martes, 20 de octubre de 2020

Euforia y Diazepam

 


La rueda. Gira la rueda. Días felices. Noches dichosas. Amigos para siempre. Siempre hacia la luz. Juntos subiremos montañas y juntos las bajaremos. Somos como perros, siempre estamos contentos de vernos. Velocidad crucero. Nada es imposible. Colillas humeantes. La sonrisa perfecta. Bolsillos boyantes. Asaltar la banca. Ojos rojos. Lenguas de trapo que no paran de gritar. Palabras que escupimos a borbotones. Ideas que resuelven el mundo. Soluciones nunca inventadas. Funambulista siempre en el alambre. La vida en nuestras manos. Heridas que no sangran. Besos y caricias. Pupilas tornasoladas. Escapar es de cobardes. Risas descontroladas. Nunca digas nunca. Mejillas rosadas. Respiración acelerada. Vivir deprisa. No mires atrás. Todo es posible. Aquí y ahora.

Despertar. La resaca. Un ruido sordo de tribulación. Lluvia fina sobre los hombros.  Un suspiro ahogado de redención. Cuando fuimos los mejores.  Un zumbido molesto de desamparo. El sollozo del que escapa y nunca encuentra su casa. Vasos vacíos. Cicatrices que no se cierran. La apatía del que no espera nada en la vida. Ver los días pasar. La orfandad de nunca haber recibido un beso en el momento oportuno. La maldita melancolía siempre más fuerte que la esperanza. La letanía que hace girar lentamente las agujas del reloj.  Tenemos que quedar. Otro día te llamo, seguro. Galerna. Niebla oscura que ciega las miradas. Venas por donde corre magnetita que atrae al quebranto. Arrugas en el corazón. Se acabo. Volver a empezar. Gira la rueda. La rueda.


miércoles, 14 de octubre de 2020

Otra, por favor.



 






Alberto como todos los días del último mes durmió poco esa noche. De doce a una yació profundamente. A la una un clic mental encendio su motor de combustión. Una mezcolanza de problemas vitales, sueños no realizados y un trabajo alienador hacían de gasolina que activaba la mecha. En la oscuridad una rueda en su cerebro no paraba de girar. Como un ratoncillo blanco en su jaula sus neuronas hacían voltear el circulo metálico de su mente. Todos los caminos le llevaban constantemente a una carretera cortada.

 El proceso cíclico se repetía toda la noche. El resultado era un cuerpo escombro en el desayuno. Un traje arrugado abriendo la puerta de casa por las escaleras. Un pelo alborotado y sucio esperando al autobús. Una sonrisa de payaso triste dando la  bienvenida al conductor que le llevaba a su rutina.

 Alberto era el ejemplo de un hombre atrapado en una vida que no quería. Un trabajo aburrido, unos amigos inmovilizados en vidas más tediosas aún y ningún aliciente más allá de ver su serie favorita al llegar a casa. No tenía grandes problemas. No era feliz. Pero tampoco estaba triste. Carecía de pequeños alicientes que crearan los deseados contratiempos y sus respectivas soluciones que hacían de la vida un lugar emocionante. Vivía en ese instante justo en el que no pasa nada. Solo la vida pasar.

 Su mirada perdida se quedó observando el paisaje a través del cristal del autobús. Su cuerpo detectaba el terciopelo áspero del cabecero y le provocaba una rápida narco lexía. Su cabeza se torcía como si no tuviera sustento en su cuello y chocaba repetidas veces contra la luna sin que ello provocara que Alberto despertara. 

-       Perdona, es la ultima parada.

-       ¿Queee? – Responde sorprendido Alberto atusándose el pelo. 

La vida a cámara lenta cuando te acabas de despertar. Él ve como la chica que le hablaba está bajando del autobús y no queda nadie más dentro.

Alberto coge su mochila y baja las escaleras de dos en dos. La rutina le activa de nuevo. Ese cerebro autómata trabaja solo. Da 3 pasos en búsqueda del camino que le lleva a su mina particular, pero algo no cuadra en el esquema de partida. Este sitio no le suena. Esta no es su calle. Esa no es su ciudad. Se da la vuelta y grita:

-“Este no es mi autobús, mierdaaaa!!!”

Son las 9. A esta hora sus compañeros deben estar entrando en la sala para la reunión matinal. Esto debería crear una ligera angustia en Alberto, pero los efectos no son los esperados. El musculo depresor de la boca siempre apalizaba al musculo orbicular del ojo y el resultado era un perfecto rictus de tristeza. Pero esta vez el guion no estaba escrito. Alberto sonreía. Una sonrisa relajada que dejaba a la vista dientes que nunca habían observado la luz. Decide sin titubear entrar al primer bar que ve abierto.

-       “Buenos días, me pone una cerveza por favor”

-       “Son las 9 y cuarto, ¿está seguro?” - le responde una señora limpiándose las manos en el delantal.

-       “No he estado más seguro en mi vida”.

Alberto coge su copa, respira y absorbe su contenido de un trago.

Deposita la copa en la barra y levanta de nuevo la mano:

-       ¿Me pone otra, por favor?

 

lunes, 2 de marzo de 2020

Vértigo y pretéritos



Todo eran vértigo y pretéritos. ¿Saltar? Dime hasta donde. Funambulistas sin red. Noches eléctricas de color cobalto. Los dos dedos en el enchufe. Los dos enchufados. Tu y yo. Regusto continuo a rueda quemada y alquitrán. Las curvas se cogen rectas. Dos cerebros cabalgan juntos sobre piernas sin muscular. Dando pasos de dos en dos. No hay tiempo para especular. La meta está fijada. Ser feliz. Rápido y ahora. Negligencia en las neuronas que no ven el peligro. Las manos finas del poeta rozan las paredes rugosas de la vida.

Nos conocimos en los bares. Los falsos desconocidos. “Me suena tu cara, pero no sé de qué”. Silenciosos. Precavidos. Nos observábamos desde nuestras madrigueras. Yo miraba. Tú te escondías.  Yo disimulaba. Tu acechabas. Yo era la diana. Tu apuntabas. Yo rechazaba el proyectil. Tu escondías el arma.  Y como siempre yo me lamentaba de nuevo. Una punzada directa se clavaba cada noche en ese musculo que pedía auxilio a gritos entre mis costillas. 

No perder el optimismo es indiscutiblemente heroico. Cuando ya llevamos el corazón remendado, las ganas cansadas. Es entonces cuando el optimismo supone un acto de obstinada rebeldía. Hoy va a ser un buen día. El mudito se quita los miedos. Asalta la barra. Solo quedan vasos vacíos. Un “¿cómo te llamas?”, fue seguido por un aluvión de palabras sin fin. Un beso en las mejillas paso a tocar el cielo de tus labios. Recorrimos los 500 metros de tu calle en un baile sincronizado de caricias y apretones. El ascensor se paró en cada uno de los pisos. La alarma sonó como las trompetas que saludan a su reina. La cerradura de tu casa dio vueltas furiosas como el percutor del revolver antes de disparar. Por el pasillo fuimos perdiendo nuestras pertenencias hasta que solo quedamos tu y yo. Piel contra la piel. Las sabanas volaron, los muebles se movieron, nuestras dermis sudorosas resbalaron y los gemidos se oyeron tres pisos más arriba.

Todo va bien. El barco sigue su velocidad crucero. Tú dices “¿qué? “y yo tengo la solución. Yo digo “¿Donde?” y tu respondes: “Sobre mi”. Tú gritas: “¿Cuándo?” y yo te replico “Aquí y ahora”. Las piezas encajan. La maquinaria esta engrasada. No tenemos miedo a nada. Somos invencibles.

La precipitación del saltador. Levantarse y seguir corriendo. Los 400 golpes. Insurrección indolente del que todavía no tiene cicatrices. Solo queda apatía y presente.

miércoles, 11 de diciembre de 2019

Galerna




Mi padre no existió. O eso me han hecho creer. Mi figura paterna fue él. Sus manos largas y arrugadas me abrazaban cuando salía del colegio. Su olor agrio a tabaco. Su barba blanca rozando mi mejilla. Su americana de pana con coderas. Los mocasines sin cordones y un pañuelo de seda al cuello. No recuerdo su sonrisa. Solo olores, rozaduras y palabras. “Esos luceros respingones que no lloren nunca”: me decía con su voz ronca. Ducados, disciplina e historias sin fin. No era cariñoso, pero la ternura se le caía de los bolsillos. No era divertido, pero me hacía reír. No era mi padre, pero le necesitaba.

Corrí con mi traje de domingo y solo quise buscar los brazos de la única persona que me comprendía. Mi confidente. Mi vida. Mi consuelo. Habitación 321. 3, 2,1 sorpresa y estas de nuevo conmigo.  Llegue con el corazón latiendo a toda velocidad, me acurruque sobre su cama y le dije que le echaba de menos, que por favor no nos dejaras. Que todo iba a salir bien. Que te esperábamos en casa, con la mesa puesta, con el mantel de flores que tanto te gustaba. Comeríamos todos juntos y seriamos felices. Seriamos lo felices que podríamos ser. Intentaríamos ser felices. Lágrimas silenciosas recorrían mis mejillas. Surcos de fuego helado erosionaban mi blanca epidermis. No podía llorar. Tenía que ser fuerte. No me moví de allí. Como el perro que esta junto a su amo. Esperaba esos segundos diarios de lucidez. Ese instante en el que notaba que el volvía a estar allí. El regreso al pasado en el que las piezas siempre encajaban.

Hace tiempo me contaste una historia. En los tiempos de tormenta hasta los árboles más grandes caen. En la vida hay que ser como las palmeras. Parecen frágiles. Pero ante la tempestad se doblan. Amortiguan las embestidas. Se doblan. No se redoblan. Aguanta. Te lo repito todos los días estrujándote la mano. Se que me escuchas. Noto como tus pulsaciones suben. Se me eriza la piel. Solo puedo pensar en la siguiente aventura que me tienes que contar.

Cuando sus pulmones dejaron de respirar, la  tristeza me hizo envejecer súbitamente, el acné juvenil se convirtió en cicatrices imposibles de cerrar, el tono rosado de mis mejillas se transformó en un color blanco enfermizo y las arrugas comenzaron a surcar mi cara por esa angustia contenida. Era una niña hecha mayor a marchas forzadas. Inocencia rota por el dolor. Dolor que no deja sentir. Sentimientos resquebrajados por el rencor. Escozor que solo me hacía odiar. Inquina idiota hacia ninguna parte.

Hoy iba a ser un buen día. Volver a sonreír. El ayer estaba olvidado. La tristeza miraba para otro lado. Esta mañana no caería de nuevo. Levantarse y volverse a levantar. Resbalar de felicidad.  La piedra no puede volver a caer en el charco cristalino. Es el momento adecuado. Los abismos ya no me asustan. Las tormentas estas lejos. Solo escucho el susurro de la lluvia tumbada en mi habitación. Es la hora de los valientes. Tengo algo pendiente. Una tarea atrasada de procrastinación. El miedo a abrir la puerta que dejamos entreabierta. Pero una galerna mental impedía que mis alvéolos se llenaran lo suficiente para ser capaz de volar un poco más alto. Delante de mí. Estaba lo único que él me había dejado. Una carta con mi nombre en el dorso. Alicia.

Me la dio mi tía Julia en el funeral. Justo después de que aquel cura me dijera aquella maldita frase. “La vida es un sufrimiento y estamos aquí con el único objetivo de unirnos a Jesús en una vida futura”. Yo le respondí furiosa. “Con Jesús estará su puta madre” Asustado dio un respingo y quiso darme un cachete como castigo. Mi tía se interpuso y me abrazo con fuerza. Yo me quede inmóvil como un muñeco de trapo con los brazos flojos.
No quedaba otra. Camino sin retorno. Algún día tendría que abrirla. Este viaje había que cerrarlo. Era necesaria abrir la maleta y colocar la ropa en el armario. Aquella era su letra. Ese trazo elegante y militar con un fino punto sobre la última i de mi nombre. Torpemente rasgue el papel y una cuartilla de un cuaderno se escurrió del sobre. La recogí del suelo nerviosa y solo pude leer la primera frase.

“Que todo acabe mal es una condición inherente al hecho de estar vivo.”

Que tremendo. Hasta para despedirse tenía una buena frase.

“Alicia, si estas leyendo esta carta, significara que ya no estaré a tu lado. Nunca fui un tipo sensible. Era mas de gestos que de palabras. Mas de fidelidad que de sonoridad. La dureza aplacaba todo posibilidad de que mis lagrimas llegaran a tierra. Necesito despedirme sin cortapisas. Sin concertinas que atrapen mis brazos antes de rodearte. Si hay una cosa por la que lamento dejar así esta vida, con la cama sin hacer, con todo sin atar, por la puerta de atrás y sin acuse de recibo es dejarte sola.”
Con los pulmones encharcados de dolor, no había hueco para que entrara aire  por mi nariz. Abrí la boca como un pez fuera del agua y golpee mi pecho en busca de que el desconsuelo saldría en forma de co2 . Fue entonces cuando vi esa  pequeña llave mellada pegada al papel con un celo transparente.

 “No tengo soluciones mágicas para esta vida.  Esta llave no abre ninguna puerta. No hay sorpresas. Solo quiero que la guardes. No esta rota. No estas sola. Une sus trozos. La puerta de la prisión está abierta. La luz volverá  a dar calor y los abismos volverán a dar vértigo.”

Las mejillas me arden. Mis ojos brillan. Siento orgullo. Lloro. No estoy triste. Soy infelizmente feliz. Nunca tantas lagrimas fueron tan dulces. Felicidad orgullosa de haberte conocido.

Las semanas pasaron como el aire que pasa entre las rendijas, hilvanando un leve silbido y meciendo suavemente las velas que hacen olvidar los recuerdos pasados. Arranque el motor con esa diminuta llave y aquí sigo en mi viaje.


 Avanzar y avanzar no queda otra.

miércoles, 22 de mayo de 2019

Fin




Los rayos asesinos de la fatalidad cayeron sobre la persona que menos se lo merecía. La melancolía siempre fue mas fuerte que la esperanza. La nostalgia siempre ponía la zancadilla a la certidumbre. La letanía hacia girar lentamente las agujas del reloj. Una lluvia fina siempre mojaba sus hombros descubiertos. Sus lagrimas de rocío deslizaban por sus brazos besando sus muslos antes de chocar contra el suelo. Sus frágiles huesos  absorbían la oquedad del desconsuelo  como ese solitario pararrayos que soporta las embestidas de las tormentas.  La orfandad de nunca haber recibido un beso en el momento oportuno. La ubicuidad omnipresente de siempre acertar a fijar tus pies en el sitio menos adecuado. Por su sangre corría magnetita que atraía el quebranto de los que siempre estuvieron abajo. Pocas veces la vi sonreír. Los músculos de su cara se confabulaban para nunca ejecutar la mueca de una sonrisa.  Ella quería declamar sus versos de alegría, pero el musculo depresor de la boca siempre apalizaba al musculo orbicular del ojo y el resultado era un perfecto rictus de tristeza que rimaba con la dureza de su mirada. A su paso solo se oía un rugido mudo. Un ruido sordo de tribulación. Un suspiro ahogado de redención. Un zumbido molesto de desamparo. El sollozo del refugiado que nunca encuentra su casa. La apatía del que no espera nada en la vida. La oportunidad perdida del que jamas fue valiente para  asaltar la banca. La respiración hueca del que inhala su vida con la esperanza de que sus alvéolos nunca se llenen lo suficiente para ser capaz de volar un poco mas alto.

Nunca llueve eternamente. La gota fría se apaga. El nadador de la calle del medio llega a tocar la pileta con sus manos sin hundirse. Se olvida de ser un eterno naufrago sin una isla en la que yacer. La ternura  supera  las manos de lija de los malos. Los poetas consiguen al fin encadenar dos versos sin borrón. Las caricias apabullan a las miradas que esquivan  los ojos de ratón de laboratorio. Las promesas necias se sustituyen por un: ¿Estas bien?. Y entonces ella empieza a levantar la mirada. Dejar de ser invisible. Sus huesos pesan de nuevo y las ráfagas de viento no le hacen vagar a la deriva por las calles. Un par de alas aparecen en sus costados. Solo queda volar. Dos palabras salen al fin de su boca, como esa fiera herida que siempre estuvo refugiada en la cueva de la soledad. SE ACABO.

Interludio



Pasados los excesos de la guerra de langostinos, sobrellevadas las batallas de cordero aderezado con vino tinto, superados los ataques epilépticos por tanto centelleo de luces y olvidadas las tardes de omeprazol con mantita lamentando ese último trozo de tarta que no deberías haber aceptado, las hojas del calendario se arrodillan con sumisión y el tiempo parece escaparse entre tus manos como esa gota de sudor que se escurre entre tus torpes dedos. Los días pasan sin pena ni gloria. Llega un momento en el que el futuro y el pasado dejaron de ser distinguibles. Mañana fue igual que ayer, ayer será igual que mañana. Pasada la glaciación, los días se amplían, las tardes se vuelven luminosas y llama a nuestra puerta la temida astenia primaveral. Procrastinación continua.  Los lunes al sol. Las tardes sentado en aquel banco del parque. Viendo la vida pasar. Entre niños, jóvenes imberbes y abuelos con bastón. Vida a ritmo de caracol. Actor secundario entre actos sin texto.
La niña de las trenzas salta por el tobogán mientras su madre lee la diezminutos en el banco contiguo. Una y otra vez. En un bucle continuo. En un frenesí que no tiene fin. Aparecen recuerdos de mi vida de ratón. Siempre girando la rueda dentro de la jaula. Sin destino, ni dirección, pero sin parar de escapar. Algún día te cansaras y te parecerá más divertido no saltar.
A la derecha dos ancianos repiten el mismo mantra: “En mis tiempos no hubiera pasado esto. Hubiéramos quemado la ciudad”.  Disimulo haber escuchado las notas de rebelión. Busco mejor acomodo a mis huesos y estiro mis piernas buscando un mayor confort en mi oficina sin paredes. “Mira ese ahí tirado, normal que les pasen por encima”. El tirado era yo. No reacciono. Mi única respuesta es subir un poco más el volumen de mis cascos. Un poco de ruido me vendrá bien para despejar la mente.  Igualito que el pirómano que echa un poco más de gasolina para apagar su sed. Mismas soluciones. Mismos problemas.
Unos chavales con un perro se sientan en el cubículo contiguo. Son conocidos. Son ruidosos. Y son muy pesados. Entre los 4 no juntan tres neuronas. Uno de ellos se acerca y me pide un papel. Miro en mi bolsillo y le doy mi librillo de OCB. Esta entero. Hay que permitir que los jóvenes se desahoguen. Con un ruido gutural y un ademan con la mano le indico que no me lo devuelva. Suficiente jodido tienen el porvenir. Pesimismo en papel de plata.
Veo pasar a mi vecino Alfredo, el militar. En sus tiempos mozos nos perseguía con una vara cuando la liábamos por el barrio. Hoy su mirada se ha apagado. Solo le veo caminar de su casa al bar y del bar a su casa. Su única compañía es un vaso siempre medio vacío y esa tragaperras donde ahoga sus penas. Le mando un saludo castrense juntando dos dedos y llevándolos a mi frente. Recibo el silencio por respuesta.
La pierna me vibra. Mi personalidad hipocondríaca solo piensa en un ictus. Una vez que la sangre me llega al cerebro detecto que el culpable es mi vetusto móvil Nokia. Pantalla monocromo. Falto de luz y color. Como mi vida. Me avisa que sigo vivo, la mala noticia es que he recibido un SMS. Eso me recuerda que tengo que actualizar las redes sociales que nunca tuve. Normal que no triunfe en la vida. Son solo dos palabras. Tenemos que hablar. Botón de borrar. Siempre fui un tipo poco valiente. Para que quieres afrontar los problemas si puedes mirar para otro lado.
Unos niños juegan con un balón. Han puesto sus jerséis como portería. Me acerco y les digo. ¿Os hace falta uno más para echar un partido?

viernes, 15 de marzo de 2019

Aterrizaje de Emergencia



Amargo Desenlace. Finales infelices. Se dejaron las perdices.  Colorin Colorado este cuento no ha acabado.  No siempre uno mas uno son dos. A veces son tres. A veces ninguno. En ciertas ocasiones uno se encuentra con un portazo en las narices. O en otras se encuentra feliz de la vida sin saberlo.
Todo depende de la dulce fortuna. Tal vez todo este escrito. El destino se volverá a  reír de ti a la cara como siempre. O por una vez los perdedores no agacharan la cabeza.

 Ella se levanto pizpireta y estuvo cuarenta y cinco minutos de reloj arreglándose el pelo. No consiguió que el el rizado fuera exactamente igual que el de la revista de muestra que le había llegado a casa y decidió colocarse un moño. “Moderna, pero informal”: se reafirmo mirándose al espejo. El tenia dos prendas tipo. Una camiseta negra con mensajes incrustados que  llamaba chistes y unos vaqueros roídos que hacía tiempo pasaron por una lavadora. Ella salió de casa y se fue mirando en todos los escaparates. El cruzo el paso de cebra evitando disimuladamente tocar la parte que no estaba pintado de blanco. Ella llego tarde a la parada de bus. El impaciente miraba a izquierda y derecha esperando el advenimiento diario en forma de mechas rubias. Ella se salto la cola establecida y entro la primera sin pedir disculpas. El ultimo de la fila era él y eligió sentarse de pie cerca de su cielo. Ella abrió el móvil. El cogió su libro que le hacia de escudo protector con el resto del mundo. Ella no levantaba los ojos de su pantalla. El como agente secreto observaba de reojo. Muchas veces mandaba sondas espaciales no tripuladas con su mirada. Pero siempre se perdía la señal o la llamadas se veían interceptadas por esa señora mayor con la cara colorada como el planeta rojo que si tenia sintonizada su frecuencia interestelar. Ella no se daba cuenta de nada. El anotaba todo en su libreta naranja de escritor en la luna con una goma  romántica que circunscribía su corazón.  Vivían en mundos paralelos que nunca se cruzaban. Solo ese cuarto de hora en aquel autobús con turbogeneradores unía sus planetas. Universos separados por millones de años luz que encontraban un agujero de gusano que parecía comunicar sus sentidos. El astronauta decidió salir de su capsula y pisar tierra firme. Poner su sistema gravitacional en alto y dar pasos de 7 metros hacia esa luna con dos cráteres en forma de hoyuelos perfectos en sus  mejillas. Un agujero negro que absorbía la luz y todo lo que se pusiera por delante  aniquilo al aventurero. Ella deja caer su café del starbucks en forma de basura espacial. El cosmonauta no lo vio venir y tropezó torpemente poniendo  su rodilla a tierra. Ella ni se inmuto. Al ver llegar su parada y como  anillo de saturno siguió girando. La fuerza centrípeta de aquel planeta con mechas expulsó a su paso a nuestro valiente Neil Amstrong hacia el fondo del pasillo. Nuestro heroe cogio la suficiente velocidad como para desprenderse de sus propulsores y una vez en órbita pudo vislumbrar todo la inmensidad del espacio a sus pies. Allí al fondo escondida en el ultimo asiento descubrió un nuevo planeta sobre el que nunca había recurrido. Ella era minúscula. Con un flequillo recto y unos ojos diminutos que se ocultaban debajo de unas gafas negras. Un libro le parapeta y amortigua el impacto: La odisea. Astronauta griego fuera de órbita aterriza en planeta desconocido.
Pasan unos segundos. Houston tenemos un problema. Parece que no hay aire en esta órbita. Un fuerte dolor en las costillas no le deja respirar. Ella da un respingo y acaricia su mejilla para tranquilizarle. Mira sus constelaciones en forma de ojos verdes y el aire empieza a circular por los conductos espaciales de sus pulmones. El casco interespacial que convierte CO2 en oxigeno empieza a carburar y se dibuja una sonrisa en su cara. Astronauta que rima cohetes de amor ha encontrado planeta con vida alienigena. Tal vez puede ser humana.

-        ¿Que es esto?- Le dice llevándose a los labios los restos de basura espacial  que había en su frente.
-        Restos de un aterrizaje que no acabo bien – le responde en tono heroico.
-        Sabe amargo- le reprende chasqueando la lengua.
-        En ese universo no había azúcar. Se acabaron los momentos amargos. ¿Quieres un caramelo?


jueves, 28 de febrero de 2019

Un Gris en busca del Dorado



Gris. El de la policía franquista que da palos en tu corazón.
Dorado. El de la ciudad que perseguían los conquistadores españoles en  busca de ese oro que recuperará latidos perdidos.

La estupidez  rezuma a borbotones por tú boca y no dejas escapar ocasión para destrozar oportunidades. Encadenar un fallo tras otro como ese ludopata que apuesta sus últimos cincuenta euros con la esperanza de que pueda pagar la hipoteca. El que se bebe la ultima copa con la ilusión de no llegar a casa. El que llama a sus amigos y recibe un fin de llamada por respuesta. Los escendidos vasos, las largas colas del que busca un calor que se escapa. Engañarte a ti mismo. Escapada hacia delante con las lunas tintadas. Vasos vacíos y luces apagadas. Rol de perdedor grabado en la piel. Gorra de kamikaze que circula por el carril equivocado.

Pero llega un día en el que las cartas ya no están marcadas. Los grises dejan de dar palos. Las velas no se rompen. El viento sopla en el lado adecuado. El grumete subido al palo mas alto grita tierra entre sollozos.
No mas lagrimas. Las lagrimas a partir de ahora serán solo de limpieza. Un procedimiento frio y automatizado que los humanos necesitaremos para poder seguir viviendo. Para depurar y poder seguir adelante. Sin dolor. Sin sufrimiento.

Todo se ve desde otro prisma. No estas ni mejor ni peor. Eres el mismo de antes. Pero esta vez los dados  suman 11 y la banca no se lleva todo por delante. El crupier te guiñara el ojo. No te molerán a palos. Estimado cliente en esa ventanilla le retornaran sus ganancias. Te has puesto esas gafas de sol con orejeras que literalmente hace que todo sea algo secundario. Sabes que llegarás a casa. Abrirás la puerta y oirás esa voz al fondo del pasillo que te tranquiliza. Que te da calor. Los problemas son menos graves. Las dolencias retumban menos y los ruidos son modulados. No serás más afortunado. No serás más rico. Serás tu mismo. Serás mas feliz. Adiós derrota. Hola Victoria. Has llegado al dorado. Ese dorado lo tienes delante de tus ojos. Eres Tu.

martes, 19 de febrero de 2019

Doppelganger



En cualquier otra circunstancia hubiera disfrutado de un largo paseo y me hubiera alejado de aquella marabunta de gente. No me gustan las fiestas, pero hoy necesitaba la protección de la muchedumbre que tanto odiaba. Mezclarme entre la mochufa. Ser una oveja mas del rebaño. Espero ser la negra por lo menos. Bajar la mirada y convertirme en un habitante furtivo de mi propio cerebro. Modular mis pensamientos y silenciar las angustias. Ser una mas en un cuerpo gris con la gabardina siempre puesta.

Un dos tres al escondiste ingles.
Doy un sorbo al café, entre página y página del periódico, levanto la mirada y ella en el fondo del plano mueve la cabeza y deja de observarme.

Un dos tres al escondiste ingles.
Abro los ojos en busca de una bocanada de aire después de hacer tres brazadas seguidas en la piscina olímpica y en una esquina apoyada en el cemento de la pileta veo unos ojos que me retiran su vigilancia.

Un dos tres al escondiste ingles.
Espero a que salgan los billetes de la ranura del cajero, y en el instante que aparece el mensaje “Recoja su dinero”, veo el reflejo de su sonrisa en el espejo, seguida por su nuca. Nada mas.

No tenía escapatoria. El juego del gato y el ratón. La puerta de salida estaba delante de mis ojos, pero una macula vital ensombrecía mis movimientos. Laberinto de espejos en el que siempre veía reflejado mis ojos azules. Miradas convexas que me atrapaban.
Un conejo burlón me decía. Despierta Alicia llegas tarde. ¡Estoy despierta, ostia!: respondía enfadada. Desde hace unas días tenia la sensación que alguien me seguía. Que alguien me vigilaba siempre a mi espalda. Un fallo en Matrix me hacía repensar mis dudas existenciales. Pastilla roja o Pastilla azul. Es inútil escapar de uno mismo, tarde o temprano nos topamos con nuestro propio ser, nos guste o no.

Escapo a trompicones. Torpemente abro la puerta de aquel local. Refugio oscuro de bebedores que no quieren ver la luz del día. Me tiemblan tanto las manos que el camarero me reconoce como un parroquiano mas en busca de su dosis diaria. ¿Te pongo algo, cariño? Me tomo de golpe el brebaje que me pone ese desconocido. Noto como me arde la garganta. Estoy a punto de vomitar. Pero al llegar al estomago, noto un calor agradable que me tranquiliza. Cierro los ojos. Respiro profundamente. Solo se oyen los ruidos de la maquina de petacos del fondo del local.

Kling. Klong. Estoy bien. Estoy tranquila. Kling. Klong. Bola Extra. No me va a pasar nada. Kling Klong. Tranquilidad. Serenidad. Kling Klong. Mi momento vital de mayor sosiego que recuerdo en muchos dias. Kling Klong. El sonido me hipnotiza. Kling Klong. Nada me perturba. Kling Klong. Nada me puede molestar. La bola deja de sonar. Una mano se posa sobre mi hombro. Me doy la vuelta y oigo:

-”Tenia ganas de conocerte”.

Negro





Con la mente en blanco y sin poder pensar. Mi cerebro se va a negro. Una hoja en blanco me mira y mis dedos son incapaces de moverse. Incapaces de teclear. Incapaces de expresarse. Un oleo en blanco incapaz de ser manchado. Una lente defectuosa. Un rollo de película rayada.
Negros nubarrones revolotean en mi cabeza y una pereza inútil me provoca una ceguera literaria que maniata mi imaginación. Mi personaje siempre muere en la primera página. La tinta se desliza por la hoja sin afianzarse, rápidamente se desmorona y un borrón blanco mancha cada uno de los folios. Mi historia viaja siempre por caminos secundarios. Justo en el momento que encuentro la entrada a la autopista me topo con ese maldito peaje que no me deja pasar.

Mi cerebro no quiere arrancar. Pause pulsado y el botón de avance estropeado. Los cabezales de mi viejo vídeo Beta chirrían intentando reproducir esa cinta que hay en el videoclub de mi cabeza. No hay nada, solo puro egocentrismo. Solo yo. Nada más. Nada que contar. Nada en blanco. Todo en negro.

Me incorporo, abandono mi escritorio vació de palabras y me miro al espejo. Pelo alborotado, mirada cansada, barba raída que sale sin fuerza y profundas ojeras marcan mi rostro. Ni estado de gracia, ni coraje ni inocencia. Solo estado de sitio y cobardía.

Escribe. Vamos escribe. Tú puedes. Lo has hecho antes. Ha llegado la hora. Lo necesitas. Te lo mereces
Tengo ganas de escribir. Mi mente está clara. No hay nada que me moleste. Lo tengo todo. Pero la pantalla sigue en blanco. Me levanto, recorro el pasillo. Me vuelvo a sentar. Quiero contar todo lo que me pasa. Me doy ánimos. Golpeo mi frente con las manos. Mis nudillos chocan contra la mesa. Estoy a punto de empezar. Pero la página sigue en blanco.

Pasar pagina es uno de los mejores finales felices posibles.
Si no haces mucho ruido, te dejo esconderte conmigo.
Mi querido negro.