lunes, 12 de marzo de 2012

NO TE MUEVAS





Largos silencios. Caricias incomodas. Momentos que ya no eran como antes. La relación entre Teresa y él se había ido deteriorando. Mas bien el uso la había dejado plana, lisa, sin carácter ni personalidad. Se habían eliminado aristas, perfiles, toda forma reconocida, todo había sido superado por ese virus llamado rutina. Los momentos de felicidad se habían reducido a pequeñas excepciones, pequeños oasis en una tierra seca y yerma. Llegó un momento en el que el futuro y pasado dejaron de ser distinguibles: mañana fue igual que ayer, ayer será igual que mañana.

La soledad se había convertido en ese monstruo que te espera detrás de ese largo pasillo llamado vida.  Ese tesoro que intentaba atrapar al estilo Indiana Jones era la felicidad.  Su látigo eran sus ganas de sobrevivir, pero veía que justo cuando tenía el Santo Grial entre sus manos, todo se desmoronaba, todo se venia abajo.

Se despierta en la medianoche, asustado, con miedo, no recordaba que había soñado pero no se sentía bien. Ese runrún que recorría su cabeza antes de dormirse había seguido su trayecto durante toda la noche. Su cuerpo estaba dormido, pero sus anhelos, preocupaciones y suspiros habían  seguido dando vueltas por su carne inerte. Por sus entrañas, por su cerebro, sentimientos en un cuerpo que no siente. Todos ellos girando como una noria, un carrusel de sensaciones que le hacían daño una y otra vez. Un martilleo constante, introduciéndose como una plaga de insectos  por cada recoveco de su cuerpo, por cada orificio, buscando una entrada para manifestarse, buscando una salida a tanta decepción

Solo recuerda que algo fallaba, la historia con final feliz no llega a materializarse y la escalera por las que escapaba se derrumbaba como un castillo de naipes. Cada escalón que pisaba se iba resquebrajando, en uno ponía, Matrimonio, en otro Rutina, en otro Infelicidad  y al llegar al final de la escalera, una baldosa debajo de sus pies con las letras FIN se pulverizaba en mil pedazos y comenzaba a caer. Grita, el miedo le paraliza, pero la caída no acaba. Espera el golpe, pero no llega. Segundos y segundos. Una agonía que no termina. Ve los ojos de Teresa. Necesita despedirse de ella. Ve el final del túnel, una luz le espera  y cuando cierra los ojos antes del inminente impacto despierta en  su cama entre un mar de sudores.


Noto mi frente mojada. Una gota discurre lentamente por mi frente. Mi instinto me hace intentar mover la mano para interceptar el torrente de sudor. Pero algo me lo impide. Me siento indefenso, inmóvil, sin fuerzas. Noto un dolor, un dolor intenso que no había vivido nunca. Hago fuerza con mis brazos en un intento de mover mi mano, pero el dolor sube sus decibelios. Veo que no es la solución a mi libertad. Intento patalear en un intento de salir de aquella trampa, pero mis tobillos también están pegados a la cama. Algo no va bien, mis pulsaciones se disparan y mi espalda resbala entre unas sabanas aún mas mojadas. Grito desesperado, me revuelvo, lucho contra mi, lucho contra ese enemigo imaginario, pero sigo clavado a la cama. No puedo mover ninguna extremidad y cuantos más esfuerzos hago más dolor recibo como respuesta. Grito cobarde, grito y grito hasta que mi voz se rompe. Los gritos se convierten en sonidos sordos, inteligibles lamentos, luego gruñidos, para finalmente  acabar en sollozos. Sollozos desesperados por estar atrapado, por no poder moverme. Cada intento por superar esta situación deriva en un momento aun más doloroso. Una vez  pasado el momento visceral, el momento animal por intentar buscar la libertad, la mente empieza a buscar una solución  y con la cabeza que no con el cerebro engancho la sabana y empiezo a realizar movimientos pendulares  hasta que consigo lanzarla al suelo y mi cuerpo queda desnudo.

 4 surcos de sangre, 2 en mis muñecas, 2 en mis tobillos decoran la cama. 4 clavos como 4 estacas me tienen secuestrado, atrapado, más que a la cama creo que están clavados al suelo que hay debajo de ella. La sangre sale a borbotones, 4 fuentes de líquido rojo, 4 caños que manan del interior de mi cuerpo de forma ininterrumpida. Voy perdiendo fuerzas, las hemorragias van minando mi cuerpo y la vista se me nubla. Esto es el fin. Pienso en Teresa. ¿Por que tanta sangre derramada? Lo hubiera dado todo por ti. Mi corazón como en nuestra relación bombea con fuerza, pero no sirve para nada, solo  para que yo me desangre.


-No es verdad, Ramón, no te engañes, yo no tengo la culpa de que te estés desangrando, te lo has hecho tu solo.

Esas palabras caen como bombas sobre mis oídos. La  voz es conocida, intento enfocar en medio de la penumbra y creo vislumbrar la imagen de Teresa que esta sentada en una silla delante de mi cama.

-Teresa, ayúdame- le grito desesperado

-Ramón, no te puedo ayudar, lo nuestro se acabó hace tiempo. Tienes que dejar que la sangre brote. Es por tu bien

-Teresa, por favor, ten piedad de mí.

-Ramón, tú y yo sabemos que esto tiene que acabar.

-Teresa tu no eres así

-Ramón, tu has hecho que esto acabe de esta forma.

Veo entonces como Sony,  nuestro perro Sony, nuestro sustitutivo de hijo se acerca a la cama. Pero este no es mi Sony cariñoso y juguetón, este  Sony parece  hambriento, me ladra y  le cae una baba blanca rabiosa del hocico. Yo indefenso en mi tumba de clavos veo como sus dientes se van acercando. Comienza a dar dentelladas contra mi piel, en un principio superficiales, sin discreción, sin un objetivo claro, pero después Sony comienza a cebarse sobre mi abdomen y luego sobre mi costado izquierdo. Con sus patas va escarbando en busca del tesoro. Yo contraigo mis extremidades, en un intento por protegerme, pero los clavos se hunden con más fuerza sobre mi piel, aumentando el dolor y provocando que un alarido salga de mis labios. Noto como sus colmillos rozan contra mis huesos desprovistos de carne.  No sé por qué pero sigo consciente viendo aquella carnicería.  El umbral de dolor es tan alto que  me desmayo un par de veces. Pero como si no me quisiera perder el espectáculo vuelvo a recuperar el conocimiento una y otra vez. Pierdo la noción del movimiento, del tiempo y los sentidos no me responden. Mi cuerpo está en un estado comatoso y mi cerebro solo es capaz de captar fotogramas del momento.

Sony tiene la cabeza totalmente roja.
Sony devora toda la carne y grasa acumulada en mi estomago.
Sony tiene metido el hocico en mi barriga.
Negro. Lo veo todo negro..


 -Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.........................piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii...............piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.........

En un estado de semiinconsciencia ese pitido le suena al final de la vida, al principio de la muerte,  a la señal de que todo se ha acabado, al sonido de  despedida de la máquina que  mantiene vivo en el hospital a los enfermos  terminales. Pero no es así, es su despertador.  Abre lentamente los ojos, con miedo, con precaución, como el explorador que ha llegado a una tierra inhóspita y no sabe lo que se va encontrar, como el recién nacido indefenso que para él todo es nuevo, como el presidiario en su primer día en el penal. No se quiere mover, no quiere volver a sentir la angustia de estar atrapado, no quiere notar esas estacas en su cuerpo que le han producido  tanto dolor, no quiere ser la primera pieza de dominó que cae y que provoca una reacción en cadena.  Respira lentamente, nota como su nariz se abre y se cierra,nota como el aire va llegando a sus pulmones y como sale libre por su boca. Sus sentidos se van acomodando a la estancia, su olfato nota un fino olor a suavizante en las sábanas que le cubren, sus oídos escuchan un fino pitido como si hubieran comenzado a escuchar en ese momento por primera vez  y sus manos notan el tacto suave de su edredón. Su corazón deja de rebotar contra su pecho y sus pulsaciones se alejan de esa velocidad que le llevaba inexorablemente hacia un ataque al corazón. Agazapado bajo sus sábanas, atrincherado bajo su cama, duda si moverse o no. Los recuerdos dolorosos son demasiado recientes, demasiado reales. Cierra los ojos, reza por ese Dios en el que nunca creyó y desplaza unos milímetros su mano. No ha pasado nada, pero no se fía, es como la calma antes de la tempestad. Sabe que el enemigo se esconde y espera el momento mas adecuado para atacar.  Continúa su lento movimiento, precisión de cirujano, un paso en falso puede desencadenar la tragedia, su bisturí no puede pasar las líneas rojas. Avanza y avanza, pero  no pasa nada, nada le sujeta, nada le retiene, no siente ningún dolor.
Mueve sus manos, mueve sus piernas, comienza a mover todo su cuerpo, comienza  a sentirse vivo, sentirse libre, sentirse feliz.  Comienza a sonreír, reír, a lanzar carcajadas, a gritar.... Todo ha pasado y el sigue vivo. Nunca el mero hecho de estar vivo le había proporcionado tanta felicidad.
Pero los momentos buenos siempre duran poco, con sus movimientos espasmódicos, sus manos chocan contra un marco lleno de polvo que se encuentra en la mesilla que hay junto a su cama y una imagen atraviesa los cristales quedándose clavada en su mente: Teresa.

El momento mas vital que había tenido en mucho tiempo le lleva paradójicamente  a su vida terminal, la de siempre, la que  esta conectada por un fino hilo a esta vida, a su relación sentimental que esta en un tratamiento de quimioterapia de la que no sabe si va a poder salir.

La puerta de la habitación se abre y allí esta la cara bonita de la foto. 

-Vamos Ramón, no me hagas como todos los días, apaga el despertador y levántate ya.  Tengo prisa y me voy ya al trabajo.

Ni unos buenos días. Ni un, ¿como has dormido cariño? Ni un simple,  ¿como estas? Ni un beso de despedida. ¡Hay te quedas!
Portazo en la puerta. Y allí se queda sólo, Ramón.

Seguidamente entra Sony moviendo la cola en la habitación, esperando los cariños mañaneros, esperando que Ramón le dejara subir a la cama.

Él se anticipa a sus movimientos, se levanta rápidamente  y le dice: ¡fueraaaaa!, al mismo tiempo que le suelta un manotazo.

Sony no entiende la respuesta, sale corriendo, soltando un pequeño alarido.
Ramón se arrepiente al instante, le duele haberlo pagado con él.

-Sony ven cariño, Sony ven...!

Sony no viene. Ramón se acurruca en la cama. Está solo. Ni su perro le quiere. Tal vez no debería haber intentado mover su mano al despertarse. Debería haberse mantenido inmóvil , sin vida, sin sentir lo duro que es la vuelta a la realidad.


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