a cebarse sobre mi abdomen y luego sobre mi costado izquierdo. Con sus patas va escarbando en busca del tesoro. Yo contraigo mis extremidades, en un intento por protegerme, pero los clavos se hunden con más fuerza sobre mi piel, aumentando el dolor y provocando que un alarido salga de mis labios. Noto como sus colmillos rozan contra mis huesos desprovistos de carne.  No sé por qué pero sigo consciente viendo aquella carnicería.  El umbral de dolor es tan alto que  me desmayo un par de veces. Pero como si no me quisiera perder el espectáculo vuelvo a recuperar el conocimiento una y otra vez. Pierdo la noción del movimiento, del tiempo y los sentidos no me responden. Mi cuerpo está en un estado comatoso y mi cerebro solo es capaz de captar fotogramas del momento.

Sony tiene la cabeza totalmente roja.
Sony devora toda la carne y grasa acumulada en mi estomago.
Sony tiene metido el hocico en mi barriga.
Negro. Lo veo todo negro..


 -Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.........................piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii...............piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.........

En un estado de semiinconsciencia ese pitido le suena al final de la vida, al principio de la muerte,  a la señal de que todo se ha acabado, al sonido de  despedida de la máquina que  mantiene vivo en el hospital a los enfermos  terminales. Pero no es así, es su despertador.  Abre lentamente los ojos, con miedo, con precaución, como el explorador que ha llegado a una tierra inhóspita y no sabe lo que se va encontrar, como el recién nacido indefenso que para él todo es nuevo, como el presidiario en su primer día en el penal. No se quiere mover, no quiere volver a sentir la angustia de estar atrapado, no quiere notar esas estacas en su cuerpo que le han producido  tanto dolor, no quiere ser la primera pieza de dominó que cae y que provoca una reacción en cadena.  Respira lentamente, nota como su nariz se abre y se cierra,nota como el aire va llegando a sus pulmones y como sale libre por su boca. Sus sentidos se van acomodando a la estancia, su olfato nota un fino olor a suavizante en las sábanas que le cubren, sus oídos escuchan un fino pitido como si hubieran comenzado a escuchar en ese momento por primera vez  y sus manos notan el tacto suave de su edredón. Su corazón deja de rebotar contra su pecho y sus pulsaciones se alejan de esa velocidad que le llevaba inexorablemente hacia un ataque al corazón. Agazapado bajo sus sábanas, atrincherado bajo su cama, duda si moverse o no. Los recuerdos dolorosos son demasiado recientes, demasiado reales. Cierra los ojos, reza por ese Dios en el que nunca creyó y desplaza unos milímetros su mano. No ha pasado nada, pero no se fía, es como la calma antes de la tempestad. Sabe que el enemigo se esconde y espera el momento mas adecuado para atacar.  Continúa su lento movimiento, precisión de cirujano, un paso en falso puede desencadenar la tragedia, su bisturí no puede pasar las líneas rojas. Avanza y avanza, pero  no pasa nada, nada le sujeta, nada le retiene, no siente ningún dolor.
Mueve sus manos, mueve sus piernas, comienza a mover todo su cuerpo, comienza  a sentirse vivo, sentirse libre, sentirse feliz.  Comienza a sonreír, reír, a lanzar carcajadas, a gritar.... Todo ha pasado y el sigue vivo. Nunca el mero hecho de estar vivo le había proporcionado tanta felicidad.
Pero los momentos buenos siempre duran poco, con sus movimientos espasmódicos, sus manos chocan contra un marco lleno de polvo que se encuentra en la mesilla que hay junto a su cama y una imagen atraviesa los cristales quedándose clavada en su mente: Teresa.

El momento mas vital que había tenido en mucho tiempo le lleva paradójicamente  a su vida terminal, la de siempre, la que  esta conectada por un fino hilo a esta vida, a su relación sentimental que esta en un tratamiento de quimioterapia de la que no sabe si va a poder salir.

La puerta de la habitación se abre y allí esta la cara bonita de la foto. 

-Vamos Ramón, no me hagas como todos los días, apaga el despertador y levántate ya.  Tengo prisa y me voy ya al trabajo.

Ni unos buenos días. Ni un, ¿como has dormido cariño? Ni un simple,  ¿como estas? Ni un beso de despedida. ¡Hay te quedas!
Portazo en la puerta. Y allí se queda sólo, Ramón.

Seguidamente entra Sony moviendo la cola en la habitación, esperando los cariños mañaneros, esperando que Ramón le dejara subir a la cama.

Él se anticipa a sus movimientos, se levanta rápidamente  y le dice: ¡fueraaaaa!, al mismo tiempo que le suelta un manotazo.

Sony no entiende la respuesta, sale corriendo, soltando un pequeño alarido.
Ramón se arrepiente al instante, le duele haberlo pagado con él.

-Sony ven cariño, Sony ven...!

Sony no viene. Ramón se acurruca en la cama. Está solo. Ni su perro le quiere. Tal vez no debería haber intentado mover su mano al despertarse. Debería haberse mantenido inmóvil , sin vida, sin sentir lo duro que es la vuelta a la realidad.